miércoles, 3 de junio de 2015

EL AMOR PSICOGENESIS Y DESARROLLO


Psicogénesis del amor
El amor es de esencia divina, porque hace de la excelsa paternidad de Dios.
Emanación sublime, se encuentra inmerso en el halito de la vida, cuando el psiquismo en forma primitiva se sumerge en la aglutinación molecular, dando inicio al grandioso proceso de la evolución.
En su expresión más primitiva se manifiesta como la fuerza encargada de unir partículas, componiendo las estructuras minerales, para transferirse a lo largo de los miles de millones de años hacia las organizaciones vegetales, en las que se desarrolla el embrionario sistema nervioso en la savia que mantiene la vida, a través del surgimiento de la sensibilidad.
Un nuevo proceso, que se extiende a los largo de periodos milenarios, trabaja la estructura vibratoria de la energía psíquica de la que se compone, otorgándole el desarrollo de las sensaciones hasta el momento en que surge el instinto en las formas animales. En esta etapa se ira modelando el futuro es la constitución del ego, mientras el principio inteligente, aun adormecido, inicia la elaboración de la individualización del self.
La fiera que lame a la cría y la cuida, ejercita el sentimiento de la caricia que un día se transformara en los besos de la madrecita enternecida por su hijo.
El predominio del instinto, en la sucesión de los millones de años, desarrollara el sentimiento de posesión, y este el del miedo a la agresión, que provoca comportamientos violentos en defensa de la propia vida.
A lo largo de los milenios, al alcanzar el estado de humanidad, la herencia acumulada en los millones de años transcurridos en el proceso de las continuas transformaciones, desencadena en un principio el predominio del egocentrismo, que sigue el camino del egotismo exacerbado hasta el momento en que se produce el cambio del nivel de conciencia dormida al de conciencia despierta, que es responsable por las adquisiciones emocionales más enriquecedoras.
En esa etapa de modificaciones tiene comienzo el sentimiento del amor, que se confunde aún más con las manifestaciones del instinto, en primitivas formas depredadoras contra otras expresiones de vida, donde prevalecen las sanciones que, inevitablemente, se dirigen hacia las emociones dignificantes.
Solamente cuando se alcanza en ecuánime estado de desarrollo, los sentimientos pueden ser educados y ejercitados, al proporcionarle recursos a la razón, mediante los dispositivos delicados y apropiados para la elaboración de la propuesta de felicidad. No obstante, desde los comienzos del instinto la educación ejercerá una contribución fundamental para el crecimiento y la adquisición de los valores pertinentes a cada nivel del fenómeno evolutivo.
La conquista de la razón, como consecuencia de los automatismos inevitables de la fatalidad antropo-socio-psicologica, permite el surgimiento de la conciencia lucida, que estuvo sumergida en niveles inferiores, esclava de las exigencias de los instintos primarios que prevalecían.
En ese periodo de crecimiento de los valores éticos y estéticos, el amor desempeña un papel fundamental, por el hecho de constituir un estímulo para obtener conquistas más avanzadas rumbo al futuro.
De la posesión perversa y egotista del primitivismo a la renuncia abnegada que se alcanza en el nivel de lucidez espiritual, hay una prolongada experimentación en el área de las emociones, que se encarga de limar las aristas del ego, favoreciendo al self con el nacimiento de las emociones superiores.
En razón de ese prolongado proceso, la premura del instinto que domina y goza con el placer sensorial se perfecciona, convirtiéndose en emociones espirituales que guiaran el porvenir del ser en vías del desarrollo moral.
La necesidad el amor, en ese largo tránsito, se presenta como propulsor para la conquista de niveles más nobles de conciencia, responsables por la belleza, el conocimiento cultural y moral, las realizaciones afectuosas, la solidaridad humana y la conquista holística del pensamiento universal.
Con todo, amarrado a las herencias del placer, a veces salvaje, por la exigencia grosera, el self comienza lentamente a administrar los impulsos que, a lo largo de las sucesivas reencarnaciones, se tornan más sutiles y nobles, se expanden, para convertirse en la fuente vital de recursos para el progreso y el desarrollo interior al que está destinado.
Existe una inevitable concatenación de logros en la soberanía de la vida que va de lo simple a lo complejo, de la ausencia de conocimiento a la sabiduría, mediante la espontaneidad de las soberanas leyes que elaboran el mecanismo de la evolución inevitable.
Una chispa minúscula es la responsable de la calamidad de un incendio devorador, siempre que encuentre el combustible apropiado para expandirse.
De la misma forma el amor, al presentarse en una mínima expresión en sus primeras manifestaciones, al encontrar estímulos desarrolla los sentimientos y se transforma en un océano de riquezas.
La fatalidad de la chispa divina que vitaliza los diversos reinos de la naturaleza consiste en alcanzar la etapa de la plenitud, del reino de los cielos, del Nirvana.
Es totalmente imposible evitar el proceso de continuas transformaciones, desde la esencia cósmica que se convierte en psiquismo individual, más tarde en espíritu pensante, rumbo a la sublimidad.
Desarrollo del amor
En cada etapa de la evolución del ser al amor experimenta manifestaciones pertinentes al propio proceso.
De los impulsos inconexos de la protección de las crías, en la etapa animal, ese psiquismo avanza en la escala evolutiva bajo la contribución de los sentimientos de defensa y de orientación que surgen en los orígenes de la razón, aunque bajo las imposiciones del dolor.
El miedo, que predomina en la naturaleza animal, se transfiere al ser humano que aprende a someterse, de modo de evitar los sufrimientos y disminuir las aflicciones.
La domesticación de la fiera se transforma en educación del individuo humano y social, que aprende a discernir y a comprender el significado, el sentido psicológico y real de la existencia.
Paulatinamente, la sensación del placer crece hasta convertirse en emoción de paz y felicidad, transformando la manifestación sensorial en una expresión de sentimiento que avanza de la etapa física a la psíquica y emocional, a través de los conjuntos de partículas nerviosas que componen el cuerpo bajo la orientación del espíritu en pleno desarrollo.
El amor posesivo, herencia del pasado, puede transitar por el disgusto de las enfermedades emocionales que conducen al crimen, debido a los celos, la inseguridad, la ausencia de autoestima y abatimiento moral.
Ese progreso se produce mediante la contribución moral del esfuerzo para que el individuo adquiera independencia, sea capaz de amar, después de ejercitarse en el auto-amor, para superar los conflictos de inseguridad, de miedo, de resistencia a la entrega.
Al transitar por la infancia emocional, el ser inmaduro desea recibir sin dar, o bien, cuando ofrece, espera la retribución inmediata, compensadora y fácil.
Solamente después de descubrir que la vida es portadora de muchos milagros de entrega en todos los aspectos en que se presente, el self comprende y deja de tener la necesidad de recibir para poder vincularse emocionalmente, e identifica la excelencia del acto de amar sin restricciones, sin las exigencias egoicas que descalifican el acto de amar.
El amor es la más elevada y digna realización del self, que se identifica plenamente con los valores de la vida y pasa a expandirse en formas de elevación en todas partes.
No obstante, los atavismos ancestrales establecen parámetros acerca del sentimiento de amor, que no corresponden a la realidad, por ser manifestaciones aun primarias de los periodos antropológicos vencidos, pero no superados.
Los procesos educativos castradores, los métodos coercitivos de orientación emocional desarrollan en el adolescente para profundizarse más tarde en los adultos, conflictos que no existían en la infancia, que generan miedo, ansiedad y desconfianza en relación con las demás personas y la sociedad en general.
La espontaneidad infantil que existía en lo profundo del self cede lugar a la hipocresía adulta, a la negociación para estar bi9en, mediante la adulación y la promesa, lejos del comportamiento natural afectuoso que debe imperar en el amor.
Las expectativas de quien ama son el resultado de la visión distorsionadas de la realidad afectuosa, que espera hacerse plena con la presencia de otro, olvidándose de que nadie puede proporcionar al ser amado aquello que no fue generado por el mismo. Puede ofrecer estímulos valiosos para el encuentro de lo que ya posee en germen, pero no puede transferírselos, por más que lo desee.
De la misma forma, solo logra volver infeliz a aquel que ya tiene en si el conflicto de desarmonía interior, aunque sumergido en la neblina, que será disipada por el calor de la realidad, que consiste en la exteriorización del otro tal cual es y no conforme a la imagen que se ha hecho.
En la experiencia del amor, es indispensable el auto-enriquecimiento, a fin de entender y sentir la manifestación afectuosa del otro que comparte sus alegrías y que distribuye sus satisfacciones.
El viaje del amor es siempre de adentro hacia afuera, sin ornamentos exteriores que muchas veces disfrazan su ausencia debido a los conflictos en los cuales el individuo se encuentra sumergido.
Por inmadurez psicológica, las personas fingen amar, sueñan que am, permutando regalos, todo lo cual fue muy bien definido por Erich Fromm y otros autores como la “orientación hacia las transacciones”.
Hay un olvido en torno a la emoción de que se puede y se debe amar, aunque nunca amar por la necesidad de tener un amor.
Por esa razón, el amor resulta de un estado de maduración psicológica del ser humano, que debe entrenar sus emociones compartiendo los sentimientos con todo y con todos.
Cuando se ama a un perro, a un gato u otro animal, nunca se espera que el sea algo diferente de su propia estructura o que alcance un nivel imposible en su etapa evolutiva.
 En mucho cuando se ama a alguien, en el nivel humano, siempre se exige que el otro se someta, que adquiera valores que uno no posee y progrese hacia el elevado nivel de la expectativa de quien le brinda su afecto.
EN la educación erróneamente hay un sistema de castigos y recompensas, aunque pocas veces de discernimiento de valores en relación con lo que es verdadero y de lo que es falso, lo noble y lo mezquino, lo digno y lo vulgar. Se usa la amenaza como forma de impedir la repetición de los errores, generando miedo, hipocresía y engaño.
De ese modo, como forma de vida en el momento del amor, la fascinación ejercida por la función de la libido conduce a la necesidad de la conquista de otro o de aquel que despierte su deseo a cualquier precio, dando lugar a sentimientos que no corresponden a la realidad. Una vez superado el periodo de la novedad sexual, caídas las máscaras que fueron fijadas en el rostro del otro, de aquel que se desea conquistar y en el cual se proyectan valores, belleza y talentos que realmente no posee, viene la decepción, surge el desencanto y el sentimiento que se consideraba amor se transforma en frustración, rebeldía, agresividad, e incluso odio…
 Las relaciones afectivas son individuales, transformando al amor en una emoción responsable, madura, preparada para los enfrentamientos y desafíos perturbadores, de manera gentil e incondicional.
De ese modo, en una relación amorosa, son dos mitades las que se complementan, aunque poseyendo características diferentes que son armonizadas por el sentimiento afectivo.
Cada uno debe mantener la preocupación de ofrecer más de lo que recibe, lo cual genera una constante permuta de emociones felices.
La persona que ama debe medir cuanto ama, a fin de mantener la responsabilidad de llevar adelante el compromiso afectivo.
Si esa conciencia no existe ante cualquiera circunstancia menos agradable abandona al otro, huye de la realidad, sin conseguir evadirse de sí mismo lo que es más grave.
Solamente ama realmente aquel que es feliz, despojado de conflictos, libre de prejuicios, identificado con la vida.
Normalmente las personas atormentadas, piensan que podrán ser felices cuando sean amadas, sin preocuparse por ser las que aman. En su inquietud e inseguridad esperan encontrar ´puertos seguros para las embarcaciones de las emociones desordenadas sin pensar en curarse para navegar en paz…
Al no haber amor interno, se asfixian en la desesperación, transmiten esa sensación extraña e inquietante, y cuando la consiguen, no reúnen las condiciones para saber recibir la bonanza que les llega.
 Enseguida se hacen exigentes, celosas, vigilantes y aprensivas con una constante ansiedad, temiendo perder lo que quisieran les perteneciese. Nadie puede aprisionar el amor, porque si lo intenta lo asfixia, lo mata.
Mientras el interés físico se mantenga vigente, así como la búsqueda de la belleza y el contacto sexual a causa de la atracción irresistible, el amor estará distante y se presentará en forma de síndrome de Espimeteo con todas las consecuencias de la imprevisión, la precipitación, la ansiedad de actuar para sólo después considerar el hecho ocurrido.
El desarrollo del amor se hace lentamente, conquista tras conquista experiencia, de vivencia, de entrega
...

Joanna de Angelis


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