lunes, 28 de septiembre de 2015

NEGOCIOS

"Y él les dijo: ¿Por qué me procurabais? ¿No sabéis que me conviene tratar de los negocios de mi Padre? -(Lucas, 2: 49)
 

El nombre del mundo está siempre preocupado por los negocios referentes a sus intereses efímeros.
Algunos pasan la existencia entera observando la cotización de las bolsas. Se absorben otros en el estudio de los mercados.
Los países tienen negocios internos y externos. En los servicios que les corresponden se utilizan maravillosas actividades de la inteligencia. Entretanto, a pesar de su forma respetable, son precarios y transitorios. Las bolsas más fuertes sufrirán crisis; el comercio del mundo es versátil y, a veces, ingrato.
Son muy raros los hombres que se consagran a sus intereses externos frecuentemente, se recuerdan de eso, muy tarde, cuando cuerpo permanece a morir. Sólo entonces, quiebran el olvido fatal.
No obstante, la criatura humana debería entender en la iluminación de sí misma el mejor negocio de la Tierra, por tanto semejante operación representa el interés de la Providencia Divina, a nuestro respeto.
Dios permitió las transacciones en el planeta, para que aprendamos la fraternidad en las expresiones del cambio, dejó que se procesasen los negocios terrenos, de modo a diseñarnos, a través de ellos, cual es el mayor de todos. Es por eso que el Maestro nos habla claramente en las anotaciones de Lucas: -"¿No sabéis que me conviene tratar de los negocios de mi Padre?".

IMPERATIVO DE LA PACIENCIA

Es probable que pocos amigos piensen en esto: paciencia como inmunización contra el
suicidio.
En las tareas de la actividad humana, a veces, surgen para la criatura determinados
escenarios de prueba para cuya travesía, no siempre bastará el conocimiento superior.
Es necesario que el alma se apoye en el bastón invisible de la paciencia, a fin de no
resbalarse en sufrimientos mayores. Y por eso es que nos permitimos expresar
reiterados consejos a los hermanos, domiciliados en el Plano Físico, a fin de que se
dediquen al cultivo de la comprensión.
Si te encuentras bajo el impacto de conflictos domésticos, usa la tolerancia, tanto como
te sea posible, ante aquellos que generen el campo de las vibraciones negativas,
prestando auxilio de este modo, a la seguridad del equipo familiar , al que estás
vinculado.
En la decepciones, sean cuales fueran , reflexiona en el valor de la ponderación respecto
a tu propio beneficio.
Delante de los golpes que recibas, olvida injurias y agravios, y piensa en las
oportunidades del trabajo que se te encargó como apoyo defensivo contra la
desesperación.
Bajo acusaciones que reconozcas inmerecidas, olvida el mal y no alimentes el fuego de
la discordia.
Cuando te falte actividad profesional, continua actuando, tanto como pudieras, en las
tareas de auxilio espontáneo a los otros, aprendiendo que la actividad noble atrae
actividades nobles y, con eso, en breve, te reconocerán en nuevas posiciones de
servicio, según tus necesidades.
Si el desánimo te amenaza por ese o aquel motivo, recuerda la importancia de tu
concurso fraterno, en apoyo de alguien, y no te des el lujo de estancamientos
improductivos.
Ante cualquier obstáculo a transponer en el camino, conserva la paciencia como
compañera y guía y, mantén el pensamiento confiado en la Divina Providencia,
siguiendo siempre adelante, apartando lejos de ti la tentación de fuga , y reconociendo
en el efímero tiempo, que hay siempre un futuro mejor para cada uno de nosotros y que,
en todas las tribulaciones de la existencia, vale la pena esperar por el socorro de Dios.

domingo, 27 de septiembre de 2015

DISERTACIONES Y ACLARACIONES VALIDAS A NUESTRA EPOCA


E.S.E. Capítulo XXI Habrá falsos cristos y falsos profetas.

Hoy unidos a un Evangelio que causa resquemores entre religiones y doctrinas nos han llevado a interpretaciones que transitan entre el miedo, el ciego fanatismo y la fe que se diluye   en el inveterado alejamiento que causa entre hermanos, es asi que  se recuerdan estos escritos que a pesar de los tiempos nuevos que se viven y que siguen causando dudas que contribuyen a que la fraternidad que nos debemos o  sea la causa solidaria para mejores tiempos y más y más elucidaciones nos lleven a todos desde cualquier religion o doctrina con la cual nos identifiquemos a concordar en la accion del bien desde el bien mismo, ampliando los horizontes...


¿Qué pensar de la prohibición impuesta por Moisés a los hebreos en el sentido de no evocar a las almas de los muertos?
¿Qué interpretación podríamos extraer del hecho relacionado conlas evocaciones actuales?
La primera consecuencia a extraerse de esa prohibición es
de que es posible evocar a las almas de los muertos y establecer
relaciones con ellas. La prohibición de hacer una cosa implica la
posibilidad de realizarla. Por ejemplo, ¿sería congruente el que se decretara una ley prohibiendo que subamos hasta las estrellas?
Es realmente curioso ver a los enemigos del Espiritismo recurrir al pasado para lograr sus objetivos y repudiar ese mismo pasado en todas las oportunidades en que él no les conviene. Si invocan la legislación de Moisés en esta circunstancia, ¿por qué no
reclaman su aplicación de un modo integral? Dudo, sin embargo,
que alguno de ellos esté tentado de revivir el código mosaico, sobre todo el penal, de neto corte draconiano y pródigo en penas de muerte.
¿Se podría haber dado entonces que según ellos entendían Moisés haya procedido correctamente en ciertas circunstancias y equivocadamente en otras? Pero, en tal caso, ¿por qué estaría acertado en lo concerniente a las evocaciones? Es que alegan Moisés hizo leyes apropiadas a su tiempo y al pueblo ignorante e indócil que conducía. Y esas leyes, saludables en aquel tiempo, ya no se encuadran dentro de nuestras costumbres y de nuestra cultura. Pues bien, esto mismo es precisamente lo que
decimos con relación a la prohibición de evocar a los Espíritus. Por otra parte, ese hecho es explicable en su época, como podemos
demostrar.
Los hebreos se lamentaban vivamente en el desierto por la
pérdida de las delicias de Egipto, y esa fue la causa de las
sublevaciones incesantes que Moisés, en ciertas ocasiones, no
pudo reprimir sin recurrir al exterminio. De ahí la excesiva severidad de las leyes. En medio de ese estado de cosas, se obstinaba él por conseguir que su pueblo rompiese con los usos y las costumbres que le hiciesen recordar a Egipto. Pues bien, una de las prácticas que los hebreos conservaban de aquel país era la de las evocaciones, que en él se remontaba a tiempos inmemoriales. Y eso no es todo. Ese uso, que parecía ser bien comprendido y sabiamente practicado en la intimidad por un pequeño número de iniciados en los misterios, degeneró en abusos y cundió como superstición entre el pueblo, que en él veía sólo un arte de adivinación explotado por los charlatanes, como hoy en día lo hacen los decidores de la suerte. El pueblo hebreo, ignorante y grosero, lo adquirió bajo ese aspecto denigrante. Prohibiéndolo, Moisés realizó un acto de buena política y sabiduría. Hoy en día las cosas ya no son de igual manera, y lo que podía ser otrora un inconveniente ya no lo es en el estado actual de la sociedad. También nos levantamos nosotros contra el abuso que se pueda hacer de las relaciones con el Más Allá y afirmamos que ello es un sacrilegio, no por el hecho de establecer relaciones con las almas de los que han partido, sino por hacerlo con liviandad, de una manera irreverente o
por simple especulación. Esta es la razón por la que el verdadero
Espiritismo repudia todo cuanto pueda quitar a tales relaciones su carácter grave y religioso, puesto que ello sería una verdadera profanación. Además, si las almas se pueden manifestar, ellas lo hacen con el permiso de Dios, y no puede existir mal alguno en lo que sucede con el permiso de Dios. El mal, en ésta como en otras cosas, está en el abuso y en el mal empleo.
 
¿Cómo podemos explicarnos este pasaje del Evangelio:
"Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si
fuere posible, aun a los escogidos"?
 
Los detractores utilizan este pasaje como arma contra los espíritas y los médiums.
Si fuésemos a tomar de los Evangelios todos los pasajes que
se constituyen en la condena de los adversarios del Espiritismo, con ellos conformaríamos un volumen. Por consiguiente, es imprudente, por lo menos, quien levanta una cuestión que le puede caer sobre la cabeza, sobre todo cuando todas las ventajas están de lado del Espiritismo.
Para comenzar, diremos que ni los espíritas ni los médiums
se hacen pasar por Cristo o por profetas. Por el contrario,
manifiestan siempre que no pueden hacer milagros que impresionen los sentidos y que todos los fenómenos tangibles que se producen por su intermedio son efectos que están dentro de las leyes de la Naturaleza, y eso no tiene ningún carácter de milagro.
Así pues, si quisiesen sacar partido de los privilegios de los profetas no pondrían empeño en despojarse del más poderoso prestigio: el don de hacer milagros. Ofreciendo la explicación de esos fenómenos que, sin ella, podrían ser considerados sobrenaturales por la multitud, cortan por la raíz la falsa ambición que en su provecho podrían explotar.
Suponiendo que un hombre se atribuya la condición de profeta, no dará prueba de ello haciendo lo que hacen los médiums.
Y si así fuera, ningún espírita esclarecido se dejará engañar. El
médium Home, por ejemplo, si fuese un charlatán y un ambicioso podría darse aires de enviado celeste. Pero, ¿cuál es, en realidad, la característica de un profeta? El verdadero profeta es un enviado de Dios para advertir y esclarecer a la humanidad. Pues bien, un enviado de Dios sólo puede ser un Espíritu superior y, como
hombre, un hombre de bien. Será reconocido por sus actos, los que
tendrán impreso el sello de su superioridad, y por las notables
realizaciones que llevará a cabo por el bien y para el bien, las
cuales revelarán su misión, sobre todo a las generaciones futuras, puesto que, conducido muchas veces inconscientemente por una fuerza superior, él pasa, generalmente, ignorando su condición de tal. No es él, pues, quien se atribuye esa cualidad, sino los hombres que lo reconocerán así, las más de las veces después de su muerte.
Por tanto, si un hombre quisiera hacerse pasar por la encarnación
de tal o cual profeta, él deberá dar una prueba superlativa
de sus cualidades morales, las que no han de ser, como mínimo,
inferiores a las de aquel cuyo nombre se atribuye. Ahora bien, tal papel no es fácil de ser protagonizado, y, casi siempre, se revela poco agradable, dado que suele imponer penosas privaciones y duros sacrificios que a veces llegan hasta el de la propia vida. Hay en este momento diseminados por el mundo varios supuestos Elías, jeremías, Ezequiel y otros que, con todo, difícilmente se allanarían a la vida en el desierto, al tiempo que consideran muy cómodo vivir a expensas de sus ingenuas víctimas, merced a la autoridad del nombre que explotan. Hay también varios Cristo, como hay otros tantos Luís XVII, a los cuales sólo les falta caridad, abnegación, humildad, superioridad moral, en una palabra, todas las virtudes de Cristo. Si, como Él, no tuviesen donde reposar la cabeza y sí, como única perspectiva, el suplicio en una cruz, muy rápidamente abdicarían a una realeza que es tan poco lucrativa en este mundo.
Por la obra se reconoce al obrero. Aquellos que se quieren colocar por encima de la humanidad deben mostrarse dignos de ello, si es que no quieren tener el destino del gallo que se adornó con las plumas del pavo real o del asno que se vistió con la piel del león.
Una caída humillante les espera en este mundo y un disgusto mayor y más terrible en el otro, pues es allí en donde el que se elevó será humillado.
Sin embargo, suponiendo que un hombre dotado de una gran fuerza mediúmnica o magnética quisiera atribuirse el título de profeta o de Cristo e hiciera grandes señales y prodigios, de tal manera que engañara, si fuere posible, aun a los escogidos, esto es, a algunos hombres buenos y de buena fe, él podría tener a su favor las apariencias, ¿mas tendría también las virtudes?
Y las virtudes son la parte esencial.
El Espiritismo también advierte: ¡Precaveos de los falsos
profetas y tomaos la tarea de arrancarles la máscara!
El Espiritismo, por tanto, repudia todo tipo de mixtificación y
no brinda su aprobación a ningún abuso que se cometa en su
nombre.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

LA VIRTUD

Mas yo os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os
aborrecen: y rogad por los que os persiguen y calumnian. - Porque si amáis a los
que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los
publicanos? - Y si saludáreis tan solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de
más? ¿No hacen esto mismo los gentiles? -"Sed, pues, vosotros perfectos, así como
vuestro Padre celestial es perfecto". (San Mateo, cap. V, v. 44, 46, 47 y 48.)

E.S.E  Cap XVII item 8
La virtud, en su más alto grado, encierra el conjunto de todas las cualidades
esenciales que constituyen el hombre de bien. Ser bueno, caritativo, laborioso, sobrio y
modesto, son las cualidades del hombre virtuoso. Desgraciadamente estas cualidades
están muchas veces acompañadas de pequeñas flaquezas morales que las quitan el brillo
y las atenúan. El que hace gala de su virtud, no es virtuoso, puesto que le falta la caridad
principal: la modestia, y puesto que tiene el vicio más contrario: el orgullo. La virtud,
verdaderamente digna de este nombre, no pretende adquirir fama; se adivina, pero se
oculta en la obscuridad, y huye de la admiración de la multitud. San Vicente de Paul era
virtuoso; el digno cura de Ars era virtuoso, y también muchos otros poco conocidos del
mundo, pero
conocidos de Dios. Todos esos hombres de bien ignoraban ellos mismos que fuesen
virtuosos; se dejaban llevar por la corriente de sus santas inspiraciones y practicaban el
bien con un desinterés completo y un entero olvido de sí mismos.
A esa virtud, comprendida y practicada de este modo, os convido, hijos míos; a
esta virtud verdaderamente cristiana y verdaderamente espiritista, os exhorto a que os
consagréis; pero alejad de vuestros corazones el pensamiento del orgullo, de la vanidad
y del amor propio que paralizan todas estas hermosas cualidades. No imitéis a ese
hombre que se presenta como modelo y él mismo pregona sus propias cualidades a
todos los oídos complacientes. Esta virtud de ostentación, oculta, muy a menudo, una
multitud de pequeñas torpezas y odiosas falsedades.
En principio, el hombre que se exalta a sí mismo, que levanta una estatua a su
propia virtud, sólo por este hecho aniquila todo el mérito efectivo que puede tener. Pero
¿qué diré de aquel cuyo valor consiste en parecer lo que no es? Yo quiero admitir que el
hombre que hace bien, sienta en el fondo de su corazón una satisfacción íntima, pero
desde que esta satisfacción se manifiesta, fuera para recoger elogios, degenera en amor
propio.
¡Oh, todos vosotros a quienes la fe espiritista ha calentado con sus rayos, y que
sabéis cuán lejos está el hombre de la perfección, no caigáis nunca en semejante falta! La
virtud es una gracia que yo deseo a todos los sinceros espiritistas, pero les diré: Más
vale menos virtud con la modestia, que mucha con el orgulío. Por el orgullo las
humanidades sucesivas se perdieron y por la humildad deberán redimirse un día.
(Francisco-Nicolás-Madaleine. París, 1863).

lunes, 21 de septiembre de 2015

EGOISMO Y ORGULLO, CAUSAS, EFECTOS Y MEDIOS DE DESTRUIRLOS.

Hermanos del Camino:  
Cuantas veces el E.S.E nos recuerda  una y otra vez a lo largo de las instrucciones de los espiritus, en casi todas sus paginas, estas dos palabras. Hoy permitiendonos recordar el capitulo XII " Amar a los enemigos " en el   item 3 que nos dice:
"Si el amor del prójimo es el principio de la caridad, amar a sus enemigos es su aplicación sublime, porque esta virtud es una de las más grandes victorias contra el egoísmo y el orgullo"

Es hora que por fin tomemos acciones ante estas palabras que hemos escuchado por siglos y si optamos con buenas resoluciones seguramente nos dispondremos a tomar una senda tortuosa, sí , si que lo es,  pero cuanto tiempo estaremos en ella? los interrogante ademas son:
¿Aprovechamos como humanidad esta bendita oportunidad en el buen combate? o por el contrario desperdiciamos las enseñanzas que continuamente nos ilustran?. Para que la persistencia camine hacia los deseos y estos se hagan acciones ejemplificantes y  para buscar la tan ansiada paz por la que se lucha incesantemente en el globo solo necesitamos , actuar por conviccion, no convertir el instinto y las pasiones en fuerzas que destruyen, no,  por el contrario , desarrollar el sentimiento y llenos de fe y abnegadamente cumplir con el deber para que la virtud salga triunfante. Una paz sin la fuerza del amor que se representa en hermanarnos con indulgencia, practicando la caridad, igualdad y fraternidad  en todas sus expresiones ,conseguira que la solidaridad no sea una palabra vana, seremos justos unos con los otros por un bien común. ¡He alli el campo para la labranza! , dobleguemos nuestras propias imperfecciones y venciendonos a nosotros mismos levantemos  la frente hacia la vida futura...
 


EGOISMO Y ORGULLO, SUS CAUSAS, SUS EFECTOS Y MEDIOS DE DESTRUIRLOS.

Está reconocido que la mayor parte de las miserias de la vida tienen su origen
en el egoísmo de los hombres. Desde el momento en que cada uno piensa en sí,
antes de pensar en los otros, y que ante todo quiere su propia satisfacción, procura
naturalmente proporcionársela a toda costa, y sacrifica sin escrúpulo los intereses
de otro, desde las más pequeñas a las más grandes cosas, así en el orden moral
como en el material. De aquí todos los antagonismos sociales, todas las luchas,
todos los conflictos y todas las miserias, pues cada cual quiere despojar a su
vecino.
El egoísmo tiene su origen en el orgullo. La exaltación de la personalidad
induce al hombre a considerarse como superior a los otros, y creyéndose con
derechos superiores, se resiente de todo lo que, según él, es un ataque a sus
derechos. La importancia que por orgullo da a su persona, le hace naturalmente
egoísta.
El egoísmo y el orgullo tienen su origen en un sentimiento natural: el instinto
de conservación. Todos los instintos tienen su razón de ser y su utilidad, porque
Dios no puede hacer nada inútil. Dios no ha creado el mal, sino que es el hombre
quien lo produce por el abuso que hace de los dones de Dios, en virtud de su libre
albedrío. Ese sentimiento, encerrado en sus justos limites, es, pues, bueno, en si
mismo, y lo que le hace malo y pernicioso es la exageración. Lo mismo sucede con
todas las pasiones que a menudo desvían al hombre de su objeto providencial.
Dios no ha creado al hombre egoísta y orgulloso; le creo sencillo e ignorante, y él
es quien se ha hecho egoísta y orgulloso, exagerando el instinto que Dios le ha
dado para su propia conservación.
Los hombres no pueden ser felices si no viven en paz, es decir, si no están
animados de un sentimiento de benevolencia, indulgencia y condescendencia
reciprocas, en una palabra, mientras procuren destruirse unos a otros. La caridad y
la fraternidad resumen todas esas condiciones y todos los deberes sociales, pero
suponen la abnegación, y esta es incompatible con el orgullo y el egoísmo. Luego,
con estos vicio, no es posible la verdadera fraternidad, ni por consiguiente, la
igualdad y libertad, porque el egoísta y el orgulloso lo quiere todo para si. Estos
serian siempre los gusanos roedores de todas las instituciones progresivas, y en
tanto que reinen, los sistemas sociales más generosos y mas sabiamente
combinados, caerán a sus golpes. Bello es sin duda proclamar el reino de la
fraternidad, pero, ¿a que hacerlo, existiendo una causa destructora del mismo?
Eso es edificar en terreno movedizo, y tanto valdría como decretar la salud en un
país malsano. Si se quiere que en ese país estén buenos los hombres, no basta
enviarles médicos, pues morirán como los otros, sino que es preciso destruir las
causas de insalubridad. Si queréis que los hombres vivan como hermanos en la
tierra, no basta que les deis lecciones de moral, sino que es necesario destruir las
causas de antagonismo, atacar el principio del mal, el orgullo y el egoísmo. He aquí
la llaga y en ella debe concentrarse toda la atención de los que seriamente quieren
el bien de la humanidad. Mientras este obstáculo subsista, verán paralizados sus
esfuerzos, no solo por una resistencia inerte, sino también por una fuerza activa
que sin cesar trabajar por destruir su obra, porque toda idea grande, generosa y
emancipadora arruina las pretensiones personales.
Se dirá que es imposible destruir el egoísmo y el orgullo, porque son vicios
inherentes a la especie humana. Si así fuese, preciso sería desesperar a todo
progreso moral; y sin embargo, cuando se considera al hombre en las diversas
edades, no puede desconocerse un progreso evidente, y si ha progresado, puede
progresar aun. Por otra parte, ¿no se encuentra, acaso, algún hombre desprovisto
de orgullo y egoísmo? ¿No se ven, por el contrario, esas naturalezas generosas,
en las que el sentimiento de amor al prójimo, de humildad, de desinterés y de
abnegación parece innato? Su número es menor que el de los egoístas, cierto,
pues de lo contrario, no dictarían estos la ley, pero hay más de las que se cree; y si
parecen tan poco numerosas, es porque el orgullo se pone en evidencia, al paso
que la virtud modesta permanece en la oscuridad. Si, pues, el egoísmo y el orgullo
fuesen condiciones necesarias de la humanidad, como la de alimentarse para vivir,
no habría excepciones. Lo esencial es, por lo tanto, conseguir que la excepción se
eleve a regla, y para ello se trata, me todo, de destruir las causas que producen y
conservan el mal.
La principal de esas causas proviene evidentemente de la idea falsa que se
forma el hombre de su naturaleza, de su pasado y de su porvenir. No sabiendo de
donde viene, se cree ser más de lo que es; no sabiendo a donde va, concentra
todo su pensamiento en la vida terrestre; la quiere tan agradable como sea posible;
quiere .todas las satisfacciones, todos los goces y por esto se echa sin escrúpulo
sobre su vecino si este le es obstáculo. Mas para que así suceda, le es preciso
dominar, pues la igualdad daría a los otros derechos que quiere para él solo; la
fraternidad le impondría sacrificios en detrimento de su bienestar; quiere la libertad
para si y solo la concede a los otros en tanto que no produzcan menoscabo a sus
prerrogativas. Teniendo cada uno las mismas pretensiones, resultan conflictos
perpetuos que hacen pagar muy caros los pocos goces que llegan a procurarse.
Identifíquese el hombre con la vida futura y cambiará completamente su modo
de considerar las cosas, como sucede al viajero que solo ha de permanecer pocas
horas en una mala posada, y que sabe que a su salida tendrá otra magnifica para
el resto de sus días.
La importancia de la vida presente, tan triste, tan corta, tan efímera, se borra
ante el esplendor del porvenir que se ofrece a sus ojos. La consecuencia natural,
lógica, de esta certeza, es la de sacrificar un presente fugaz a un porvenir
duradero; al paso que más lo sacrificaba todo al presente. Viniendo a ser su objeto,
poco le importa tener un poco más o menos en esta; los intereses mundanos son
entonces lo accesorio en vez de ser lo principal; trabaja al presente con la mira de
asegurar su posición en el porvenir, y sabe, además, con que condiciones puede
ser feliz.
Para los intereses mundanos, los hombres pueden estorbarle: le es preciso
separarlos, y por la fuerza de las cosas, se hace egoísta. Si dirige sus miradas a la
altura, hacia una dicha que ningún hombre puede dificultarle, no tiene interés en
anonadar a nadie, y el egoísmo carece de objeto, pero siempre le queda el
estimulante del orgullo.
La causa del orgullo esta en la creencia que tiene el hombre de su
superioridad individual, y también en esto se hace sentir la influencia de la
concentración del pensamiento en la vida terrestre. Para el hombre que no ve nada
ante él, nada después de él y nada que le sea superior, el sentimiento de la
personalidad se sobrepone a todo y el orgullo no tiene contrapeso.
La incredulidad no solo no pose ningún medio de combatir el orgullo, sino que
le estimula y le da razón de ser, negando la existencia de un poder superior a la
humanidad. Solo en sí mismo cree el incrédulo, y es natural que tenga orgullo.
Mientras que en los golpes que recibe el incrédulo no ve más que la casualidad, el
que tiene fe ve en ellos la mano de Dios y se inclina. Creer en Dios y en la vida
futura, es, pues, la primera condición para templar el orgullo, pero no basta esto, y
junto al porvenir, debe verse el pasado para formarse una idea justa del presente.
Para que el orgulloso cese de creer en su superioridad, le es preciso probarse
que no es más que los otros y que estos son tanto como él: que la igualdad es un
hecho y no simplemente una hermosa teoría filosófica, verdades que se
desprenden de la preexistencia del alma y de la reencarnación.
Sin la preexistencia del alma, el hombre es inducido a creer que Dios le ha
dotado excepcionalmente, si es que cree en Dios, pues cuando así no sucede, da
gracias a la casualidad y a su propio mérito. Iniciándole la preexistencia en la vida
anterior del alma, le enseña a distinguir la vida espiritual infinita de la vida corporal
temporal; sabe de este modo que las almas salen iguales de manos del Creador,
que tienen un mismo punto de partida y un mismo objeto, que todas deben lograrlo
en más o menos tiempo según sus esfuerzos; que él mismo no ha llegado a ser lo
que es sino después de haber vegetado largo tiempo y penosamente como los
otros en los grades inferiores; que entre los más atrasados y los más adelantados
solo existe una cuestión de tiempo; que las ventajas del nacimiento son puramente
corporales e independientes del Espíritu, y que el simple proletario, puede, en otra
existencia, ocupar el trono, y el mas potentado, renacer proletario. Si solo
considera la vida temporal, ve las desigualdades sociales del momento, que le
lastiman; pero si fija la mirada en el conjunto de la vida del Espíritu, en el pasado y
en el porvenir, desde el punto de partida hasta el de arribo, estas desigualdades
desaparecen, y reconoce que Dios no ha privilegiado a ninguno de sus hijos con
perjuicio de los otros; que a cada uno ha dado igual parte y no ha allanado el
camino más a los unos que a los otros; que el que en la tierra esta menos
adelantado que él, puede llegar antes que él si trabaja más en su
perfeccionamiento, y reconoce, en fin, que no llegando cada uno más que por sus
esfuerzos personales, el principio de igualdad es a la vez un principio de justicia y
una ley natural, ante los cuales cae el orgullo del privilegio.
Probando la reencarnación que los Espíritus pueden renacer en diferentes
condiciones sociales, ya como expiación, ya como prueba, enseña que en aquel a
quien se trata con desdén puede hallarse un hombre que ha sido nuestro superior
o nuestro igual en otra existencia, un amigo o un pariente. Si el hombre lo supiese,
le trataría con miramiento, pero entonces no tendría mérito alguno. Si, por el
contrario, supiese que su actual amigo ha sido su enemigo, su servidor o su
esclavo, lo rechazaría. Dios no ha querido que sucediese así, y por esto ha corrido
un velo sobre el pasado, y de semejante manera el hombre es conducido a ver
hermanos e iguales suyos en todos, de donde resulta una base natural para la
fraternidad. Sabiendo que podrá ser tratado como trató a los otros, la caridad viene
a ser un deber y una necesidad fundados en la misma naturaleza.
Jesús sentó el principio de la caridad, de la igualdad y de la fraternidad; hizo
ellos una condición expresa para la salvación, pero estaba reservado a la tercera
manifestación de la voluntad de Dios, el Espiritismo por el conocimiento que da de la
vida espiritual, por los nuevos horizontes que descubre y las leyes que revela; le
estaba reservado el sancionar ese principio, probando que no solo es una doctrina
moral, sino una ley natural, y que es conveniencia del hombre practicarla. Así lo
hará cuando, cesando de ver en el presente el principio y el fin, comprenda la
solidaridad que existe entre el presente, el pasado y el porvenir. En el inmenso
campo de lo infinito que el Espiritismo le hace entrever, se anula su importancia
personal; comprende que solo no es ni puede nada; que todos tenemos necesidad
unos de otros y que no somos unos más que otros: doble golpe asestado al orgullo
y al egoísmo.
Mas para esto le es menester la fe, sin la que permanecer forzosamente en el
atolladero del presente; no la fe ciega que huye de la luz, restringe las ideas, y
mantiene, por lo tanto, el egoísmo; sino la fe inteligente, razonada, que quiere la
claridad y no las tinieblas, que rasga valerosamente el velo de los misterios y dilata
el horizonte; esta fe, elemento primero de todo progreso, que le da el Espiritismo;
fe robusta, porque esta fundada en la experiencia y en los hechos, porque le da
pruebas palpables de la inmortalidad de su alma, le enseña de donde viene, a
dónde va y por que se halla en la tierra; por que fija, en fin, sus inciertas ideas
sobre su pasado y su porvenir.
Una vez pisado este camino, no teniendo el orgullo y el egoísmo las mismas
causas de sobreexcitación, se extinguirán poco a poco por carecer de objeto y de
alimento, y todas las relaciones sociales se modificarán bajo el imperio de la
caridad y de la fraternidad bien comprendidas.
¿Puede esto acontecer en virtud de un cambio brusco? No, es imposible;
nada hay brusco en la naturaleza; jamás recobra súbitamente la salud el enfermo;
pues entre la salud y la enfermedad media siempre la convalecencia. No puede,
pues, el hombre cambiar instantáneamente su punto de vista y dirigir la mirada
desde la tierra al cielo; el infinito le confunde y le deslumbra, y le es necesario
tiempo para asimilarse las ideas nuevas. El Espiritismo es, sin contradicción, el
mas poderoso elemento moralizador, porque mina por su base al orgullo y al
egoísmo, dando un punto de apoyo a la moral: en materia de conversión, ha hecho
milagros; cierto que no son más que curas individuales y con frecuencia parciales;
pero lo que ha producido en los individuos es prueba de lo que un día producir en
las masas. No puede arrancar de una sola vez todas las malas hierbas; da la fe:
esta es la buena semilla, pero a la semilla le es necesario tiempo para germinar y
dar buenos frutos. He aquí por que todos los espiritistas no son aun perfectos. Ha
tomado al hombre en mitad de la vida, en el fuego de las pasiones, en la fuerza de
las preocupaciones, y si en tales circunstancias ha operado prodigios, ¿qué será
cuando le tome al nacer, virgen de todas las impresiones malsanas, cuando mame
la caridad con la leche y sea mecido por la fraternidad, cuando toda una
generación, en fin, sea educada y alimentada en esas ideas, que desplegándose a
la razón, fortificarán en vez de desunir? Bajo el imperio de semejantes ideas, que
habrán llegado a ser la fe de todos, el progreso no hallará obstáculos en el orgullo
y el egoísmo, las instituciones se reformarán por si mismas y la humanidad
avanzará rápidamente hacia los destinos que le están prometidos en la tierra
mientras espera los del cielo.

Obras Postumas . Allan Kardec.

CONSIGUES IR?


“Ven a mi…” _ Jesús (MATEO, 11:28.)
 

El creyente escucha la llamada del Maestro, anotando bendecidas
consolaciones. El adoctrinador lo repite para comunicar vibraciones de
confort espiritual a los oyentes.
Todos oyen las palabras del Cristo, las cuales insisten para que
la mente inquieta y el corazón atormentado le procuren el regazo
refrigerante…
Con todo, si es fácil oír y repetir el “ven a mi” del señor, ¡cuan
difícil es “ir para El”!
Aquí, las palabras del Maestro se derraman como bálsamo
vitalizante , entre tanto, los lazos de la conveniencia inmediatista son
demasiado fuertes; más allá se señala convite divino, entre promesas de
renovación para la jornada redentora, todavía, el carcelero del desanimo
aísla el espíritu, a través de rejas resistentes; allá, el llamamiento de lo
Alto ameniza las penas del alma desilusionada, más es casi impracticable
la libertad de los impedimentos constituidos por personas y cosas,
situaciones e intereses individuales, aparentemente improrrogables.
Jesús, nuestro Salvador, nos extiende los brazos amorosos
compasivos. Con el, la vida se enriquece de valores imperecederos y la
sombra de sus enseñanzas celestes seguiremos, por el trabajo
santificante, en la dirección de la Patria Universal…
Todos los creyentes le registran la llamada a consolador, más
raros se revelan suficientemente valerosos en la fe para buscarle la
compañía.
En suma, es muy dulce escuchar el “Ven a mí”…
¿Entre tanto, para hablar con verdad, ya conseguisteis oír?

jueves, 17 de septiembre de 2015

DE CÓMO DIOS FORMÓ EL HOMBRE DEL BARRO O POLVO DE LA TIERRA

Todos conocemos la alegoría bíblica de la formación del hombre, pero no todos sabemos que, para mucha gente, esa alegoría representa una verdad incontestable, una realidad. Dice la traducción de Almeida, en el Cap. II del Génesis, vers. 7: “Y formó el Señor Dios al hombre del polvo de la tierra, y sopló en sus narices el aliento de la vida: y el hombre fue hecho alma viviente”. La misma traducción, en la edición revisada y actualizada de la Sociedad Bíblica del Brasil, corrige “narices” por “narinas” y hace otras pequeñas alteraciones. En la traducción de Figueiredo “el polvo de la tierra” es sustituido por “barro de la tierra”. De cualquier manera, el hecho esencial es el mismo en todas las versiones bíblicas, o sea: Dios formó al hombre de la tierra y sopló la vida en sus narinas.
El Espiritismo no puede admitir que esa alegoría, por cierto, muy bella y expresiva, sea tomada al pie de la letra. Kardec admite, en el Libro de los Espíritus, que Adán realmente ha existido, como posible sobreviviente de un cataclismo en la región citada por la Biblia. Pero advierte que es más razonable considerarlo un mito o una alegoría, “personificando las primeras edades del mundo”. La especie humana no comenzó por un solo hombre. Surgió en la Tierra por el encadenamiento natural de la evolución de los seres. En La Génesis, Kardec estudia la posición del hombre en la escala animal y declara: “Por mucho que hiera su orgullo, el hombre debe resignarse a ver en su cuerpo material el último eslabón de la animalidad en la Tierra”. ¿Hay contradicción, en este punto, entre la Biblia y el Espiritismo?
Kardec responde acertadamente que no. Porque el Espiritismo únicamente explica la alegoría bíblica, le da la necesaria interpretación, nos esclarece en cuanto al espíritu de la letra, en vez de esclavizarnos a la “letra que mata”. Aquellos que, por el contrario, se apegan a la letra, acaban haciendo de la Biblia un libro absurdo, contradictorio e inaceptable para las personas de discernimiento. Los Espíritus aclaran bien esta cuestión, como vemos en la pregunta 47 de El Libro e los Espíritus.
Kardec pregunta: “¿Estaba la especie humana entre los elementos orgánicos del globo terrestre?” Y la respuesta es la siguiente: “Sí, y vino a su tiempo; eso fue lo que dio motivo a decir que el hombre fue hecho del fango de la tierra”. Como se ve, por esta clara respuesta, la obra de Dios no se asemeja a los groseros trabajos humanos. Dios crea a través de procesos cósmicos aún inaccesibles a nuestro entendimiento. Los libros bíblicos no podrían tratar de la creación del hombre sino de forma alegórica.

EL DEBER

Parábola de la semilla
 En aquel día saliendo Jesús de la casa, se sentó a la orilla del mar. - Y se llegaron a El muchas gentes por manera que entrando en un barco se sentó, y toda ella estaba de pie en la ribera.
Y les habló muchas cosas por parábolas, diciendo: He aquí que salió un sembrador a sembrar. - Y cuando sembraba, algunas semillas cayeron junto al camino, y vinieron las aves del cielo y las comieron.

Otras cayeron en lugares pedregosos, en donde no tenían mucha tierra; y nacieron luego porque no tenían tierra profunda. - Mas en saliendo el sol, se quemaron y se secaron, porque no tenían raíz.
Y otras cayeron sobre las espinas; y crecieron las espinas y las ahogaron. - Y otras cayeron en tierra buena; y rendían fruto, una a ciento, otra a sesenta, y otra a treinta.El que tenga orejas para oir, oiga. (San Mateo. cap. XIII, v. de 1 a 9).


 E.S.E Cap XVII Item 7
  El deber es la obligación moral, primero con respecto a sí mismo, y en seguida con respecto a los otros. El deber es la ley de la vida, se encuentra en los más ínfimos detalles, lo mismo que en los actos elevados. Yo hablo sólo de deber moral, y no del que imponen las profesiones.
En el orden de sentimientos, el deber es muy difícil de cumplir, porque es el antagonismo de las seducciones del interés y del corazón, sus victorias no tienen testigos y sus derrotas no tienen represión. El deber intimo del hombre está abandonado a su libre albedrío: el aguijón de la conciencia, esta guardiana de la probidad interior, le advierte y le sostiene, pero a menudo permanece impotente ante los sofismas de la pasión. El deber del corazón fielmente observado, eleva al hombre; pero este deber
¿cómo se precisa? ¿En dónde empieza? ¿En dónde se para? "Empieza, precisamente, en
el punto en que amenazáis la felicidad o el reposo de vuestro prójimo y termina en el límite que no quisiérais ver traspasar para vosotros".
Dios ha criado a todos los hombres iguales para el dolor; pequeños o grandes, ignorantes o ilustrados, sufren por las mismas causas, a fin de que cada uno juzgue sanamente el mal que puede hacer. No existe el mismo criterio para el bien, es infinitamente variado en sus expansiones. "La igualdad ante el dolor es una sublime previsión de Dios, que quiere que sus hijos instruídos, por la experiencia común, no
cometan el mal arguyendo la ignorancia de sus efectos". 
El deber es el resumen práctico de todas las experiencias morales; es una bravura del alma que desafía las agonías de la lucha; es austero y flexible y pronto a doblarse a las diversas complicaciones, permaneciendo inflexible ante las tentaciones. "El hombre que cumple su deber, ama a Dios más que a las criaturas y a las criaturas más que a sí mismo"; es, a la vez, juez y esclavo de su propia causa.
El deber es el más hermoso florón de la razón, y depende de ella como el hijo depende de su madre. El hombre debe amar el deber, no porque preserve de los males de la vida, a los cuales la humanidad no puede sustraerse, sino porque da al alma el vigor necesario para su desarrollo.
El deber engrandece y radia bajo una forma más elevada en cada una de las etapas superiores a la humanidad; la obligación moral no cesa nunca en la criatura de Dios; debe reflejar las virtudes del Eterno, que no acepta un bosquejo imperfecto, porque quiere que la hermosura de su obra resplandezca ante él. (Lázaro. París, 1863).
1 ¿Cuál es el verdadero sentido del deber?
Deber es la obligación moral de la criatura para con Dios, consigo misma y para con el prójimo.
El deber está presente, tanto en los actos más simples de la vida, como en los más elevados.
2 ¿Por qué es tan difícil para nosotros el cumplimiento del deber?
Porque, debido a nuestras imperfecciones, somos atraídos por nuestros intereses y deseos y
nos olvidamos de los deberes.
3 ¿Dónde encontramos orientación para el fiel cumplimiento de nuestro deber?
En nuestra propia conciencia y en el Evangelio de Jesús, donde están claramente impresas las leyes de Dios.
4 ¿Dónde comienza y termina el deber?
“El deber comienza siempre, para cada uno de vosotros, desde el punto en que amenazáis la
felicidad o la tranquilidad de vuestro prójimo; acaba en el límite que no desearíais que nadie
traspusiera con relación a vosotros.”
Leer el evangelio completo y devolverse si es necesario cuando no quedemos esclarecidos meditando
“El deber es la obligación moral de la criatura para consigo misma primero, y
segundo, para con los otros.”
“En el orden de los sentimientos, el deber es muy difícil de cumplir, por hallarse en
antagonismo con las atracciones del interés y del corazón.”
“El aguijón de la conciencia, guardián de la probidad interior, el advierte y sustenta;
pero a veces se muestra impotente ante los sofismas de la pasión.”
El derecho de cada uno termina donde comienza el del prójimo.

5 ¿Es importante corregir, todos los días, nuestros actos?
Sí, pues sabemos que el buen proceder es motivo de elevación espiritual y no sólo defensa
contra el mal.
6 ¿Qué nos obliga al cumplimiento del deber?
Los deberes sociales, profesionales y legales nos son impuestos por las leyes y costumbres
sociales. Los deberes morales nos son impuestos por nuestra conciencia y la voluntad de ser
unos con Dios.
“El hombre que cumple su deber ama a Dios más que a las criaturas y ama la las
criaturas más que a sí mismo”.
El amor al deber “…le da al alma el vigor necesario a su desarrollo”. “Jamás cesa la
obligación moral de la criatura para con Dios.”

miércoles, 16 de septiembre de 2015

¿LAS PALABRAS DE CRISTO PRUEBAN SU DIVINIDAD?

Cuando surge esta pregunta aún hoy quedamos impresionados...  y algo dentro de nosotros nos hace pensar en cómo el Padre y el hijo pueden ser una sola persona. Apoyandonos en la doctrina espirita  y tomando las palabras del Evangelio expuestas en Obras Postumas por el codificador  se esclarece acerca de este interrogante . Hoy en tiempos ulteriores nos remitimos a tal sabiduria para que tambien repasemos este recorrido del Cristo que a su paso por este planeta no dejo jamás de ser el Camino la Verdad y la Vida, es decir la enseñanza viva de parte de Dios ...


Dirigiéndose a sus discípulos, que disputaban acerca de quién de entre ellos
era el primero, les dijo tomando a un niño y colocándolo a su lado:
“Cualquiera que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y cualquiera
que me recibe a mí, recibe al que me envió. Porque el que es más pequeño entre
todos vosotros, ése es el más grande." (S. Lucas, cap. IX, v. 48).
"El que reciba en mi nombre a un niño como este, me recibe a mí; y el que a
mí me recibe, no me recibe a mí sino al que me envió.". (S. Marcos, cap. IX, v. 37).
Jesús les dijo: "Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque
yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me
envió.”. (S. Juan, cap. VIII, v. 42).
Y Jesús les dijo: " Todavía un poco de tiempo estaré con vosotros, e iré al que
me envió." (S. Juan, cap. Vll, v. 33).
“El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que a vosotros desecha, a mí me
desecha; y el que me desecha a mí, desecha al que me envió.". (S. Lucas, cap. X,
v. 16).
 
El dogma de la divinidad de Jesús esta fundado en la igualdad absoluta entre
su persona y Dios, puesto que es el mismo Dios. Esto es un artículo de fe. Pues
bien, estas palabras tan repetidas por Jesús: El que me envió, atestiguan, no solo
la dualidad de las personas, sino que, como hemos dicho, excluyen la igualdad
absoluta entre ellas, puesto que el que es enviado esta necesariamente
subordinado al que lo envía, y obedeciendo, practica un acto de sumisión. Un
embajador, hablando del soberano, dirá: Mi señor, el que me envía: pero si
personalmente es el soberano, hablará en nombre propio, y no dirá: El que me
envió. Jesús lo dice, empero, en términos categóricos: Yo de Dios salí y vine, y no
de mi mismo.
Estas palabras: El que a mi me desprecia, desprecia a Aquel que me envió,
no implican igualdad y menos aun identidad; puesto que, en todos los tiempos, el
insulto hecho a un embajador ha sido considerado como hecho al mismo soberano.
Los apóstoles tenían la palabra de Jesús, como Jesús tenía la de Dios; y cuando
les dice: Quien a vosotros oye, a mi me oye, no entendía decir que sus apóstoles y
El constituía una sola persona igual en todo.
Por otra parte, la dualidad de personas, lo mismo que el estado secundario y
subordinado de Jesús con respecte a Dios, se desprenden inequívocamente de los
siguientes pasajes: "Mas vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en
mis tentaciones. Y por esto dispongo yo del reino para vosotros, como mi Padre
dispuso de él para mí. Para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os
sentéis sobre tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel". (S. Lucas, cap. XXII,
v. 28, 29 y 30).
“Yo hablo lo que he visto cerca del Padre; y vosotros hacéis lo que habéis
oído cerca de vuestro padre.". (S. Juan, cap. VIII, v. 38).
“Entonces vino una nube que les hizo sombra, y desde la nube una voz que
decía: Este es mi Hijo amado; a él oíd.” (Transfiguración; S. Marcos, cap. IX, v. 6).
"Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles
con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él
todas las naciones; y los apartará unos de los otros, como aparta el pastor las
ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su
izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre,
heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.". (S.
Mateo cap. XXV, v. 3I a 34)
“A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le
confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que me
niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está
en los cielos. ". (S. Mateo, cap. X. 32 y 33).
“Os digo que todo aquel que me confesare delante de los hombres, también el
Hijo del Hombre le confesará delante de los ángeles de Dios; mas el que me
negare delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios. ". (S.
Lucas, cap. XII, v, 8 y 9).
“Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras, de éste se
avergonzará el Hijo del Hombre cuando venga en su gloria, y en la del Padre, y de
los santos ángeles." (S. Lucas, cap. IX, v. 26).
 
Hasta parece que, en estos dos últimos pasajes, Jesús coloca por encima de
sí a los santos ángeles, que componen el tribunal celeste ante el cual sería él el
defensor de los buenos y el acusador de los malos.
“…pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a
aquellos para quienes está preparado por mi Padre.". (S. Mateo, capitulo XX, 23).
“Y estando juntos los fariseos, Jesús les preguntó, diciendo: ¿Qué pensáis del
Cristo? ¿De quién es hijo? Le dijeron: De David. El les dijo: ¿Pues cómo David en
el Espíritu le llama Señor, diciendo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi
derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies? Pues si David le
llama Señor, ¿cómo es su hijo? (Mateo, XXII: 41-45)
 
Con estas palabras consagra Jesús el principio de la diferencia jerárquica que
existe entre el Padre y el Hijo. Jesús podía ser hijo de David por filiación corporal y
como descendiente de su raza, por lo cual se cuida de añadir: “¿Cómo David en
espíritu lo llama Señor?" Si hay, pues, una diferencia jerárquica entre el padre y el
hijo. Jesús, como hijo de Dios, no puede ser igual a Dios.
El mismo Cristo confirma esta interpretación, y reconoce su inferioridad
respecto de Dios en términos que hacen imposible toda duda.
“Habéis oído que yo os he dicho: Voy, y vengo a vosotros. Si me amarais, os
habríais regocijado, porque he dicho que voy al Padre; porque EL PADRE MAYOR
ES QUE YO. ". (San Juan, cap. XIV, v. 28)
“Entonces vino uno y le dijo: Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida
eterna? Él le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios.
Más si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos." (S. Mateo, cap. XIX, v.
16 y 17.-S. Marcos, cap. X, v. 17 y 18. -S. Lucas, .XVIII: 18 y 19).
Jesús no solo no se supuso igual a Dios en ninguna circunstancia, sino que
en los anteriores pasajes afirma positivamente lo contrario, considerándose inferior
a él en bondad; y declarar que Dios le es superior en poder y cualidades morales,
es declarar que no es Dios. Los siguientes pasajes vienen en apoyo de este aserto,
y son tan explícitos como los que preceden
“Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me
dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar. Y sé que su
mandamiento es vida eterna. Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me
lo ha dicho.". (Juan, capitulo XII, v. 49 y 50)
“Jesús les respondió y dijo: Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me
envió. El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o
si yo hablo por mi propia cuenta. El que habla por su propia cuenta, su propia gloria
busca; pero el que busca la gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay en
él injusticia." (Juan, cap. VIl, v. 16, 17 y 18)
" El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no
es mía, sino del Padre que me envió.” (Juan, cap XIV, v. 24)
“¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os
hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él
hace las obras."(Juan, cap. XIV, v. 10)
“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Pero del día y la
hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre. (Marcos, cap.
XXIV, v. 35 y 36)
"Les dijo, pues, Jesús: Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces
conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó
el Padre, así hablo. Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el
Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada." (Juan, cap. VIII, v. 28 y 29)
“Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad
del que me envió." (Juan, cap. VI, v. 38)
“Mas yo tengo mayor testimonio que el de Juan; porque las obras que el
Padre me dio para que cumpliese, las mismas obras que yo hago, dan testimonio
de mí, que el Padre me ha enviado." (S. Juan, cap. V, v. 36)
“Pero ahora procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad, la
cual he oído de Dios; no hizo esto Abraham." (S. Juan, cap. VIII, v. 40)
 
Desde el momento en que nada hace de sí mismo, que la doctrina que
enseña no es suya, sino que la recibió de Dios que le mandó que viniese a darla a
conocer; desde el momento en que solo hace lo que Dios le ha dado poder para
hacer y que la verdad que enseña la ha aprendido de Dios, a cuya voluntad está
sometido, no es el mismo Dios, sino su enviado, su Mesías y su subordinado.
Imposible es recusar de un modo más terminante cualquiera asimilación con
la persona de Dios, y determinar en más precisos términos su verdadera misión.
No son estos pensamientos ocultos con el velo de la alegoría, y que solo a fuerza
de interpretación se descubren; es el sentido propio expresado sin ambigüedades.
Si se objetase que, no queriendo Dios darse a conocer en la persona de
Jesús, nos ha engañado acerca de su individualidad, se podría preguntar en que
se funda esa opinión, y quién ha dado autoridad para penetrar en el fondo de su
pensamiento y dar a sus palabras un sentido contrario del que expresan. Puesto
que, durante la vida de Jesús, nadie lo consideraba como Dios, sino que se le
miraba, por el contrario, como un Mesías, le bastaba no haber dicho nada sobre el
particular si no quería ser tenido por quien realmente era. De su afirmación
espontánea, preciso es concluir que no era Dios, o que, si lo era, dijo voluntaria e
inútilmente una cosa falsa.

Es digno de notarse que San Juan Evangelista, en cuya autoridad se han
apoyado más para establecer el dogma de la divinidad de Cristo, es precisamente
el que proporciona los más numerosos y positivos argumentos en contra. De ello
puede convencerse cualquiera leyendo los pasajes siguientes, que nada añaden,
es cierto, a las pruebas ya citadas, pero que vienen en su apoyo, porque de los
mismos resulta evidentemente la dualidad y la desigualdad de personas: "Y por
esta causa los judíos perseguían a Jesús, y procuraban matarle, porque hacía
estas cosas en el día de reposo. Y Jesús les respondió: Mi Padre hasta ahora
trabaja, y yo trabajo." (S. Juan, cap. V, v. 16 y 17).
 
"Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, para que
todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al
Padre que le envió. De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al
que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de
muerte a vida. De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los
muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán. Porque como el
Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí
mismo; y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del
Hombre. (Juan. cap. V. v. 22 a 27).
“También el Padre que me envió ha dado testimonio de mí. Nunca habéis
oído su voz, ni habéis visto su aspecto, ni tenéis su palabra morando en vosotros;
porque a quien él envió, vosotros no creéis. (S. Juan, cap. V, v. 37 y 38).
“Y si yo juzgo, mi juicio es verdadero; porque no soy yo solo, sino yo y el que
me envió, el Padre.". (S. Juan, cap. VIII, v. 16).
 
"Estas cosas dijo Jesús, y alzando los ojos al cielo dijo: Padre, viene la hora,
glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti”. - “Como le has dado poder
sobre toda carne, para que todo lo que le diste a Él les des a ellos vida eterna. Y
ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti solo Dios verdadero, y a Jesucristo a
quien enviaste.” "Yo te he glorificado sobre la tierra: he acabado la obra que me
diste a hacer. Ahora, pues, Padre, glorifícame tú en ti mismo con aquella gloria que
tuve en ti, antes que fuese al mundo. "Y ya no estoy en el mundo, mas éstos están
en el mundo, y yo voy a ti; Padre Santo, guarda por tu nombre a aquellos que me
diste: para que sean una cosa, como también nosotros.” "Yo les di tu palabra, y el
mundo los aborreció: porque no nacen del mundo, como tampoco yo soy del
mundo.” "Santifícalos con tu verdad. Tu palabra es la verdad. Como tú me enviaste
al mundo, también yo los he enviado al mundo. Y por ellos yo me sacrifico a mí
mismo, para que ellos sean también santificados en verdad.” "Mas no ruego tan
solamente por ellos, sino también por los que han de creer en mi por la palabra de
ellos. Para que sean todos una cosa, así como tu, Padre, en mi, y yo en ti, que
también sean ellos una cosa en nosotros; para que el mundo crea que tu me
enviaste.” "Padre, quiero que aquellos que tu me diste estén conmigo en donde yo
estoy: para que vean mi gloria que tu me diste porque me has amado antes del
establecimiento del mundo.” "Padre justo, el mundo no te ha conocido, mas yo te
he conocido: y estos han conocido que tu me enviaste. Y les hice conocer tu
nombre, y se lo haré conocer: para que el amor con que me has amado esté en
ellos, y yo en ellos". (S. Juan, cap. XVII v. l, 5, II, 14, 17, 21, 24 y 26).
“Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar.
Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y
tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre. ". (S.
Juan, cap. X, v. 17 y 18).
“Entonces quitaron la piedra de donde había sido puesto el muerto. Y Jesús,
alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía
que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para
que crean que tú me has enviado. ". (S. Juan, cap. XI, v. 41 y 42).
“No hablaré ya mucho con vosotros; porque viene el príncipe de este mundo,
y él nada tiene en mí. Mas para que el mundo conozca que amo al Padre, y como
el Padre me mandó, así hago. Levantaos, vamos de aquí." (San Juan, cap. XIV, v.
30 y 31).
“Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he
guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor." (S. Juan,
cap. XV, v. 10). 
“Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu. Y diciendo esto, expiró". (S. Lucas, cap. XXIII, v. 46).
Puesto que Jesús, al morir, encomienda su Espíritu en manos de Dios, tenía
un alma distinta de Dios, sometida a Dios y par lo tanto no era el mismo Dios.
Las siguientes palabras revelan cierta debilidad humana, cierto temor a la
muerte y a los sufrimientos que tendría que arrostrar, y que contrastan con la
naturaleza esencialmente divina que se le atribuye; pero revelan al mismo tiempo
una sumisión que es la del inferior al superior.
“Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a
sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro. Y tomando a Pedro, y a
los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran
manera. Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos
aquí, y velad conmigo. Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando
y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo
quiero, sino como tú. Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a
Pedro: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad, para que
no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es
débil. Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar
de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad. ". (S. Mateo, cap. XXVI, v.
36 42)
"Y les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad.
Yéndose un poco adelante, se postró en tierra, y oró que si fuese posible, pasase
de él aquella hora. Y decía: Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti;
aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú.". (S. Marcos, cap.
XIV, v. 34, 35 y 36)
“Cuando llegó a aquel lugar, les dijo: Orad que no entréis en tentación. Y él se
apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró,
diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad,
sino la tuya. Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en
agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre
que caían hasta la tierra.". (Lucas, cap. XXII, v. 40 a 44)
“Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama
sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mateo,
cap. XXVII. v. 46)
“Y a la hora novena Jesús clamó a gran voz, diciendo: Eloi, Eloi, ¿lama
sabactani? que traducido es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?"
(Marcos, cap. XV, v. 34).
 
Los siguientes pasajes podrían originar alguna incertidumbre, y dar lugar a
creer en una identificación de Dios con la persona de Jesús; pero, aparte de que no
pueden prevalecer contra los precisos términos de los que preceden, llevan
además en sí mismos su propia rectificación.
 
“Entonces le dijeron: ¿Tú quién eres? Entonces Jesús les dijo: Lo que desde
el principio os he dicho. Muchas cosas tengo que decir y juzgar de vosotros; pero el
que me envió es verdadero; y yo, lo que he oído de él, esto hablo al mundo." (Juan,
cap. VIII, v. 25 y 26).
"Lo que me dio mi Padre es sobre todas las cosas, y nadie lo puede arrebatar
de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos una misma cosa".
 
Es decir que su padre y él son uno solo por el pensamiento, puesto que él
expresa el pensamiento de Dios y tiene su palabra.
 
"Entonces los judíos tomaron piedras para apedrearle. Jesús les respondió:
Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre, ¿por cuál obra de ellas me
apedreáis? Los judíos le respondieron: No te apedreamos por la buena obra sino
por la blasfemia; y porque tu siendo hombre, te haces Dios a ti mismo". Jesús les
respondió: ¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, Dioses sois? Pues si llamó
dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios, la escritura no puede faltar. ¿A
mí que el padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: que blasfemas, porque
he dicho, soy hijo de Dios? Si no hago las obras de mi Padre, no me creéis. Mas si
las hago, aunque a mí no me queráis creer, creed a las obras para que conozcáis,
que el Padre está en mí, y yo en el Padre". (S. Juan, Cap. X, v. 29 a 38).
En otro capitulo, dirigiéndose a sus discípulos, les dijo:
"En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí
y yo en vosotros". (S. Juan, capitulo XIV, v. 20).
 
No ha de deducirse de estas palabras que Dios y Jesús sean uno solo, pues
de lo contrario sería preciso deducir de las mismas palabras que Dios y los
apóstoles son igualmente uno solo.

AMISTAD


¿Usted tiene amigos? Sí aún no los tiene, no pierda tiempo. Empiece hoy mismo a conquistar amistades verdaderas, pues la amistad es un tesoro sin el que la vida en la tierra no tendría sentido. Es una fuerza capaz de suavizar incluso los momentos más difíciles en la vida de las personas, como los de la guerra, por ejemplo. Hay muchas historias conmovedoras a respecto de grandes amistades y la que vamos a narrar es una de ellas.
Cuenta que una vez, un soldado se dirigió a su superior y le pidió permiso para ir a buscar a un amigo que no volvió del campo de batalla. Permiso negado, contestó el teniente. Pero el soldado, al saber que el amigo estaba en apuros, ignoró la prohibición y fue en su búsqueda. Algún tiempo más tarde regresó, mortalmente herido, transportando el cadáver de su amigo en los brazos. Su superior estaba furioso y lo reprendió:
– ¿No le dije que no se arriesgara? ¡Yo sabía que el viaje sería inútil! – Ahora he perdido dos hombres en vez de uno… Dígame: ¿ha valido la pena ir hasta allá para traer un cadáver?
Y el soldado, con la poca fuerza que le restaba, le contestó:
– ¡Claro que sí, señor! Cuando yo lo encontré él estaba todavía vivo y me pudo decir: – “Estaba seguro que tú vendrías”!
Historias como ésta se repetirán, con otras tonalidades, mientras exista amistad sobre la Tierra. ¿Cuántos son los que se dedican, sin nada exigir, a cuidar de amigos enfermos, amigos en dificultades, amigos rebeldes? Por todo esto la amistad ha sido comparada a un tesoro de valor incalculable, pues no se compra ni se vende, simplemente se conquista. Y la verdadera amistad es la que acepta a la persona amiga como ella es, y no intenta moldearla como le gustaría que fuese.
La amistad respeta, comprende, perdona, apoya, defiende, enaltece. Mucha gente confunde la amistad con complicidad por interés, pero la amistad no es así. El amigo verdadero sabe decir sí y sabe decir no cuando es preciso, aunque no sea no sea entendido por ello. En nombre de la amistad, no se debe hacer todo lo que un amigo hace ni apoyarlo en todo. Eso sería una tontería. La amistad fiel no tiene connivencia con los errores, pero está siempre alerta para socorrer cuando se hace necesario. En fin, el amigo no es solamente el que seca nuestras lágrimas, sino el que hace de todo para no dejarlas derramar.
El ejemplo más grande que pasó sobre la tierra, se llama Jesucristo. Él, un Poeta de los mundos celestes, se convirtió en Cantor para que Su sublime voz fuera escuchada en este minúsculo planeta. Príncipe de los espacios siderales, se convirtió en Súbdito humilde para acercarse a los corazones sufridores. Señor de las estrellas, se convirtió en siervo para enseñar la humildad. Noble de origen celeste, se transformó en Esclavo por amor a los amigos-hermanos exiliados en la Tierra.
Grandioso, hoy como ayer, es el mañana de los que lloran, sufren, esperan y aman. Su venerable presencia se destaca dominadora sobre la humanidad, que encuentra en él aliento a sus dolores y fuerza para continuar en la escalada hacia Dios… Jesús es la síntesis histórica de la grandeza, de la perfección, de la sabiduría y más que nunca, de la amistad…