“Amad a vuestros enemigos; haced el
bien a los que os odian, y orad por los que os persiguen y calumnian; porque si
sólo amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo
mismo los publicanos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis
con eso más que los otros? ¿No hacen lo mismo los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos, como vuestro
Padre celestial es perfecto.” (San Mateo, 5:44, 46 a 48.)
Puesto que Dios posee la perfección
infinita en todas las cosas, esta máxima: “Sed perfectos, como vuestro Padre
celestial es perfecto”, tomada literalmente supondría la posibilidad de
alcanzar la perfección absoluta. Si le fuese dado a la criatura ser tan
perfecta como el Creador, llegaría a ser igual a Él, lo que es inadmisible.
Pero los hombres a quienes se dirigía Jesús no hubieran comprendido esa diferencia,
por eso se limita a presentarles un modelo y a decirles que se esfuercen por
alcanzarlo.
Así pues, es preciso entender esas
palabras en el sentido de la perfección relativa de que la humanidad es capaz y
que más la aproxima a la Divinidad. ¿En qué consiste esa perfección? Jesús lo
dijo: “Amemos a nuestros enemigos, hagamos el bien a los que nos odian, oremos
por los que nos persiguen”. Él enseña con eso que la esencia de la perfección
es la caridad en su más amplia acepción, porque implica la práctica de las
demás virtudes.
En efecto, si observamos los
resultados de todos los vicios, e incluso de los simples defectos,
reconoceremos que no hay uno siquiera que no altere de algún modo el sentimiento
de la caridad, porque todos tienen su origen en el egoísmo y en el orgullo, que
son su negación. Todo aquello que excita el sentimiento de la personalidad
destruye, o al menos debilita, los elementos de la verdadera caridad, que son
la benevolencia, la indulgencia, la abnegación y la devoción. Como el amor al
prójimo, llevado hasta el nivel del amor a los enemigos, no puede aliarse con
ningún defecto contrario a la caridad, es siempre, por eso mismo, un indicio de
cierta superioridad moral. De ahí se sigue que el grado de la perfección está
en razón directa de la extensión de ese amor. Por eso Jesús, después de haber
dado a sus discípulos las reglas de la caridad en lo más sublime que esta
posee, les dijo: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”.
E.S.E. Cap XVII, ítem 1 y 2.
***
CON AMOR
“Y, sobre todo esto, revestíos de caridad, que es el
vínculo de la perfección.” – Pablo (Colonenses, 3:14)
Todo discípulo del Evangelio precisará
coraje para atacar los servicios de la redención en sí mismo.
Nadie dispensará las armaduras de la
fe, a fin de marchar con tranquilidad bajo tempestades.
El camino de rescate y elevación
permanece lleno de espinas.
El trabajo se constituirá de luchas,
de sufrimientos, de sacrificios, de sudor, de testimonios.
Toda la preparación es necesaria, en
el capítulo de la resistencia, entretanto, sobre todo esto es indispensable
revestir nuestra alma de caridad, que es amor sublime.
La nobleza de carácter, la confianza,
la benevolencia, la fe, la ciencia, la introducción, los dones y las
posibilidades son hilos preciosos, pero el amor es el telar divino que los
entrelazará, tejiendo la túnica de la perfección espiritual.
La disciplina y la educación, la
escuela y la cultura, el esfuerzo y la obra, son flores y frutos en el árbol de
la vida, sin embargo, el amor es la raíz eterna.
Pero, ¿Cómo amaremos en el servicio
diario?
Renovémonos en el espíritu del Señor y
comprendamos a nuestros semejantes.
Auxiliemos en silencio, entendiendo la
situación de cada uno, temperando la bondad con la energía, y la fraternidad
con la justicia.
Oigamos la sugerencia del amor, a cada
paso, en la senda evolutiva.
Quien ama, comprende; y quien
comprende, trabaja por un mundo mejor.
Emmanuel.
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