A los oídos del Alma atormentada, que le pedía la comunión con Jesús, respondió, generoso, el mensajero celestial:
—Sí, en verdad reconoces en Cristo al Señor, pero no te dispones a servirlo...
Clamas por Él, como la Suma Compasión, sin embargo, todavía te acomodas con la maldad...
No te cansas de anunciarlo como Luz de los Siglos, sin embargo, no te alejas de la sombra...
Dices que Él es el Amor Infinito, pero todavía te complaces en la agresividad y en el odio...
Afirmas aceptarlo por Príncipe de la Paz y no vacilas en favorecer la discordia...
—Sin embargo —suplicó el Alma en llanto—, tengo hambre de consuelo, en el aflictivo camino en que se prolongan mis pruebas... ¿Qué hacer para encontrar su presencia redentora...?
— ¡Vuelve al combate por la victoria del bien y no desfallezcas! —añadió el emisario celeste. Él es tu Maestro, la Tierra es tu escuela, el cuerpo de carne tu herramienta y la lucha nuestra sublime oportunidad de aprender. Si ya recogiste su lección, sé un trazo de él, cada día... ¡Ama siempre, aunque la hoguera de la persecución te elimine la esperanza, extiende los brazos al prójimo, sin desalentar, aunque la hiel de las circunstancias adversas te envenene la copa de solidaridad y cariño!... ¡Sé un rayo de luz en las tinieblas y la mano abnegada que insiste en el socorro fraternal, incluso en los sitios y en las situaciones en que los otros hayan desistido de auxiliar...! ¡Ve! ¡Olvídate y ayuda en el silencio, así como en el silencio recoges de él el aliento de cada instante! ¡No pretendas improvisar la santidad y no esperes compartir, inmediatamente, su gloria sublime! ¡Escucha! ¡Basta que seas un trazo del Señor, donde estuvieres!...
A los ojos del Alma afligida desapareció la figura del excelso dispensador de los Talentos Eternos.
Se vio, de nuevo, religada al cuerpo, bajo desaliento inexpresable...
Sin embargo, se irguió, enjugó los ojos doloridos y, callándose, buscó ser un trazo del Maestro cada día.
Corrió, rápido, el tiempo.
Amó, toleró, sufrió y se engrandeció...
El mundo le hería de mil modos, los inviernos de la experiencia le habían arrugado la cara y le habían plateado los cabellos, pero surgió un momento en que los trazos del Maestro se le grabaron en lo íntimo...
Vio a Jesús, con todo el esplendor de su belleza, en el espejo de su propia mente, sin embargo, no disponía de palabras para transmitir a los otros cualquier noticia del divino milagro...—Sí, en verdad reconoces en Cristo al Señor, pero no te dispones a servirlo...
Clamas por Él, como la Suma Compasión, sin embargo, todavía te acomodas con la maldad...
No te cansas de anunciarlo como Luz de los Siglos, sin embargo, no te alejas de la sombra...
Dices que Él es el Amor Infinito, pero todavía te complaces en la agresividad y en el odio...
Afirmas aceptarlo por Príncipe de la Paz y no vacilas en favorecer la discordia...
—Sin embargo —suplicó el Alma en llanto—, tengo hambre de consuelo, en el aflictivo camino en que se prolongan mis pruebas... ¿Qué hacer para encontrar su presencia redentora...?
— ¡Vuelve al combate por la victoria del bien y no desfallezcas! —añadió el emisario celeste. Él es tu Maestro, la Tierra es tu escuela, el cuerpo de carne tu herramienta y la lucha nuestra sublime oportunidad de aprender. Si ya recogiste su lección, sé un trazo de él, cada día... ¡Ama siempre, aunque la hoguera de la persecución te elimine la esperanza, extiende los brazos al prójimo, sin desalentar, aunque la hiel de las circunstancias adversas te envenene la copa de solidaridad y cariño!... ¡Sé un rayo de luz en las tinieblas y la mano abnegada que insiste en el socorro fraternal, incluso en los sitios y en las situaciones en que los otros hayan desistido de auxiliar...! ¡Ve! ¡Olvídate y ayuda en el silencio, así como en el silencio recoges de él el aliento de cada instante! ¡No pretendas improvisar la santidad y no esperes compartir, inmediatamente, su gloria sublime! ¡Escucha! ¡Basta que seas un trazo del Señor, donde estuvieres!...
A los ojos del Alma afligida desapareció la figura del excelso dispensador de los Talentos Eternos.
Se vio, de nuevo, religada al cuerpo, bajo desaliento inexpresable...
Sin embargo, se irguió, enjugó los ojos doloridos y, callándose, buscó ser un trazo del Maestro cada día.
Corrió, rápido, el tiempo.
Amó, toleró, sufrió y se engrandeció...
El mundo le hería de mil modos, los inviernos de la experiencia le habían arrugado la cara y le habían plateado los cabellos, pero surgió un momento en que los trazos del Maestro se le grabaron en lo íntimo...
Sabía solamente que transportaba en el corazón las estrellas de la alegría y los tesoros del amor.
Meimei
No hay comentarios:
Publicar un comentario