No se turbe vuestro corazón. - Creéis en Dios, creed también en mi. -
"En la casa de mi padre hay muchas moradas". Si así no fuera, yo os lo hubiera
dicho: Pues voy a aparejaros el lugar. - Y si me fuere, y os aparejare lugar, vendré
otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que en donde yo estoy estéis también
vosotros. (San Juan, cap. XIV, v. 1, 2, 3).
E.S.E Cap III Item 19.
El progreso es una de las leyes de la naturaleza; todos los seres de la
creación animados e inanimados están sometidos a la voluntad de Dios, que quiere que
todo se engrandezca y prospere. La misma destrucción que a los hombres parece el
término de las cosas, sólo es un medio de llegar por la transformación a un estado más
perfecto, porque todo muere para volver a nacer, y nada vuelve a entrar en la nada.
Al mismo tiempo que los seres vivientes progresan moralmente, los mundos que
habitan progresan materialmente. El que pudiera seguir a un mundo en sus diversas fases
desde el instante en que se aglomeraron los primeros átomos que sirvieron para
constituirlo, lo vería recorrer una escala incesantemente progresiva, por grados
insensibles para cada generación y ofrecer a sus habitantes una morada más agradable a
medida que éstos adelantan en el camino del progreso. De este modo marcha
paralelamente al progreso del hombre, el de los animales, sus auxiliares, el de los
vegetales y el de la habitación, porque no hay nada estacionario en la naturaleza. ¡Cuán
grande y digna de la majestad del Criador es esta idea! y por el contrario, ¡cuán pequeña
e indigna de su poder es aquélla que concentra su solicitud y su providencia en el
imperceptible grano de arena de la tierra, y concreta la humanidad a algunos hombres que la habitan!
La tierra, siguiendo esta ley, ha estado material y moralmente en una situación
inferior a la que tiene hoy, y alcanzará, bajo esta doble relación, un grado más avanzado.
Ha llegado ya a uno de sus períodos de transformación, en que de mundo de expiación
va a pasar a un mundo regenerador; entonces los hombres serán en ella felices porque
reinará la ley de Dios. (San Agustín. París, 1862.)
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