viernes, 22 de agosto de 2014

SANTIDAD DE SUPERFICIE

Muchos compañeros de convicción espirita acostumbran afirmar que:
Están animados por una fe ardiente, pero también los inquisidores del pasado que
encendían hogueras por la imposición del "cree o muere" la poseían;
Tienen una ilimitada cautela para no caer en el error, pero todos los religiosos
que se aíslan de las luchas humanas alegan prevención contra el pecado para huir de
sus obligaciones sociales.

Adoptan una tolerancia invariable y total con todo, de modo de no quedar mal con
nadie, pero esta actitud, de auténtico comodismo, no parece tener, conforme al testimonio
de la historia, un representante perfecto en la persona del gobernador Pilato, quien en
los comienzos del Cristianismo se rehusó a examinar la grandeza de Jesús con el fin de
no tener ni sufrir problemas;
Actúan libremente inspirados por buenas intenciones, por lo cual no concuerdan
con disciplinas o métodos en el ejercicio de la caridad, pero todos los que dificultan la
vida de los demás dicen llorando en el momento de suceder las desgracias que se
hallaban impulsados por los más puros deseos;
Obedecen solamente a los dictados de su corazón, pero también los presidiarios,
respondiendo a la pregunta sobre el motivo de la falta que los hizo caer, aseveran, de un
modo general, que actuaron bajo la influencia de sus sentimientos exasperados;
Consideran a la inteligencia, exclusivamente, como la facultad digna de desarrollar,
pero el intelecto, hipertrofiado por el orgullo, hace que la humanidad adolezca de cerebros
muy cultos dedicados a promocionar las guerras;
Los compañeros de las lides espiritas, no obstante, saben, por los libros de Allan
Kardec, que el espiritista está llamado a usar confianza y celo, indulgencia y bondad,
pensamiento y emoción, aliando prudencia y fe raciocinada con base en la reforma moral,
mediante el servicio constante a nuestro prójimo.
Por este motivo, efectuando nuestra propia liberación y contribuyendo a la
liberación de nuestros semejantes de las cadenas mentales forjadas en la Tierra en
nombre de una santidad de superficie, el espirita verdadero es reconocido por su
dedicación al bien de todos sus hermanos y por el valor con que expone el testimonio
de su transformación moral.
ANDRÉ LUIZ

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