“Sabes los mandamientos: ‘No cometas adulterio; no
mates; no robes; no levantes falso testimonio; no hagas mal a nadie;
honra a tu padre y a tu madre’.” (San Marcos, 10:19; San Lucas,
18:20; San Mateo, 19:18 y 19.)
mates; no robes; no levantes falso testimonio; no hagas mal a nadie;
honra a tu padre y a tu madre’.” (San Marcos, 10:19; San Lucas,
18:20; San Mateo, 19:18 y 19.)
“Honra a tu padre y a tu madre, para que vivas largo tiempo
en la Tierra que el Señor tu Dios te dará.” (“Decálogo”, Éxodo, 20:12.)
Piedad filial Ca p í tulo XIV item 1,2,3 y 4
en la Tierra que el Señor tu Dios te dará.” (“Decálogo”, Éxodo, 20:12.)
Piedad filial Ca p í tulo XIV item 1,2,3 y 4
El mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre”
es una consecuencia de la ley general de caridad y de amor
al prójimo, dado que no podemos amar al prójimo si no
amamos a nuestros padres. No obstante, el imperativo honra
contiene un deber mayor para con ellos: el de la piedad filial.
Así, Dios quiso mostrar que en el amor a nuestros padres
debemos incluir el respeto, las atenciones, la sumisión y la
condescendencia. Eso implica la obligación de cumplir para
con ellos, en forma aún más rigurosa, todo lo que la caridad
nos ordena en relación con el prójimo en general. Ese deber se
extiende, naturalmente, a las personas que hacen las veces
de padre y madre, y que tienen tanto más mérito cuanto
menos obligatoria es su devoción. Dios castiga siempre con
rigor cualquier tipo de violación a ese mandamiento.
Honrar al padre y a la madre no significa solamente
respetarlos, sino también ampararlos en la necesidad,
proporcionarles reposo en la vejez, y rodearlos de
cuidados, al igual que ellos lo hicieron con nosotros
durante nuestra infancia.
La verdadera piedad filial se demuestra, sobre todo,
en relación con los padres sin recursos. ¿Cumplirán ese
mandamiento los que suponen que realizan un gran esfuerzo
porque dan a sus padres estrictamente lo necesario para
que no se mueran de hambre, mientras ellos no se privan
de nada? ¿Cumplirán si los relegan a la habitación más
pequeña de la casa, sólo por no abandonarlos en la calle,
mientras reservan para sí mismos la mejor y más confortable?
¡Cuántas veces lo hacen de mala voluntad y los obligan a
pagar caro lo que les resta de vida, descargando sobre ellos
todo el peso de las tareas domésticas! ¿Corresponderá a
los padres, ancianos y débiles, servir a los hijos jóvenes
y fuertes? ¿Acaso la madre les cobró la leche cuando los
amamantaba? ¿Tomó en cuenta sus vigilias cuando ellos
estuvieron enfermos, o todo lo que debió caminar para
es una consecuencia de la ley general de caridad y de amor
al prójimo, dado que no podemos amar al prójimo si no
amamos a nuestros padres. No obstante, el imperativo honra
contiene un deber mayor para con ellos: el de la piedad filial.
Así, Dios quiso mostrar que en el amor a nuestros padres
debemos incluir el respeto, las atenciones, la sumisión y la
condescendencia. Eso implica la obligación de cumplir para
con ellos, en forma aún más rigurosa, todo lo que la caridad
nos ordena en relación con el prójimo en general. Ese deber se
extiende, naturalmente, a las personas que hacen las veces
de padre y madre, y que tienen tanto más mérito cuanto
menos obligatoria es su devoción. Dios castiga siempre con
rigor cualquier tipo de violación a ese mandamiento.
Honrar al padre y a la madre no significa solamente
respetarlos, sino también ampararlos en la necesidad,
proporcionarles reposo en la vejez, y rodearlos de
cuidados, al igual que ellos lo hicieron con nosotros
durante nuestra infancia.
La verdadera piedad filial se demuestra, sobre todo,
en relación con los padres sin recursos. ¿Cumplirán ese
mandamiento los que suponen que realizan un gran esfuerzo
porque dan a sus padres estrictamente lo necesario para
que no se mueran de hambre, mientras ellos no se privan
de nada? ¿Cumplirán si los relegan a la habitación más
pequeña de la casa, sólo por no abandonarlos en la calle,
mientras reservan para sí mismos la mejor y más confortable?
¡Cuántas veces lo hacen de mala voluntad y los obligan a
pagar caro lo que les resta de vida, descargando sobre ellos
todo el peso de las tareas domésticas! ¿Corresponderá a
los padres, ancianos y débiles, servir a los hijos jóvenes
y fuertes? ¿Acaso la madre les cobró la leche cuando los
amamantaba? ¿Tomó en cuenta sus vigilias cuando ellos
estuvieron enfermos, o todo lo que debió caminar para
conseguir lo que necesitaban? No, los hijos no deben a sus
padres indigentes nada más que lo estrictamente necesario;
les deben también, en la medida de sus posibilidades, las
pequeñas satisfacciones de lo superfluo, la dedicación, los
amorosos cuidados, que apenas son el interés de lo que
recibieron, el pago de una deuda sagrada. Esta es la única
piedad filial que Dios admite.
¡Ay, pues, de aquel que olvida lo que debe a quienes lo
ampararon en su debilidad, que junto con la vida material
le dieron la vida moral, y que muchas veces se impusieron
duras privaciones para garantizarle el bienestar! ¡Ay
del ingrato, porque será castigado con la ingratitud y
el abandono! Será herido en sus más caros afectos, en
ocasiones incluso desde la vida presente, pero con certeza
en otra existencia, en la que habrá de padecer lo que haya
hecho padecer a los otros.
Es cierto que algunos padres menosprecian sus
deberes y no son para sus hijos lo que deberían ser. Con
todo, a Dios le corresponde juzgarlos, y no a los hijos. No
corresponde a estos censurarlos, porque tal vez hayan
merecido que sus padres fueran de ese modo. Si la ley
de caridad establece que el mal se pague con el bien, que
haya indulgencia para con las imperfecciones ajenas, que
no se hable mal del prójimo, que se olviden y perdonen
sus faltas, que se ame incluso a los enemigos, ¡cuánto
mayores no habrán de ser esas obligaciones en relación con
los padres! Los hijos deben, pues, adoptar como regla de
conducta para con la madre y el padre todos los preceptos
de Jesús relativos al prójimo, y tener en mente que todo
procedimiento censurable en relación con los extraños, es
todavía más censurable en relación con los padres, y que
lo que tal vez no sea más que una simple falta en el primer
padres indigentes nada más que lo estrictamente necesario;
les deben también, en la medida de sus posibilidades, las
pequeñas satisfacciones de lo superfluo, la dedicación, los
amorosos cuidados, que apenas son el interés de lo que
recibieron, el pago de una deuda sagrada. Esta es la única
piedad filial que Dios admite.
¡Ay, pues, de aquel que olvida lo que debe a quienes lo
ampararon en su debilidad, que junto con la vida material
le dieron la vida moral, y que muchas veces se impusieron
duras privaciones para garantizarle el bienestar! ¡Ay
del ingrato, porque será castigado con la ingratitud y
el abandono! Será herido en sus más caros afectos, en
ocasiones incluso desde la vida presente, pero con certeza
en otra existencia, en la que habrá de padecer lo que haya
hecho padecer a los otros.
Es cierto que algunos padres menosprecian sus
deberes y no son para sus hijos lo que deberían ser. Con
todo, a Dios le corresponde juzgarlos, y no a los hijos. No
corresponde a estos censurarlos, porque tal vez hayan
merecido que sus padres fueran de ese modo. Si la ley
de caridad establece que el mal se pague con el bien, que
haya indulgencia para con las imperfecciones ajenas, que
no se hable mal del prójimo, que se olviden y perdonen
sus faltas, que se ame incluso a los enemigos, ¡cuánto
mayores no habrán de ser esas obligaciones en relación con
los padres! Los hijos deben, pues, adoptar como regla de
conducta para con la madre y el padre todos los preceptos
de Jesús relativos al prójimo, y tener en mente que todo
procedimiento censurable en relación con los extraños, es
todavía más censurable en relación con los padres, y que
lo que tal vez no sea más que una simple falta en el primer
caso, puede convertirse en un crimen en el segundo, porque
entonces a la falta de caridad se suma la ingratitud.
entonces a la falta de caridad se suma la ingratitud.
Dios ha dicho: “Honra a tu padre y a tu madre, para
que vivas largo tiempo en la tierra que el Señor tu Dios te dará”.
¿Por qué Él promete como recompensa la vida en la Tierra y
no la vida celestial? La explicación se encuentra en esta frase:
“Que Dios te dará”, la cual, suprimida en la fórmula moderna
del Decálogo, altera su sentido. Para que comprendamos esas
palabras, es preciso que nos remitamos a la situación y a las
ideas de los hebreos en la época en que fueron pronunciadas.
Ellos todavía no comprendían la vida futura. Su visión no se
extendía más allá de la vida corporal. Tenían, pues, que ser
impresionados más por lo que veían que por lo que no veían,
razón por la cual Dios les habla en un lenguaje que está más
a su alcance, como si se dirigiera a niños, y les muestra en
perspectiva lo que puede satisfacerlos. Los hebreos todavía
se hallaban en el desierto, y la tierra que Dios les dará es la
Tierra Prometida, el objetivo de sus aspiraciones. No deseaban
nada más que eso, y Dios les dice que vivirán en ella largo
tiempo, es decir, que la poseerán por largo tiempo, en caso de
que observen sus mandamientos.
No obstante, al advenimiento de Jesús las ideas de
los hebreos ya estaban más desarrolladas. Había llegado
la hora de que recibieran una alimentación menos grosera,
de modo que el Maestro los inicia en la vida espiritual al
decir: “Mi reino no es de este mundo. Allá, y no en la Tierra,
recibiréis la recompensa de vuestras buenas obras”. Con
esas palabras, la Tierra Prometida material se transforma
en una patria celestial. Por eso, cuando Él los llama a la
observancia de aquel mandamiento: “Honra a tu padre y a
tu madre”, ya no les promete la Tierra, sino el Cielo. (Véanse
los Capítulos II y III E.S.E.)
que vivas largo tiempo en la tierra que el Señor tu Dios te dará”.
¿Por qué Él promete como recompensa la vida en la Tierra y
no la vida celestial? La explicación se encuentra en esta frase:
“Que Dios te dará”, la cual, suprimida en la fórmula moderna
del Decálogo, altera su sentido. Para que comprendamos esas
palabras, es preciso que nos remitamos a la situación y a las
ideas de los hebreos en la época en que fueron pronunciadas.
Ellos todavía no comprendían la vida futura. Su visión no se
extendía más allá de la vida corporal. Tenían, pues, que ser
impresionados más por lo que veían que por lo que no veían,
razón por la cual Dios les habla en un lenguaje que está más
a su alcance, como si se dirigiera a niños, y les muestra en
perspectiva lo que puede satisfacerlos. Los hebreos todavía
se hallaban en el desierto, y la tierra que Dios les dará es la
Tierra Prometida, el objetivo de sus aspiraciones. No deseaban
nada más que eso, y Dios les dice que vivirán en ella largo
tiempo, es decir, que la poseerán por largo tiempo, en caso de
que observen sus mandamientos.
No obstante, al advenimiento de Jesús las ideas de
los hebreos ya estaban más desarrolladas. Había llegado
la hora de que recibieran una alimentación menos grosera,
de modo que el Maestro los inicia en la vida espiritual al
decir: “Mi reino no es de este mundo. Allá, y no en la Tierra,
recibiréis la recompensa de vuestras buenas obras”. Con
esas palabras, la Tierra Prometida material se transforma
en una patria celestial. Por eso, cuando Él los llama a la
observancia de aquel mandamiento: “Honra a tu padre y a
tu madre”, ya no les promete la Tierra, sino el Cielo. (Véanse
los Capítulos II y III E.S.E.)
REFLEXION
1.¿Cuál es el verdadero sentido del mandamiento “Honrad a vuestro padre y a vuestra
madre”?
Él encierra toda la obligación de los hijos ante los padres, traduciéndola por el amor, respeto,
atención, sumisión y condescendencia para con ellos. Es el deber de la piedad filial.
madre”?
Él encierra toda la obligación de los hijos ante los padres, traduciéndola por el amor, respeto,
atención, sumisión y condescendencia para con ellos. Es el deber de la piedad filial.
2 ¿Qué debemos entender por “piedad filial”?
Es la obligación incondicional que tenemos, ante nuestros padres, de cumplir para con ellos los
deberes impuestos por la ley de caridad y amor, del modo más riguroso que el demostrado al
prójimo en general.
3 ¿Padres son sólo los que generan el cuerpo?
No necesariamente. Los que hacen las veces de padres están incluidos aquí, incluidos, con
más fuerte razón hasta, por expresar una dedicación oriunda, muchas veces, de la práctica de
la caridad desinteresada y del amor al prójimo.
4 ¿Qué razón nos lleva a cumplir los deberes que abarca la piedad filial?
Nuestros padres son nuestros hermanos a quien Dios nos confió, en esta existencia terrena,
como responsables importantes de nuestra actual fase evolutiva.
"La familia es un crisol de purificación donde aprendemos la legítima fraternidad".
Es la obligación incondicional que tenemos, ante nuestros padres, de cumplir para con ellos los
deberes impuestos por la ley de caridad y amor, del modo más riguroso que el demostrado al
prójimo en general.
3 ¿Padres son sólo los que generan el cuerpo?
No necesariamente. Los que hacen las veces de padres están incluidos aquí, incluidos, con
más fuerte razón hasta, por expresar una dedicación oriunda, muchas veces, de la práctica de
la caridad desinteresada y del amor al prójimo.
4 ¿Qué razón nos lleva a cumplir los deberes que abarca la piedad filial?
Nuestros padres son nuestros hermanos a quien Dios nos confió, en esta existencia terrena,
como responsables importantes de nuestra actual fase evolutiva.
"La familia es un crisol de purificación donde aprendemos la legítima fraternidad".
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