Francisca Vernhes
Ciega de nacimiento, hija de un colono de las cercanías de Tolosa, murió en 1855, a la edad
de cuarenta y cinco años. Se ocupaba constantemente enseñando el catecismo a los niños para
prepararles a su primera comunión. Habiéndose cambiado el catecismo, no tuvo ninguna dificultad
en enseñarles el nuevo, porque sabía los dos de memoria. Una noche de invierno, volviendo de una
excursión de muchas leguas en compañía de su tía, les fue preciso atravesar un bosque por caminos
horribles y llenos de lodo. Las dos mujeres debían marchar con precaución sobre el borde de las
zanjas. Su tía quería conducirla por la mano, pero ella le respondió: “No tengáis cuidado por mí, no
corro ningún peligro de caer. Veo sobre mi espalda una luz que me guía, seguidme, yo soy quien va
a conduciros.” Así llegaron a su casa sin accidente alguno, conduciendo la ciega a la que tenía el
uso de la vista.
Evocación en París, mayo de 1865
P. ¿Tendríais la bondad de darnos la explicación de la luz que os guiaba en aquella noche
oscura, y que sólo era visible para vos?
R. ¡Cómo! ¡Personas como vosotros, que están en relación continua con los espíritus, tienen
necesidad dc la explicación de un hecho semejante! Era mi ángel de la guarda quien me guiaba.
P. Ésta era nuestra opinión, pero deseábamos verla confirmada. ¿Teníais en aquel momento
conciencia de que era vuestro ángel de la guarda quien os servía de guía?
R. No convengo en ello. Sin embargo, creía en una protección celeste. ¡Había rogado tanto
tiempo a nuestro Dios bueno y clemente para que tuviese piedad de mí!..., y es tan cruel ser ciego...
Sí, es muy cruel, pero reconozco también que es justicia. Los que pecan por la vista, deben ser
castigados por la vista. y así de todas las facultades de que los hombres están dotados y de las
cuales
abusan. A los numerosos infortunios que afligen a la Humanidad, no busquéis, pues, otra causa que
la que les es natural, la expiación. Expiación que no es meritoria sino cuando se sufre con sumisión,
y puede ser suavizada por la oración atrayendo las influencias espirituales que protegen a los
culpables del penitenciario humano y derraman la esperanza y el consuelo en los corazones
afligidos que sufren.
P. Os habéis dedicado a la instrucción religiosa de niños pobres. ¿Os ha causado trabajo
adquirir los conocimientos necesarios para la enseñanza del catecismo, que sabíais de memoria a
pesar de vuestra ceguera y de haberse cambiado?
R. Los ciegos tienen en general los otros sentidos dobles, si puedo expresarme así. La
observación no es una de las menores facultades de su naturaleza. Su memoria es como una
papelera donde están colocadas con orden. y no desaparecen nunca, las enseñanzas cuyas
tendencias y aptitudes tienen. No siendo capaz de perturbar esta facultad ningún hecho exterior,
resulta de ello que puede ser desenvuelta de una manera notable por la educación. No me
encontraba en este caso, porque no había recibido educación.
Doy gracias a Dios por haberme permitido que fuese bastante para llenar mi misión de
abnegación al lado de aquellos niños, lo que era al mismo tiempo una reparación por el mal ejemplo
que les di en mi precedente existencia. Todo es objeto serio para los espiritistas. Para eso no deben
sino mirar a su alrededor, y les será más útil que el dejarse extraviar por las sutilezas filosóficas de
ciertos espíritus, que se burlan de ellos, lisonjeando su orgullo con frases de gran efecto, pero vacías
de sentido.
P. Por vuestro lenguaje, os consideramos adelantada intelectualmente, lo mismo que vuestra
conducta en la Tierra es una prueba de adelanto moral.
R. Me falta adquirir mucho todavía. Pero hay personas en la Tierra que pasan por
ignorantes, porque su inteligencia está velada por la expiación. Mas estos velos caen a la muerte, y
los pobres ignorantes son muchas veces más instruidos que aquellos que les desdeñaban. Creedme,
el orgullo es la piedra de toque en que se reconocen los hombres. Todos aquellos cuyo corazón es
accesible a la lisonja, o que tienen demasiada confianza en su ciencia, están en el mal camino. En
general no son sinceros. Desconfiad de ellos. Sed humildes como Cristo, y llevad como él vuestra
cruz con amor, a fin de tener acceso en el reino de los cielos.
Francisca Vernhes
JUSTICIA DIVINA. Cielo e Infierno. Allan Kardec.
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