jueves, 31 de marzo de 2016

DESENCARNACION DE ALLAN KARDEC

Recordando insigne codificador:
“Continuad derramando sobre vuestros discípulos la ayuda benigna y poderosa; ¡la obra se cumplirá!… y vuestro nombre, gravado en el panteón de la Historia, entre aquellos de los benefactores de la Humanidad, se transmitirá de edad en edad como en los profetas antiguos” Levent, 1870.

En el día en que Allan Kardec desencarnaba, constituyendo este hecho una dolorosa sorpresa para todos sus amigos y para los espiritas en general, en ese mismo día el Sr E.Muller, gran amigo del Codificador y de su digna esposa, así se expresaba por carta al Sr Finet:
París, 31 de Marzo de 1869.

Amigo:
Ahora, que ya estoy un poco más calmado, os escribo. Enviándoos mi aviso, como lo hice tal vez haya obrado un tanto brutalmente, pero me parecía que debíais recibir la comunicación inmediata de su fallecimiento. He aquí algunos pormenores:

Murió esta mañana, entre las once y las doce horas, súbitamente, al entregar un numero de la Revue a un cajero de librería que acabada de comprarlo; él se curvo sobre sí mismo, sin decir ninguna palabra: estaba muerto.

Solo en su casa (Calle de Sant’Ana), Kardec puso en orden sus libros y papeles para la mudanza que se iba realizando y que debería terminar mañana. Su empleado, al oír los gritos de la criada y del cajero, corrió al local, lo levanto…nada, nada más. Delanne acudió con toda la rapidez, le hizo masajes, lo magnetizo, pero en vano, todo había acabado.

Vengo de verlo. Entrando en la casa, con muebles y utensilios diversos atascando la entrada, puede ver, por la puerta abierta de la gran sala de sesiones, el desorden que acompaña a los preparativos para una mudanza de domicilio; introducido en una pequeña sala de visitas, que conocéis bien, con su tapete encarnado y sus muebles antiguos, encontré a la Sra Kardec sentada en el canapé, de frente para la chimenea; al lado suyo, el Sr Delanne; delante de ellos, sobre los colchones colocados en el suelo, junto a la puerta de la pequeña sala del comedor, yacía el cuerpo, restos inanimados de aquel que todos amamos.

Su cabeza, envuelta en parte por un pañuelo blanco atado bajo la barbilla, dejaba ver toda la cara, que parecía reposar dulcemente y experimentar la suave y serena satisfacción del deber cumplido. Nada de tétrico marcara el pasaje de su muerte, si no fuese por la falta de respiración, se diría que estaba durmiendo.
Le cubría el cuerpo una manta de lana blanca, que, junto a los hombros, dejaba ver el cuello de robe de chambre, la ropa que vestía cuando fue fulminado; a sus pies, como que abandonadas, sus chinelas y calcetines parecían poseer aun el calor de su cuerpo. Todo esto era triste, y, entre tanto, un sentimiento de dulce tranquilidad nos penetraba el alma; todo en la casa era desorden, caos, muerte, pero todo ahí parecía tranquilo, risueño y dulce, y, delante de aquellos restos, forzosamente meditamos en el futuro.

Os dije que el viernes lo enterraríamos, pero aun no sabemos a qué hora; esta noche su cuerpo está siendo velado por Desliens e Tailleur; mañana será por Delanne e Morin.
Se busco, entre sus papeles, sus últimas voluntades, si es que las escribió; de cualquier forma, el entierro será puramente civil.

Os escribiré, dándoos los pormenores de la ceremonia.

Mañana, creo yo, cuidaremos en nombrar un comisión de espiritas mas unidos a la Causa, aquellos que mejor conocen las necesidades, a fin de aguardar y de saber que se irá hacer.
De todo corazón, vuestro amigo.
 Muller
Fuente: Reformador, marzo de 1969. Centenario de la desencarnación de Kardec. P8

lunes, 28 de marzo de 2016

SOCIALISMO Y DOCRINA ESPIRITA CON KARDEC

Puesto que el progreso es una condición de la humana naturaleza, nadie tiene poder para oponérsele. Es una fuerza viva que las malas leyes pueden retrasar, pero no ahogar. Cuando esas leyes se tornan incompatibles con él, el mismo progreso las arrasa, junto con todos aquellos que se esfuerzan por mantenerlas vigentes, y así seguirá ocurriendo hasta que el hombre haya puesto sus leyes de acuerdo con la justicia divina, que desea el bien para todos y no admite leyes sancionadas por el fuerte en detrimento del débil" (El Libro de los Espíritus, parágrafo 781a.).
"El hombre no puede permanecer para siempre en la ignorancia, porque debe llegar a la meta que la Providencia le señala. Así pues, se va ilustrando por la fuerza misma de las circunstancias. Las revoluciones morales, como las sociales, se infiltran de manera paulatina en las ideas, germinan durante siglos y después estallan de súbito y hacen que se desplome el carcomido edificio del pasado, que no armoniza ya con las nuevas necesidades y las aspiraciones también nuevas.
"Con frecuencia el hombre no ve en esas conmociones más que la confusión y el desorden momentáneos que lesionan sus intereses materiales. Pero aquel que eleva el pensamiento por encima de su propia persona admira los designios de la Providencia, que del mal hace surgir el bien. Es la tempestad que purifica la atmósfera después de haberla agitado" (El Libro de los Espíritus, parágrafo 783).
"Todo es armonía en la Creación; todo revela una previsión que no se desmiente ni en las cosas pequeñas ni en las grandes. En principio, debemos apartar toda idea caprichosa inconciliable con la sabiduría divina; y en segundo término, si nuestra época está marcada para el cumplimiento de ciertas cosas, es porque tienen su razón de ser en la marcha general del conjunto.
"Una vez sentado este principio, diremos que nuestro planeta, así como todo lo que existe, está sujeto a la ley del progreso. Progresa físicamente por la transformación de los elementos que lo componen y, moralmente, por la depuración de los Espíritus encarnados y desencarnados que lo pueblan. Estos dos progresos se relacionan y avanzan paralelamente, puesto que la perfección de la habitación está en relación con la del habitante.
[...] "Ese doble progreso se verifica de dos modos: el uno, lento, gradual e insensible; el otro, caracterizado por cambios más bruscos, con cada uno de los cuales se opera un movimiento ascensional más rápido que marca con caracteres ostensibles los períodos progresivos de la humanidad. Esos movimientos, subordinados en los detalles al libre albedrío de los hombres son, en cierto modo, fatales en el conjunto, porque se encuentran sometidos a leyes, como los que se operan en la germinación, crecimiento y madurez de las plantas; por ese motivo el movimiento progresivo es a veces parcial, es decir, limitado a una raza o nación, y otras es general.
"El progreso de la humanidad, de acuerdo con lo dicho, se efectúa en virtud de una ley; ahora bien, como todas las leyes de la Naturaleza son obra eterna de la sabiduría y presciencia divinas, todo lo que es efecto de esas leyes es el resultado de la voluntad de Dios y no de una voluntad accidental y caprichosa; es el producto de una voluntad inmutable. Por lo tanto, desde el momento en que la humanidad está madura para ascender un grado, se puede establecer que los tiempos señalados por Dios han llegado, como se puede decir también que tal estación ha llegado por la madurez que se observa en los frutos.
"Porque el movimiento progresivo de la humanidad sea inevitable, en razón de que está en la Naturaleza misma, no se infiere que Dios sea indiferente a él, y que después de haber establecido leyes haya vuelto a la inactividad, dejando las cosas seguir su curso por sí solas. Sus leyes son eternas e inmutables, no hay duda, así como su voluntad también es eterna y constante y su pensamiento anima todas las cosas sin intermisión. Este pensamiento divino, que todo lo penetra, es la fuerza inteligente y permanente que mantiene en armonía al Universo. Si este pensamiento dejara de actuar un solo instante, el Cosmos podría compararse a un reloj sin péndulo regulador. Dios vela constantemente por la ejecución de sus leyes, y los Espíritus, que pueblan el Espacio, son sus ministros encargados de los detalles, conforme con las atribuciones inherentes a su grado de adelanto".
[...] "La humanidad ha realizado hasta hoy indiscutibles progresos; los hombres, gracias a su inteligencia, han obtenido resultados jamás alcanzados en lo que respecta a la ciencia, el arte y el bienestar general; pero les queda aún por realizar un inmenso progreso: hacer reinar entre sí la caridad, la fraternidad y la solidaridad para asegurar el bienestar moral. No podían lograrlo con sus creencias, ni con sus instituciones vetustas -vestigio de otra edad-, adecuadas a una cierta época, suficientes para un momento de transición, pero que, habiendo dado ya lo que podían dar, resultarían hoy una rémora. No es sólo el desarrollo intelectual lo que el hombre necesita, requiere elevación de sentimientos, lo cual, para lograrlo, es menester destruir en él todo lo que pueda sobreexcitar el egoísmo y la soberbia.
"Tal es el período en el que vamos a entrar y que señalará una de las más importantes fases de la humanidad. Esta etapa, actualmente en elaboración, es el complemento necesario del estado precedente, así como la edad viril

es el complemento de la juventud; podía, por lo tanto, ser prevista y predicha de antemano, y es esa la razón por la que se dice que los tiempos señalados por Dios han llegado.
"En esta ocasión, no se trata de un cambio parcial, de una renovación circunscripta a una nación, a un pueblo, a una raza; se trata de un movimiento universal que se opera en beneficio del progreso moral. Tiende a establecerse un nuevo orden de cosas, y los mismos que a ello se oponen con más empeño, coadyuvan a él sin saberlo. La generación futura, libre de las escorias del viejo mundo y formada por elementos más puros, estará animada por ideas y sentimientos muy diferentes de los que nutren a la generación actual, que se va a pasos agigantados. El viejo mundo habrá muerto y vivirá en la historia, como sucede hoy con la Edad Media y sus costumbres bárbaras e ideas supersticiosas.
"En cuanto a lo demás, sabemos que el orden de cosas actual deja aún no poco que desear; después de haber agotado, en cierta manera, los mayores logros en cuanto al bienestar material, producto de la inteligencia, se llega a comprender que el complemento de ese bienestar sólo puede hallarse en el desarrollo moral. Cuanto más se avanza, más se siente lo que falta, sin poder, no obstante, definirlo claramente: es el efecto del trabajo íntimo que se opera para la regeneración; se tienen deseos y aspiraciones que son como el presentimiento de un estado mejor.
"Pero un cambio tan radical como el que se está elaborando no puede llevarse a cabo sin perturbaciones; hay una lucha inevitable en las ideas. Ese conflicto originará forzosamente perturbaciones temporarias, hasta que el terreno haya sido desbrozado y el equilibrio restablecido. Los graves acontecimientos anunciados surgirán de esa lucha de ideas y de ningún modo de cataclismos o catástrofes puramente materiales. Los cataclismos generales eran consecuencia del estado de formación de la Tierra; hoy ya no se agitan las entrañas del globo, sino las de la humanidad" (La Génesis, los Milagros y las Profecías según el Espiritismo, XVIII:2, 3, 5, 6 y 7).

 

martes, 15 de marzo de 2016

CADA UNO SE VUELQUE A SI MISMO

 Por el momento, lo que importa es que cada uno se vuelque hacia sí mismo; para ello la Espiritualidad ayudará. Una nación sin ideal, sin un fin elevado, va en pos de su destrucción. Además de esto, los círculos políticos más opuestos deben inspirarse en un ideal superior, un ideal que se alíe al racionalismo más amplio.
¡Conócete a ti mismo!, decía la sabiduría antigua. Pero lo que el hombre menos conoce es lo relacionado con lo que es él mismo, y de esa ignorancia devienen la mayor parte de sus errores, de sus debilidades y de sus males. El hombre moderno no se interesa más que por su cuerpo material, y esto es, precisamente, lo que hay de menos esencial en nosotros. La parte sutil e imponderable de nuestro Ser, aquella que escapa a nuestros sentidos, la cual, perteneciendo a ese mundo invisible del cual venimos en ocasión de nuestro nacimiento y al que regresamos cuando morimos, es la que constituye el mundo de las causas, de las sanciones, la única permanente y durable.
 
Esa forma invisible e impalpable que sustenta a nuestro cuerpo durante la vigilia, que de él se desprende durante el sueño y después de la muerte es, a través del tiempo, la sede de nuestra alma y de sus facultades: la conciencia, la razón, el sentimiento y la voluntad. Por ella estamos ligados a un orden superior y divino y, por ella, somos imperecederos.
 
En ella está también la fuerza de las intuiciones profundas, de las inspiraciones que iluminan a nuestro Ser cuando nos sabemos abstener de las influencias materiales y dar libre curso a las fuerzas ocultas que residen en nosotros. Pero el hombre muy raramente oye las voces que hablan en él, distraído como está por las preocupaciones exteriores.
 
Si supiésemos leer en el bello libro de la conciencia, en él encontraríamos el reflejo de todas las leyes superiores. Pero como las voces de la conciencia, la fuente de las inspiraciones son sofocadas, ahogadas bajo la suma de los intereses y de las pasiones materiales, la enseñanza de los Espíritus viene a restablecer la ley moral, llamándonos a cumplir las reglas de la vida aquí, en este mundo y en el más allá. Y es gracias a esa enseñanza que la justicia se nos muestra como una norma del Universo, no más la justicia humana, siempre defectuosa, sino la justicia divina, infalible, insuflada de misericordia.
 
Nada de penas eternas, sino la posibilidad, para todos los culpables, de la reparación, de la rehabilitación por la expiación, por el dolor. Nada de paraísos, de infiernos, de purgatorios que se abren y se cierran por medio de oraciones pagadas. Tampoco lo irracional donde se confunden en desorden, sin distinción y sin mañana, el bien y el mal, lo justo y lo injusto, el asesino y la víctima. Pero sí la certeza de que no hay separación definitiva para aquellos que se han amado; la perspectiva de volvernos a ver, después de la sanción común que nos correspondió por la justicia, en otros mundos más felices. Como también la prueba de que Seres afectuosos, aunque invisibles, nos asisten, nos protegen, nos inspiran y guían nuestros pasos por los senderos abruptos de la vida; la prueba de que nadie de nosotros está solito, abandonado, sino que una protección tutelar se extiende sobre todos y nos reúne con nuestros amigos del Espacio en un sentimiento de confianza y de amor.
 
El Espiritismo, bien comprendido como bien practicado, se convertirá, para los corazones sufrientes, para las almas desoladas, en una inmensa fuente de fuerza moral y de consolaciones.
Aquí surge una cuestión: ¿Qué es la moral? ¿En qué consiste ella? ¿Es apenas una concepción arbitraria del deber, un conjunto de preceptos establecidos por los hombres conforme a los tiempos y los medios? ¡No! La moral es una de las expresiones de la ley eterna, divina, de evolución y progreso, ley de la cual ella es inseparable, dado que en ella encuentra su apoyo y su sanción.
 
Es así como la moral, llamada positiva, separada de la noción de la inmortalidad del alma y de la idea de Dios, es siempre fría. Ella no toca ningún corazón, ningún Espíritu, por lo que se muestra estéril. Ella es como la simiente que se arroja sobre las piedras. Fue ésta la moral de la escuela laica durante una treintena de años y por ella podemos constatar los frutos amargos que dejó en la mentalidad de las generaciones que contribuyeron a formar. Para reaccionar contra este estado de cosas se sueña, en ciertos medios, en darse lugar a la escuela congregacionista, pero esto sería caer de Caribdis en la Scila6.
La enseñanza moral debe mostrar a todos la finalidad de la vida, que no es la procura de la felicidad, como muchos suponen, sino el perfeccionamiento y la depuración del Ser que debe salir de la existencia mejor de como en ella entró. Los medios de esta realización son el trabajo, el estudio, el esfuerzo constante hacia el bien.
 
Con el cumplimiento de la ley moral, el hombre se eleva; violándola se rebaja y se muestra peor; él se condena a sí mismo a subir más penosamente la cima sobre la que resbaló.
No tenemos más que mirar a nuestro entorno para evaluar los males, las enfermedades, los reveses, las consecuencias de las existencias anteriores mal llevadas y perdidas. Mas, ¡cómo son difíciles de hacer comprender al hombre moderno las verdades más evidentes y más rudas, las lecciones de la adversidad, ya que su Espíritu fue falseado por tantos siglos de errores dogmáticos!
De estas consideraciones resulta que la reforma social, para ser más segura y más práctica, debería comenzar por la reforma del hombre en sí mismo. Si cada uno se impusiese una disciplina intelectual, una regla capaz de asfixiar, de destruir ese fondo de egoísmo y brutalidad que nos fue legado por las edades, todo el acopio mórbido que traemos al nacer y que constituye la herencia de nuestras vidas pasadas, y ello con la finalidad de hacer renacer en nosotros un hombre nuevo, la evolución del medio social sería rápida. Podríamos así instaurar el régimen que, con orden y libertad, trajese a los hombres más felicidad, pues acabamos de ver que la causa de todos los males radica en nosotros mismos, lo que sería suficiente para vencer lo que existe de inferior y de malo en nuestro Ser para así transformarnos en más felices. La felicidad no está fuera de nosotros, sino, y fundamentalmente, en nuestra manera de juzgar las cosas, en nuestra mente.
 
La tarea más urgente y más necesaria para cada uno de nosotros sería la de trabajar en el cultivo de nuestro Yo, en la reforma del carácter, a efecto de servir de ejemplo a aquellos que nos rodean y así, sucesivamente, a la sociedad entera. Actuando en tal sentido entraremos plenamente en los caminos de nuestro destino final, ya que la educación del alma es la finalidad última, el fin supremo de nuestra inmensa evolución. Recogeremos los frutos inmediatos resultantes de nuestros esfuerzos, mientras que si actuamos negligentemente nos privamos de las ventajas que de ellos devienen y de las alegrías que la ley reserva a todos aquellos que mucho trabajaren, mucho amaren y mucho sufrieren.
 
No siendo el estado social, en su conjunto, sino el resultado de los valores individuales, importa, antes que nada, obstinarnos en esa lucha contra nuestros defectos, nuestras pasiones, nuestros intereses egoístas. 

Mientras no hayamos vencido al odio, a la envidia, a la ignorancia, no se podrá lograr la paz, la fraternidad, la justicia entre los hombres y, en consecuencia, la solución de los problemas sociales permanecerá incierta y sin solución.
Leon Denis.

EN SOCIEDAD

Desistir de aparentar solamente propósitos de evangelizarse, reformándose
efectivamente en el aspecto moral y no sometiéndose a ninguno de los malos
hábitos, aunque fuesen consagrados por los demás.
La evolución requiere de la persona la necesaria dominación sobre el medio
en que nació.
Perdonar siempre las posibles e improcedentes desaprobaciones sociales a
su fe, confesando, cuan fuere preciso, su condición religiosa de espírita,
principalmente por medio de la buena reputación y de la honradez que
embellecen el carácter.
Cada Espíritu responde por sí mismo.
Liberarse de las prescripciones sociales que actúan en detrimento de la fe
que profesa, desapegándose de la disculpa sistemática con el que pueda
acostumbrarse a actitudes nada nobles.
La negligencia provoca pérdidas irreparables.
Apartarse de los lugares viciosos con discreción y prudencia, sin crítica ni
desdén, relacionándose solamente con ellos para brindar su colaboración
fraterna en favor de los necesitados.
El cristiano debe saber descender a los ámbitos del mal, socorriendo a las
víctimas.
En ninguna oportunidad considerar superadas o ridículas las prácticas
religiosas naturales del Espiritismo, tales como meditar, orar o predicar.
La Doctrina Espírita es una sola en todas las circunstancias.
Rendir tributo de respeto a los compañeros que hayan fracasado en sus
vínculos afectivos.
Hay luchas y dolores que solo el Juez Supremo puede juzgar en su justa
integridad.
Atender a los supuestos felices o desdichados, cultos o incultos, con respeto
y bondad, distinción y cortesía.
La condición social es apenas una posición pasajera y todos los papeles se
intercambian en la sucesión de las existencias.
Así que sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua
edificación. — Pablo. ROMANOS, 14:19

martes, 8 de marzo de 2016

PAPEL DE LA MUJER



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EL PAPEL DE LA MUJER
Siendo la mujer más finamente diseñada que el hombre, indica naturalmente un alma más delicada; así es que, en los medios semejantes, en todos los mundos, la madre será siempre más bonita que el padre; porque es ella la primera que ve el niño; es para la figura angélica de una joven que la criatura vuelve sus ojos sin cesar; es por la madre que la criatura calma su llanto, apoya sus bracitos, aun débiles e inseguro. La criatura tiene, pues, una intuición natural de lo bello.

La mujer, sobretodo, se sabe hacer notar por la delicadeza de sus pensamientos, la gracia de sus gestos, la pureza de sus palabras; todo lo que viene de ella se debe armonizar  con su persona, que Dios creó bella.

Sus largos cabellos, que ondean sobre su nuca son la imagen de la dulzura, y de la facilidad con la cual su cabeza se dobla sin que se rompa bajo la prueba. Reflejan la luz de los soles, como el alma de la mujer debe reflejar  la más pura luz de Dios. Jóvenes, dejad  vuestros cabellos fluctuar; Dios los creo para eso: pareceréis, al mismo tiempo, más naturales y más ornadas.

La mujer debe ser sencilla en su vestuario; ella salió bastante bella de la mano del Creador para no tener necesidad de adornos. Que el blanco y el azul se casen sobre vuestros hombros. Dejad también fluctuar vuestros vestidos; que vuestros vestidos sean vistos extendidos por detrás  en una larga capa de gasa, como una  leve nube  indicando  que aun hace poco  estuviste ahí.  Más que fuera en efecto, el vestuario, la belleza, los cabellos ondulados o fluctuantes, asidos o apretados, sin la sonrisa  tan dulce de las madres y de las amantes  sino brillaran vuestros labios! ¡Si vuestros ojos  siembran la bondad, la caridad, la esperanza en las lágrimas  de alegría que dejan correr,  en los relámpagos que chorrean de ese brasero de amor desconocido!

Mujeres, no temáis arrebatar  a los hombres por vuestra belleza, por vuestra gracia, por vuestra superioridad;  más los hombres sepan que, para ser dignos de vosotras, es preciso que sean tan grandes como sois de bellas, tan sabios  como sois de buenas, tan instruidos  cuanto sois de ingenuas y sencillas. Es preciso que ellos sepan que  deben mereceros, que sois el precio  de la virtud y de la honra; no de esa honra que se cubre con un capacete, y de un escudo, y brilla en las luchas y en los torneos,   o al pie sobre  la frente de un  enemigo caído; no, más si en la honra según Dios.

Hombres, sed útiles, y cuando los pobres bendijeran vuestro nombre, las mujeres serán vuestras iguales; formareis entonces un todo; seréis   la cabeza y las mujeres serán el corazón; seréis el pensamiento bendecido, y las mujeres serán las manos liberales. Uníos, más no solo por el amor, más también por el bien que podréis hacer los dos. Que esos buenos pensamientos y esas buenas acciones, realizadas  por dos corazones amantes, sean los anillos  de esa cadena de oro y de diamantes   que se llama casamiento y, entonces, cuando los anillos  fueran bastantes numerosos, Dios os llamará junto a El, para continuar juntando, los anillos anteriores, pero en la Tierra los anillos  eran de un metal pesado y frio, en el cielo serán de luz y de fuego.
REVISTA ESPIRITA dic. 1858–VI c: Disertaciones del Más Allá – El papel de la Mujer, publicación Allan Kardec publica una bellísima disertación del Espíritu Bernard Palissy sobre la elevada tarea-misión de las mujeres.