Hay dias en que bien vale la pena de encontrarnos con las paginas de los escritos del insigne codificador y discernir acerca del contenido de sus palabras y autoexaminarnos en que punto estamos y hacia que direccion vamos. Así mismo llenarnos de esas esperanzas vivas que estuvieron en él y aun hoy asi como en cada uno de nosotros encarnados y desencarnados en la lucha por la causa de la Doctrina en el que Cristianismo Redivivo como Espiritismo en estos tiempos en que vivimos sea la bandera solidaria que nos sostenga en el camino para los dias mejores que en la vida futura se vislumbran.
Recorramos estas lineas y transcribamoslas a nuestra alma ávida de saber y de sentir...
Libertad, Igualdad y Fraternidad: he aquí tres palabras que constituyen por sí solas el programa de todo un orden social que realizaría el progreso más absoluto de la humanidad, si los principios que las mismas representan pudieran recibir entera aplicación. Pero veamos los obstáculos que en el estado actual de la sociedad se oponen a ello y busquemos el remedio en vista del mal.
La palabra Fraternidad, en su rigurosa acepción, resume todos los deberes del hombre respecto de sus semejantes. Fraternidad, es lo mismo que decir: desinterés, abnegación, tolerancia e indulgencia; es, en una palabra, la caridad evangélica en toda su pureza, y la aplicación de la máxima "amar a los demás del mismo modo que quisiéramos ser amados". El egoísmo es el opuesto de la fraternidad, pues al paso que esta dice "uno para todos y todos para uno", el primero dice simplemente "cada uno para si". Por lo expresado se ve que esas dos cualidades son la absoluta negación una de otra; de modo que tan imposible es al
egoísta obrar fraternalmente con los demás hombres, como a un avaro ser generoso y a un hombre de pequeña talla alcanzar la de un hombre alto; y que mientras el egoísmo siga siendo la plaga dominante de la sociedad, el reinado de la verdadera fraternidad será imposible, porque cada uno querrá la fraternidad para sí y no para hacer participes de sus beneficios a sus semejantes, y si acaso lo hace, será después de haberse asegurado que aquel acto ha de redundar en provecho propio.
Considerada la fraternidad desde el punto de vista de su importancia para la realización del bienestar social, se ve que es la base de este, porque sin ella, no podrían existir formalmente ni la libertad, ni la igualdad, que brota de la fraternidad, como la libertad es consecuencia de la fraternidad y la igualdad juntas.
En efecto, si suponemos una sociedad de hombres bastante desinteresados y bondadosos para vivir fraternalmente, entre ellos no habrá privilegios ni derechos excepcionales, pues de otro modo, no existirla verdadera fraternidad. Tratar a su semejante de hermano es tratarle de igual a igual; es desearle cuanto uno mismo
desea para sí, y en un pueblo de hermanos, la igualdad será la consecuencia, de su modo de obrar en relación natural de sus sentimientos, y se establecer por la fuerza de las circunstancias. Pero aquí nos encontramos con el orgullo que siempre quiere dominar y ser el primero en todas las cosas, y que solo se alimenta de privilegios y excepciones: sufrirá tal vez la igualdad social, pero no la fundará jamás, y si acaso se establece, aprovechar la primera ocasión para destruirla. Así es que siendo el orgullo otra de las plagas de la sociedad, mientras no se le destruya del todo, será un obstáculo para el reinado de la verdadera igualdad.
Hemos dicho que la libertad es hija de la fraternidad y de la igualdad, pero debe entenderse que aquí hablamos de la libertad legal y no de la libertad natural, que de derecho es imprescriptible para toda criatura humana, desde el salvaje hasta el hombre civilizado. Viviendo los hombres como hermanos, con idénticos derechos y animados de un sentimiento de benevolencia mutua, practicarán entre ellos la justicia, y no trataran de causarse daño ni perjuicio alguno, y no teniendo, por la tanto, absolutamente nada que temer unos de otros, la libertad estará asegurada, porque ninguno tratara de abusar de ella en perjuicio de sus semejantes. Pero como no es posible que ni el egoísmo, ni el orgullo, deseosos de ejercer su dominio eternamente, consientan en el entronizamiento de la libertad que los destruiría, se sigue de aquí, que los enemigos de la libertad son a la vez el egoísmo y el orgullo, así como ya hemos demostrado que lo son también de la igualdad y la fraternidad.
La libertad supone la confianza mutua, y esta no puede haberla entre individuos movidos por el sentimiento exclusivista de la personalidad, que quieren ver satisfechos sus deseos a costa de sus semejantes, lo cual motiva que unos individuos estén recelosos constantemente de los otros. Temerosos siempre de perder lo que ellos llaman sus derechos, hace que su existencia se consagre a. la dominación y este es el motivo por el cual esos tales pondrían constantemente obstáculos a la libertad e impedirían su reinado mientras puedan.
Esos tres principios, son, pues, solidarios unos de otros, y se apoyan entre si, de suerte que sin su reunión, el edificio social seria incompleto. La fraternidad practicada en toda su pureza ha de ir acompañada de la igualdad y la libertad, porque de otro modo ya no sería verdadera fraternidad. La libertad sin la fraternidad, es la rienda suelta a todas las malas pasiones, es la anarquía y la licencia; al paso que con la fraternidad, es el orden, porque el hombre no puede hacer mal uso de su libertad. Sin la fraternidad, el hombre hace uso de la libertad solamente para toda clase de bajezas, y esto explica por que las naciones más libres se ven obligadas a fijar límites a la libertad. Practicar la igualdad sin la fraternidad conduce a idénticos resultados, porque la igualdad quiere la libertad; y además, ofrece el inconveniente de que con el pretexto de igualdad, el proletario quiere sustituir al poderoso que llama su tirano, sin reparar en que él se constituye en tirano a su vez. Pero, ¿Se sigue de esto que sea preciso mantener a los hombres en estado de servidumbre hasta que comprendan el sentido de la verdadera fraternidad, y que no puedan vivir al amparo de instituciones fundadas sobre los principios de igualdad y libertad Sostener semejante opinión, más que un error, sería un absurdo. Nunca se espera que un niño llegue a su mayor desarrollo para enseñarle a andar. Pero veamos que hombres son los que más a menudo ejercen su tutela sobre los demás; ¿son, por ventura, los que teniendo ideas grandes y generosas, se guían solo por el amor al progreso y aprovechan la sumisión de los demás para desarrollar en ellos el sentimiento de lo justo y llevarlos paso a paso a la condición de hombres libres? Desgraciadamente no, porque, por lo regular, estos tales son déspotas celosos de su poderío, a quienes conviene mantener en la ignorancia a los demás hombres, de los que se sirven como instrumentos más inteligentes que los animales para satisfacer su ambición y desenfrenadas pasiones. Pero este estado de cosas cambia por sí mismo y por la violencia irresistible del progreso; y la reacción es tanto más terrible cuanto que el sentimiento de la fraternidad, imprudentemente anulado, no puede interponer su influencia moderadora entre los desheredados y los poderosos, que luchan, unos para adquirir, y otros para retener, naciendo de aquí un conflicto que dura a veces largos siglos. Llega, por fin, a establecerse un equilibrio ficticio; algo se ha logrado, pero se conoce siempre que los cimientos de la sociedad no son sólidos; el suelo tiembla, y es porque no se ha establecido todavía el reinado de la libertad y la igualdad bajo la égida de la fraternidad, y si esto no se ha logrado, acháquese la falta al orgullo y al egoísmo, que oponen siempre una valla insuperable a los esfuerzos de los hombres de buena voluntad.
Aquellos que sueñan con esa edad de oro para la humanidad, deben, ante todo, asegurar la base del edificio por medio de la fraternidad en su más pura acepción; pero no crean que basta decretarla o inscribir aquella palabra en una bandera; es menester que esté en el corazón del hombre, y ya se sabe que el corazón del hombre no se cambia con meros decretos. De la misma manera que para que un campo produzca es preciso librarlo antes de las piedras y zarzales, trabájese, sin darse punto de reposo, en extirpar el maldito virus del orgullo y el egoísmo; porque en ellos esta el verdadero obstáculo que se opone al advenimiento del reinado del bien. Bórrense de las leyes y las instituciones, de las religiones y de la educación, los últimos restos del tiempo de la barbarie y los privilegios; destrúyanse por completo todas las causas que dan vida y desarrollo a estos eternos obstáculos del verdadero progreso, y que por decirlo así, se aspiran por todos los poros en la atmósfera social, y entonces, los hombres comprenderán los deberes y beneficios que consigo lleva la fraternidad y se establecerán por si solas la libertad y la igualdad, sin violencia y sin peligro de ninguna especie.
¿Es posible la destrucción del orgullo y del egoísmo? Nosotros decimos redondamente que si, porque de lo contrario sería preciso señalar un término a la humanidad. Que el hombre crece en inteligencia es un hecho indiscutible. ¿Ha llegado ya al punto culminante que no se pueda traspasar? Sostener esta tesis sería un absurdo. ¿Progresa en moralidad? Basta, para toda respuesta, comparar las épocas de una misma nación. ¿Por que, pues, habría llegado antes el limite del progreso moral que el del intelectual? La aspiración del hombre hacia un orden de cosas mejor que el actual, es un indicio cierto de la posibilidad de llegar a él. A los hombres amantes del progreso toca, pues, el activar este movimiento por el estudio y la practica de los medios que se crean mas eficaces.
OBRAS POSTUMAS.
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