miércoles, 22 de abril de 2015

EL HOMBRE EN EL MUNDO

 Amad a vuestros enemigos; haced el bien a los que os
odian, y orad por los que os persiguen y calumnian; porque si
sólo amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No
hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis solamente
a vuestros hermanos, ¿qué hacéis con eso más que los otros? ¿No
hacen lo mismo los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos, como
vuestro Padre celestial es perfecto.” (San Mateo, 5:44, 46 a 48.)
Cap XVII Item 10
Un sentimiento de piedad debe en todo momento
animar el corazón de los que se reúnen bajo el amparo del
Señor e imploran la asistencia de los Espíritus buenos.
Purificad, pues, vuestros corazones. No permitáis que en
él se aloje ningún pensamiento mundano o fútil. Elevad
vuestro espíritu hacia aquellos a quienes convocáis,
a fin de que, al encontrar en vosotros las disposiciones
necesarias, puedan esparcir en abundancia la semilla que
debe germinar en vuestros corazones y producir en ellos
frutos de caridad y de justicia.
Sin embargo, no creáis que exhortándoos sin cesar
a la oración y a la evocación mental, os comprometemos a
que llevéis una vida mística, que os coloque al margen de
las leyes de la sociedad donde estáis condenados a vivir. De
ninguna manera; vivid con los hombres de vuestra época,
como deben vivir los hombres. Renunciad a las necesidades,
aun a las frivolidades cotidianas; pero hacedlo con un
sentimiento de pureza que pueda santificarlas.
Estáis llamados a tomar contacto con almas de diversa índole, de caracteres opuestos: no choquéis con ninguno de aquellos con quienes os encontréis. Sed alegres, sed felices; pero que vuestra alegría sea la que proviene de una conciencia recta, y que vuestra felicidad sea la del heredero del Cielo que cuenta los días que faltan para quetome posesión de su herencia.
La virtud no consiste en revestirse de un aspecto
lúgubre y severo, ni en rechazar los placeres que vuestra
condición humana os permite. Basta con que dediquéis
todos los actos de vuestra vida al Creador, que os ha dado
esa vida. Basta con que, cuando empecéis o acabéis una
obra, elevéis vuestro pensamiento a ese Creador y le pidáis,
en un impulso del alma, ya sea su protección para alcanzar
el éxito, o su bendición por la obra concluida. Sea lo que
fuere que hagáis, remontaos al origen de todas las cosas.
Nunca hagáis nada sin que el recuerdo de Dios venga a
purificar y santificar vuestros actos.
La perfección reside por completo, como lo ha dicho
Cristo, en la práctica de la caridad absoluta. No obstante,
los deberes de la caridad se extienden a todas las posiciones
sociales, desde la más pequeña hasta la más grande. El
hombre que viviese aislado no tendría cómo practicar la
caridad. Solamente en contacto con sus semejantes, en las
luchas más penosas, encuentra él la ocasión de llevarla a
cabo. Así pues, aquel que se aísla, se priva voluntariamente
del más poderoso medio de perfeccionarse. Si no tiene que
pensar más que en sí mismo, su vida es la de un egoísta.

No imaginéis, por consiguiente, que para vivir en
comunicación constante con nosotros, para vivir bajo el
amparo de Dios, sea preciso que os mortifiquéis con el cilicio
y os cubráis de cenizas. No y otra vez no. Sed felices de
acuerdo con las necesidades de la humanidad. Pero que en
vuestra felicidad nunca entre un pensamiento o un acto que

pueda ofender al Señor o hacer que se empañe el rostro de
los que os aman y dirigen. Dios es amor y bendice a los que
aman santamente. (Un Espíritu protector. Burdeos, 1863.)

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