jueves, 30 de octubre de 2014

REFLEXION DEL EVANGELIO DE HOY -ALLAN KARDEC.



Al iniciarse las manifestaciones espiritistas muchos las aceptaron sin prever sus consecuencias. La mayoría las tenía por concepciones curiosas; pero cuando resultó de ellas una moral severa, deberes estrictos que debían ser cumplidos, no faltó quien se sintiera sin fuerzas para practicarlos y adecuarse a ellos.
Carecían de valor, dedicación, renunciamiento. En esas personas la naturaleza corpórea prevaleció sobre la espiritual. Creyeron, pero retrocedían frente a la realización. En los comienzos sólo había, pues, espíritas, vale decir, creyentes.
La filosofía y la moral descubrieron ante esa ciencia un horizonte nuevo y modelaron a los espiritistas practicantes. Los primeros quedaron en la retaguardia. Los segundos se lanzaron hacia el frente .
Cuanto más se iba sublimando la moral tanto más hacía contrastar las imperfecciones de aquellos que se habían rehusado a seguirla, de la manera que una luz intensa hace que resalten las sombras. Era lo mismo que un espejo: algunos no quisieron mirarse en él o, mirándose, creyeron reconocerse, y entonces optaron por apedrear a los que se lo ponían delante. Tal es, todavía hoy, la causa de ciertas animosidades. Sin embargo y afortunadamente, puedo decir: esas son excepciones, algunas pequeñas sombras en el vasto panorama, incapaces de alterar su luminosidad. En este grupo hay que incluir, en gran parte, a los que podríamos denominar espíritas de la primera formación. En cuanto a los que se formaron después, y siguen formándose a diario, en su gran mayoría aceptaron la Doctrina, precisamente, a causa de su moral y de su filosofía. He ahí por qué se esfuerzan en llevarla a la práctica.
Pretender que todos ellos deberían haberse vuelto perfectos es desconocer la naturaleza humana. No obstante, la circunstancia de que se hayan despojado de los vestigios del hombre viejo que había en ellos constituye siempre un progreso que, necesariamente, debemos tomar en cuenta. Sólo son indisculpables a los ojos de Dios aquellos que, estando debidamente esclarecidos, no han extraído de ese esclarecimiento el provecho que podía brindarles.
Por cierto que a éstos se pedirá severa cuenta, cuyas consecuencias habrán de sufrir aquí en la Tierra, conforme hemos visto que acontece en muchos casos. Pero, al lado de ellos hay asimismo un gran número de personas que han experimentado una verdadera metamorfosis. En la creencia espírita encontraron la fuerza necesaria para vencer tendencias que de mucho tiempo atrás estaban arraigadas en ellas, romper con viejas actitudes, ignorar resentimientos y enemistades y acortar las distancias que existen entre una clase social y otra. Del Espiritismo se exigen milagros: he ahí los que puede producir...
Así pues, por la fuerza misma de las circunstancias, la Doctrina Espirita llevará como inevitable consecuencia al perfeccionamiento moral. Éste, a su vez, conducirá a la práctica de la caridad, y de la caridad ha de nacer el sentimiento de la fraternidad. Cuando los hombres estén imbuidos de estas ideas, adaptarán a ellas sus instituciones, y de tal suerte realizarán, en forma natural y sin violencia, las reformas deseables. Sobre esos cimientos erigirán el edificio social del porvenir. Se trata de una transformación inevitable, pues está comprendida en la Ley del Progreso. Sin embargo, si se deja librada tan sólo a la marcha natural de las cosas, su realización podrá verse demorada por mucho tiempo. Está en los designios de Dios que la activemos, si creemos en la revelación de los Espíritus, y vivimos precisamente el tiempo predicho para ello. 

Allan Kardec . Tomado de Viaje Espirita 1862.

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