“Si alguno viene a vosotros y no trae esta doctrina, no lo recibáis
en casa”.
II Juan 10.
Es razonable que nadie
impida al prójimo hablar lo que mejor le parezca; pero, es justo, que el
oyente, sólo retenga lo que reconozca útil y mejor. En todos los sectores de la
actividad terrestre y en el curso de todas las tareas diarias, se aproximan
hermanos que vienen a vosotros, trayendo sus mensajes personales.
Ese es portador de
invitación a la insumisión, aquel otro es un vaso de quejas enfermizas.
Es indispensable que la casa
terrestre no se abra a los fantasmas.
¿Tocan a la puerta?
La prudencia aconseja
vigilancia.
El corazón es un recinto
sagrado, donde no se deben amontonar residuos inútiles.
Es imprescindible examinar
las solicitudes que avanzan.
Si el mensajero no trae las
características de Jesús, conviene negarle guarida, de carácter absoluto, en la
casa íntima, proporcionándole, sin embargo, algo de las preciosas bendiciones
que conseguimos recoger, en nuestro beneficio, en el sector de las utilidades
esenciales.
Innumerables curiosos que se
aproximan a los discípulos sinceros nada poseen, más allá de la presunción de
buenos habladores. Son, casi siempre, grandes necesitados bajo la vestidura
falaz de la teoría. Sin herirlos, ni escandalizarlos, es justo que el aprendiz
devoto de Jesús les prodigue algún motivo de reflexión seria. De ese modo, los
que creen conducir un estandarte de supuesta redención pasan a conducir consigo
el mensaje del bien, verdaderamente salvador.
El problema no es
informarnos si alguien está hablando en nombre del Señor; ante todo, importa
saber si el portador posee algo de Cristo para dar.
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