Convidar a los pobres y estropeados
Y decía también al que le había convidado: Cuando das una comida o
una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus
vecinos ricos: no sea que te vuelvan ellos a convidar y te lo paguen. - Mas cuando
haces convite, llama a los pobres, lisiados, cojos y ciegos. - Y serás bienaventurado,
porque no tienen con que corresponderte: mas se te galardonará en la
resurrección de los justos.
Cuando uno de los que comían a la mesa oyó esto, dijo: Bienaventurado el
que comerá pan en el reino de Dios! (San Lucas, cap. XIX, v. de 12 a 15).
una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus
vecinos ricos: no sea que te vuelvan ellos a convidar y te lo paguen. - Mas cuando
haces convite, llama a los pobres, lisiados, cojos y ciegos. - Y serás bienaventurado,
porque no tienen con que corresponderte: mas se te galardonará en la
resurrección de los justos.
Cuando uno de los que comían a la mesa oyó esto, dijo: Bienaventurado el
que comerá pan en el reino de Dios! (San Lucas, cap. XIX, v. de 12 a 15).
La beneficencia, amigos míos, os dará en este mundo los más puros y más
dulces goces; los goces del corazón que no son turbados por el remordimiento, ni por la
indiferencia. ¡Oh! si pudiéseis comprender todo lo que encierra de grande y suave la
generosidad de las almas bellas, sentimiento que hace que se mire a otro como a sí
mismo, y que uno se despoja con gusto para vestir a su hermano. ¡Que Dios os permita,
mis queridos amigos, poderos ocupar en la dulce misión de hacer felices a los otros! No
hay fiestas en el mundo que puedan comparar a esas fiestas alegres, cuando,
representantes de la divinidad, volvéis la calma a las pobres familias que sólo conocen la
vida de las vicisitudes y amarguras, cuando súbitamente véis a esos rostros ajados brillar
de esperanza, porque no tenían pan; a esos desgraciados, y sus tiernos hijos, que
ignorando que vivir es sufrir, gritaban, lloraban y repetían esas palabras que penetraban
como un cuchillo agudo en el corazón maternal. ¡Tengo ham bre....! ¡Oh! comprended cuán deliciosas son las impresiones de aquel que ve renacer la alegría allí en donde un momento antes no veía otra cosa que desesperación.
¡Comprended cuáles son vuestras obligaciones hacia vuestros hermanos! Marchad,
marchad al encuentro del infortunio; marchad a socorrer sobre todo las miserias ocultas,
porque éstas son las más dolorosas. Marchad, queridos míos, y acordáos de estas
palabras del Salvador: "Cuando vistáis a uno de estos pequeños, pensar que a mí es a
quien lo hacéis!"
¡Caridad!, palabra sublime que resume todas las virtudes, tú eres la que debe
conducir los pueblos a la felicidad; practicándote se crearán goces infinitos para el
porvenir, y durante su destierro en la tierra, tú serás su consuelo, el principio de los
goces que disfrutarán más tarde cuando se abracen todos juntos en el seno del Dios de
amor. Tú eres, virtud divina, la que me has procurado los solos momentos de felicidad
que he tenido en la Tierra. Que mis hermanos encarnados puedan creer la voz del amigo
que les habla y les dice: En la caridad debéis buscar la paz del corazón, el contentamiento
del alma, el remedio contra las aflicciones de la vida.¡ Oh! cuando estéis a punto de acusar a Dios, echad una mirada por debajo de vosotros, y veréis cuántas miserias hay que consolar; ¡cuántos pobres niños sin familia; cuántos ancianos sin tener una mano amiga para socorrerles y cerrarles los ojos cuando la muerte los llama!
¡Cuánto bien puede hacerse! Oh, no os quejéis; por el contrario, dad gracias a Dios, y prodigad a manos llenas vuestra simpatía, Vuestro amor, vuestro dinero a todos aquellos que desheredados de los bienes de este mundo, languidecen en el sufrimiento y en el aislamiento. Aquí en la tierra recogeréis goces muy dulces, y más tarde...¡Dios sólo lo sabe!
(Adolfo, obispo de Argel. Bordeaux, 1861).
dulces goces; los goces del corazón que no son turbados por el remordimiento, ni por la
indiferencia. ¡Oh! si pudiéseis comprender todo lo que encierra de grande y suave la
generosidad de las almas bellas, sentimiento que hace que se mire a otro como a sí
mismo, y que uno se despoja con gusto para vestir a su hermano. ¡Que Dios os permita,
mis queridos amigos, poderos ocupar en la dulce misión de hacer felices a los otros! No
hay fiestas en el mundo que puedan comparar a esas fiestas alegres, cuando,
representantes de la divinidad, volvéis la calma a las pobres familias que sólo conocen la
vida de las vicisitudes y amarguras, cuando súbitamente véis a esos rostros ajados brillar
de esperanza, porque no tenían pan; a esos desgraciados, y sus tiernos hijos, que
ignorando que vivir es sufrir, gritaban, lloraban y repetían esas palabras que penetraban
como un cuchillo agudo en el corazón maternal. ¡Tengo ham bre....! ¡Oh! comprended cuán deliciosas son las impresiones de aquel que ve renacer la alegría allí en donde un momento antes no veía otra cosa que desesperación.
¡Comprended cuáles son vuestras obligaciones hacia vuestros hermanos! Marchad,
marchad al encuentro del infortunio; marchad a socorrer sobre todo las miserias ocultas,
porque éstas son las más dolorosas. Marchad, queridos míos, y acordáos de estas
palabras del Salvador: "Cuando vistáis a uno de estos pequeños, pensar que a mí es a
quien lo hacéis!"
¡Caridad!, palabra sublime que resume todas las virtudes, tú eres la que debe
conducir los pueblos a la felicidad; practicándote se crearán goces infinitos para el
porvenir, y durante su destierro en la tierra, tú serás su consuelo, el principio de los
goces que disfrutarán más tarde cuando se abracen todos juntos en el seno del Dios de
amor. Tú eres, virtud divina, la que me has procurado los solos momentos de felicidad
que he tenido en la Tierra. Que mis hermanos encarnados puedan creer la voz del amigo
que les habla y les dice: En la caridad debéis buscar la paz del corazón, el contentamiento
del alma, el remedio contra las aflicciones de la vida.¡ Oh! cuando estéis a punto de acusar a Dios, echad una mirada por debajo de vosotros, y veréis cuántas miserias hay que consolar; ¡cuántos pobres niños sin familia; cuántos ancianos sin tener una mano amiga para socorrerles y cerrarles los ojos cuando la muerte los llama!
¡Cuánto bien puede hacerse! Oh, no os quejéis; por el contrario, dad gracias a Dios, y prodigad a manos llenas vuestra simpatía, Vuestro amor, vuestro dinero a todos aquellos que desheredados de los bienes de este mundo, languidecen en el sufrimiento y en el aislamiento. Aquí en la tierra recogeréis goces muy dulces, y más tarde...¡Dios sólo lo sabe!
(Adolfo, obispo de Argel. Bordeaux, 1861).
ECONOMÍA ESPÍRITA
El Espiritismo alcanza con su influencia regenerativa y edificante no sólo a los individuos, sino también a todos los ambientes en los que la persona actúa. Es por ello que, en el sector de la economía, el Espiritismo valoriza los mínimos recursos, confiriéndoles una especial significación.
Veamos el comportamiento del espírita frente a los valores considerados de poca
monta:
Libro provechoso – No lo tirará como cosa sin utilidad. Procurará entregarlo a alguien
que sepa extraer de él sus enseñanzas.
Publicación espírita leída – No contribuirá con ella al amontonamiento de basura.
Reconocerá su importancia haciéndola llegar a las manos de hermanos ocupados en las
tareas rurales o a los núcleos apartados de los centros urbanos, como así también a los
recluidos en hospitales, asilos y penitenciarias que no tienen la facultad de adquirir el
conocimiento doctrinario.
Diarios, revistas y papeles viejos – No hará con ellos hogueras sin ningún sentido.
Sabrá empaquetarlos, entregándolos a los necesitados que se ganan el pan diario juntando
y vendiendo tales elementos.
Objetos sin uso – No hará con las pertenencias que ya no aprovecha una exposición
de lo inútil. Proveerá los medios para hacer llegar las mismas, sin ningún exhibicionismo, a
los hermanos que el servicio de las mismas pueda aprovechar.
Muebles innecesarios – No almacenará el mobiliario que no utiliza en el cuarto de los
trastos, Sabrá llevarlos, en obediencia a sus sentimientos de fraternidad, a los ambientes
hogareños poco favorecidos, brindando con ellos un valioso aporte para mejorar sus
condiciones de vida.
Ropa fuera de servicio – No practicará el culto de su ornamentación personal.
Determinará los medios d allegar toda prenda que ya no utilice y esté demás en su guardarropa a los compañeros necesitados de ella.
Zapatos en depósito – No fomentará con ellos nidos de insectos. Procederá a su reacondicionamiento y limpieza, entregándoselos cordialmente a aquellos que no tienen lo
suficiente para calzarse.
Medicamento sobrante en buen estado – No tirará a los desperdicios la medicina que ya no necesite y que pueda aún ser útil. La cederá a los enfermos que puedan estar
precisando de ella y carezcan de medios para adquirirla.
Estampillas postales utilizadas – No romperá ni arrojará como inservibles los sellos de correo ya aprovechados. Sabrá comprender que ellos son de valor a las instituciones
benéficas, a las que los entregará para su transformación en medios de ayuda al semejante.
Botellas vacías innecesarias – No levantará montañas de objetos sin usar en su hogar. Empleará todos los envases sin aplicación inmediata en la solidaridad para con el
prójimo, contribuyendo así a aliviar la lucha por su sustentación.
Géneros, juguetes y adornos sin aprovechamiento en el hogar – No exaltará en su casa el egoísmo conservando lo superfluo. Se preocupará por otros ámbitos domésticos en
los que padres dolientes y fatigados, rodeados de niños tristes y desnutridos, recibirán con alegría sus pequeñas colaboraciones que serán dádivas de amor en nombre de la
fraternidad, acción ésta que, para todos nosotros, es una simple obligación.
La economía espírita no recomienda el menosprecio de la propiedad ajena, como tampoco aconseja la dilapidación. Sea en el hogar o en la casa de asistencia colectiva, en el
campo o en el barrio, en las grandes ciudades o en los suburbios, ella es la economía de la
fraternidad que usa los bienes de la vida sin abuso y que auxilia espontáneamente sin
esperar agradecimientos o paga de ninguna especie, puesto que delante de Cristo y de los
principios espíritas, sabe y reconoce que los demás necesitan de nosotros como nosotros
necesitamos de ellos, dado que todos somos hermanos.
André Luiz
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