"Y Abraham le dijo: Ellos tienen a Moisés y a los profetas; óiganlos." — (Lucas, 16:29.)
La respuesta de Abraham al rico de la parábola aún es enseñanza de todos los días, en el camino común.
Innumerables personas se aproximan a las fuentes de revelación espiritual, entretanto, no consiguen la liberación de los lazos egoístas de modo que vean y oigan, como les conviene a los intereses esenciales.
Hace precisamente un siglo, se estableció un intercambio más in-tenso entre los dos planos, en el gran movimiento del Cristianismo revi-vido; con todo, hay aprendices que contemplan el cielo, angustiados tan sólo porque nunca recibieron el mensaje directo de un padre o de un hijo en la experiencia humana. Algunos llegan al disparate de desviarse de la senda alegando tales motivos. Para esos, el fenómeno y la revela-ción en el Espiritismo evangélico son simple conjunto de mentiras, por-que nada obtuvieron de parientes muertos, en años consecutivos de observación.
Pero, eso, no pasa de un contrasentido.
¿Quién podrá garantizar la perpetuidad de los hilos frágiles de las ligazones terrestres?
El impulso animal tiene límites.
Nadie justifique, su propia ceguera con la insatisfacción del capri-cho personal.
El mundo está repleto de mensajes y emisarios, hace milenios. No obstante, el gran problema, no está en requerir la verdad para atender al círculo exclusivista de cada criatura, sino en la deliberación de cada hombre, en cuanto a caminar con su propio valor, en la dirección de las realidades eternas.
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