lunes, 15 de diciembre de 2014

CARIDAD Y RACIOCINIO

 CARIDAD Y RACIOCINIO

Mas los fariseos, cuando oyeron que había hecho callar a los saduceos, se
juntaron a consejo.-Y le preguntó uno de ellos, que era doctor de la ley,
tentándole: Maestro, ¿cuál es el grande mandamiento en la ley? - Jesús le dijo:
Amarás al Señor tu Dios de todo corazón, y de toda tu alma y de todo tu
entendimiento. - Este es el mayor y primer mandamiento. - Y el segundo
semejante es a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. - De estos dos
mandamientos depende toda la ley y los profetas. (San Mateo, cap. XXII, v. de 34 a 40).

¡Todos pensamos en la caridad, todos hablamos de la caridad!...
La caridad, sin duda alguna, es el corazón que habla, sin embargo, en las situaciones difíciles de la vida hay que oír al raciocinio, a fin de que ella sea lo que debe ser.
Nada duele tanto como ver a un ser querido sufriendo bajo los efectos de un cáncer.
El corazón llora. Pero si la radiografía sugiere un trabajo operatorio, el raciocinio nos indica someter a ese organismo atormentado a la acción de la cirugía, en una suprema tentativa por lograr su recuperación.
Nada enternece más que ver a un pequeñito rodeado de las alegrías de su hogar.
El corazón se alegra. Pero si la criatura juega con un cuchillo, el raciocinio nos aconseja darle una reprimenda.
Nada sensibiliza tanto como encontrar a un alienado mental abandonado en la calle.

El corazón sufre. Mas si el demente está bajo una crisis violenta y porta armas
consigo, el raciocinio prescribe sea él sometido por la fuerza.
Nada preocupa más que observar a un compañero afectado por el uso de estupefacientes.
El corazón se conduele. Pero si el hermano que padece semejante hábito vicioso continúa haciendo nuevas víctimas por medio de la distribución de narcóticos, el raciocinio nos señala se providencie su segregación para ser tratado terapéuticamente.
El raciocinio, en nombre de la caridad, seguramente que no guarda la intención de violentar ninguna conciencia, imponiéndole frenos y medidas drásticas que la lleven  a un perfeccionamiento compulsivo.
La Misericordia Divina opera con paciencia infatigable frente a nuestros multimilenarios desaciertos, auxiliándonos a cada uno de nosotros por determinados medios, para que vayamos corrigiéndolos con el remedio amargo de las experiencias que vivimos a través de las horas sucesivas.
Cuando el mal se exterioriza en nosotros en perjuicio de los demás, es necesaria la autoridad y el ejercicio del raciocinio.
A efectos de clarificar la definición, comparemos a la caridad, naciendo en las profundidades de nuestra alma, con la fuente que brota espontánea de las entrañas de la tierra. La fuente puede ser abundante o escasa, recta o sinuosa, caer por laderas o derivar por las planicies, saciar a las bestias o dar de beber a las aves del cielo, todo dependiendo de la estructura, del clima, del suelo o de las circunstancias ambientales en
que se encuentra. En cualquier aspecto que se muestre, puede nuestro sentir glorificar su belleza y exaltar su utilidad como riego de los sembrados, acunando vidas, protegiendo hogares, multiplicando flores o reflejando estrellas, pero si en esta o aquella fuente aparecen aguas contaminadas, es necesario que el raciocinio intervenga y, para el bien general, se impida enérgicamente su uso.

EMMANUEL

E.S.E. CAP XV ITÉM 5
Caridad y humildad: tal es, pues, el sólo camino de la salvación; egoísmo y orgullo, tal es el de la perdíción. Este principio está formulado en términos precisos en estas palabras: "Amaréis a Dios de toda vuestra alma y a vuestro prójimo como a vosotrós mismos"; "toda la ley y los profetas están encerrados en estos dos mandamientos". Y para que no haya equivocación sobre la interpretación del amor de Dios y del prójimo, añade: "Y el segundo semejante es a éste"; es decir, que no se puede verdaderamente amar a Dios, sin amar a su prójimo, ni amar a su prójimo sin amar a Dios; pues todo lo que se hace contra el prójimo, se hace contra Dios. No pudiendo amar a Dios, sin practicar la caridad con el prójimo, todos los deberes del hombre están resumidos en esta máxima: "Sin caridad no hay salvación".

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