jueves, 30 de octubre de 2014

LOS BUENOS ESPIRITISTAS

 Mas yo os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os
aborrecen: y rogad por los que os persiguen y calumnian. - Porque si amáis a los
que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los
publicanos? - Y si saludáreis tan solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de
más? ¿No hacen esto mismo los gentiles? -"Sed, pues, vosotros perfectos, así como
vuestro Padre celestial es perfecto". (San Mateo, cap. V, v. 44, 46, 47 y 48. 4. 
E.S.E. Cap XVII Item 4 
El Espiritismo bien comprendido, pero, sobre todo, bien sentido, conduce
forzosamente a los resultados expresados más arriba, que caraterizan al verdadero espiritista como al verdadero
cristiano, siendo los dos una misma cosa. El espiritismo no viene a crear una moral
nueva; facilita a los hombres la inteligencia y la práctica de la de Cristo, dando una fe
sólida e ilustrada a los que dudan o vacilan.
Pero muchos de los que creen en las manifestaciones no comprenden ni sus
consecuencias, ni su objeto moral; o, si los comprenden, no se las aplican a si mismos.
¿En qué consiste esto? ¿es un defecto de precisión de la doctrina? No, porque no
contiene ni alegorías ni figuras que puedan dar lugar a falsas interpretaciones; su esencia
es la misma caridad, y esto es lo que constituye su fuerza, porque se dirige a la
inteligencia. Nada tiene de misterioso, y sus iniciados no están en posesión de ningún
secreto oculto para el vulgo.
Para comprenderla, ¿es preciso una inteligencia privilegiada? No, porque se ven
hombres de una capacidad notoria que no la comprenden, mientras que las inteligencias
vulgares, y aun de jóvenes apenas salidos de la adolescencia, comprenden sus matices
más delicados con admirable precisión. Esto depende de que la parte de algún modo
"material" de la ciencia, sólo requiere vista para observar, mientras que la parte
"esencial" requiere cierto grado de sensibilidad que se puede llamar la "madurez del
sentido moral", madurez independiente de la edad y del grado de instrucción, porque es
inherente al desarrollo, en un sentido especial, del espíritu encarnado. En los unos, los
lazos de la materia son aún muy tenaces para permitir al espíritu desprenderse de las
cosas de la tierra; la niebla que los rodea les quita la vista del infinito; por esto no dejan
fácilmente ni sus gustos, ni sus costumbres, ni comprenden nada mejor de lo que ellos
poseen; la creencia en los espíritus es para ellos un simple hecho, pero modifica muy
poco o nada sus tendencias instintivas; en una palabra, sólo ven un rayo de luz
insuficiente para conducirles y darles una aspiración poderosa y capaz de vencer sus inclinaciones. Se fijan en los fenómenos más que en la moral, que les parece venal y monótona; piden sin cesar a los espíritus que les inicien en nuevos misterios, sin preguntar si se han hecho dignos de entrar en los secretos del Criador. Estos son los espiritistas imperfectos, de los cuales algunos se quedan en el camino o se alejan de sus hermanos en creencias, porque retroceden ante la obligación de reformarse, o reservan sus simpatías para los que participan de sus debilidades o de sus prevenciones. Sin embargo, la acepción del principio de la doctrina es el primer paso que les hará el segundo más fácil en otra existencia.
El que puede con razón calificarse de verdadero y sincero espiritista está en un
grado superior de adelantamiento moral; el espíritu, que domina más completamente la
materia, le da una percepción más clara del porvenir; los principios de la doctrina hacen
vibrar en él las fibras que permanecen mudas en los primeros; en una palabra, "tienen el
corazón enternecido"; su fé es también a toda prueba. El primero es como el músico que
se conmueve por ciertos acordes, mientras el otro sólo comprende los sonidos. "Se
reconocé el verdadero espiritista por su transformación moral y por los esfuerzos que
hace para dominar sus malas inclinaciones", mientras el uno se complace en un horizonte
limitado, el otro, que comprende alguna cosa mejor, se esfuerza en ir más allá y lo
consigue siempre cuando para ello tiene una firme voluntad.

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