martes, 24 de marzo de 2015

LA PIEDAD

1. Mirad que no hagáis vuestra justicia delante de los hombres, para ser
vistos de ellos: de otra manera, no tendréis galardón de vuestro Padre, que está en
los cielos. - Y así, cuando haces limosna, no hagas tocar la trompeta delante de ti,
como los hipócritas hacen en las sinagogas, y en las calles para ser honrados de los
hombres. En verdad os digo, recibieron su galardón. - "Mas tú cuando haces
limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha"; - para que tu limosna sea
en oculto, y tu Padre, que ve en lo oculto; te premiará. (San Mateo, cap. VI, v. de
1 a 4.)
2. Y como descendió del monte, le siguieron muchas gentes. - Y vino un
leproso, y le adoraba diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. - Y
extendiendo Jesús la mano, le tocó diciendo: Quiero. Sé limpio. Y luego su lepra
fué limpiada. - Y le dijo Jesús: "Mira que no lo digas a nadie; mas ve, muéstrate
al sacerdote, y ofrece la ofrenda que mandó Moisés, en testimonio a ellos". (San
Mateo, cap. VIII, v. 1 a 4.)


E.S.E Cap XIII Item 17  La piedad es la virtud que más se aproxima a los ángeles, es la hermana de la
caridad que os conduce hacia Dios. ¡Ah! dejad que vuestro corazón se enternezca al
aspecto de las miserias y de los sufrimientos de vuestros semejantes; vuestras lágrimas
son bálsamo que derramáis sobre sus heridas, y cuando por una dulce simpatía,
conseguís volverles la esperanza y la resignación, ¡qué satisfacción no experimentáis! Es
verdad que este encanto tiene cierta amargura, porque nace al lado de la desgracia; pero
si no tiene la acritud de los goces mundanos, ni las punzantes decepciones del vacío que
éstas dejan en pos de sí, tiene una suavidad penetrante que alegra el alma. La piedad, la
piedad bien sentida, es amor; el amor es afecto; el afecto es el olvido de sí mismo, y este
olvido es la abnegación en favor del desgraciado, es la virtud por excelencia, es la que
practicó toda su vida el divino Mesías, y que enseñó en su doctrina tan sublime y tan
santa; cuando esta doctrina llegue a su pureza primitiva, cuando sea admitida por todos
los pueblos, dará la felicidad a la Tierra, haciendo, al fin, reinar en ella la concordia, la
paz y el amor.
El sentimiento más propio para haceros progresar dominando vuestro egoísmo y
vuestro orgullo, el que dispone vuestra alma a la humildad, a la beneficencia, y al amor a
vuestro prójimo, ¡es la piedad!, esa piedad que conmueve hasta vuestras entrañas ante
los sufrimientos de vuestros hermanos, y que os hace tender
les una mano caritativa y os arranca simpáticas lágrimas. No sofoquéis nunca en
vuestros corazones, pues, esa pasión celeste; no hagáis como esos egoístas endurecidos
que se alejan de los afligidos, porque la vista de su miseria turbaría un instante su alegre
existencia; temed el quedar indiferentes cuando podáis ser útiles. La tranquilidad
comprada a precio de una indiferencia culpable, es la tranquilidad del mar Muerto, que
oculta en el fondo de sus aguas el fango fétido y la corrupción.
¡La piedad, sin embargo, está lejos de causar la turbación y el fastidio de que se
espanta el egoísta! Sin duda el alma experimenta, al contacto de la desgracia de otro y
concentrándose en, si misma, un estremecimiento natural y profundo, que hace vibrar
todo vuestro ser y os afecta penosamente; pero la compensación es grande cuando
conseguís volver el valor y la esperanza a un hermano desgraciado a quien enternece la
presión de una mano amiga, y cuya mirada, húmeda a la vez de emoción y de
reconocimiento, se vuelve dulcemente hacia vosotros antes de fijarse en el cielo para
darle graciás por haberle mandado un consolador en su apoyo. La piedad es la
melancólica, pero celeste precursora de la caridad, la primera entre las virtudes, cuya
hermana es y cuyos beneficios prepara y ennoblece. (Miguel. Bordeaux, 1862).

Qué es la piedad?
Es la simpatía espontánea y desinteresada que experimentamos al presenciar el sufrimiento de
nuestro hermano.
2 ¿Por qué es necesario que tengamos piedad ante el sufrimiento del prójimo?
Porque este sentimiento, si es sincero y profundo, nos llevará a la práctica de la caridad, pues
nos sensibilizará hasta el punto de desear aminorar el sufrimiento, a través de los medios de
que dispongamos.
3 ¿Por qué es común refrenar este sentimiento, evitando encarar el sufrimiento ajeno?
Porque el egoísmo y el orgullo endurecen nuestro corazón, generando la indiferencia, el
comodismo, el miedo de ser importunados en nuestra tranquilidad o molestados en los bienes
materiales.
4 ¿Nuestros problemas no son más importantes que los del prójimo?
Sin duda son más importantes pero, muchas veces, en el auxilio al prójimo está el camino para
la solución de nuestros propios problemas.

“La piedad es la virtud que más os aproxima de los ángeles; es hermana de la
caridad que os conduce a Dios”.
 5 ¿Por qué Jesús nos orientó para ser caritativos, no juzgando sino, perdonando y
auxiliando siempre?
Para que nos librásemos de experimentar el mismo dolor que presenciamos, situación que la
Ley de Dios prevé para los insensibles.
6 ¿Qué compensación tiene aquél que cultiva la piedad?
Al contacto con la desgracia de otro, es inevitable que sufra natural estremecimiento. Sin
embargo, al compadecerse del hermano en sufrimiento y de él recibir reconocimiento,
experimenta una penetrante suavidad que le llena el alma de alegría.
7 Ante los innumerables problemas que aflige a la Humanidad, ¿cómo escoger a aquél a
quien prestaremos auxilio?
A aquél que está más próximo a nosotros, en nombre de la misericordia divina.
8 Nuestra pequeña acción, ¿no sería una gota de agua en el océano?
Es posible. Sin embargo, es de muchas gotas que se forma el océano.
“Es consolando que se es consolado”.
Cuando el sufrimiento ajeno no nos sensibiliza, la Orientación Divina estatuye que
vengamos a experimentarlo igualmente, para evaluar el dolor del prójimo y nos
predispone a ampararlo.
(Cairbar Schutel – El Espíritu de la Verdad nº 26).

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