Jesús, el incomparable
psicoterapeuta, definió bien el sentido del amor al explicar que el fundamento
esencial de una existencia feliz, de acuerdo con la excelente síntesis: “Amar a
Dios por encima de todas las cosas y al prójimo como a sí mismo”.
En esa admirable propuesta de
terapia liberadora están los postulados esenciales del amor, el cual, con fines
metodológicos, le alteramos el orden presentado para un nuevo análisis: Amarse
a sí mismo a fin de amar al prójimo y en consecuencia de amar a Dios.
El hombre y la mujer
occidentales contemporáneos heredaron casi 400 años de individualismo, de
competitividad, cuya conducta se caracteriza por la dominación del otro, del
poder sobre cualquier otra condición, generando una ansiedad inusual, sin
motivaciones para los ideales superiores, con vacío existencial,
insatisfacción.
El amor es lo opuesto a ese
comportamiento, porque exige una transformación de conceptos existenciales, de
conductas emocionales, que se inician en la reflexión y la vivencia del
auto-amor.
Solamente el que se ama a sí
mismo es capaz de amar a otro. Es indispensable, por ello, que en él se
encuentre el auto-amor, el auto-respeto, la conciencia de dignidad humana, a
fin de que sus aspiraciones sean dignificantes con metas de superior calidad.
Al amarse a sí mismo el
individuo madura su sentimiento de comprensión de la vida, de los deberes para
con la auto-iluminación, de crecimiento moral y espiritual, al ejercitarse en
los compromisos importantes que lo tornan conciente y responsable a través de
sus deberes.
Al identificar los valores
reales y los imaginarios, descubre los limites, las imperfecciones que le son
comunes, lucha con el fin de superarlos, trabaja con empeño y bondad, sin
exigencias ni conflictos innecesarios, perdonándose cuando se equivoca y
repitiendo la labor hasta realzarla correctamente.
El amor es un encantamiento,
una forma de auto-percepción, debido a que exige empatía con el otro,
afirmaciones y el descubrimiento de potencialidades que se unen en favor de
ambos, sin la castración o el impedimento de la libertad.
El amor no puede ser
accidental, es decir, biológico u ocasional.
Amar a los padres, a los
hermanos y a los familiares, porque lucharon y vivieron en función del otro no
tiene cabido en el compromiso del amor. Cuando los padres exigen que los hijos
los amen, que consideren el sacrificio que hicieron para educarlos, las
renuncias que se impusieron a fin de que fueran felices, ese no es un
sentimiento de amor, sino de retribución.
El amor es espontaneo. Más allá
del deber natural de amar a los padres y a los familiares, él debe brotar en
forma de ternura y de emoción feliz, para que se no convierte en un modo de
pago.
Por ello, los padres también
aman por deber y todo cuanto realizan es la resultante de la alegría de poder
amar, de compensar las luchas con la alegría del educando, sin la espera
exigente de la retribución.
De ese modo, el amor no puede
generar dependencia, a la que se apegan personas ansiosas, no realizadas, vacías,
atormentadas, que transfieren sus conflictos hacia otros, que necesitan de una
seguridad que nadie les puede ofrecer. Mediante esa conducta, la relación
afectiva adquiere casi un carácter comercial de intercambio y de intereses en
la búsqueda de la satisfacción de deseos y de vacíos, alcanzando el lamentable
estado de masoquismo parasitario…
En ese juego de intereses, 2
individuos solitarios se encuentran y como desean una relación de compensación,
suponen que se aman cuando en realidad se están protegiendo de la soledad,
dando lugar a un vacío interior mucho mayor que el vivido con anterioridad.
Cuando esto sucede, la
relación se torna generadora de neurosis más perturbadoras.
Es indispensable forjarse el
hábito de amar sin negociar bajo cualquier aspecto que se desee,
particularmente cuando se huye hacia el compromiso evangélico de ganar el reino
de los cielos.
Con ese ejercicio se comprende
a su prójimo, a entender sus dificultades y sus luchas, sus esfuerzos no
siempre exitosos y sus sacrificios.
De la comprensión fraternal se
pasa al sentimiento solitario, a la amistad, a no exigirle se convierta que el
aun no consigue ser, terminando por amarlo.
La forma puede ser inversa: Sentir
el amor sin conocer al otro. Sin embargo, a medida que lo descubre tiene la
facilidad de aceptarlo tal como es, sin las fantasías infantiles y mitológicas
de los periodos ya pasados, con la capacidad emocional para perdonar y
perseverar en los elevados propósitos del amor.
En las múltiples formas en que
el amor se presenta, aun predominan los sentimientos apasionados, como
resultado de la precipitación, de las necesidades fisiológicas o emocionales de
compañía, sin el sentido profundo del afecto con toda la carga de responsabilidad
que le es peculiar.
El amor es la característica
definitoria de las conductas fuertes, de individuos saludables y no de aquellos
que se dicen débiles, necesitados, porque al no poseer nada infelizmente nada
tienen que ofrecer, esperando siempre recibir. Es común decir la cultura
moderna que las personas débiles aman mucho, olvidando que esa conducta es
interesada, ansiosa de protección por la cobertura emocional y física de otro…
Para que haya ternura en la
relación es necesario que existan fuerzas morales para superar dificultades, y
cuanto más entrega, la donación alcanza una donación más elevado, sin que se
pierda la individualidad, sus metas, sus sueños…
Cuando alguien se convence de
que es fácil amar, en un comportamiento realista, se facilita su posición a
abandonar las máscaras ilusorias y fantasiosas con los que muchos revisten el
amor, permitiendo la realización personal psicológica en el acto del afecto.
El ser humano, comportándose
de esta manera, comienza a amar a Dios en la plenitud de la vida, a la que
descubre rica en bendiciones en todas partes.
Lo encuentra en todo lugar, lo
siente en todo y en todos, lo vive con emoción donde se encuentra, y aspira su
aliento vivificante, de la manera como se comporta.
De ese modo, el amor es el
influjo divino que alcanza al ser en sus comienzos de su proceso de evolución,
que se desarrolla y crece hasta poder retornar a la fuente creadora.
Sublime, en cualquier
expresión en la que se presente, es la presencia de la armonía que debe vibrar
en el sentimiento humano.
Partiendo de las
manifestaciones de los deseos sexuales, hasta las expresiones de renuncia y
santificación, el amor es el más eficiente proceso psicoterapéutico que existe,
al alcance de todos.
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