lunes, 27 de abril de 2015

LA MUERTE DEL JUSTO

Enseguida de la primera evocación del Sr. Sanson, hecha en la sociedad de París, un espíritu
dio, bajo este título, la comunicación siguiente:
“La muerte del hombre de quien os ocupáis en este momento, ha sido la del justo. Como el
día sucede naturalmente al alba, la vida espiritual ha sucedido para él a la vida terrestre, sin
sacudidas, sin amargura, y su último suspiro se ha exhalado en un himno de reconocimiento y de
amor... ¡Cuán pocos atraviesan así este rudo pasaje! ¡Cuán pocos después de la embriaguez y las
esperanzas perdidas de la vida, consiguen la paz del ritmo armonioso de las esferas! Así como el
hombre en buena salud, mutilado por una bala, sufre aún el miembro perdido, del mismo modo el
hombre que muere sin fe y sin esperanza se destroza y palpita escapándose del cuerpo y lanzándose
al espacio, inconsciente de sí mismo.
“Rogad por estas almas perturbadas, rogad por todo aquel que sufre. La caridad no está
restringida a la Humanidad visible. Ella socorre y consuela también a los seres que pueblan el
espacio. Habéis tenido de ello la prueba palpable por la conversión tan rápida de este espíritu
enternecido por las oraciones espiritistas, hechas sobre la tumba del hombre de bien a quien acabáis
de preguntar y que desea haceros progresar en la santa senda.1 El amor no tiene límites, llena el
espacio, dando y recibiendo a sus divinos consuelos.
“El mar se extiende en perspectiva infinita. Su último límite parece confundirse con el cielo,
y el espíritu se deslumbra con el magnífico espectáculo de estas dos grandezas. Así es que el amor,
más profundo que las olas, más infinito que el espacio, debe reuniros a todos, hombres y espíritus,
en la misma comunión de caridad, y obrar la admirable fusión de lo que es finito y de lo que es
eterno.”
Georges
1. Alusión al espíritu de Bernard, quien se manifestó espontáneamente el día de los funerales del Sr.
Sanson (véase la Revista de mayo de 1862, p. 133).
JUSTICIA DIVINA CIELO E INFIERNO

LA TOLERANCIA


 
-¡Ay, madre! ¡Qué mañana tan hermosa...! Ya tenias tú razón que en el campo se debe madrugar para disfrutar de los encantos que tiene la Naturaleza.

-Me alegro que te convenzas, hijo mío, de que es una ingratitud no levantarse temprano para admirar la grandeza de Dios, porque lo que es la salida del Sol, aunque todos los días es lo mismo, como tú me decías ayer, no por eso deja de ser menos admirable la vida que difunde con su luz, con su calor; parece que el Sol dice a la Humanidad: ¡Buenos días! ¡Buenos días! Ya estoy entre vosotros.

-Sí, mamá, sí; tienes muchísisma razón. ¡Estoy contentísimo de haber venido; qué bien hemos almorzado! Pero ahora falta lo mejor; falta la historia.

-Es muy tarde ya; nos hemos entretenido demasiado en la fuente y tu padre nos estará esperando.

-No, no nos estará esperando, porque él me dijo que nos vendría a buscar al bosque después de despedir a mi tío; no te escapas, no; ayer me dijiste que hablarías sobre la tolerancia; pues, comienza con ser tolerante con mi exigente impaciencia.

-¿Y por qué no comienzas tú con tolerar una prórroga esperando hasta mañana? Hoy estoy muy cansada; hemos andado mucho.

-No, no; no transijo; estoy en ascuas por saber qué es lo que puede conseguir la tolerancia.

-Dices, ¡qué es lo que puede conseguir? Todo se consigue sabiendo tolerar; sentémonos, pues, y escucha: ¿Te acuerdas de doña Margarita?

-¿La señora que vive en el piso cuarto de nuestra casa?

-Sí, la misma; ¿qué te parece dicha señora?

-Yo creo que es una santa; hasta la portera habla bien de ella, que es cuanto se puede decir.

-¿Y qué te parece a ti? ¿Es feliz, o desgraciada?

-Yo creo que es muy feliz, porque su esposo, si le preguntan quién es Dios, contesta que es su mujer; yo cuando subo a jugar con su sobrino Arturo, siempre los veo hablando amigablemente, como hablas tú con papá.

-Pues, mira; toda esa felicidad es obra de ella, porque antes era doña Margarita la mujer más desgraciada de la Tierra.

-¿Con este mismo marido?

-Sí, con éste, pues no ha tenido ningún otro; se casó muy joven, casi una niña, y ha sufrido diez años de martirio.

-¡Diez años...!

-Sí, diez años; y para que veas lo que se puede conseguir con la tolerancia, escúchame con atención.

-¡Ya lo creo que te escucharé, porque has de saber que, después de ti y de mi papá, quizá sea doña Margarita la persona que yo más quiero en este mundo, porque es tan buena! ¡Si vieras lo que quiere a Arturo! Nunca le dice a su tío si no se sabe la lección, ni si mancha las planas, ni si pierde los libros, todo se lo dispensa; mira, tú no harías más por mí de lo que ella hace por el sobrino de su marido.

-Lo creo; está acostumbrada a ser un ángel de paz y de amor. Como te decía, al salir del colegio, su madrastra la casó enseguida para quitarse quebraderos de cabeza, y Margarita, al vestirse de largo fue para ponerse el traje de desposada y ceñir a sus sienes la corona de azahar.


Se casó con un joven muy rico, acostumbrado a satisfacer todos sus antojos, porque, no teniendo madre, su padre lo entregó a un sacerdote, que le servía de mentor, y maestro y discípulo llevaban una vida asaz desarreglada... Margarita, después de pasar con su esposo una semana en el campo, regresó a la ciudad muy desilusionada de su marido, porque conoció, aunque tarde, que iba a ser muy infeliz; pero convencida de que su mal ya no tenía remedio, pues no tenía donde volver los ojos, y animada al mismo tiempo por una esperanza muy consoladora, se propuso tolerar los innumerables defectos de su esposo, a ver si conseguía volver al redil a la oveja descarriada, que por cierto, no tenía el diablo por dónde desecharlo, porque le dominaban todos los vicios; pero Margarita, con una paciencia de santa, nunca le reconvenía por sus innumerables desaciertos, y ninguna noche se acostaba hasta venir su esposo, que por regla general se iba a casa cuando clareaba el alba, y como tenía la costumbre de comer algo antes de acostarse, ella le tenía la mesa puesta y todo muy bien preparado, acompañándole mientas él comía.


Él solía decirle: <<No seas tonta, mujer, acuéstate, no te mortifiques tanto; si piensas que voy a cambiar de conducta por tus desvelos, te llevas chasco; yo no puedo hacer otra vida; desde niño me he recogido a la madrugada y seguiré así hasta que me muera.>>


Ella se sonreía y le aseguraba que no se mortificaba esperándole, y él se encogía de hombros y seguía trasnochando, y lo que es peor aún, perdiendo en el juego su inmensa fortuna y el gran dote que llevó Margarita, llegando el caso de tener que despedir a la servidumbre, cambiar de casa y contentarse con vivir en un piso cuarto los que estaban acostumbrados a vivir en un palacio y a tener carruajes y caballos hermosos que llamaban la atención y ganaban premios en las carreras. Mas no por tantos contratiempos cambió de proceder el marido de Margarita; siguió jugando y perdiendo; su carácter se agrió extraordinariamente, y estar a su lado era estar en el infierno; pero Margarita no se daba por entendida con su esposo de lo que sufría, siempre le esperaba sonriente; lo único que hacía era que, en lugar de esperarle leyendo, le esperaba cosiendo o bordando, para ganar el sustento de los dos, porque llegaron a sentir hambre y sed, y por si esto no fuera bastante, una noche notó Margarita que su esposo estaba más preocupado que de costumbre, y le dijo:


-¿Qué tienes? ¿Qué te pasa? ¿Qué te sucede? ¿No sabes que tus penas son mías? Dime lo que te atormenta.


-Nada de particular, hasta cierto punto, porque como mi padre me enseñó el camino del juego, él también ha jugado y ha perdido, y hoy me mandó llamar para decirme que mañana pensaba irse al hospital, porque el único criado que le quedaba lo ha abandonado, y solo no puede quedar en el estado en que se encuentra, porque si no lo levantan del sillón o de la cama, él no puede moverse por sí mismo; así es que mañana te cuidas tú de acompañarlo al hospital, porque yo...al fin...es mi padre... y me repugna dar ese paso.


-Mañana -le dijo Margarita-, iré por tu padre y no lo llevaré al hospital


-Pues, ¿a dónde lo quieres llevar?


-¿A dónde? A casa de su hijo.


-Pero mujer, si hay días que ni tenemos pan para nosotros.


-¿Y eso qué importa? Tu padre morirá en mis brazos, si es que yo no me voy antes; es tu padre, y el padre de mi marido me pertenece.


-Tanto me da, haz lo que quieras.


Al día siguiente Margarita empeñó un colchón de su cama para pagar el coche en el cual colocó al padre de su esposo, al que cedió la mejor habitación de su modesta casa, y le cuidó con el mayor cariño, como la hija más amorosa; el anciano quedó paralizado por completo, hasta el alimento había que ponérselo en la boca, y Margarita, lo que nunca había hecho, recurrió a sus antiguas amistades, a las sociedades benéficas, a los sacerdotes más ricos, a todos pidió auxilio para mantener a su padre político; y durante dos años fue una verdadera hermana de la caridad; al fin, el anciano murió en sus brazos, y ayudada del portero de su casa, lo amortajó y lo dejó sobre su lecho, encendiendo cuatro velas; su marido llegó a comer, entró a ver el cadáver, se encogió de hombros y se marchó muy de prisa, y aquella noche Margarita se quedó sola velando al muerto.

A la madrugada llegó su esposo, como de costumbre, y Margarita le dijo así:


-Mira, esta noche no te acompaño mientras cenas, porque no quiero dejar solo a tu padre, ya que es la última noche que lo tenemos aquí.


Y se fue a sentar junto al cadáver. ¿Qué sintió entonces aquel hombre? Miró a su esposa, abriendo desmesuradamente los ojos, miró a su padre y cayó de rodillas ante Margarita llorando como un niño, diciendo entre sollozos:


-¡Soy un miserable...! ¡Me avergüenzo de mí mismo...! ¡Diez años de tormento no han vencido el heroísmo de esta mujer! ¡Margarita! ¡Alma superior! ¡Recíbeme en tus brazos, que yo te prometo, ante el cadáver de mi padre, ser tu esclavo; yo besaré el suelo que tú pises, yo no viviré más que para ti, yo trabajaré, yo arrancaré piedras de las canteras para darte el pan de cada día! ¡Margarita! ¡Perdóname...!


Margarita estrechó a su esposo contra su corazón, y los dos juntos besaron al muerto, diciendo Margarita:


-¡Padre mío! ¡Qué pronto me has dado la recompensa! Yo ponía el pan del cuerpo en tus labios, y tú me lo has devuelto dándome el pan del alma...


Desde aquella noche memorable, Margarita se ha conceptuado feliz; como su esposo estaba tan bien relacionado, pronto encontró colocación en casa de un antiguo amigo de su padre, y los diez años de tormento que sufrió Margarita, tolerando los abusos de su marido, le han sido recompensados con la admiración y el respeto de cuantos la conocen. Su marido ha publicado a son de trompetas todos los sufrimientos que ha soportado su esposa con verdadero heroísmo, con evangélica tolerancia, porque nunca tuvo para él una reconvención, ni una palabra ofensiva ni de doble sentido; siempre le respetó y le consideró sin herir en lo más leve su susceptibilidad. Con su tolerancia se ha conquistado un paraíso; ahora vive Margarita en la gloria. El sobrino de su esposo es para ella un hijo; ya ves, hijo mío, todo lo que se puede hacer con la verdadera tolerancia.


-Tienes razón, mamá, tienes razón; por algo yo encontraba en doña Margarita una atracción tan inexplicable, y era su virtud la que me atraía.


-Sí, hijo mío, sí; es indudablemente un espíritu superior, porque sólo un alma elevadísima puede devolver bien por mal, como ella ha hecho, sin sentir hacia el causante de sus males la más leve aversión; muy al contrario, sentía por su esposo una compasión inmensa, y mientras él más se hundía, más anhelaba ella levantarle.


-¿Sabes, mamá, que la tolerancia es una gran virtud?


-Para mí, hijo mío, es la madre de todas las virtudes, porque el que tolera, perdona, y el que perdona, olvida las ofensas, y olvidándolas...¡ama!


-Y mañana, ¿qué me contarás? Ya estoy deseando que llegue mañana.


-Yo también -dijo el padre del niño apareciendo de pronto ante su esposa y su hijo-, y que mañana yo quiero ser también de la partida.


-¡Ay, qué bien, papá, qué bien! Lo que me cuenta mamá me interesa más que todo cuanto he leído hasta ahora.


-Es natural, hijo mío; tu madre habla con el corazón, y el lenguaje del sentimiento es la música del infinito.


-Y dicen que la música domestica a las fieras.

-Eso dicen; conque tú, que eres un hijo muy bueno, mira si te aprovecharán los relatos de tu madre.


-¡Qué feliz soy...! Entre vosotros llegaré a ser grande.


-Sí, hijo mío, es grande todo el que quiere serlo, y procuraremos que lo seas por medio del amor, sobre el cual te hablaré mañana.

-¡De este modo, mañana será... la mañana


-¡Ay, madre! ¡Qué mañana tan hermosa...! Ya tenias tú razón que en el campo se debe madrugar para disfrutar de los encantos que tiene la Naturaleza.
-Me alegro que te convenzas, hijo mío, de que es una ingratitud no levantarse temprano para admirar la grandeza de Dios, porque lo que es la salida del Sol, aunque todos los días es lo mismo, como tú me decías ayer, no por eso deja de ser menos admirable la vida que difunde con su luz, con su calor; parece que el Sol dice a la Humanidad: ¡Buenos días! ¡Buenos días! Ya estoy entre vosotros.
-Sí, mamá, sí; tienes muchísisma razón. ¡Estoy contentísimo de haber venido; qué bien hemos almorzado! Pero ahora falta lo mejor; falta la historia.
-Es muy tarde ya; nos hemos entretenido demasiado en la fuente y tu padre nos estará esperando.
-No, no nos estará esperando, porque él me dijo que nos vendría a buscar al bosque después de despedir a mi tío; no te escapas, no; ayer me dijiste que hablarías sobre la tolerancia; pues, comienza con ser tolerante con mi exigente impaciencia.
-¿Y por qué no comienzas tú con tolerar una prórroga esperando hasta mañana? Hoy estoy muy cansada; hemos andado mucho.
-No, no; no transijo; estoy en ascuas por saber qué es lo que puede conseguir la tolerancia.
-Dices, ¡qué es lo que puede conseguir? Todo se consigue sabiendo tolerar; sentémonos, pues, y escucha: ¿Te acuerdas de doña Margarita?
-¿La señora que vive en el piso cuarto de nuestra casa?
-Sí, la misma; ¿qué te parece dicha señora?
-Yo creo que es una santa; hasta la portera habla bien de ella, que es cuanto se puede decir.
-¿Y qué te parece a ti? ¿Es feliz, o desgraciada?
-Yo creo que es muy feliz, porque su esposo, si le preguntan quién es Dios, contesta que es su mujer; yo cuando subo a jugar con su sobrino Arturo, siempre los veo hablando amigablemente, como hablas tú con papá.
-Pues, mira; toda esa felicidad es obra de ella, porque antes era doña Margarita la mujer más desgraciada de la Tierra.
-¿Con este mismo marido?
-Sí, con éste, pues no ha tenido ningún otro; se casó muy joven, casi una niña, y ha sufrido diez años de martirio.
-¡Diez años...!
-Sí, diez años; y para que veas lo que se puede conseguir con la tolerancia, escúchame con atención.
-¡Ya lo creo que te escucharé, porque has de saber que, después de ti y de mi papá, quizá sea doña Margarita la persona que yo más quiero en este mundo, porque es tan buena! ¡Si vieras lo que quiere a Arturo! Nunca le dice a su tío si no se sabe la lección, ni si mancha las planas, ni si pierde los libros, todo se lo dispensa; mira, tú no harías más por mí de lo que ella hace por el sobrino de su marido.
-Lo creo; está acostumbrada a ser un ángel de paz y de amor. Como te decía, al salir del colegio, su madrastra la casó enseguida para quitarse quebraderos de cabeza, y Margarita, al vestirse de largo fue para ponerse el traje de desposada y ceñir a sus sienes la corona de azahar.
Se casó con un joven muy rico, acostumbrado a satisfacer todos sus antojos, porque, no teniendo madre, su padre lo entregó a un sacerdote, que le servía de mentor, y maestro y discípulo llevaban una vida asaz desarreglada... Margarita, después de pasar con su esposo una semana en el campo, regresó a la ciudad muy desilusionada de su marido, porque conoció, aunque tarde, que iba a ser muy infeliz; pero convencida de que su mal ya no tenía remedio, pues no tenía donde volver los ojos, y animada al mismo tiempo por una esperanza muy consoladora, se propuso tolerar los innumerables defectos de su esposo, a ver si conseguía volver al redil a la oveja descarriada, que por cierto, no tenía el diablo por dónde desecharlo, porque le dominaban todos los vicios; pero Margarita, con una paciencia de santa, nunca le reconvenía por sus innumerables desaciertos, y ninguna noche se acostaba hasta venir su esposo, que por regla general se iba a casa cuando clareaba el alba, y como tenía la costumbre de comer algo antes de acostarse, ella le tenía la mesa puesta y todo muy bien preparado, acompañándole mientas él comía.
Él solía decirle: <<No seas tonta, mujer, acuéstate, no te mortifiques tanto; si piensas que voy a cambiar de conducta por tus desvelos, te llevas chasco; yo no puedo hacer otra vida; desde niño me he recogido a la madrugada y seguiré así hasta que me muera.>>
Ella se sonreía y le aseguraba que no se mortificaba esperándole, y él se encogía de hombros y seguía trasnochando, y lo que es peor aún, perdiendo en el juego su inmensa fortuna y el gran dote que llevó Margarita, llegando el caso de tener que despedir a la servidumbre, cambiar de casa y contentarse con vivir en un piso cuarto los que estaban acostumbrados a vivir en un palacio y a tener carruajes y caballos hermosos que llamaban la atención y ganaban premios en las carreras. Mas no por tantos contratiempos cambió de proceder el marido de Margarita; siguió jugando y perdiendo; su carácter se agrió extraordinariamente, y estar a su lado era estar en el infierno; pero Margarita no se daba por entendida con su esposo de lo que sufría, siempre le esperaba sonriente; lo único que hacía era que, en lugar de esperarle leyendo, le esperaba cosiendo o bordando, para ganar el sustento de los dos, porque llegaron a sentir hambre y sed, y por si esto no fuera bastante, una noche notó Margarita que su esposo estaba más preocupado que de costumbre, y le dijo:
-¿Qué tienes? ¿Qué te pasa? ¿Qué te sucede? ¿No sabes que tus penas son mías? Dime lo que te atormenta.
-Nada de particular, hasta cierto punto, porque como mi padre me enseñó el camino del juego, él también ha jugado y ha perdido, y hoy me mandó llamar para decirme que mañana pensaba irse al hospital, porque el único criado que le quedaba lo ha abandonado, y solo no puede quedar en el estado en que se encuentra, porque si no lo levantan del sillón o de la cama, él no puede moverse por sí mismo; así es que mañana te cuidas tú de acompañarlo al hospital, porque yo...al fin...es mi padre... y me repugna dar ese paso.
-Mañana -le dijo Margarita-, iré por tu padre y no lo llevaré al hospital
-Pues, ¿a dónde lo quieres llevar?
-¿A dónde? A casa de su hijo.
-Pero mujer, si hay días que ni tenemos pan para nosotros.
-¿Y eso qué importa? Tu padre morirá en mis brazos, si es que yo no me voy antes; es tu padre, y el padre de mi marido me pertenece.
-Tanto me da, haz lo que quieras.
Al día siguiente Margarita empeñó un colchón de su cama para pagar el coche en el cual colocó al padre de su esposo, al que cedió la mejor habitación de su modesta casa, y le cuidó con el mayor cariño, como la hija más amorosa; el anciano quedó paralizado por completo, hasta el alimento había que ponérselo en la boca, y Margarita, lo que nunca había hecho, recurrió a sus antiguas amistades, a las sociedades benéficas, a los sacerdotes más ricos, a todos pidió auxilio para mantener a su padre político; y durante dos años fue una verdadera hermana de la caridad; al fin, el anciano murió en sus brazos, y ayudada del portero de su casa, lo amortajó y lo dejó sobre su lecho, encendiendo cuatro velas; su marido llegó a comer, entró a ver el cadáver, se encogió de hombros y se marchó muy de prisa, y aquella noche Margarita se quedó sola velando al muerto.
A la madrugada llegó su esposo, como de costumbre, y Margarita le dijo así:
-Mira, esta noche no te acompaño mientras cenas, porque no quiero dejar solo a tu padre, ya que es la última noche que lo tenemos aquí.
Y se fue a sentar junto al cadáver. ¿Qué sintió entonces aquel hombre? Miró a su esposa, abriendo desmesuradamente los ojos, miró a su padre y cayó de rodillas ante Margarita llorando como un niño, diciendo entre sollozos:
-¡Soy un miserable...! ¡Me avergüenzo de mí mismo...! ¡Diez años de tormento no han vencido el heroísmo de esta mujer! ¡Margarita! ¡Alma superior! ¡Recíbeme en tus brazos, que yo te prometo, ante el cadáver de mi padre, ser tu esclavo; yo besaré el suelo que tú pises, yo no viviré más que para ti, yo trabajaré, yo arrancaré piedras de las canteras para darte el pan de cada día! ¡Margarita! ¡Perdóname...!
Margarita estrechó a su esposo contra su corazón, y los dos juntos besaron al muerto, diciendo Margarita:
-¡Padre mío! ¡Qué pronto me has dado la recompensa! Yo ponía el pan del cuerpo en tus labios, y tú me lo has devuelto dándome el pan del alma...
Desde aquella noche memorable, Margarita se ha conceptuado feliz; como su esposo estaba tan bien relacionado, pronto encontró colocación en casa de un antiguo amigo de su padre, y los diez años de tormento que sufrió Margarita, tolerando los abusos de su marido, le han sido recompensados con la admiración y el respeto de cuantos la conocen. Su marido ha publicado a son de trompetas todos los sufrimientos que ha soportado su esposa con verdadero heroísmo, con evangélica tolerancia, porque nunca tuvo para él una reconvención, ni una palabra ofensiva ni de doble sentido; siempre le respetó y le consideró sin herir en lo más leve su susceptibilidad. Con su tolerancia se ha conquistado un paraíso; ahora vive Margarita en la gloria. El sobrino de su esposo es para ella un hijo; ya ves, hijo mío, todo lo que se puede hacer con la verdadera tolerancia.
-Tienes razón, mamá, tienes razón; por algo yo encontraba en doña Margarita una atracción tan inexplicable, y era su virtud la que me atraía.
-Sí, hijo mío, sí; es indudablemente un espíritu superior, porque sólo un alma elevadísima puede devolver bien por mal, como ella ha hecho, sin sentir hacia el causante de sus males la más leve aversión; muy al contrario, sentía por su esposo una compasión inmensa, y mientras él más se hundía, más anhelaba ella levantarle.
-¿Sabes, mamá, que la tolerancia es una gran virtud?
-Para mí, hijo mío, es la madre de todas las virtudes, porque el que tolera, perdona, y el que perdona, olvida las ofensas, y olvidándolas...¡ama!
-Y mañana, ¿qué me contarás? Ya estoy deseando que llegue mañana.
-Yo también -dijo el padre del niño apareciendo de pronto ante su esposa y su hijo-, y que mañana yo quiero ser también de la partida.
-¡Ay, qué bien, papá, qué bien! Lo que me cuenta mamá me interesa más que todo cuanto he leído hasta ahora.
-Es natural, hijo mío; tu madre habla con el corazón, y el lenguaje del sentimiento es la música del infinito.
-Y dicen que la música domestica a las fieras.
-Eso dicen; conque tú, que eres un hijo muy bueno, mira si te aprovecharán los relatos de tu madre.
-¡Qué feliz soy...! Entre vosotros llegaré a ser grande.
-Sí, hijo mío, es grande todo el que quiere serlo, y procuraremos que lo seas por medio del amor, sobre el cual te hablaré mañana.
-¡De este modo, mañana será... la mañana del amor!

ESFUERZO Y ORACION


"Y, despedida a la multitud, subió al monte a fin de orar, aparte. Y, llegar ya la tarde, estaba allí solo. - (Mateo, 14:23.)
De vez en cuando, surgen grupos religiosos que preconizan el retiro absoluto de las luchas humanas para los servicios de la oración.
En ese particular, entretanto, el Maestro es siempre la fuente de las enseñanzas vivas el trabajo y la oración son dos características de su actividad divina.
Jesús nunca se encerró a distancia de las criaturas, con el fin de permanecer en contemplación absoluta de los cuadros divinos que iluminaban el corazón, sino también cultivó la oración en su altura celestial.
Despedida la multitud, terminado el esfuerzo diario, establecía la pausa necesaria para meditar, aparte, comulgando con el Padre, en la oración solitaria y sublime.
Si alguien permanece en la Tierra, es con el objetivo de alcanzar un punto más alto, en las expresiones evolutivas, por el trabajo que fue convocado hacer. Y, por la oración, el hombre recibe de Dios el auxilio indispensable a la santificación de la tarea.
Esfuerzo Y oración se complementan en el todo de la actividad espiritual.
La criatura que sólo trabajase, sin método y sin descanso, acabaría desesperada, en horrible sequedad el corazón; aquélla que sólo se mantuviese arrodillada, estaría amenazada de sucumbir por la parálisis y ociosidad.
La oración ilumina el trabajo, y la acción es como un libro de luz en la vida espiritualizada.
Cuida de sus deberes porque para eso permanece en el mundo, pero nunca te olvides de ése monte, localizado en tus sentimientos más nobles, a fin de orar "aparte", recordando al Señor.

viernes, 24 de abril de 2015

LA MODESTIA



Con mucho cariño para los niños que desde temprana a edad comienzan a indagar y analizar cada una de sus vivencias de la vida cotidiana para ejercer el control de sus vidas amparados en las grandes virtudes.
Hoy el primer dia en que haremos un recorrido por las grandes Virtudes, con la ayuda de nuestra amiga Amalia Domingo Soler. Un abrazo a todos y que lo disfruten. Leanlo, compartanlo y disfrutenlo...


HISTORIA QUE ENSEÑA SOBRE LA MODESTIA.

-¡Ay, mamá! ¿Cuándo nos volvemos a Barcelona?
-¡Muchacho! ¿Estás en tu juicio? ¿Acabamos de llegar, como quien dice, y ya te quieres volver?
-Es que estoy muy aburrido, y como el director del colegio y el médico le dijeron a papá que no me dejaran coger un libro, ni Dios entra en la biblioteca; la tiene cerrada a cal y canto, y no sé qué hacer; acostumbrado como estoy a leer de noche y de día, me aburro soberanamente.
-Pues, mira; si sigues mis consejos y mis instrucciones no te aburrirás; desde mañana comenzaremos la nueva vida.
-¿Y qué haremos, mamá? ¿Qué haremos?
-Nos levantaremos muy temprano, tan temprano que aún veremos las estrellas.
-Ya no me gusta el principio.
-¿Qué sabes tú, muñeco?
-Yo lo que sé es que me gusta mucho dormir por la mañana.
-Pues, al campo no se viene a dormir; se viene a madrugar para ver la salida del Sol.
-Pero, si es siempre lo mismo; con una vez que la veamos al año basta.
-¿Qué sabes tú muchacho? Escucha y calla.
-Bueno, pues quedamos en que nos levantaremos con las estrellas, como si tuviéramos que ir con las burras de leche a Barcelona. ¿Y qué más?
-¿Qué más? Que nos beberemos un buen vaso de leche que tú mismo ordeñaras de la vaca negra, aquélla que te gusta a ti tanto.
-¡Ah, sí! Ya lo creo que me gusta; juego con ella como si fuera otro chiquillo como yo. ¿Y qué haremos después?
-¿Después? Prepararemos el primer almuerzo: unas buenas lonjas de jamón, medio pan tierno y calentito, una botellita de vino, y la fruta ya la cogeremos de los perales, de los melocotoneros, de los manzanos, de los ciruelos, de las parras o de las viñas; pasearemos por los bosques, subiremos cada día a la cumbre de una montaña, y descansaremos junto a la fuente que más nos agrade, y después de pasear y de admirar los innumerables encantos de la Naturaleza, ya que no puedes leer, yo te contaré cada día una historia, un episodio interesante, un hecho sensacional de los que guarda mi memoria, porque aquí donde me ves, tan a la buena de Dios, como tú dices, yo no he sabido mecer la cuna de mis hijos sin tener un libro ante mis ojos; no es extraño que seas tan aficionado a la lectura, porque yo, cuando tu padre está de viaje, tomo el chocolate leyendo; si no, no puedo tragar bocado.
-Me gusta el plan expuesto; y tanto me gusta, que no quiero esperar a mañana para dar comienzo a ponerlo en práctica, y aunque hoy no nos hemos levantado con estrellas, ni hemos correteado por el campo, aquí, en este rinconcito del jardín, bajo este toldo de madreselva, me contarás la primera historia.
-No, hijo mío; empezaremos mañana.
-No, no; dice el director del colegio que la cera que va por delante es la que alumbra. ¿Mañana! ¿quién sabe si viviéremos mañana!
-Calla, hijo mío; no digas eso ni en broma.
-Pues, si no quieres que lo repita, empieza el cuento, es decir, no quiero que me cuentes cuentos; quiero relatos verídicos, pues dice el director del colegio que las novelas no hacen más que embrollar los entendimientos.
-Descuida, chiquillo, descuida; yo tampoco quiero contar novelas, aunque bien considerado, ¿qué es la vida? Una novela de folletín, que vamos escribiendo cada uno por su cuenta, y que al entregarnos por la noche al sueño, decimos al cerrar los ojos: Se continuará.
www.espiritismo.cc 5FEE Las grandes virtudes Amalia Domingo Soler 6
-Tienes razón, mamá; pero no te vayas escapando con tus reflexiones, yo quiero la primera historia.
-¡Ay! Bien dicen que a <<chiquillos y a santos, no prometas que no cumplas>>.
-Justo, justo, lo prometido es deuda; sentémonos muy juntitos el uno al otro, para que no se me escape ninguna de tus palabras; comienza, pues.
-Pues, mira, leí hace poco tiempo un episodio histórico que me llamó mucho la atención, por mas que estaba escrito en forma de cuento.
-¿En forma de cuento? Pues, ¿cómo empezaba?
-Empezaba diciendo así: <<Era una vez un rey, a quien al llegar su mayor edad, le dijeron el regente del reino y sus consejeros, que tenía que tomar estado para asegurar la posesión de su trono, contando con que Dios le daría frutos de bendición en su matrimonio; y el joven rey, que no era tartamudo ni escaso de inteligencia, les contestó lo siguiente: <<Bueno, está bien; yo estoy conforme en contraer matrimonio, pero no me quiero casar por la razón de Estado; me quiero casar como se casan los pobres, por amor; quiero estar enamorado de mi esposa; tanto me da que sea de estirpe real, como una pobre plebeya; lo que yo quiero es que me guste y que ella me ame y me comprenda; así, pues, quedo que se celebren tres concursos: el primero de mujeres hermosas, el segundo de mujeres sabias y el tercero de mujeres buenas, y entre tantas mujeres reunidas, miraré a ver si encuentro mi media naranja.>>
El regente y los ministros, aunque no de muy buen grado, trataron de complacer al rey; se ofrecieron valiosísimos premios, y en corto plazo se consiguió reunir lo que el rey deseaba: un gran número de mujeres encantadoras, las unas por su belleza, las otras por su talento y esas otras por sus virtudes.
Llegó el día señalado y se llenaron los salones del palacio del rey de mujeres bonitas, sabias y buenas; el rey mariposeó entre todas ellas, dirigiéndoles las más dulces palabras, los cumplidos más ingeniosos y las más sentidas salutaciones, a las unas por su belleza, a las otras por su talento y a esas otras por su bondad y su piedad evangélicas.
Todas fueron obsequiadas, las unas con ricas joyas, las otras con libros de gran valía, y las que descollaban por su amor a los pobres, recibieron grandes bolsas de seda llenas de monedas de oro para los necesitados.
Todas se fueron muy contentas de la amabilidad del joven monarca; pero éste se quedó muy desilusionado, muy descontento de todas ellas, y cuando sus ministros le preguntaron qué le había parecido aquel enjambre de mujeres notables, dijo con marcado desabrimiento: "Entre las mujeres bonitas las hay verdaderamente seductoras; pero.... todas ellas tienen la cabeza vacía. ¿No sabéis lo que se cuenta del encargo que hizo Dios a San Pedro?
No, señor, lo ignoramos -contestaron los ministros-. Pues escuchad; cuenta la historia que Dios le dijo a San Pedro: 'Mira, prepara dos calderos enormes, y los llenas, el uno de sesos y el otro de sopas, y en cada caldero pones un buen cucharón, y conforme yo te vaya mandando niños y niñas con la cabeza abierta, tú vas echando en cada una de ellas una cucharada de sesos y otra de sopa, y de ese modo se llenará la Tierra de medianías y vivirán felices los terrenales, porque no serán ni tontos ni sabios.'
San Pedro le dijo a Dios que estuviera tranquilo, que cumpliría fielmente sus órdenes; pero el bueno de San Pedro, como era tan viejo, a lo mejor se equivocaba y echaba en una cabeza dos cucharadas de sopas y en otra dos de sesos, y claro está, al que no le echaron más que sopas, careció toda su vida de sesos...Pues así están las mujeres bonitas que han acudido al concurso de belleza; son hermosas cabezas, pero sin sesos; en cuanto a las sabias, son el orgullo andando y no se puede ir con ellas a ninguna parte, y respecto a las mujeres piadosas, serán muy buenas para asistir a los enfermos; pero...ninguna de ellas me
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ha gustado; yo busco otra cosa en la mujer y ya me ingeniaré para encontrarlo. Por lo pronto, quiero entrar de jardinero en un convento de monjas donde haya educandas; iré bien disfrazado, me taparé un ojo con una venda negra, y sólo el capellán del convento sabrá quién soy, y así de ese modo, cuando las educandas jueguen en el jardín, escucharé sus conversaciones, a ver si allí encuentro lo que hasta ahora no he podido encontrar."
Y dicho y hecho; el rey se disfrazó y entró de jardinero en un convento donde se educaban la mayor parte de las niñas nobles que había en la corte; allí permaneció varios días, hasta que una tarde que arrancaba hierba en un parterre del jardín, vio a dos muchachas de unos veinte años que entraron en un cenador y se sentaron a descansar; la una era muy bonita y se llamaba María, la otra no era ni fea ni bella y se llamaba Luisa; las dos comenzaron a hablar muy alto, sin cuidarse del jardinero, que era todo oídos para no perder ni una palabra del diálogo de las dos jóvenes. María, que hablaba más que siete, le dijo a Luisa: ¿Has visto que chasco se han llevado las que se presentaron en palacio?
-Sí, ya lo sé; parece que el rey les dio calabazas a todas ellas, y les está bien empleado por presuntuosas.
-Pues, mira, tu hermana está entre ellas.
-Ya lo sé, y bastante los sentí que fuera.
-Pero, oye, ¿tú te figuras que todas son tan tontas como tú, que te parece que estorbas en todas partes? Todos los extremos son viciosos.
-No exageres, María, no exageres; pero yo pienso que es mucha petulancia creerse muy bella, o muy sabia, o muy buena; perfecto no hay nadie en este mundo, y necio es el que se crea superior a los demás.
-¡Bah! ¡Bah! Ya está bien puesto el mote que llevas encima.
-¡Sí, sí; ya sé que me dicen por mal nombre Santa modestia!
-¡Por mal nombre? -dijo el jardinero entrando en el cenador.
Las dos muchachas le miraron y se echaron a reír, diciéndole María:
-¿Y a ti, quién te da vela en este entierro? ¡Si la superiora te viera...!
-¡Ya me voy, ya me voy; buenas tardes, Santa modestia!
Y el rey salió del cenador, más contento que Colón cuando divisó el mundo soñado y pudo decir: "¡Tierra!"
Un mes después se casó el rey con Santa modestia, diciendo a sus ministros:
-Ya encontré lo que buscaba; ya encontré una mujer verdaderamente modesta. ¡Cuántas gracias tengo que darle a Dios...!>>
-¡Ay, mamá, qué rey tan sabio! Pues, mira, cuando yo sea hombre buscaré una mujer como Santa modestia.
-Búscala como es tu madre -dijo el padre acariciando al niño-. Sin que vosotros me vierais, he estado escuchando cuanto habéis hablado. Yo, sin ser rey, también me ingenié a mi manera para hallar una mujer sencilla y buena, sin pretensiones de ser hermosa, ni de ser sabia, ni de ser piadosa..., y como no tenía pretensiones de nada, reunía todas las virtudes.
El niño abrazó a su madre, diciéndole:
-¡Qué buen principio hemos tenido! Me ha gustado muchísimo la historia que me has contado. Mañana nos levantaremos con estrellas, beberemos leche, almorzaremos en el bosque y luego, ¿qué me contarás?
-Lo que se consigue con la tolerancia.