domingo, 28 de septiembre de 2014

SED PERFECTOS


“Amad a vuestros enemigos; haced el bien a los que os odian, y orad por los que os persiguen y calumnian; porque si sólo amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis con eso más que los otros? ¿No hacen lo mismo los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.” (San Mateo, 5:44, 46 a 48.)

Puesto que Dios posee la perfección infinita en todas las cosas, esta máxima: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”, tomada literalmente supondría la posibilidad de alcanzar la perfección absoluta. Si le fuese dado a la criatura ser tan perfecta como el Creador, llegaría a ser igual a Él, lo que es inadmisible. Pero los hombres a quienes se dirigía Jesús no hubieran comprendido esa diferencia, por eso se limita a presentarles un modelo y a decirles que se esfuercen por alcanzarlo.

Así pues, es preciso entender esas palabras en el sentido de la perfección relativa de que la humanidad es capaz y que más la aproxima a la Divinidad. ¿En qué consiste esa perfección? Jesús lo dijo: “Amemos a nuestros enemigos, hagamos el bien a los que nos odian, oremos por los que nos persiguen”. Él enseña con eso que la esencia de la perfección es la caridad en su más amplia acepción, porque implica la práctica de las demás virtudes.

En efecto, si observamos los resultados de todos los vicios, e incluso de los simples defectos, reconoceremos que no hay uno siquiera que no altere de algún modo el sentimiento de la caridad, porque todos tienen su origen en el egoísmo y en el orgullo, que son su negación. Todo aquello que excita el sentimiento de la personalidad destruye, o al menos debilita, los elementos de la verdadera caridad, que son la benevolencia, la indulgencia, la abnegación y la devoción. Como el amor al prójimo, llevado hasta el nivel del amor a los enemigos, no puede aliarse con ningún defecto contrario a la caridad, es siempre, por eso mismo, un indicio de cierta superioridad moral. De ahí se sigue que el grado de la perfección está en razón directa de la extensión de ese amor. Por eso Jesús, después de haber dado a sus discípulos las reglas de la caridad en lo más sublime que esta posee, les dijo: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”.

E.S.E. Cap XVII, ítem 1 y 2.

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CON AMOR

“Y, sobre todo esto, revestíos de caridad, que es el vínculo de la perfección.” – Pablo (Colonenses, 3:14)

Todo discípulo del Evangelio precisará coraje para atacar los servicios de la redención en sí mismo.

Nadie dispensará las armaduras de la fe, a fin de marchar con tranquilidad bajo tempestades.

El camino de rescate y elevación permanece lleno de espinas.

El trabajo se constituirá de luchas, de sufrimientos, de sacrificios, de sudor, de testimonios.

Toda la preparación es necesaria, en el capítulo de la resistencia, entretanto, sobre todo esto es indispensable revestir nuestra alma de caridad, que es amor sublime.

La nobleza de carácter, la confianza, la benevolencia, la fe, la ciencia, la introducción, los dones y las posibilidades son hilos preciosos, pero el amor es el telar divino que los entrelazará, tejiendo la túnica de la perfección espiritual.

La disciplina y la educación, la escuela y la cultura, el esfuerzo y la obra, son flores y frutos en el árbol de la vida, sin embargo, el amor es la raíz eterna.

Pero, ¿Cómo amaremos en el servicio diario?

Renovémonos en el espíritu del Señor y comprendamos a nuestros semejantes.

Auxiliemos en silencio, entendiendo la situación de cada uno, temperando la bondad con la energía, y la fraternidad con la justicia.

Oigamos la sugerencia del amor, a cada paso, en la senda evolutiva.

Quien ama, comprende; y quien comprende, trabaja por un mundo mejor.

Emmanuel.

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