domingo, 27 de septiembre de 2015

DISERTACIONES Y ACLARACIONES VALIDAS A NUESTRA EPOCA


E.S.E. Capítulo XXI Habrá falsos cristos y falsos profetas.

Hoy unidos a un Evangelio que causa resquemores entre religiones y doctrinas nos han llevado a interpretaciones que transitan entre el miedo, el ciego fanatismo y la fe que se diluye   en el inveterado alejamiento que causa entre hermanos, es asi que  se recuerdan estos escritos que a pesar de los tiempos nuevos que se viven y que siguen causando dudas que contribuyen a que la fraternidad que nos debemos o  sea la causa solidaria para mejores tiempos y más y más elucidaciones nos lleven a todos desde cualquier religion o doctrina con la cual nos identifiquemos a concordar en la accion del bien desde el bien mismo, ampliando los horizontes...


¿Qué pensar de la prohibición impuesta por Moisés a los hebreos en el sentido de no evocar a las almas de los muertos?
¿Qué interpretación podríamos extraer del hecho relacionado conlas evocaciones actuales?
La primera consecuencia a extraerse de esa prohibición es
de que es posible evocar a las almas de los muertos y establecer
relaciones con ellas. La prohibición de hacer una cosa implica la
posibilidad de realizarla. Por ejemplo, ¿sería congruente el que se decretara una ley prohibiendo que subamos hasta las estrellas?
Es realmente curioso ver a los enemigos del Espiritismo recurrir al pasado para lograr sus objetivos y repudiar ese mismo pasado en todas las oportunidades en que él no les conviene. Si invocan la legislación de Moisés en esta circunstancia, ¿por qué no
reclaman su aplicación de un modo integral? Dudo, sin embargo,
que alguno de ellos esté tentado de revivir el código mosaico, sobre todo el penal, de neto corte draconiano y pródigo en penas de muerte.
¿Se podría haber dado entonces que según ellos entendían Moisés haya procedido correctamente en ciertas circunstancias y equivocadamente en otras? Pero, en tal caso, ¿por qué estaría acertado en lo concerniente a las evocaciones? Es que alegan Moisés hizo leyes apropiadas a su tiempo y al pueblo ignorante e indócil que conducía. Y esas leyes, saludables en aquel tiempo, ya no se encuadran dentro de nuestras costumbres y de nuestra cultura. Pues bien, esto mismo es precisamente lo que
decimos con relación a la prohibición de evocar a los Espíritus. Por otra parte, ese hecho es explicable en su época, como podemos
demostrar.
Los hebreos se lamentaban vivamente en el desierto por la
pérdida de las delicias de Egipto, y esa fue la causa de las
sublevaciones incesantes que Moisés, en ciertas ocasiones, no
pudo reprimir sin recurrir al exterminio. De ahí la excesiva severidad de las leyes. En medio de ese estado de cosas, se obstinaba él por conseguir que su pueblo rompiese con los usos y las costumbres que le hiciesen recordar a Egipto. Pues bien, una de las prácticas que los hebreos conservaban de aquel país era la de las evocaciones, que en él se remontaba a tiempos inmemoriales. Y eso no es todo. Ese uso, que parecía ser bien comprendido y sabiamente practicado en la intimidad por un pequeño número de iniciados en los misterios, degeneró en abusos y cundió como superstición entre el pueblo, que en él veía sólo un arte de adivinación explotado por los charlatanes, como hoy en día lo hacen los decidores de la suerte. El pueblo hebreo, ignorante y grosero, lo adquirió bajo ese aspecto denigrante. Prohibiéndolo, Moisés realizó un acto de buena política y sabiduría. Hoy en día las cosas ya no son de igual manera, y lo que podía ser otrora un inconveniente ya no lo es en el estado actual de la sociedad. También nos levantamos nosotros contra el abuso que se pueda hacer de las relaciones con el Más Allá y afirmamos que ello es un sacrilegio, no por el hecho de establecer relaciones con las almas de los que han partido, sino por hacerlo con liviandad, de una manera irreverente o
por simple especulación. Esta es la razón por la que el verdadero
Espiritismo repudia todo cuanto pueda quitar a tales relaciones su carácter grave y religioso, puesto que ello sería una verdadera profanación. Además, si las almas se pueden manifestar, ellas lo hacen con el permiso de Dios, y no puede existir mal alguno en lo que sucede con el permiso de Dios. El mal, en ésta como en otras cosas, está en el abuso y en el mal empleo.
 
¿Cómo podemos explicarnos este pasaje del Evangelio:
"Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si
fuere posible, aun a los escogidos"?
 
Los detractores utilizan este pasaje como arma contra los espíritas y los médiums.
Si fuésemos a tomar de los Evangelios todos los pasajes que
se constituyen en la condena de los adversarios del Espiritismo, con ellos conformaríamos un volumen. Por consiguiente, es imprudente, por lo menos, quien levanta una cuestión que le puede caer sobre la cabeza, sobre todo cuando todas las ventajas están de lado del Espiritismo.
Para comenzar, diremos que ni los espíritas ni los médiums
se hacen pasar por Cristo o por profetas. Por el contrario,
manifiestan siempre que no pueden hacer milagros que impresionen los sentidos y que todos los fenómenos tangibles que se producen por su intermedio son efectos que están dentro de las leyes de la Naturaleza, y eso no tiene ningún carácter de milagro.
Así pues, si quisiesen sacar partido de los privilegios de los profetas no pondrían empeño en despojarse del más poderoso prestigio: el don de hacer milagros. Ofreciendo la explicación de esos fenómenos que, sin ella, podrían ser considerados sobrenaturales por la multitud, cortan por la raíz la falsa ambición que en su provecho podrían explotar.
Suponiendo que un hombre se atribuya la condición de profeta, no dará prueba de ello haciendo lo que hacen los médiums.
Y si así fuera, ningún espírita esclarecido se dejará engañar. El
médium Home, por ejemplo, si fuese un charlatán y un ambicioso podría darse aires de enviado celeste. Pero, ¿cuál es, en realidad, la característica de un profeta? El verdadero profeta es un enviado de Dios para advertir y esclarecer a la humanidad. Pues bien, un enviado de Dios sólo puede ser un Espíritu superior y, como
hombre, un hombre de bien. Será reconocido por sus actos, los que
tendrán impreso el sello de su superioridad, y por las notables
realizaciones que llevará a cabo por el bien y para el bien, las
cuales revelarán su misión, sobre todo a las generaciones futuras, puesto que, conducido muchas veces inconscientemente por una fuerza superior, él pasa, generalmente, ignorando su condición de tal. No es él, pues, quien se atribuye esa cualidad, sino los hombres que lo reconocerán así, las más de las veces después de su muerte.
Por tanto, si un hombre quisiera hacerse pasar por la encarnación
de tal o cual profeta, él deberá dar una prueba superlativa
de sus cualidades morales, las que no han de ser, como mínimo,
inferiores a las de aquel cuyo nombre se atribuye. Ahora bien, tal papel no es fácil de ser protagonizado, y, casi siempre, se revela poco agradable, dado que suele imponer penosas privaciones y duros sacrificios que a veces llegan hasta el de la propia vida. Hay en este momento diseminados por el mundo varios supuestos Elías, jeremías, Ezequiel y otros que, con todo, difícilmente se allanarían a la vida en el desierto, al tiempo que consideran muy cómodo vivir a expensas de sus ingenuas víctimas, merced a la autoridad del nombre que explotan. Hay también varios Cristo, como hay otros tantos Luís XVII, a los cuales sólo les falta caridad, abnegación, humildad, superioridad moral, en una palabra, todas las virtudes de Cristo. Si, como Él, no tuviesen donde reposar la cabeza y sí, como única perspectiva, el suplicio en una cruz, muy rápidamente abdicarían a una realeza que es tan poco lucrativa en este mundo.
Por la obra se reconoce al obrero. Aquellos que se quieren colocar por encima de la humanidad deben mostrarse dignos de ello, si es que no quieren tener el destino del gallo que se adornó con las plumas del pavo real o del asno que se vistió con la piel del león.
Una caída humillante les espera en este mundo y un disgusto mayor y más terrible en el otro, pues es allí en donde el que se elevó será humillado.
Sin embargo, suponiendo que un hombre dotado de una gran fuerza mediúmnica o magnética quisiera atribuirse el título de profeta o de Cristo e hiciera grandes señales y prodigios, de tal manera que engañara, si fuere posible, aun a los escogidos, esto es, a algunos hombres buenos y de buena fe, él podría tener a su favor las apariencias, ¿mas tendría también las virtudes?
Y las virtudes son la parte esencial.
El Espiritismo también advierte: ¡Precaveos de los falsos
profetas y tomaos la tarea de arrancarles la máscara!
El Espiritismo, por tanto, repudia todo tipo de mixtificación y
no brinda su aprobación a ningún abuso que se cometa en su
nombre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario