miércoles, 12 de noviembre de 2014

EL SANTO DESILUSIONADO

La exposición giraba, en el hogar humilde en Cafarnaúm, en torno a asuntos alusivos a la devoción, cuando el Maestro narró con significativo tono de voz:
— Un venerado devoto se retiró, en definitivo, para una gruta alejada, en plena floresta, a pretexto de servir a Dios. Allí vivía, entre oraciones y pensamientos que juzgaba irreprensibles, y el pueblo, creyendo que se trataba de un santo mesías, pasó a reverenciarlo con intraducible respeto. Si alguien pretendía efectuar cualquier negocio del mundo, se daba prisa en buscarle el parecer. Fascinado por la consideración ajena, el creyente, estancado en la adoración sin trabajo, suponía que debía situar a toda la gente en su modo de ser, con la respetable disculpa de conquistar el paraíso.
Si un hombre activo y de buena fe le traía a la apreciación algún plan de servicio comercial, ponderaba, escandalizado:
— Es un error. Apague la sed de lucro que le hierve en las venas. Esto es ambición criminosa. Venga a orar y olvidar la codicia.
Si ése o aquel joven le rogaba opinión sobre el casamiento, clamaba, afligido:
— Es un disparate. La carne está sometiendo su espíritu. Esto es lujuria. Venga a orar y consumir el pecado.
Cuando un u otro compañero le imploraba consejo sobre algún elevado cargo, en la administración pública, exclamaba, compungido:
— Es un desastre. Se aleje de la pasión por el poder. Esto es vanidad y orgullo. Venga a orar y vencer los malos pensamientos.
Si surgía alguna persona de buenos propósitos, solicitándole la opinión sobre alguna fiesta de fraternidad en proyecto, objetaba, con irritación:
— Es una calamidad. El júbilo del pueblo es libertinaje. Huya del desorden. Venga a orar para sustraerse a la tentación.
Y así, cada uno que lo había consultado, en vista de la inmensa autoridad que el Santo disfrutaba, se entristecía de manera irremediable y pasaba a compartirle los ocios en la soledad, en absoluta parálisis del alma.
Pero el tiempo que todo transforma, trajo al perezoso adorador la muerte del cuerpo físico.Todos sus seguidores lo juzgaron arrebatado para el Cielo y él mismo creyó que, del sepulcro, seguiría directo al paraíso. Con inigualable asombro, sin embargo, fue conducido por fuerzas de las tinieblas a un terrible purgatorio de asesinos. En llanto desesperado indagó, a la vista de semejante e inesperada aflicción, de los motivos que le habían situado el espíritu en tan pavoroso e infernal torbellino, siendo esclarecido que, si no había sido homicida vulgar en la Tierra, era identificado allí como matador del coraje y de la esperanza en cientos de hermanos en humanidad.
Silenció Jesús, pero Juan, muy admirado, consideró:
—Maestro, ¡jamás podría suponer que la devoción excesiva condujese alguien al infortunio tan grande!
El Cristo, sin embargo, contestó, imperturbable:
— Plantemos la creencia y la confianza entre los hombres, comprendiendo, sin embargo, que cada criatura tiene el camino que le es propio. La fe sin obras es una lámpara apagada. Nunca nos olvidemos de que el acto de desanimar a los otros, en las santas aventuras del bien, es uno de los mayores pecados delante del Poderoso y Compasivo Señor.Los descubridores del hombre
Concluida la lectura de algunos pasajes de la historia de Job, la conversación en la residencia de Simón versó acerca de la fidelidad del alma al Padre Todo Bondadoso.
Delante de la vibración de alegría en todos los semblantes, Jesús contó, bien humorado:
— Apareció en la vieja ciudad de Nínive un hombre tan profundamente consagrado a Dios que todos sus contemporáneos, por eso, le rendían especial alabanza. Tan francas eran las alabanzas a su conducta que las informaciones ascendieron al Trono del Eterno. Y, porque varios Arcángeles pidiesen al Todopoderoso su transferencia para el Cielo, determinó la Divina Sabiduría que fuese buscado, en la selva de la carne, a fin de verificarse, con exactitud, se estaba efectivamente preparado para la sublime investidura.
Para eso, los Ángeles Educadores, al servicio del Altísimo, enviaron a la Tierra cuatro rudos descubridores de hombres santificados — y la Necesidad, el Dinero, el Poder y la Cólera bajaron, cada cual a su tiempo, para efectuar las pruebas indispensables.
La necesidad que, en esos casos, siempre surge en primer lugar, se aproximó al gran creyente y se hizo sentir, de varios modos, dándole privaciones, obstáculos, enfermedades y abandono de entes amados; sin embargo, el devoto, fuerte en la confianza, comprendió en la mensajera una obrera celeste y la venció, revelándose cada vez más firme en las virtudes de que se volviera modelo.
Llegó, entonces, la vez del Dinero. Se acercó al hombre y le confirió mesa espléndida, recursos inmensos y consideraciones sociales de toda clase; pero el precavido aprendiz se acordó de la caridad y, alejándose de las insinuaciones de los placeres fáciles, distribuyó monedas y haberes en multiplicadas obras del bien, conquistando el equilibrio financiero y la veneración general.
Victorioso en la segunda prueba, vino el Poder, que lo invistió de extensa y brillante autoridad.
El devoto, sin embargo, recordó que la vida, con todas las honrarías y dones, es simple préstamo de la Providencia Celestial y usó el Poder con blandura, educando a cuántos lo rodeaban, por medio de la instrucción y del trabajo bien orientados, recibiendo, a cambio, la obediencia y la admiración del pueblo entre el cual naciera.
Triunfante y feliz, el creyente fue visitado, en fin, por la Cólera. De manera a sondearle la posición espiritual, la instructora invisible se valió de un siervo flaco e ignorante y le tocó el amor propio, hablando, con manifiesta desconsideración, en asunto privado que, aunque, a decir verdad, constituía una falta de respeto para cualquiera uno de su estatura social e indiscutible dignidad.
El devoto no resistió. Intensa ola sanguínea le surgió en el rostro congestionado y se deshizo en palabras contundentes, hiriendo a familiares y servidores y perjudicando las propias obras. Solamente después de muchos días, consiguió restaurar la tranquilidad, cuando, sin embargo, la Cólera ya le había desnudado el íntimo, revelándole el imperativo de mayor perfeccionamiento y notificando al Señor que aquel hijo, matriculado en la escuela de iluminación, aún requería mucho tiempo, en la experiencia purificadora, para situarse en las vibraciones gloriosas de la vida superior.
Curiosidad general traslucía del semblante de todos los presentes, que no osaron traer a la discusión cualquier nueva ponderación. Estampando en el rostro serena sonrisa, el Cristo terminó: (1abab)
— Cuando el hombre recibe todas las informaciones que necesita para elevarse al Cielo, determina el Padre Amoroso que sea buscado por las potencias educadoras. La mayoría de los creyentes pierden la buena posición, que aparentemente disfrutaban, en los ejercicios de la Necesidad que les examina la resistencia moral; muchos vuelven corrompidos por las sugerencias del Dinero que les observa el desprendimiento de los objetivos inferiores y la capacidad de actuar en la sementera del bien; algunos caen , desastradamente, por las insinuaciones del Poder que les prueba la capacidad para educar y salvar a compañeros de la jornada humana, y rarísimos son aquéllos que vencen la visita inesperada de la Cólera, que viene al círculo del hombre a observarle la disminución del amor propio, sin la cual el espíritu no refleja el brillo y la grandeza del Creador, en los campos de la vida eterna.
El Maestro se calló, sonrió compasivamente, de nuevo, y, como nadie retomase la palabra, la reunión de la noche fue encerrada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario