Los otros
Cap. XIII – Ítem 13
Y decía también al que le había convidado: Cuando das una comida o
una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos: no sea que te vuelvan ellos a convidar y te lo paguen. - Mas cuando haces convite, llama a los pobres, lisiados, cojos y ciegos. - Y serás bienaventurado, porque no tienen con que corresponderte: mas se te galardonará en la resurrección de los justos.
Cuando uno de los que comían a la mesa oyó esto, dijo: Bienaventurado el
que comerá pan en el reino de Dios! (San Lucas, cap. XIX, v. de 12 a 15).
13. Yo me llamo la caridad, soy el camino principal que conduce a Dios;
seguidme, porque soy el objeto al que debéis todos aspirar.
Esta mañana he hecho mi paseo habitual, y con el corazón lastimado vengo adeciros: ¡Oh! amigos míos, qué miserias, qué lágrimas y cuánto tenéis que hacer para sacarlas todas! He procurado vanamente consolar a las pobres madres; las he dicho al oído: ¡Animo! ¡hay buenos corazones que velan por vosotras, no os abandonarán, paciencia! Dios está aquí, sois sus amadas, sois sus elegidas. Parece que me oyen y vuelven a mí sus grandes ojos extraviados, pues leía en su pobre rostro que su cuerpo, ese tirano del espíritu, tenía hambre, y que si mis palabras serenaban un poco su corazón, no llenaban su estómago.
Repetía otra vez, ¡ánimo, ánimo!, y entonces una pobre madre, joven aun, que amamantaba a su hijito, lo ha tomado en sus brazos y lo ha levantado como rogándome que protegiese a aquel pobre pequeño ser que sólo sacaba de su seno estéril un alimento insuficiente.
En otra parte, amigos míos, he visto a pobres ancianos sin trabajo y en breve sin
asilo, presa de todos los sufrimientos de la necesidad, y avergonzados de su miseria, no atreverse, no habiendo mendigado nunca, a implorar la piedad de los viandantes. Con el corazón conmovido de compasión, yo que nada tengo, me he puesto a mendigar para ellos, y voy por todas partes estimulando la beneficencia e inspirando buenos sentimientos a los corazones generosos y compasivos. Por esto vengo hoy, amigos míos, y os digo: allá hay desgraciados cuya mesa está sin pan, su hogar sin fuego y su cama sin abrigo. No os digo lo que debéis hacer, dejo la iniciativa a vuestros corazones; si yo os trazara vuestra línea de conducta, no tendríais el mérito de vuestra buena acción, sólo os digo: Soy la caridad, y os tiendo la mano para vuestros hermanos que sufren.
Mas si pido, también doy, y doy mucho; ¡os convido al gran banquete, y os
facilito el árbol en que os saciaréis todos! ¡Mirad qué hermoso es y cuán cargado está de flores y de frutos! Id, id; coged todos los frutos de ese hermoso árbol, que es la beneficencia. En el lugar que ocupaban las ramas que habréis cogido, pondré todas las buenas acciones que haréis y llevaré este árbol a Dios para que lo cargue de nuevo, porque la beneficencia es inagotable. Seguidme, pues, amigos míos, a
fin de que os cuente en el número de los que se alisten a mi bandera; no tengáis miedo; yo os conduciré al camino de la salvación; porque soy la Caridad.
(Caritá, martirizada en Roma. Lyon, 1861).
LOS OTROS
Dices que tu corazón está desierto; entre tanto, piensa en los otros.
Muchos van tras de ti, en busca de tus manos en el inmenso vacío…
Detente un instante y percibirás su presencia entre las sombras de la retaguardia.
Mientras gritas tu propia soledad, comprenderás que la voz de ellos se les ahoga en la garganta, transformada en prolongados gemidos.
Vuélvete y observa.
Compara tus brazos robustos con los huesos descarnados que todavía sirven de soporte para sus manos lánguidas, en las cuales los dedos esmirriados son espinas de dolor. Enjuga tu llanto y ausculta los ojos fatigados que te contemplan… Te relatan una historia de esperanzas y sueños enterrados por el tiempo en la arena de la frustración. Se refieren al frío cortante del hogar
perdido, a la agonía de la caminata entre tinieblas…
Detente y compadécete.
Permite que respiren ya mismo, al menos por un instante, al calor de tu aliento.
¿Quién podrá determinar la medida del tamaño de una simple semilla, que haya caído en la tierra y padecido el martirio del arado?
La belleza de un instante nos enseña, muchas veces, a poblar con alegría y luz toda la existencia.
Cuenta una antigua leyenda que una gota de lluvia cayó en el océano encrespado por una tormenta y afligida preguntó:
–“Dios Bondadoso, ¿qué voy a hacer tan sola en este abismo aterrador?”
El Padre no le respondió, pero algún tiempo después la gota sencilla fue retirada del mar, convertida en una perla digna de adornar la corona de un rey.
Entrega también algo de ti a quienes bracean en el torbellino del sufrimiento y aunque sólo tengas un poco de amor para ofrecerlo a los que padecen, tu dádiva será filtrada por las corrientes de la angustia humana y ascenderá, cristalina y radiante, en dirección a los cielos, para engalanar la magnificencia de Dios.
MeiMei
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