Bienaventurados vosotros, los que sois
pobres, porque vuestro es el reino de los Cielos. Bienaventurados vosotros, los
que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados. Felices vosotros, los que
lloráis ahora, porque reiréis. (San
Lucas, 6:20 y 21.)
E.S.E
Cap V, ítem 26.
PRUEBAS VOLUNTARIAS. EL VERDADERO CILICIO.
Preguntáis si se permite al hombre
aliviar sus propias pruebas. Esa pregunta conduce a esta otra: Al que se ahoga,
¿se le permite tratar de salvarse? Al que se clava una espina, ¿quitársela? Al
que está enfermo, ¿llamar al médico? Las pruebas tienen por objeto ejercitar la
inteligencia, al igual que la paciencia y la resignación. Un hombre puede nacer
en una situación penosa y complicada, precisamente para obligarlo a que busque
los medios de vencer las dificultades. El mérito consiste en soportar, sin que
se queje, las consecuencias de los males que no es posible evitar, en
perseverar en la lucha, en no desesperarse si no triunfa, pero nunca consiste
en la omisión, que más sería pereza que virtud.
Esa pregunta da lugar, naturalmente, a
esta otra. Puesto que Jesús dijo: “bienaventurados los afligidos”, ¿habrá algún
mérito en que vayamos en busca de las aflicciones, agravando nuestras pruebas
mediante padecimientos voluntarios? A eso contestaré con mucha claridad: Así
es, existe un gran mérito cuando los padecimientos y las privaciones tienen por
objeto el bien del prójimo, porque se trata de la caridad a través del
sacrificio. Por el contrario, el mérito no existe cuando el objeto de esos
padecimientos y esas privaciones es tan sólo el bien propio, porque se trata del
egoísmo a través del fanatismo.
Aquí debe hacerse una distinción
precisa. En lo que os atañe personalmente, contentaos con las pruebas que Dios os
envía y no aumentéis su carga, ya de por sí muy pesada algunas veces.
Aceptadlas sin quejas y con fe; es todo lo que Él os pide. No debilitéis
vuestro cuerpo con privaciones inútiles y maceraciones sin sentido, porque
tenéis necesidad de todas vuestras fuerzas para cumplir en la Tierra la misión
de trabajo que se os ha encomendado. Torturar y martirizar voluntariamente
vuestro cuerpo equivale a transgredir la ley de Dios, que os provee de los
medios para sustentarlo y fortalecerlo. Debilitarlo sin necesidad es un verdadero
suicidio. Utilizad, pero no abuséis: tal es la ley. El abuso de las cosas
buenas lleva consigo el castigo, en las consecuencias inevitables que acarrea.
Muy diferente es la situación cuando
el hombre se impone padecimientos para alivio del prójimo. Si sufrís frío y
hambre para abrigar y alimentar al que tiene necesidad, y vuestro cuerpo padece
por ello, hacéis un sacrificio que Dios bendice. Vosotros, los que dejáis
vuestros perfumados aposentos para ir a los desvanes infectos a llevar
consuelo; vosotros, los que ensuciáis vuestras delicadas manos curando llagas;
vosotros, los que os priváis del sueño para velar a la cabecera de un enfermo
que no es más que vuestro hermano en Dios; vosotros, en fin, los que consumís
vuestra salud en la práctica de las buenas obras, ya tenéis allí vuestro
cilicio, un verdadero y bendito cilicio, porque los goces del mundo no han
secado vuestro corazón, ni os habéis dormido en el seno de las voluptuosidades enervantes
de la fortuna, sino que os habéis convertido en los ángeles consoladores de los
pobres desheredados.
Vosotros, en cambio, los que os
retiráis del mundo para evitar sus seducciones y vivir en el aislamiento, ¿para
qué servís en la Tierra? ¿Dónde está vuestro valor ante las pruebas, puesto que
huís de la lucha y desertáis del combate? Si queréis un cilicio, aplicadlo a
vuestras almas y no a vuestros cuerpos, mortificad vuestro Espíritu y no
vuestra carne, fustigad vuestro orgullo, recibid las humillaciones sin
quejaros, martirizad vuestro amor propio, fortaleceos contra el dolor que
provocan la injuria y la calumnia, más punzante que el dolor físico. Ese es el
verdadero cilicio, cuyas heridas os serán tomadas en cuenta, porque
atestiguarán vuestro valor y vuestra sumisión a la voluntad de Dios. (Un Ángel
de la guarda. París, 1863.)
***
CILICIOS Y VIDA
¡Cilicios para conquistar el cielo!
La Infinita Bondad bendice a quienes
los utilizan de buena fe, empero, conviene recordar que el mensaje Divino
solicita “misericordia y no sacrificio”.
Ante esta disyuntiva, la lógica
espírita aconseja disciplinas edificantes y no rigores inútiles; austeridades
que rindan educación y progreso; regímenes que hagan educación y progreso; regímenes
que hagan fructificar comprensión y beneficencia; cooperación por escuela y
trabajo expresando aprendizaje conquistado.
Cuando tengas una hora disponible,
luego del reposo que restaura tus energías, brinda tu dedicación y fuerzas a
atenuar los sufrimientos de quienes están a tu espalda.
Un minuto de cariño para con los
alienados mentales enseña a preservar el propio juicio.
Algunos momentos de servicio junto al
lecho de lo paralíticos articulan una preciosa aula de paciencia.
Una simple visita a un hospital
disminuye muchas ilusiones.
Cocinar un plato humilde en beneficio
de quienes no consiguieron asegurar su subsistencia, nos impele a corregir los
excesos en nuestra mesa.
Coser ropas en socorro de los que
tiritan desabrigados auxilia a olvidar las extravagancias en las vestimentas.
Entregar voluntariamente algunos
recursos en los hogares carentes de lo indispensable, llevando confortación y
esperanza, inmuniza contra el flagelo de la usura y la necedad del desperdicio.
Amparar personalmente a quienes
deambulan por las calles nos enseña a respetar el hogar que nos acoge.
¡Cilicios para alcanzar los talentos
celestes!
Hagamos aquello que se transfiguran en
obras de fraternidad y elevación y procuran mejorar la vida, mejorándonos a nosotros
mismos.
No ignoramos que el planeta Tierra
como los seres que lo habitamos estamos inmersos y vivos en pleno cielo, no
obstante, jamás contemplaremos la luz divina del cielo que nos circunda si ella
no la encendemos en nuestros propio interior.
Emmanuel.
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