miércoles, 4 de marzo de 2015

LA BENEFICENCIA

                                          
Dijo también al que lo había invitado: “Cuando ofrezcas
una comida o una cena, no convides a tus amigos, ni a tus
hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos, no sea que
ellos te inviten a su vez, y así retribuyan lo que recibieron de ti. En
cambio, cuando ofrezcas un banquete, convida a los pobres, a los
lisiados, a los cojos y a los ciegos. Y serás dichoso, porque ellos no
disponen de medios para retribuirte, pues eso te será retribuido en
la resurrección de los justos”.
Uno de los que se encontraban sentados a la mesa, al
escuchar esas palabras, le dijo: “¡Dichoso el que coma pan en el
 
reino de Dios .
(San Lucas, 14:12 a 15.)
 
 

                                                   E.S.E. Cap XIII Ítem 15.
Mis queridos amigos, todos los días escucho
que algunos de vosotros decís: “Soy pobre, no puedo
hacer la caridad”, y todos los días veo también que os
falta la indulgencia para con vuestros semejantes. No les
perdonáis nada, y os erigís en jueces, a menudo severos,
sin preguntaros si estaríais satisfechos en el caso de que
ellos procedieran del mismo modo en relación con vosotros.
¿Acaso la indulgencia no es también caridad? Vosotros,
que sólo podéis hacer la caridad mediante la práctica
de la indulgencia, hacedla al menos, pero hacedla con
desprendimiento. En lo que respecta a la caridad material,
voy a narraros una historia del otro mundo.
Dos hombres acababan de morir. Dios había dicho:
“Mientras esos hombres vivan, se colocarán en bolsas
diferentes las buenas acciones de cada uno, y serán pesadas
en el momento de su muerte”. Cuando ambos llegaron al
momento postrero, Dios ordenó que le trajeran las dos
bolsas. Una de ellas, voluminosa, estaba repleta y permitía
escuchar el tintineo del metal con que había sido llenada.
La otra era muy pequeña, y estaba casi vacía, al punto que
se podían contar las monedas que contenía. Cada uno de
los hombres reconoció su bolsa: “Esta es la mía –manifestó
uno de ellos–, la reconozco, fui rico y di en abundancia.”
“Esta es la mía –dijo el otro–, siempre fui pobre, tenía poco

para compartir.” Pero ¡oh sorpresa!, cuando se pusieron
las dos bolsas en la balanza, la más voluminosa se volvió
liviana, y la más pequeña resultó de mayor peso, a tal
punto que descendió considerablemente en el platillo de la
balanza. Dios dijo entonces al rico: “Diste mucho, es cierto,
pero diste por ostentación, para que tu nombre figurase en
los templos del orgullo. Además, al dar no te privaste de
nada. Ve hacia la izquierda, y quédate satisfecho de que tu
limosna sea tenida en cuenta para algo”. A continuación,
Dios dijo al pobre: “Tú has dado poco, amigo mío. Sin
embargo, cada una de las monedas que hay en esta balanza
representa una privación para ti. No diste limosna, y aun
así practicaste la caridad y, lo que vale más aún, hiciste la
caridad con naturalidad, sin proponerte que fuera tomada
en cuenta. Fuiste indulgente; no abriste juicio sobre tu
semejante. Por el contrario, disculpaste todas sus acciones.
Así pues, pasa a la derecha y ve a recibir tu recompensa”.

(Un Espíritu protector. Lyon, 1861.)


 
 
 

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