Al iniciarse las manifestaciones
espiritistas muchos las aceptaron sin prever sus consecuencias.
La mayoría las tenía por concepciones curiosas; pero cuando
resultó de ellas una moral severa, deberes estrictos que debían ser
cumplidos, no faltó quien se sintiera sin fuerzas para
practicarlos y adecuarse a ellos.
Carecían de valor, dedicación,
renunciamiento. En esas personas la naturaleza corpórea prevaleció sobre la
espiritual. Creyeron, pero retrocedían frente a la realización. En
los comienzos sólo había, pues, espíritas, vale decir, creyentes.
La filosofía y la moral descubrieron
ante esa ciencia un horizonte nuevo y modelaron a los espiritistas
practicantes. Los primeros quedaron en la retaguardia. Los segundos se
lanzaron hacia el frente .
Cuanto más se iba sublimando la moral
tanto más hacía contrastar las imperfecciones de aquellos que se habían
rehusado a seguirla, de la manera que una luz intensa hace que resalten las sombras.
Era lo mismo que un espejo: algunos no quisieron mirarse en él o, mirándose,
creyeron reconocerse, y entonces optaron por apedrear a los que se lo ponían delante.
Tal es, todavía hoy, la causa de ciertas animosidades. Sin embargo y
afortunadamente, puedo decir: esas son excepciones, algunas pequeñas sombras en
el vasto panorama, incapaces de alterar su luminosidad. En este grupo hay que
incluir, en gran parte, a los que podríamos denominar espíritas de la
primera formación. En cuanto a los que se formaron después, y siguen
formándose a diario, en su gran mayoría aceptaron la Doctrina,
precisamente, a causa de su moral y de su filosofía. He ahí
por qué se esfuerzan en llevarla a la práctica.
Pretender que todos ellos deberían
haberse vuelto perfectos es desconocer la naturaleza humana. No obstante, la
circunstancia de que se hayan despojado de los vestigios
del hombre viejo que había en ellos constituye siempre un progreso
que, necesariamente, debemos tomar en cuenta. Sólo son indisculpables a los
ojos de Dios aquellos que, estando debidamente esclarecidos, no han extraído de
ese esclarecimiento el provecho que podía brindarles.
Por cierto que a éstos se pedirá severa
cuenta, cuyas consecuencias habrán de sufrir aquí en la Tierra, conforme hemos visto
que acontece en muchos casos. Pero, al lado de ellos hay asimismo un gran
número de personas que han experimentado una verdadera metamorfosis. En la creencia
espírita encontraron la fuerza necesaria para vencer tendencias que de mucho
tiempo atrás estaban arraigadas en ellas, romper con viejas actitudes, ignorar
resentimientos y enemistades y acortar las distancias que existen entre una
clase social y otra. Del Espiritismo se exigen milagros: he ahí los que puede
producir...
Así pues, por la fuerza misma de las
circunstancias, la Doctrina Espirita llevará como inevitable consecuencia al perfeccionamiento
moral. Éste, a su vez, conducirá a la práctica de la caridad, y de la caridad ha
de nacer el sentimiento de la fraternidad. Cuando los hombres estén imbuidos
de estas ideas, adaptarán a ellas sus instituciones, y de tal suerte
realizarán, en forma natural y sin violencia, las reformas deseables. Sobre
esos cimientos erigirán el edificio social
del porvenir.
Se trata de una
transformación inevitable, pues está comprendida en la Ley del Progreso. Sin embargo,
si se deja librada tan sólo a la marcha natural de las cosas, su realización
podrá verse demorada por mucho tiempo. Está en los designios de Dios que la activemos,
si creemos en la revelación de los Espíritus, y vivimos precisamente el tiempo
predicho para ello.
Allan Kardec . Tomado de Viaje Espirita 1862.
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