Dijo también al que lo había invitado: “Cuando ofrezcas una comida o una cena, no convides a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así retribuyan lo que recibieron de ti. En cambio, cuando ofrezcas un banquete, convida a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos. Y serás dichoso, porque ellos no disponen de medios para retribuirte, pues eso te será retribuido en la resurrección de los justos”. Uno de los que se encontraban sentados a la mesa, al escuchar esas palabras, le dijo: “¡Dichoso el que coma pan en el reino de Dios!” (San Lucas, 14:12 a 15.)
E.S.E. Cap VIII Itém 11
La beneficencia
11. La beneficencia, amigos míos, os dará en ese mundo los más puros y sutiles goces, los goces del corazón, que no son perturbados por el remordimiento ni por la indiferencia. ¡Oh! ¡Si pudierais comprender cuánto de grande y placentero encierra la generosidad de las almas bellas, ese sentimiento que hace que miréis a los demás del mismo modo que os miráis a vosotros mismos, para quitaros con júbilo el abrigo y dárselo a vuestro hermano! ¡Podríais tener, amigos míos, como única y grata ocupación, la de hacer felices a los demás! ¡Qué fiestas mundanas podríais comparar con esos alegres festejos en los que,
como representantes de la Divinidad, sois portadores de felicidad para esas humildes familias, que de la vida apenas conocen las vicisitudes y las amarguras! Festejos en los que veis semblantes mortificados que de pronto irradian esperanza, porque, como no tenían pan, esos desdichados escuchaban a sus hijitos que, ignorantes de que vivir es sufrir, gritaban insistentemente, en medio del llanto, estas palabras que se clavaban en los corazones maternos como un agudo puñal: “¡Tengo hambre!...” ¡Oh! ¡Comprended qué placenteras son las impresiones de aquel que ve renacer la alegría donde hasta unos momentos antes sólo había desesperación! ¡Comprended cuáles son las obligaciones que tenéis para con vuestros hermanos! ¡Id, id al encuentro del infortunio! ¡Id sobre todo a socorrer las miserias ocultas, que son las más dolorosas! Id, mis bienamados, y recordad estas palabras del Salvador: “¡Cuando vestís a uno de estos pequeñitos, tened presente que es a mí a quien vestís!” ¡Caridad! Palabra sublime que resume todas las virtudes. Tú conducirás a los pueblos hacia la felicidad. Al No sepa tu ma no i zquier da lo que da tu ma no derecha practicarte, crearán para ellos mismos infinitos goces en el futuro, y mientras se hallen exiliados en la Tierra, tú serás su consuelo, tú serás el goce anticipado de las alegrías que disfrutarán más tarde, cuando se encuentren reunidos en el seno del Dios de amor. Fuiste tú, virtud divina, la que me proporcionaste los únicos momentos de felicidad que tuve en la Tierra. Crean, mis hermanos encarnados, en la voz de este amigo que les dice: En la caridad debéis buscar la paz del corazón, el contento del alma, el remedio para las aflicciones de la vida. ¡Oh! ¡Cuando estéis a punto de acusar a Dios, dirigid una mirada por debajo de vosotros! ¡Observad cuántas miserias esperan alivio, cuántos pobres niños sin familia, cuántos ancianos sin una mano amiga que los ampare y les cierre los ojos cuando la muerte los reclame! ¡Cuánto bien por hacer! ¡Oh! No os quejéis. Por el contrario, agradeced a Dios y prodigad en abundancia vuestra simpatía, vuestro amor, vuestro dinero a todos los que, desheredados de los bienes de ese mundo, languidecen en el dolor y el aislamiento. Cosecharéis en la Tierra muy tiernas alegrías, y más tarde… ¡sólo Dios lo sabe!... (Adolfo,
obispo de Argel. Burdeos, 1861.)
como representantes de la Divinidad, sois portadores de felicidad para esas humildes familias, que de la vida apenas conocen las vicisitudes y las amarguras! Festejos en los que veis semblantes mortificados que de pronto irradian esperanza, porque, como no tenían pan, esos desdichados escuchaban a sus hijitos que, ignorantes de que vivir es sufrir, gritaban insistentemente, en medio del llanto, estas palabras que se clavaban en los corazones maternos como un agudo puñal: “¡Tengo hambre!...” ¡Oh! ¡Comprended qué placenteras son las impresiones de aquel que ve renacer la alegría donde hasta unos momentos antes sólo había desesperación! ¡Comprended cuáles son las obligaciones que tenéis para con vuestros hermanos! ¡Id, id al encuentro del infortunio! ¡Id sobre todo a socorrer las miserias ocultas, que son las más dolorosas! Id, mis bienamados, y recordad estas palabras del Salvador: “¡Cuando vestís a uno de estos pequeñitos, tened presente que es a mí a quien vestís!” ¡Caridad! Palabra sublime que resume todas las virtudes. Tú conducirás a los pueblos hacia la felicidad. Al No sepa tu ma no i zquier da lo que da tu ma no derecha practicarte, crearán para ellos mismos infinitos goces en el futuro, y mientras se hallen exiliados en la Tierra, tú serás su consuelo, tú serás el goce anticipado de las alegrías que disfrutarán más tarde, cuando se encuentren reunidos en el seno del Dios de amor. Fuiste tú, virtud divina, la que me proporcionaste los únicos momentos de felicidad que tuve en la Tierra. Crean, mis hermanos encarnados, en la voz de este amigo que les dice: En la caridad debéis buscar la paz del corazón, el contento del alma, el remedio para las aflicciones de la vida. ¡Oh! ¡Cuando estéis a punto de acusar a Dios, dirigid una mirada por debajo de vosotros! ¡Observad cuántas miserias esperan alivio, cuántos pobres niños sin familia, cuántos ancianos sin una mano amiga que los ampare y les cierre los ojos cuando la muerte los reclame! ¡Cuánto bien por hacer! ¡Oh! No os quejéis. Por el contrario, agradeced a Dios y prodigad en abundancia vuestra simpatía, vuestro amor, vuestro dinero a todos los que, desheredados de los bienes de ese mundo, languidecen en el dolor y el aislamiento. Cosecharéis en la Tierra muy tiernas alegrías, y más tarde… ¡sólo Dios lo sabe!... (Adolfo,
obispo de Argel. Burdeos, 1861.)
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