-“La experiencia y el trato con los enfermos espirituales me ha demostrado que la interferencia psíquica de unas criaturas sobre las otras, desencarnadas o no, es responsable por la casi totalidad de los males que las afligen, dentro naturalmente de los compromisos cármicos de cada cual. La acción mental de un agente sobre otro individuo, si éste no posee las defensas y resistencias específicas, termina por perturbarle el campo periespiritual, abriendo brechas para la instalación de varias
dolencias o la absorción de vibraciones negativas generando lamentables dependencias. Allí se encuentran los acontecimientos de los placeres sexuales, de los amores descontrolados, en los cuales uno de la pareja mantiene la vampirización de la vitalidad emocional del otro o ambos se explotan recíprocamente cayendo exhaustos, pero no obstante, insatisfechos... La emisión de la onda mental envidiosa, codiciosa, inamistosa, prende al emisor al receptor, transformándose en una forma no menos cruel de obsesión. El agente no consigue desvincularse de la víctima y ésta aturdida o enferma, desequilibrada o desvitalizada, no logra recomponer su paisaje íntimo ni el orgánico, de felicidad, alegría y salud. Cuántos desencarnados pululan vinculados unos a otros en deplorables parasitosis psíquica, que se prolonga por largos períodos de infelicidad! Cuántos otros que, sufriendo las exigencias mentales de los amores y desafectos terrenales que continúan dirigiéndoles sus pensamientos con altas cargas de tensiones negativas sobre ellos, incapaces de libertarse convirtiéndose en víctimas inermes de los mismos, padeciendo atrozmente, sin bienestar íntimo ni esperanzas, atormentados por los llamados que reciben y que no pueden atender, tanto como por los odios que los envenenan! Escritores y artistas que optaron por la obscenidad, por la violencia, por la instigación de las pasiones viles, se convirtieron en esclavos de los que sintonizaban con ellos y gustaban de sus obras, reviviendo los clichés mentales que ellos compusieron , en la Tierra, y que ahora se les torna en una fuente de tormentos inimaginables. Aun consideremos la técnica de los Espíritus obsesores más despiadados, que se valen de intermediarios para sus crueles reivindicaciones, controlándolos mentalmente e induciéndolos a la agresión de los viajeros carnales, y tendremos un elenco importante de obsesiones que exceden el cuadro tradicional de la perturbación más conocida y elaborada, que es la de un desencarnado sobre otro reencarnado. Ciertamente, existen otros aspectos, sutiles, aguardando la debida penetración, análisis y terapia correspondiente.”
Guardando silencio, por unos instantes, Petitinga concordó con la exposición y agregó:
-“Comparemos al hombre con un árbol. Sus raíces de sustento y nutrición afincadas en el suelo son su pasado espiritual; el tronco es su existencia actual; las ramas y las hojas son sus actitudes presentes; las flores y los frutos serán su futuro. Si las raíces permanecen en suelo árido o pantanoso, nada fértil o pedregoso, la falta de vitalidad para mantener la sabia termina por exterminar su vida, que se agota lentamente, aunque el aire generoso y la lluvia contribuyan a su preservación.
Solamente a través de la corrección de la tierra, de su abono, es que las energías vitales correrán por toda su estructura, llevándolo al vigor, a la floración y a la fructificación. En caso contrario, mismo que consiga el desarrollo, este será incompleto, frágil y la producción mustia. Así también somos nosotros, espíritus en proceso de crecimiento. Nuestro pasado moral se convierte en el terreno de sustentación de las raíces y todo dependerá de las acciones practicadas, que responden por los acontecimientos que surgen. En el ejemplo del árbol, con la presencia de la hierba parasitaria succionándole la sabia, o de insectos dañinos que lo explotan, la muerte por agotamiento es inevitable.
Del mismo modo ocurre con nosotros: al cargar parásitos psíquicos que nos debilitan, interfiriendo en nuestro comportamiento tal como acontece en el reino vegetal, ellos pasan a tener control
y fuerza sobre su víctima, que se extenúa y consume. Las raíces del invasor alcanzan las sedes vitales del sustento y si no son extirpadas con violencia, adviene la muerte del receptor (* ). La terapia dirigida al paciente se asemeja a la actitud que se lleva a cabo junto al árbol explotado: retirar al parásito, sostener el tronco y cuidar la sabia. Al ser humano se le deben ofrecer recursos, a fin de que los plugues (* *) de fijación (las raíces) se disloquen de los toma-corriente por falta de imantación y
lentamente, el agente extraño y explotador, debidamente esclarecido (cual parásito vegetal del árbol
podado) sea retirado sin mayores perjuicios para el anfitrión.”
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