1. Mas yo os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os
aborrecen: y rogad por los que os persiguen y calumnian. - Porque si amáis a los
que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los
publicanos? - Y si saludáreis tan solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de
más? ¿No hacen esto mismo los gentiles? -"Sed, pues, vosotros perfectos, así como
vuestro Padre celestial es perfecto". (San Mateo, cap. V, v. 44, 46, 47 y 48.)
aborrecen: y rogad por los que os persiguen y calumnian. - Porque si amáis a los
que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los
publicanos? - Y si saludáreis tan solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de
más? ¿No hacen esto mismo los gentiles? -"Sed, pues, vosotros perfectos, así como
vuestro Padre celestial es perfecto". (San Mateo, cap. V, v. 44, 46, 47 y 48.)
E.S.E Cap XVII Item 3
El verdadero hombre de bien es el que practica la ley de justicia, de amor y de
caridad en su más grande pureza. Si pregunta a su conciencia sobre sus propios actos,
mira si ha violado esta ley; si no ha hecho daño, si ha hecho todo el bien "que ha
podido", si ha despreciado voluntariamente alguna ocasión de ser útil, si alguien tiene
quejas contra él; en fin, si ha hecho a otro lo que hubiera querido que hicieran por él.
Tiene fe en Dios, en su voluntad, en su justicia y en su sabiduría; sabe que nada
sucede sin su permiso, y se somete en todas las cosas a su voluntad.Tiene fe en el porvenir; por esto coloca los bienes espirituales sobre los
temporales.
Sabe que todas las vicisitudes de la vida, todos los dolores, todos los
desengaños, son pruebas o expiaciones y las acepta sin murmurar.
El hombre penetrado del sentimiento de caridad y de amor al prójimo hace bien
por hacer bien, sin esperanza de recompensa; devuelve bien por mal, toma la defensa del
débil contra el fuerte, y sacrifica siempre su interés a la justicia.
Encuentra su satisfacción en los beneficios que hace, en los servicios que presta,
en las felicidades que reparte, en las lágrimas que enjuga y en los consuelos que da a los
afligidos. Su primer impulso es pensar en los otros antes que pensar en sí, buscar el
interés de los otros antes que el suyo propio. El egoísta, al contrario, calcula los
provechos y las pérdidas de toda acción generosa.
Es bueno, humano y benévolo para con todo el mundo, sin excepción "de razas
ni de creencias", porque mira a todos los hombres como hermanos.
Respeta en los demás todas las convicciones sinceras, y no anatematiza a los que
no piensan como él.
En todas las circunstancias la caridad es su guía; dice que el que causa perjuicio
a otro con palabras malévolas, que hiere la susceptibilidad de otro por su orgullo y
desdén, que no retrocede ante la idea de causar una pena, una contrariedad, aun cuando
sea ligera, pudiendo evitarlo, falta al deber de amor al prójimo y no merece la clemencia
del Señor.
No tiene odio, ni rencor, ni deseo de venganza; a ejemplo de Jesús, perdona y
olvida las ofensas y sólo se acuerda de los beneficios; porque sabe que él será
perdonado, así como él mismo habrá perdonado.
Es indulgente para con las debididades de otro; porque sabe que él mismo
necesita de indulgencia y se acuerda de aquellas palabras de Cristo: "Que el que esté sin
pecado arroje la primera piedra".
caridad en su más grande pureza. Si pregunta a su conciencia sobre sus propios actos,
mira si ha violado esta ley; si no ha hecho daño, si ha hecho todo el bien "que ha
podido", si ha despreciado voluntariamente alguna ocasión de ser útil, si alguien tiene
quejas contra él; en fin, si ha hecho a otro lo que hubiera querido que hicieran por él.
Tiene fe en Dios, en su voluntad, en su justicia y en su sabiduría; sabe que nada
sucede sin su permiso, y se somete en todas las cosas a su voluntad.Tiene fe en el porvenir; por esto coloca los bienes espirituales sobre los
temporales.
Sabe que todas las vicisitudes de la vida, todos los dolores, todos los
desengaños, son pruebas o expiaciones y las acepta sin murmurar.
El hombre penetrado del sentimiento de caridad y de amor al prójimo hace bien
por hacer bien, sin esperanza de recompensa; devuelve bien por mal, toma la defensa del
débil contra el fuerte, y sacrifica siempre su interés a la justicia.
Encuentra su satisfacción en los beneficios que hace, en los servicios que presta,
en las felicidades que reparte, en las lágrimas que enjuga y en los consuelos que da a los
afligidos. Su primer impulso es pensar en los otros antes que pensar en sí, buscar el
interés de los otros antes que el suyo propio. El egoísta, al contrario, calcula los
provechos y las pérdidas de toda acción generosa.
Es bueno, humano y benévolo para con todo el mundo, sin excepción "de razas
ni de creencias", porque mira a todos los hombres como hermanos.
Respeta en los demás todas las convicciones sinceras, y no anatematiza a los que
no piensan como él.
En todas las circunstancias la caridad es su guía; dice que el que causa perjuicio
a otro con palabras malévolas, que hiere la susceptibilidad de otro por su orgullo y
desdén, que no retrocede ante la idea de causar una pena, una contrariedad, aun cuando
sea ligera, pudiendo evitarlo, falta al deber de amor al prójimo y no merece la clemencia
del Señor.
No tiene odio, ni rencor, ni deseo de venganza; a ejemplo de Jesús, perdona y
olvida las ofensas y sólo se acuerda de los beneficios; porque sabe que él será
perdonado, así como él mismo habrá perdonado.
Es indulgente para con las debididades de otro; porque sabe que él mismo
necesita de indulgencia y se acuerda de aquellas palabras de Cristo: "Que el que esté sin
pecado arroje la primera piedra".
No se complace en buscar los defectos de otro ni en ponerlos en evidencia. Si la
necesidad le obliga, busca siempre el bien que puede atenuar el mal.
Estudia sus propias imperfecciones y trabaja sin cesar para combatirlas. Todos
sus esfuerzos consisten en poder decir al día siguiente, que hay en él alguna cosa mejor
que en la víspera.
Nunca procura hacer valer su imaginación ni su talento a expensas de otro; por
el contrario, busca todas las ocasiones de hacer resaltar lo que es ventajoso para los
demás.
No está envanecido por su fórtuna, ni por sus ventajas personales, porque sabe
que todo lo que se le ha dado, puede perderlo.
Usa, pero no abusa de los bienes concedidos, porque sabe que es un depósito del
cual deberá dar cuenta y que el empleo más perjudicial que pudiese hacer de ellos para sí
mismo, es hacerlos servir para satisfacción de sus pasiones.
Si el orden social ha colocado a los hombres bajo su dependencia, les trata con
bondad y benevolencia, porque son sus iguales delante de Dios; usa de su autoridad para
moralizarles y no para abrumarles por su orgullo, evitando lo que puede hacer más
penosa su posición subalterna.
El subordinado, por su parte, comprende los deberes de su posición y procura
cumplirlos religiosamente. (Cap. XVII, nº 9).
El hombre de bien, en fin, respeta en su semejante todos los derechos que dan las
leyes de la naturaleza como quisiera que se respetaran en él.
Esta no es la relación de todas las cualidades que distinguen al hombre de bien;
pero cualquiera que se esfuerce en poseerlas, está en camino de poseer las demás.
necesidad le obliga, busca siempre el bien que puede atenuar el mal.
Estudia sus propias imperfecciones y trabaja sin cesar para combatirlas. Todos
sus esfuerzos consisten en poder decir al día siguiente, que hay en él alguna cosa mejor
que en la víspera.
Nunca procura hacer valer su imaginación ni su talento a expensas de otro; por
el contrario, busca todas las ocasiones de hacer resaltar lo que es ventajoso para los
demás.
No está envanecido por su fórtuna, ni por sus ventajas personales, porque sabe
que todo lo que se le ha dado, puede perderlo.
Usa, pero no abusa de los bienes concedidos, porque sabe que es un depósito del
cual deberá dar cuenta y que el empleo más perjudicial que pudiese hacer de ellos para sí
mismo, es hacerlos servir para satisfacción de sus pasiones.
Si el orden social ha colocado a los hombres bajo su dependencia, les trata con
bondad y benevolencia, porque son sus iguales delante de Dios; usa de su autoridad para
moralizarles y no para abrumarles por su orgullo, evitando lo que puede hacer más
penosa su posición subalterna.
El subordinado, por su parte, comprende los deberes de su posición y procura
cumplirlos religiosamente. (Cap. XVII, nº 9).
El hombre de bien, en fin, respeta en su semejante todos los derechos que dan las
leyes de la naturaleza como quisiera que se respetaran en él.
Esta no es la relación de todas las cualidades que distinguen al hombre de bien;
pero cualquiera que se esfuerce en poseerlas, está en camino de poseer las demás.
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