Amigo mío: tú aún perteneces al número de aquellos que consideran adivinadores a los Espíritus desencarnados, y preguntas por qué motivo no pulverizamos las afirmativas de los detractores gratuitos y apresurados del Espiritismo Cristiano. Supones, siguiendo la corriente a mucha gente, que somos nuevas ediciones del viejo Tiresias, precursor de la ―buena dicha y que a la manera de los cristianos deslenguados debemos estar al día con todos los secretos del prójimo, a fin de, por ese fácil procedimiento, darte a conocer nuestras actividades espirituales de modo concreto e incuestionable.
No obstante, puedes creer que la lógica no autoriza semejantes suposiciones. Si el Espiritismo tuviese por abogados tan solo a los magos de la revelación barata, la gran doctrina jamás pasaría de ser un movimiento anecdótico, en el cual la opinión y el boato se encargarían de interceptar la luz divina. Las sesiones quedarían reducidas a espectáculos caseros, con la supervisión de unos payasos sin cuerpo físico, y los asistentes volverían a la posición psíquica de los niños curiosos que frecuentan las salas de magia atendiendo únicamente a la varita del mago.
¿Crees que la Providencia Divina permitiría el regreso de los muertos únicamente para eso? El fenómeno trascendente de la comunicación con el plano espiritual ¿estaría circunscrito a meras demostraciones telepáticas?
Para muchos, la finalidad de nuestro intercambio consiste en conven-cer sin esfuerzo a los corazones más endurecidos. Los padres muertos im-pondrían convicciones a los hijos, adivinándoles las intenciones y anulando su libre albedrío, en la esfera de las realizaciones materiales. Los esposos fallecidos continuarían al frente de la casa, satisfaciendo los caprichos de la compañera, por más disparatados que fuesen. Entre tanto, la muerte es llave de emancipación para cuantos esperan la libertad constructiva. Y aquí, en el ―otro mundo‖, somos naturalmente compelidos a inmediato reajuste del cuadro de opiniones personales. Las afirmaciones quijotescas de los adver-sarios de la verdad no bastan para modificar una sola tilde en las leyes uni-versales, y sus arremetidas injuriosas contra los servidores fieles de la cau-sa del bien no son más que bulla infantil, en torno a las sublimes fuentes de la Nueva Revelación. Por cierto, es razonable que digan insultos y neceda-des, atendiendo a los impulsos de la boca no educada. Ignoran la grandeza del verbo creador y, a veces, no son más que enanos espirituales disfraza-dos de gigantes físicos.
Nosotros, en cambio, que hemos atravesado la experiencia del sepul-cro, no podemos caer al mismo nivel. Es indispensable examinar los problemas graves de la vida, penetrar el conocimiento del destino y del dolor, amparar la comprensión de eternidad naciente en el mundo, y no sería lícito perder las horas en atender servicios de adivinación barata.
Aparte de eso, hay que ponderar las deplorables consecuencias de las informaciones prematuras.
Te referirás, naturalmente, a los bellos servicios de la psicometría en la divulgación de la doctrina consoladora. Sí, es cierto. No juzgues, sin embargo, que esos trabajos se efectúan sin el control de las inteligencias escla-recidas de nuestra esfera de acción. Y no solo los desencarnados necesitan disciplina en sus donaciones verbales: también los médiums deben refrenar el deseo de adelantar ilaciones de lo que observan en silencio, porque en asuntos de espiritualidad, toda prudencia se hace imprescindible.
En algún lugar he leído la historia de un vidente moderno que pasaba por ser maravillosamente verdadero. Cierta vez fue visitado por un hombre que le pedía socorro para las aflicciones psíquicas. El cliente, inquieto, traía consigo un cuadro doloroso. En la existencia pasada había sido homicida, y en su campo mental, pese a la bendición del olvido en el renacimiento físi-co, se estampaba aún la escena lamentable del pasado delictuoso. Desde la infancia, debido al rescate que debería llevar a efecto, era atormentado por pesadillas y tentaciones que parecían no tener fin.
Los médicos lo daban por víctima de perturbaciones congénitas, y como no le solucionaban la cuestión angustiosa, recurrió al sensitivo, se-diento de paz interior. El médium, sirviéndose de su facultad de penetra-ción en otros dominios vibratorios y presumiendo de la franqueza que le era característica, puso en marcha el caudal de apreciaciones propias y le habló abiertamente de lo que veía. Sin espíritu de caridad constructiva, concluyó el vidente locuaz que el cuadro significaba asesinato en futuro cercano, aseverando que el consultante mataría a un hombre. Se retiró el enfermo del alma en condiciones terribles. Sugestionado por el médium imprudente, pasó a vivir mucho más del pasado criminal, reconstituyendo instintivamente las ideas siniestras de otra época. Debería matar a alguien y se preparó para el horrible acontecimiento. Corrieron los años. Uno, dos, tres, cuatro… El enfermo procuró eliminar a diversos parientes y amigos sin resultado. Había perdido el contacto con el trabajo saludable.
La idea fija del crimen lo enardecía. No dormía, se alimentaba mal y se había convertido en peligroso alienado fuera del manicomio. Su situa-ción seguía siendo angustiosa cuando, cierta noche, encontró un hombre que meditaba en un puente solitario. ¿No habría llegado el momento?, pen-só. ¿No le correspondía asesinar a un hombre? Perturbado, afligido, se pre-cipito sobre el desconocido y lo apuñaló. Algunos instantes más y se acla-raba la identidad del muerto. El asesinado era el vidente, proveedor del pensamiento inicial del crimen. La idea, pequeña e insignificante al princi-pio, se había desarrollado, crecido y actuado contra su propio creador.
¿Comprendes entonces la responsabilidad de aquellos que sacan con-clusiones precipitadas o que adelantan informaciones prematuras? Respon-deremos por todas las imágenes mentales que lleguemos a crear en los ce-rebros ajenos.
Natural, por tanto, nuestro retraimiento en materia de pareceres inoportunos y novedades sensacionales. La obra evolutiva de cada uno de nosotros pide tiempo y experiencia.
Si deseas cooperar en las filas del Espiritismo Cristiano, instrúyete en el conocimiento de la verdad y edifícate en la práctica del bien, abstenién-dote de exigir el concurso de tus amigos desencarnados, en el campo de las revelaciones fáciles. Divulga allí donde vives y trabajas el mensaje de la buena voluntad y la colaboración evangélica que la fe y el esfuerzo propio han grabado en tu corazón. En cuanto a los detractores y perseguidores vulgares, no les concedas el aprecio que andan lejos de merecer. Entrégalos a la luz bienaventurada de la conciencia, porque el sufrimiento y la muerte se encargarán de transformarlos en el momento oportuno.
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