viernes, 19 de junio de 2015

FUERA DE LA CARIDAD NO HAY SALVACION

Aunque yo hablara las lenguas de los hombres y hasta la
lengua de los ángeles, si no tengo caridad, sólo soy como el bronce
que resuena o como el címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don
de la profecía, y penetrara todos los misterios; y aunque tuviera
perfecta comprensión de todas las cosas; aunque tuviera incluso
toda la fe posible, al punto de transportar montañas, si no tengo
caridad, no soy nada. Y aunque hubiera distribuido mis bienes
para alimentar a los pobres, y entregado mi cuerpo para que fuera
quemado, si no tengo caridad, todo eso de nada me sirve.
”La caridad es paciente; es dulce y bienhechora; la caridad
no es envidiosa; no es imprudente ni irreflexiva; no se llena de
orgullo; no es despreciativa; no busca su propio interés; no se
enfada y no se irrita por nada; no piensa mal; no goza con la
injusticia, sino que goza con la verdad; todo lo soporta, todo lo
cree, todo lo espera, todo lo sufre.
”Ahora permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y
la caridad. Pero entre ellas la de mayor excelencia es la caridad.”
(San Pablo, Primera Epístola a los Corintios, 13:1 a 7, y 13.)

 Hijos míos, en la máxima Fuera de la caridad no hay
salvación se hallan contenidos los destinos de los hombres
en la Tierra y en el Cielo. En la Tierra, porque al amparo de
esa bandera ellos vivirán en paz. En el Cielo, porque los que
la hayan practicado encontrarán gracia ante el Señor. Esa
divisa es la antorcha celestial, la columna luminosa que
guía al hombre en el desierto de la vida, para conducirlo
a la Tierra Prometida. Brilla en el Cielo como una aureola
de santidad en la frente de los elegidos; y en la Tierra, está
grabada en el corazón de aquellos a quienes Jesús dirá:
“Pasad a la derecha, benditos de mi Padre”. Los reconoceréis
por el aroma de la caridad que esparcen alrededor suyo.
Nada expresa mejor el pensamiento de Jesús, nada resume
tan bien los deberes del hombre, que esa máxima de índole
divina. Nada mejor podía hacer el espiritismo, para probar
su propio origen, que presentarla como regla, pues esa
máxima constituye el reflejo del más puro cristianismo.
Con una guía así, el hombre nunca se desviará. Dedicaos,
pues, amigos míos, a comprender su profundo sentido y
sus consecuencias, a buscar por vosotros mismos todas
sus aplicaciones. Someted la totalidad de vuestras acciones
al control de la caridad, y vuestra conciencia os responderá.
No sólo evitará que cometáis el mal, sino que también os
ayudará a practicar el bien, pues no alcanza con una virtud
negativa: hace falta una virtud activa. Para hacer el bien, se

requiere siempre la acción de la voluntad. En cambio, para
no practicar el mal, alcanza en muchas ocasiones con la
inercia y la indiferencia.
Amigos míos, agradeced a Dios que os ha permitido
que pudieseis gozar de la luz del espiritismo. Esto no significa
que solamente quienes poseen esa luz serán salvados, sino
que, al ayudaros a comprender mejor las enseñanzas de
Cristo, os hace mejores cristianos. Así pues, haced que,
cuando os observen vuestros hermanos, puedan decir que
el verdadero espírita y el verdadero cristiano son una sola
y la misma persona, dado que todos los que practican la
caridad son discípulos de Jesús, sea cual fuere el culto al
que pertenezcan. (Pablo, apóstol. París, 1860.)

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