"Si vivimos en espíritu, andemos también en espíritu." -Pablo. (Gálatas 5:25)
Casi siempre, cuando se habla de espiritualidad, se presentan muchas personas que se quejan de las exigencias de la carne.
Es verdad que los apóstoles muchas veces hablaron de concupiscencias de la carne, de sus criminales impulsos y nocivos deseos. Nosotros mismos, frecuentemente, nos sentimos en la necesidad de aprovechar el símbolo para tornar más accesible las lecciones del Evangelio. El propio Maestro mostró que el espíritu, como elemento divino, es fuerte, pero que la carne como expresión humana, es débil.
Entretanto, ¿qué es la carne?
Cada personalidad espiritual tiene su cuerpo flúidico y ¿aún percibisteis, por ventura, que la carne es un compuesto de fluidos condensados? Naturalmente, esos fluidos a reunirse, obedecerán a los imperativos de la existencia terrestre, en lo que designa es como ley hereditariedad; pero, ese conjunto es pasivo y no determina por sí. Podemos figurar lo como casa terrestre, dentro de la cual el espíritu es el dirigente, habitación ésa que tornará las características buenas, las de su poseedor.
Cuando hablamos de pecados de la carne, podemos traducir la expresión como faltas debidas a la condición inferior del hombre espiritual sobre el planeta.
Los deseos ignominiosos, los impulsos deprimentes, la ingratitud, la mala fe, el trazo del traidor, nunca fueron de la carne.
Es necesario que se instale en el hombre en la comprensión de su necesidad de autodominio, despertando de las facultades disciplinadas y renovadoras de sí mismo, en Jesucristo.
Uno de los mayores asuntos de algunos discípulos es atribuido al conjunto de células pasivas, que sirven al hombre, la paternidad de los crímenes y desvíos de la Tierra, cuando sabemos que todo procede del Espíritu.
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