"Porque a vosotros os fue concedido, en relación a Cristo, no solamente creer en él, sino también padecer por él." – Pablo. (Filipenses, 1:29.)
Cooperar personalmente con los administradores humanos, en sentido directo, siempre constituye objeto de la ambición de los servidores de esa o de aquella organización terrestre.
Hecho invariable de confianza, compartir la responsabilidad, entre el superior que sabe determinar y hacer justicia y el subordinado que sabe ser-vir, instituye la base de armonía para la acción diaria, realización esa que to-das las instituciones procuran alcanzar.
Muchos discípulos del Cristianismo parecen ignorar que, en relación a Jesús, la reciprocidad es la misma, elevada al grado máximo, en el terreno de la fidelidad y de la comprensión.
Más entendimiento del programa divino significa, mayor expresión del testimonio individual en los servicios del Maestro.
Competencia dilatada — deberes crecidos. Más luz — más visión.
Muchos hombres, naturalmente aprovechables en ciertas características intelectuales, más aun enfermas de la mente, desearían aceptar al Salvador y creer en Él, pero no consiguen, de pronto, semejante edificación íntima. En vista de la ignorancia que no remueven y de los caprichos que acarician, les falta la integración en el derecho de sentir las verdades de Jesús, lo que conse-guirán solamente cuando se reajusten, lo que se hace indispensable.
Sin embargo, el discípulo admitido a los beneficios de la creencia, fue considerado digno de convivir espiritualmente con el Maestro. Entre él y el Señor ya existe distribución de la confianza y de la responsabilidad. Con todo, mientras perseveran las alegrías de Belén y las glorias de Cafarnaúm, el traba-jo de la fe se desdobla maravilloso, mas, sobreviniendo la división de las an-gustias de la cruz, muchos aprendices huyen recelando el sufrimiento y re-velándose indignos de la escogencia. Los que proceden así, se catalogan a la cuenta de locos, por cuanto, sustraerse a la colaboración con Cristo, es menos-preciar un derecho sagrado.
Cooperar personalmente con los administradores humanos, en sentido directo, siempre constituye objeto de la ambición de los servidores de esa o de aquella organización terrestre.
Hecho invariable de confianza, compartir la responsabilidad, entre el superior que sabe determinar y hacer justicia y el subordinado que sabe ser-vir, instituye la base de armonía para la acción diaria, realización esa que to-das las instituciones procuran alcanzar.
Muchos discípulos del Cristianismo parecen ignorar que, en relación a Jesús, la reciprocidad es la misma, elevada al grado máximo, en el terreno de la fidelidad y de la comprensión.
Más entendimiento del programa divino significa, mayor expresión del testimonio individual en los servicios del Maestro.
Competencia dilatada — deberes crecidos. Más luz — más visión.
Muchos hombres, naturalmente aprovechables en ciertas características intelectuales, más aun enfermas de la mente, desearían aceptar al Salvador y creer en Él, pero no consiguen, de pronto, semejante edificación íntima. En vista de la ignorancia que no remueven y de los caprichos que acarician, les falta la integración en el derecho de sentir las verdades de Jesús, lo que conse-guirán solamente cuando se reajusten, lo que se hace indispensable.
Sin embargo, el discípulo admitido a los beneficios de la creencia, fue considerado digno de convivir espiritualmente con el Maestro. Entre él y el Señor ya existe distribución de la confianza y de la responsabilidad. Con todo, mientras perseveran las alegrías de Belén y las glorias de Cafarnaúm, el traba-jo de la fe se desdobla maravilloso, mas, sobreviniendo la división de las an-gustias de la cruz, muchos aprendices huyen recelando el sufrimiento y re-velándose indignos de la escogencia. Los que proceden así, se catalogan a la cuenta de locos, por cuanto, sustraerse a la colaboración con Cristo, es menos-preciar un derecho sagrado.
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