Cap XXIV Item 9.
9. La ingratitud es uno de los frutos más inmediatos del egoísmo. Siempre causa indignación a los corazones honestos. Pero la de los hijos para con sus padres presenta un carácter todavía más detestable. Es especialmente desde ese punto de vista que vamos a considerarla, para analizar sus causas y sus efectos. En ese punto, como en todos los demás, el espiritismo proyecta luz sobre uno de los problemas del corazón humano.
Cuando deja la Tierra, el Espíritu lleva consigo las pasiones o las virtudes inherentes a su naturaleza, y se perfecciona en el espacio, o permanece estacionario hasta que desea ver la luz. Muchos, por lo tanto, se van llenos de odios violentos y de deseos de venganza sin saciar. Con todo, se permite que algunos de ellos, más adelantados que los demás, entrevean una parte de la verdad. Reconocen entonces las funestas consecuencias de sus pasiones, y son inducidos a adoptar buenas resoluciones. Comprenden que para llegar a Dios, sólo hay una contraseña: caridad.
Ahora bien, no hay caridad sin el olvido de los ultrajes y
las injurias. No hay caridad con el corazón dominado por el
odio. No hay caridad sin perdón.
Entonces, mediante un esfuerzo extraordinario, esos Espíritus consiguen observar a aquellos a quienes odiaron en la Tierra. Pero al verlos vuelve a despertarse la animosidad en lo íntimo de cada uno. Se resisten a la idea de perdonar, más aún que a la de renunciar a sí mismos, y principalmente a la idea de amar a los que tal vez les hayan arruinado su fortuna, su honor, su familia. No obstante, el corazón de esos desdichados se ha conmovido.
Dudan, vacilan, agitados por sentimientos contrarios. Si predominan las buenas resoluciones, oran a Dios, imploran
a los Espíritus buenos que les den fuerzas en el momento más decisivo de la prueba.
Por último, luego de años de meditaciones y plegarias, el Espíritu aprovecha un cuerpo que se prepara en la familia de aquel a quien ha detestado, y solicita, a los Espíritus encargados de trasmitir las órdenes supremas, permiso para cumplir en la Tierra los destinos de ese cuerpo que acaba de formarse. ¿Cuál será su conducta dentro de la familia escogida? Dependerá de su mayor o menor persistencia en las buenas resoluciones que adoptó. El contacto ininterrumpido con los seres a los que ha odiado constituye una prueba terrible, bajo cuyo peso sucumbe en algunas ocasiones, en el caso de que su voluntad no se encuentre aún lo suficientemente firme. Así, conforme prevalezcan las buenas o las malas resoluciones, será amigo o enemigo de aquellos entre los que fue convocado para vivir. De ese modo se explican esos odios, esas repulsiones instintivas que se notan en algunos niños, a las que ningún hecho anterior pareciera justificar. En efecto, nada en esa existencia pudo provocar semejante antipatía. Para comprender su causa es preciso que se dirija la mirada hacia el pasado.
¡Oh espíritas! Comprended ahora el importante rol de la humanidad. Comprended que cuando producís un cuerpo, el alma que en él encarna viene del espacio para progresar.
Tened en cuenta vuestros deberes y aplicad todo vuestro amor para aproximar esa alma a Dios. Esa es la misión que se os ha confiado, y cuya recompensa recibiréis en el caso de que la cumpláis fielmente. Vuestros cuidados y la educación que habréis de darle favorecerán su perfeccionamiento y su bienestar futuro. Tened presente que Dios preguntará a cada padre y a cada madre: “¿Qué habéis hecho del hijo que confié a vuestros cuidados?” Si permaneció retrasado por vuestra culpa, tendréis como castigo verlo entre los Espíritus que sufren, cuando de vosotros dependía que fuese feliz. Entonces, vosotros mismos, torturados por los remordimientos, solicitaréis reparar vuestra falta. Solicitaréis, tanto para vosotros como para él, una nueva encarnación, en la cual habréis de rodearlo con mayores cuidados, y en la que él, lleno de gratitud, os envolverá con su amor.
No despreciéis, pues, al niño que desde la cuna rechaza a su madre, ni al que os paga con ingratitud. No fue el acaso el que lo hizo así ni el que os lo confió. Una intuición imperfecta del pasado se revela, de lo que podéis deducir que uno u otro ha odiado mucho, o fue muy ofendido; que uno u otro vino para perdonar, o para expiar. ¡Madres!, abrazad al hijo que os da disgustos, y decíos a vosotras mismas: “Uno de nosotros dos es culpable”. Esforzaos por merecer los goces sublimes que Dios concede a la maternidad, enseñando a vuestros hijos que ellos se encuentran en la Tierra para perfeccionarse, amar y bendecir. Pero ¡ay!, muchas de vosotras, en vez de eliminar por medio de la educación los malos principios innatos que proceden de las existencias anteriores, alimentáis y desarrolláis esos mismos principios con una culposa debilidad, o por descuido. Más adelante, el corazón lastimado por la ingratitud de los hijos os indicará, desde esta vida, el comienzo de vuestra expiación.
La tarea no es tan difícil como podríais imaginar. No exige la sabiduría del mundo, pues tanto el sabio como el ignorante pueden desempeñarla. El espiritismo viene a facilitar ese desempeño, al dar a conocer la causa de las imperfecciones del corazón humano.
Desde la cuna el niño manifiesta los instintos buenos o malos que trae de su existencia anterior, y es preciso aplicarse a estudiarlos. Todos los males tienen su principio en el egoísmo y el orgullo. Vigilad, pues, las menores señales que revelen el germen de esos vicios, y tratad de combatirlos sin esperar a que echen raíces profundas. Haced como el buen jardinero, que arranca los brotes defectuosos a medida que los ve asomar en el árbol. Si dejáis que se desarrollen el egoísmo y el orgullo, no os espantéis más tarde de que se os pague con la ingratitud. Los padres que han hecho todo lo debido por el adelanto moral de sus hijos, y no obtuvieron el éxito deseado, no tienen por qué culparse a sí mismos, y su conciencia puede estar tranquila. En compensación por la muy natural amargura que experimentan por el fracaso de sus esfuerzos, Dios les reserva un importante e inmenso consuelo, mediante la certeza de que ese fracaso es apenas una postergación, y que se les concederá concluir en otra
existencia la obra que han comenzado en esta, hasta que un día el hijo ingrato habrá de recompensarlos con su amor.Dios no hace que la prueba sea superior a las fuerzas de quien la solicita. Sólo permite las que pueden ser superadas. Si alguien no lo logra, no es porque no tenga una oportunidad, sino porque le falta voluntad.
De hecho, ¿cuántos hay que en vez de resistirse a las malas inclinaciones, se complacen en ellas? A esos están reservados el llanto y los lamentos en existencias posteriores.
Con todo, admirad la bondad de Dios, que nunca cierra la puerta al arrepentimiento. Llegará el día en que el culpable se cansará de sufrir y en que su orgullo será finalmente vencido. Entonces, Dios abrirá sus brazos paternales al hijo pródigo que habrá de arrojarse a sus pies. Las pruebas difíciles, escuchadme bien, casi siempre son indicio del final
de un sufrimiento y del perfeccionamiento del Espíritu, en caso de que sean aceptadas con el pensamiento puesto en Dios. Es un momento supremo en el cual, sobre todo, lo que importa es que el Espíritu no cometa el error de quejarse, si es que no quiere perder el fruto de esas pruebas y tener que volver a comenzar. En lugar de quejaros, agradeced a Dios la oportunidad que os proporciona de salir vencedores, a fin de otorgaros el premio de la victoria. Entonces saldréis del torbellino del mundo terrenal para ingresar al mundo de los Espíritus, y allí seréis aclamados como el soldado que sale triunfante de la lucha.
Ahora bien, no hay caridad sin el olvido de los ultrajes y
las injurias. No hay caridad con el corazón dominado por el
odio. No hay caridad sin perdón.
Entonces, mediante un esfuerzo extraordinario, esos Espíritus consiguen observar a aquellos a quienes odiaron en la Tierra. Pero al verlos vuelve a despertarse la animosidad en lo íntimo de cada uno. Se resisten a la idea de perdonar, más aún que a la de renunciar a sí mismos, y principalmente a la idea de amar a los que tal vez les hayan arruinado su fortuna, su honor, su familia. No obstante, el corazón de esos desdichados se ha conmovido.
Dudan, vacilan, agitados por sentimientos contrarios. Si predominan las buenas resoluciones, oran a Dios, imploran
a los Espíritus buenos que les den fuerzas en el momento más decisivo de la prueba.
Por último, luego de años de meditaciones y plegarias, el Espíritu aprovecha un cuerpo que se prepara en la familia de aquel a quien ha detestado, y solicita, a los Espíritus encargados de trasmitir las órdenes supremas, permiso para cumplir en la Tierra los destinos de ese cuerpo que acaba de formarse. ¿Cuál será su conducta dentro de la familia escogida? Dependerá de su mayor o menor persistencia en las buenas resoluciones que adoptó. El contacto ininterrumpido con los seres a los que ha odiado constituye una prueba terrible, bajo cuyo peso sucumbe en algunas ocasiones, en el caso de que su voluntad no se encuentre aún lo suficientemente firme. Así, conforme prevalezcan las buenas o las malas resoluciones, será amigo o enemigo de aquellos entre los que fue convocado para vivir. De ese modo se explican esos odios, esas repulsiones instintivas que se notan en algunos niños, a las que ningún hecho anterior pareciera justificar. En efecto, nada en esa existencia pudo provocar semejante antipatía. Para comprender su causa es preciso que se dirija la mirada hacia el pasado.
¡Oh espíritas! Comprended ahora el importante rol de la humanidad. Comprended que cuando producís un cuerpo, el alma que en él encarna viene del espacio para progresar.
Tened en cuenta vuestros deberes y aplicad todo vuestro amor para aproximar esa alma a Dios. Esa es la misión que se os ha confiado, y cuya recompensa recibiréis en el caso de que la cumpláis fielmente. Vuestros cuidados y la educación que habréis de darle favorecerán su perfeccionamiento y su bienestar futuro. Tened presente que Dios preguntará a cada padre y a cada madre: “¿Qué habéis hecho del hijo que confié a vuestros cuidados?” Si permaneció retrasado por vuestra culpa, tendréis como castigo verlo entre los Espíritus que sufren, cuando de vosotros dependía que fuese feliz. Entonces, vosotros mismos, torturados por los remordimientos, solicitaréis reparar vuestra falta. Solicitaréis, tanto para vosotros como para él, una nueva encarnación, en la cual habréis de rodearlo con mayores cuidados, y en la que él, lleno de gratitud, os envolverá con su amor.
No despreciéis, pues, al niño que desde la cuna rechaza a su madre, ni al que os paga con ingratitud. No fue el acaso el que lo hizo así ni el que os lo confió. Una intuición imperfecta del pasado se revela, de lo que podéis deducir que uno u otro ha odiado mucho, o fue muy ofendido; que uno u otro vino para perdonar, o para expiar. ¡Madres!, abrazad al hijo que os da disgustos, y decíos a vosotras mismas: “Uno de nosotros dos es culpable”. Esforzaos por merecer los goces sublimes que Dios concede a la maternidad, enseñando a vuestros hijos que ellos se encuentran en la Tierra para perfeccionarse, amar y bendecir. Pero ¡ay!, muchas de vosotras, en vez de eliminar por medio de la educación los malos principios innatos que proceden de las existencias anteriores, alimentáis y desarrolláis esos mismos principios con una culposa debilidad, o por descuido. Más adelante, el corazón lastimado por la ingratitud de los hijos os indicará, desde esta vida, el comienzo de vuestra expiación.
La tarea no es tan difícil como podríais imaginar. No exige la sabiduría del mundo, pues tanto el sabio como el ignorante pueden desempeñarla. El espiritismo viene a facilitar ese desempeño, al dar a conocer la causa de las imperfecciones del corazón humano.
Desde la cuna el niño manifiesta los instintos buenos o malos que trae de su existencia anterior, y es preciso aplicarse a estudiarlos. Todos los males tienen su principio en el egoísmo y el orgullo. Vigilad, pues, las menores señales que revelen el germen de esos vicios, y tratad de combatirlos sin esperar a que echen raíces profundas. Haced como el buen jardinero, que arranca los brotes defectuosos a medida que los ve asomar en el árbol. Si dejáis que se desarrollen el egoísmo y el orgullo, no os espantéis más tarde de que se os pague con la ingratitud. Los padres que han hecho todo lo debido por el adelanto moral de sus hijos, y no obtuvieron el éxito deseado, no tienen por qué culparse a sí mismos, y su conciencia puede estar tranquila. En compensación por la muy natural amargura que experimentan por el fracaso de sus esfuerzos, Dios les reserva un importante e inmenso consuelo, mediante la certeza de que ese fracaso es apenas una postergación, y que se les concederá concluir en otra
existencia la obra que han comenzado en esta, hasta que un día el hijo ingrato habrá de recompensarlos con su amor.Dios no hace que la prueba sea superior a las fuerzas de quien la solicita. Sólo permite las que pueden ser superadas. Si alguien no lo logra, no es porque no tenga una oportunidad, sino porque le falta voluntad.
De hecho, ¿cuántos hay que en vez de resistirse a las malas inclinaciones, se complacen en ellas? A esos están reservados el llanto y los lamentos en existencias posteriores.
Con todo, admirad la bondad de Dios, que nunca cierra la puerta al arrepentimiento. Llegará el día en que el culpable se cansará de sufrir y en que su orgullo será finalmente vencido. Entonces, Dios abrirá sus brazos paternales al hijo pródigo que habrá de arrojarse a sus pies. Las pruebas difíciles, escuchadme bien, casi siempre son indicio del final
de un sufrimiento y del perfeccionamiento del Espíritu, en caso de que sean aceptadas con el pensamiento puesto en Dios. Es un momento supremo en el cual, sobre todo, lo que importa es que el Espíritu no cometa el error de quejarse, si es que no quiere perder el fruto de esas pruebas y tener que volver a comenzar. En lugar de quejaros, agradeced a Dios la oportunidad que os proporciona de salir vencedores, a fin de otorgaros el premio de la victoria. Entonces saldréis del torbellino del mundo terrenal para ingresar al mundo de los Espíritus, y allí seréis aclamados como el soldado que sale triunfante de la lucha.
Entre todas las pruebas, las más penosas son las que afectan al corazón. Hay quien soporta con coraje la miseria y las privaciones materiales, pero sucumbe bajo el peso de las amarguras domésticas, torturado por la ingratitud de los suyos. ¡Oh! ¡Cuán punzante es esa angustia! No obstante, en esas circunstancias, ¿qué puede restablecer mejor la entereza moral, sino el conocimiento de las causas del mal, y la certeza de que, aunque existan profundos quebrantos, no hay desesperaciones eternas? Pues no es posible que Dios quiera que su criatura sufra indefinidamente. ¿Qué hay más reconfortante, más estimulante que la idea de que depende de los esfuerzos de cada uno la posibilidad de abreviar el sufrimiento mediante la destrucción en sí mismo de las causas del mal? Para eso, sin embargo, es necesario que el hombre no detenga su mirada en la Tierra ni vea una existencia solamente, sino que se eleve para sobrevolar en lo infinito del pasado y del porvenir. Recién entonces la soberana justicia de Dios se os pone de manifiesto, y vosotros aguardáis con paciencia, porque encontráis una explicación para lo que en la Tierra os parecían verdaderas monstruosidades. Las heridas que ahí recibís no os parecen más que simples rasguños. En ese golpe de vista lanzado sobre el conjunto, los lazos de familia aparecen en su verdadera perspectiva. Ya no son apenas los lazos frágiles de la materia los que unen a sus miembros, sino los vínculos duraderos del Espíritu, que se perpetúan y consolidan al purificarse, en vez de diluirse con la reencarnación.
Los Espíritus que son inducidos a reunirse por la similitud de gustos, así como por la identidad del progreso moral y el afecto, forman familias. Esos mismos Espíritus, en sus migraciones terrenales, se buscan para agruparse, como lo hacen en el espacio, y de ahí se originan las familias.
REFLEXION
¿Cuál es la causa de la ingratitud en el corazón del hombre?La ingratitud es provocada por el egoísmo, sentimiento propio de los espíritus aún endurecidos e imperfectos.Los Espíritus que son inducidos a reunirse por la similitud de gustos, así como por la identidad del progreso moral y el afecto, forman familias. Esos mismos Espíritus, en sus migraciones terrenales, se buscan para agruparse, como lo hacen en el espacio, y de ahí se originan las familias.
REFLEXION
2 ¿Qué explicación se puede dar a la ingratitud de los hijos para con los padres?
Cuando, en la presente encarnación, no hay motivo que la justifique, este sentimiento puede deberse a enemistades surgidas en vidas pasadas.
3 ¿A todo espíritu le es dada la oportunidad de encarnar como familiar de aquellos a quien odió, o por quien fue odiado?
Ciertamente que sí. Sin embargo, solamente los espíritus con algún progreso es que desean enfrentar esta prueba, por entender que, para llegar a Dios, es necesario practicar la caridad, perdonando y olvidando las injurias y los ultrajes recibidos.
4 Una vez que el espíritu tomó la resolución de encarnar entre enemigos de vidas anteriores, ¿le es fácil cumplirla?
No siempre es fácil la tarea. Para el espíritu le es penoso observar a aquellos que fueron causa de su padecimiento y ruina. Muchos desisten de la prueba; otros, en los cuales predomina la
buena resolución, ruegan a Dios y a los buenos espíritus ayuda para enfrentarla y vencerla.
¿Cómo se da la encarnación del espíritu en esas familias?
Tras años de meditación y oración, el espíritu obtiene permiso para cumplir su prueba. Se aprovecha, entonces, de un cuerpo en preparación en la familia de aquél a quien detestó, encarnando en él.
6 Una vez encarnado, ¿qué actitud podrá adoptar el espíritu, para con sus familiares?
Su procedimiento dependerá de la mayor o menor persistencia en cumplir las resoluciones tomadas antes de encarnar. Por tanto, conforme prevalezcan o no los buenos propósitos, él será amigo o permanecerá siendo enemigo de aquellos entre los cuales fue llamado a vivir.
7 ¿Cómo debemos actuar ante la ingratitud de los hijos?
Reconociendo que no fue el acaso que nos tornó siendo sus padres, ni los hizo así. Buscando todos los medios para superar estas disensiones en la presente encarnación, a través de la educación, de la orientación para el bien, del buen ejemplo y, sobre todo, del amor.
TEMAS COMPLEMENTARIOS
ESTUDIE Y
VIVA E - Capítulo XIV -. Artículo 9
ESPIRITA EN
LA FAMILIA NO ESPIRITA
Con los grupos
consanguíneos, tenemos que tener en cuenta que son uno de los temas más
importante para nosotros, es decir, la de los espiritas vinculado a compañeros de la familia que no puede aceptar las enseñanzas del
espiritismo.
A menudo,
los amigos necesitan dentro de la prueba
recurrir a pedir Mundo Espiritual
orientación. Añorando en el entorno de ellos sus propios ideales, quieren ser alentados por afectos
suyos, deben ser alentados a sus logros y el mundo espiritual les respeta luego
el libre albedrio, a veces vienen con duda pasando por alto los problemas y sin
herirlos en la inciativa, son sacudidos en el corazón y están entre el deseo de
escapar y el cumplimiento del deber.
El espiritualista, sin embargo,que se comprometió con los parientes no espiritas, permanece despierto a la realidad de la reencarnación; usted
sabe que nadie asume obligaciones que
revela en su fuero intimo y que ninguno renace sin motivo,
en este o aquel equipo familiar. El espíritu reencarna sirviéndose de los
requisitos de afinidad, por elección propia, elige la expiación o la tarea
particular, el espíritu trabaja junto a
aquellos con quien le compete evolucionar, mejorarse, liberarse de ciertas
cargas o cumplir con los programas de orden superior y que no tiene el derecho
de desear del taller del hogar solo porque no puede encontrar allí con quien compartir los sueños de elevación.
Allí exactamente, se forjan inquietantes conflictos sentimentales,
emocionalmente perturbadores para la construcción del ascenso al que se aspira.
Esposos
difíciles,padres que no los comprenden, hermanos enigmas por problemas con
hijos o hermanos que constituyen el cuerpo docente que necesitamos en la
verdadera escuela de la familia. Con ellos y para ellos es que evaluamos nuestras propias fallas con el fin de
corregirlas . Podría decirse que, en la explicación evitamos ahora que el
compañero sea inducido a la falta , ahora es nuestra obligación evitar que
cometa el error.
Deseamos
ahora hacer un llamado a la razón y no abandonar o interrumpir este ajuste que
corresponde a la acción edificante para que nuestra conciencia este en paz con
el deber cumplido.
Siempre que nos reconozcamos desambientados en la familia de cara a los
principios espiritas, ante los entes queridos que no se muestren de inmediato
dispuestos a abrazar la posición de deudor entre varios acreedores,con la
valiosa posibilidad de resarcir nuestros débitos, o hacer un curso intensivo de
burilamiento individual, con la bendita oportunidad de adquirir un certificado de competencia en
varias lecciones.
PUNTOS PELIGROSOS PARA LOS PADRES
Tenga en cuenta la importancia del ejemplo en la escuela del hogar. Muchos ignoran que los
niños vienen a reencarnar a través de ellos sin ser ellos( olvidando que realmente son espiritus con una experiencia
de vida.)
Trasforman a
los niños en la familia en adornos,
huyendo de la formación y la ayuda que hay que darles desde el principio.
Imprudentemente
ayudan a los niños sobrecargándolos con
obligaciones incompatible con su salud o lo que su forma de ser muestre.
Se distancian
de la asistencia necesaria a los más pequeños con el pretexto de poder
compensarlo
con empleados dignos, que nunca podrá
ser substituidos por lo que de ellos recibieran directamente por ser su
responsabilidad.
Desconocen que los niños son espíritus diferentes,
portadores de la herencia moral
Que guardan en
sí mismos, por los recuerdos o remanentes felices o infelices de existencias anteriores.
Desean que sus
hijos sean satélites, olvidando que ellos caminan en la trayectoria que
Les es es
peculiar, con pensamientos y actitudes personales.
Muestran
desinteres en los estudios que les
conciernen.
Relegan sus
mentes a las supersticiones y fantasías, sin prestarles explicaciones
honestas respecto
del mundo y de la vida.
No les piden
el trabajo y la cooperación en la medida de sus posibilidades .
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