Psicogénesis del amor
El amor es de esencia divina, porque hace de la excelsa paternidad de
Dios.
Emanación sublime, se encuentra inmerso en el halito de la vida, cuando
el psiquismo en forma primitiva se sumerge en la aglutinación molecular, dando inicio
al grandioso proceso de la evolución.
En su expresión más primitiva se manifiesta como la fuerza encargada de
unir partículas, componiendo las estructuras minerales, para transferirse a lo
largo de los miles de millones de años hacia las organizaciones vegetales, en
las que se desarrolla el embrionario sistema nervioso en la savia que mantiene
la vida, a través del surgimiento de la sensibilidad.
Un nuevo proceso, que se extiende a los largo de periodos milenarios,
trabaja la estructura vibratoria de la energía psíquica de la que se compone,
otorgándole el desarrollo de las sensaciones hasta el momento en que surge el
instinto en las formas animales. En esta etapa se ira modelando el futuro es la
constitución del ego, mientras el principio inteligente, aun adormecido, inicia
la elaboración de la individualización del self.
La fiera que lame a la cría y la cuida, ejercita el sentimiento de la
caricia que un día se transformara en los besos de la madrecita enternecida por
su hijo.
El predominio del instinto, en la sucesión de los millones de años,
desarrollara el sentimiento de posesión, y este el del miedo a la agresión, que
provoca comportamientos violentos en defensa de la propia vida.
A lo largo de los milenios, al alcanzar el estado de humanidad, la herencia
acumulada en los millones de años transcurridos en el proceso de las continuas
transformaciones, desencadena en un principio el predominio del egocentrismo,
que sigue el camino del egotismo exacerbado hasta el momento en que se produce
el cambio del nivel de conciencia dormida al de conciencia despierta, que es
responsable por las adquisiciones emocionales más enriquecedoras.
En esa etapa de modificaciones tiene comienzo el sentimiento del amor,
que se confunde aún más con las manifestaciones del instinto, en primitivas
formas depredadoras contra otras expresiones de vida, donde prevalecen las
sanciones que, inevitablemente, se dirigen hacia las emociones dignificantes.
Solamente cuando se alcanza en ecuánime estado de desarrollo, los
sentimientos pueden ser educados y ejercitados, al proporcionarle recursos a la
razón, mediante los dispositivos delicados y apropiados para la elaboración de
la propuesta de felicidad. No obstante, desde los comienzos del instinto la
educación ejercerá una contribución fundamental para el crecimiento y la
adquisición de los valores pertinentes a cada nivel del fenómeno evolutivo.
La conquista de la razón, como consecuencia de los automatismos
inevitables de la fatalidad antropo-socio-psicologica, permite el surgimiento de
la conciencia lucida, que estuvo sumergida en niveles inferiores, esclava de
las exigencias de los instintos primarios que prevalecían.
En ese periodo de crecimiento de los valores éticos y estéticos, el amor
desempeña un papel fundamental, por el hecho de constituir un estímulo para
obtener conquistas más avanzadas rumbo al futuro.
De la posesión perversa y egotista del primitivismo a la renuncia
abnegada que se alcanza en el nivel de lucidez espiritual, hay una prolongada
experimentación en el área de las emociones, que se encarga de limar las
aristas del ego, favoreciendo al self con el nacimiento de las emociones
superiores.
En razón de ese prolongado proceso, la premura del instinto que domina y
goza con el placer sensorial se perfecciona, convirtiéndose en emociones
espirituales que guiaran el porvenir del ser en vías del desarrollo moral.
La necesidad el amor, en ese largo tránsito, se presenta como propulsor
para la conquista de niveles más nobles de conciencia, responsables por la
belleza, el conocimiento cultural y moral, las realizaciones afectuosas, la
solidaridad humana y la conquista holística del pensamiento universal.
Con todo, amarrado a las herencias del placer, a veces salvaje, por la
exigencia grosera, el self comienza lentamente a administrar los impulsos que,
a lo largo de las sucesivas reencarnaciones, se tornan más sutiles y nobles, se
expanden, para convertirse en la fuente vital de recursos para el progreso y el
desarrollo interior al que está destinado.
Existe una inevitable concatenación de logros en la soberanía de la vida
que va de lo simple a lo complejo, de la ausencia de conocimiento a la
sabiduría, mediante la espontaneidad de las soberanas leyes que elaboran el
mecanismo de la evolución inevitable.
Una chispa minúscula es la responsable de la calamidad de un incendio
devorador, siempre que encuentre el combustible apropiado para expandirse.
De la misma forma el amor, al presentarse en una mínima expresión en sus
primeras manifestaciones, al encontrar estímulos desarrolla los sentimientos y
se transforma en un océano de riquezas.
La fatalidad de la chispa divina que vitaliza los diversos reinos de la
naturaleza consiste en alcanzar la etapa de la plenitud, del reino de los
cielos, del Nirvana.
Es totalmente imposible evitar el proceso de continuas transformaciones,
desde la esencia cósmica que se convierte en psiquismo individual, más tarde en
espíritu pensante, rumbo a la sublimidad.
Desarrollo del amor
En cada etapa de la evolución del ser al amor experimenta
manifestaciones pertinentes al propio proceso.
De los impulsos inconexos de la protección de las crías, en la etapa
animal, ese psiquismo avanza en la escala evolutiva bajo la contribución de los
sentimientos de defensa y de orientación que surgen en los orígenes de la razón,
aunque bajo las imposiciones del dolor.
El miedo, que predomina en la naturaleza animal, se transfiere al ser
humano que aprende a someterse, de modo de evitar los sufrimientos y disminuir
las aflicciones.
La domesticación de la fiera se transforma en educación del individuo
humano y social, que aprende a discernir y a comprender el significado, el
sentido psicológico y real de la existencia.
Paulatinamente, la sensación del placer crece hasta convertirse en
emoción de paz y felicidad, transformando la manifestación sensorial en una
expresión de sentimiento que avanza de la etapa física a la psíquica y
emocional, a través de los conjuntos de partículas nerviosas que componen el
cuerpo bajo la orientación del espíritu en pleno desarrollo.
El amor posesivo, herencia del pasado, puede transitar por el disgusto
de las enfermedades emocionales que conducen al crimen, debido a los celos, la
inseguridad, la ausencia de autoestima y abatimiento moral.
Ese progreso se produce mediante la contribución moral del esfuerzo para
que el individuo adquiera independencia, sea capaz de amar, después de
ejercitarse en el auto-amor, para superar los conflictos de inseguridad, de
miedo, de resistencia a la entrega.
Al transitar por la infancia emocional, el ser inmaduro desea recibir
sin dar, o bien, cuando ofrece, espera la retribución inmediata, compensadora y
fácil.
Solamente después de descubrir que la vida es portadora de muchos
milagros de entrega en todos los aspectos en que se presente, el self comprende
y deja de tener la necesidad de recibir para poder vincularse emocionalmente, e
identifica la excelencia del acto de amar sin restricciones, sin las exigencias
egoicas que descalifican el acto de amar.
El amor es la más elevada y digna realización del self, que se
identifica plenamente con los valores de la vida y pasa a expandirse en formas
de elevación en todas partes.
No obstante, los atavismos ancestrales establecen parámetros acerca del
sentimiento de amor, que no corresponden a la realidad, por ser manifestaciones
aun primarias de los periodos antropológicos vencidos, pero no superados.
Los procesos educativos castradores, los métodos coercitivos de orientación
emocional desarrollan en el adolescente para profundizarse más tarde en los
adultos, conflictos que no existían en la infancia, que generan miedo, ansiedad
y desconfianza en relación con las demás personas y la sociedad en general.
La espontaneidad infantil que existía en lo profundo del self cede lugar
a la hipocresía adulta, a la negociación para estar bi9en, mediante la
adulación y la promesa, lejos del comportamiento natural afectuoso que debe
imperar en el amor.
Las expectativas de quien ama son el resultado de la visión
distorsionadas de la realidad afectuosa, que espera hacerse plena con la
presencia de otro, olvidándose de que nadie puede proporcionar al ser amado
aquello que no fue generado por el mismo. Puede ofrecer estímulos valiosos para
el encuentro de lo que ya posee en germen, pero no puede transferírselos, por
más que lo desee.
De la misma forma, solo logra volver infeliz a aquel que ya tiene en si
el conflicto de desarmonía interior, aunque sumergido en la neblina, que será
disipada por el calor de la realidad, que consiste en la exteriorización del
otro tal cual es y no conforme a la imagen que se ha hecho.
En la experiencia del amor, es indispensable el auto-enriquecimiento, a
fin de entender y sentir la manifestación afectuosa del otro que comparte sus
alegrías y que distribuye sus satisfacciones.
El viaje del amor es siempre de adentro hacia afuera, sin ornamentos
exteriores que muchas veces disfrazan su ausencia debido a los conflictos en
los cuales el individuo se encuentra sumergido.
Por inmadurez psicológica, las personas fingen amar, sueñan que am,
permutando regalos, todo lo cual fue muy bien definido por Erich Fromm y otros
autores como la “orientación hacia las transacciones”.
Hay un olvido en torno a la emoción de que se puede y se debe amar,
aunque nunca amar por la necesidad de tener un amor.
Por esa razón, el amor resulta de un estado de maduración psicológica
del ser humano, que debe entrenar sus emociones compartiendo los sentimientos
con todo y con todos.
Cuando se ama a un perro, a un gato u otro animal, nunca se espera que
el sea algo diferente de su propia estructura o que alcance un nivel imposible
en su etapa evolutiva.
En mucho cuando se ama a alguien,
en el nivel humano, siempre se exige que el otro se someta, que adquiera
valores que uno no posee y progrese hacia el elevado nivel de la expectativa de
quien le brinda su afecto.
EN la educación erróneamente hay un sistema de castigos y recompensas,
aunque pocas veces de discernimiento de valores en relación con lo que es
verdadero y de lo que es falso, lo noble y lo mezquino, lo digno y lo vulgar.
Se usa la amenaza como forma de impedir la repetición de los errores, generando
miedo, hipocresía y engaño.
De ese modo, como forma de vida en el momento del amor, la fascinación ejercida
por la función de la libido conduce a la necesidad de la conquista de otro o de
aquel que despierte su deseo a cualquier precio, dando lugar a sentimientos que
no corresponden a la realidad. Una vez superado el periodo de la novedad sexual,
caídas las máscaras que fueron fijadas en el rostro del otro, de aquel que se
desea conquistar y en el cual se proyectan valores, belleza y talentos que
realmente no posee, viene la decepción, surge el desencanto y el sentimiento
que se consideraba amor se transforma en frustración, rebeldía, agresividad, e
incluso odio…
Las relaciones afectivas son
individuales, transformando al amor en una emoción responsable, madura,
preparada para los enfrentamientos y desafíos perturbadores, de manera gentil e
incondicional.
De ese modo, en una relación amorosa, son dos mitades las que se
complementan, aunque poseyendo características diferentes que son armonizadas
por el sentimiento afectivo.
Cada uno debe mantener la preocupación de ofrecer más de lo que recibe,
lo cual genera una constante permuta de emociones felices.
La persona que ama debe medir cuanto ama, a fin de mantener la
responsabilidad de llevar adelante el compromiso afectivo.
Si esa conciencia no existe ante cualquiera circunstancia menos
agradable abandona al otro, huye de la realidad, sin conseguir evadirse de sí mismo
lo que es más grave.
Solamente ama realmente aquel que es feliz, despojado de conflictos,
libre de prejuicios, identificado con la vida.
Normalmente las personas atormentadas, piensan que podrán ser felices
cuando sean amadas, sin preocuparse por ser las que aman. En su inquietud e
inseguridad esperan encontrar ´puertos seguros para las embarcaciones de las
emociones desordenadas sin pensar en curarse para navegar en paz…
Al no haber amor interno, se asfixian en la desesperación, transmiten
esa sensación extraña e inquietante, y cuando la consiguen, no reúnen las
condiciones para saber recibir la bonanza que les llega.
Enseguida se hacen exigentes, celosas,
vigilantes y aprensivas con una constante ansiedad, temiendo perder lo que
quisieran les perteneciese. Nadie puede aprisionar el amor, porque si lo
intenta lo asfixia, lo mata.
Mientras el interés físico se mantenga vigente, así como la búsqueda de
la belleza y el contacto sexual a causa de la atracción irresistible, el amor estará
distante y se presentará en forma de síndrome de Espimeteo con todas las
consecuencias de la imprevisión, la precipitación, la ansiedad de actuar
para sólo después considerar el hecho ocurrido.
El desarrollo del amor se hace lentamente, conquista tras conquista experiencia, de vivencia, de entrega...
El desarrollo del amor se hace lentamente, conquista tras conquista experiencia, de vivencia, de entrega...
Joanna de Angelis
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