EN EL PARAÍSO
“Y le respondió Jesús: En verdad te digo que
hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
(Lucas, 23:43)
A primera vista, parece que Jesús
se inclinó al llamado buen ladrón, a través de la simpatía particular. Pero, no es así.
El Maestro, en esa lección del
Calvario, renovó la definición de paraíso.
En otro pasaje, Él mismo aseveró
que el Reino Divino no surge con apariencias exteriores. Se inicia, se desenvuelve
y se consolida, en resplandores eternos,
en lo íntimo del corazón.
En aquella hora de sacrifico
culminante, el buen ladrón se rindió incondicionalmente a Jesucristo. El lector
del Evangelio no se informa, con respecto a los porfiados trabajos y a las
responsabilidades que le pesarían en los hombros, de modo de cimentar la unión
con el Salvador, sin embargo, se convence de que de aquel momento en adelante
el ex malhechor penetrará el cielo.
El símbolo es hermoso y profundo
y da la idea de la infinita extensión de la Misericordia Divina.
Podemos presentarnos con
voluminoso equipaje de débitos del pasado oscuro, ante la verdad; mas desde el
instante en que nos rendimos a los designios del Señor, aceptando sinceramente
el deber de nuestra propia regeneración, avanzamos para una región espiritual
diferente, donde todo yugo es suave y todo fardo es leve. Llegado a esa altura,
el espíritu endeudado no permanecerá en falsa actitud beatífica, reconociendo,
por encima de todo, que, con Jesús, el sufrimiento es rectificación y las cruces
son claridades inmortales.
Ese es el motivo por el cual el
buen ladrón, en aquella misma hora, ingresó en las excelsitudes del paraíso.
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