jueves, 2 de abril de 2015

LA CRUZ DEL CRISTO NO SE HAGA VANA

"Porque Cristo me envió, no para bautizar, sino para evangelizar; no en sabiduría de palabras, para que la cruz de Cristo no se haga vana." — Pablo. (I Corintios 1:17.)

Generalmente, estando encarnados, sentimos vanidoso placer en atraer el mayor número de personas a nuestro modo de creer.
Somos invariablemente buenos predicadores y eminentemente sutiles en la creación de raciocinios que abruman los puntos de vista de cuantos no nos puedan comprender en lo inmediato de la lucha.
En el primer pequeño triunfo obtenido, nos volvemos operosos en la consulta a los libros santos, no para adquirir más vasta iluminación y, sí, con el objetivo de pesquisar las letras humanas de las divinas escrituras, buscando acentuar las afirmativas vulnerables de nuestros opositores.
Si somos católicos romanos, insistimos por la observancia de nuestros amigos a la frecuencia de la misa y de los sacramentos materializados; si adeptos de las iglesias reformadas, exigimos el comparecimiento general al culto externo; y, si espiritistas, buscamos multiplicar las sesiones de intercambio con el plano invisible.
Semejante esfuerzo no deja de ser loable en algunas de sus carac-terísticas, sin embargo, es imperioso recordar que el aprendiz del Evangelio, cuando procura sinceramente comprender a Cristo, se siente visceral-mente renovado en la conducta íntima.
Cuando Jesús penetra al corazón de un hombre, lo convierte en testimonio vivo del bien y lo manda a evangelizar a sus hermanos con su propia vida y, cuando un hombre alcanza a Jesús, no se detiene, pura y simplemente, en la estación de las palabras brillantes, sino vive de acuerdo con el Maestro, ejemplificando el trabajo y el amor que iluminan la vida, a fin de que la gloria de la cruz no se haga vana.

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