Instrucciones de los espiritus.
La caridad material y
la caridad moral.
“Amémonos los unos a los otros y
hagamos a los demás lo que nos gustaría que ellos nos hicieran.”
Toda la religión y toda la moral se
hallan contenidas en esos dos preceptos. Si en la Tierra fueran observados, todos
vosotros seríais perfectos: ya no habría odios ni resentimientos. Agregaré
además: ya no habría pobreza, porque de lo superfluo de la mesa de cada rico se alimentarían muchos pobres, y ya
no veríais, en los lóbregos barrios donde viví durante mi última encarnación,
esas pobres mujeres que arrastran consigo a niños hambrientos a los que les
falta todo.
¡Ricos! Reflexionad un poco acerca de eso.
Ayudad a los desdichados lo mejor que podáis. Dad, para que Dios os retribuya
un día el bien que hayáis hecho; para que encontréis, al salir de vuestra envoltura
terrenal, un cortejo de Espíritus agradecidos, que os recibirán en el umbral de
un mundo más dichoso. ¡Si supierais la alegría que experimenté al reencontrar en
el Más Allá a aquellos a los había prestado servicio durante mi última vida!...
Así pues, amad a vuestro prójimo. Amadlo
como a vosotros mismos, pues ahora sabéis que ese menesteroso al que rechazáis,
sea tal vez un hermano, un padre, un amigo, al que expulsáis lejos de vosotros.
En ese caso, ¡cuánta será vuestra desesperación al reconocerlo en el mundo de
los Espíritus!
Deseo que comprendáis debidamente en qué
consiste la caridad moral, esa que todos pueden poner en práctica, esa
que no cuesta nada desde el punto de vista material y que, sin embargo,
es la más difícil de aplicar.
La caridad moral consiste en ejercer la
tolerancia mutua, y es lo que menos hacéis en ese mundo inferior donde por el
momento estáis encarnados. Creedme, existe un gran mérito en hacer silencio
para dejar que hable otro más ignorante que vosotros. Ese es también un tipo de
caridad. Saber hacer oídos sordos a una palabra burlona que se escapa de una
boca habituada a denigrar. No ver la sonrisa desdeñosa con que os reciben esas
personas que, muchas veces equivocadamente, se consideran superiores a
vosotros, mientras que, en la vida espiritual, la única verdadera,
están a veces muy por debajo. Ese es un merecimiento, no desde el punto de
vista de la humildad, sino desde el de la caridad, porque no prestar atención a
las equivocaciones de los demás es caridad moral.
Con todo, esa caridad no debe ser un
impedimento para la otra. Cuidaos, sobre todo, de no despreciar a vuestro
semejante. Tened presente siempre lo que os he dicho: cuando rechazáis a un
pobre, es probable que estéis rechazando a un Espíritu al que habéis querido, y
que de modo circunstancial se halla en una posición inferior a la vuestra. De
hecho, yo he vuelto a ver aquí a uno de los que fue pobre en la Tierra, a quien
felizmente auxilié en algunas ocasiones, y al cual por mi parte ahora
imploro asistencia.
Recordad que Jesús dijo que todos somos
hermanos, y pensad siempre en eso antes de rechazar al leproso o al mendigo.
Adiós. Tened presentes a los que sufren, y orad.
(Hermana Rosalía. París, 1860.)
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