Chico se vestía humildemente. Tenía solo dos trajes, uno de uso y
otro de reserva. Cierta médium de São Paulo, que lo visitaba, viéndolo
tal mal vestido, exclamó:
– Pensaba en encontrarlo, como el mayor médium de todos los tiempos,
bien vestido, bien alojado, viviendo una vida despreocupada y lo
encuentro así, andrajoso. No está bien. Necesitamos fundar la Sociedad
de los Médiums.
Chico sonrió y nada respondió…
Recordando, con nosotros, de este caso, nos explicó:
– Vivo así y siempre he de vivir así, mientras esté aquí, viviendo mi
prueba. Y aun así me critican, creyendo que soy rico, con dinero en los
bancos. Imagina si viviese diferente, lo que no dirían…
Después, reportándose al pasado, nos contó:
– Tiempo atrás, pase momentos críticos. Un infeliz hermano, dado al
vicio de quitar cosas ajenas, entró en mi cuarto, y, en mi ausencia, me
quito el único traje que tenia de reserva. Estuve afligido, pero no
desesperado. Mis hermanos, sabiendo lo ocurrido, actuaron. Prepararon
una trampa para agarrar al viciado, seguros de que volvería, de tanta
facilidad que encontró para actuar… E hicieron un petate de ropas usadas
y la colocaron en la ventana de mi cuarto bien a la vista. Viendo las
intenciones, me ofrecí para estar de guardia. Aceptaron. Y por algunas
noches, vigilé. Cuando menos lo esperaba, a altas horas de la noche, vi a
alguien entrar en el patio, se dirigió a la ventana, cogió el petate y
se lo llevó. Deje pasar algunos minutos y, después di la alarma. Se
levantaron los familiares rápidamente, se enteraron del ROBO, e hicieron
una búsqueda. Todo en vano. No encontraron al ladrón.
– Pero, Chico, como dejaste al ladrón huir, me dijo uno de mis hermanos.
– Estaba cansado y me dormí. Cuando desperté ya el petate no estaba en la ventana, le respondí.
Pero, todos, quedaron alterados, creyendo que, delante de lo
ocurrido, no debían tener compasión de Chico; que, por castigo, deberían
dejar que el anduviese solo con un traje, hasta que, de sucio, se
estropease en su cuerpo.
El caso paso. Una tarde, vino Chico en su carro, de vuelta para la Hacienda, cuando alguien le hizo parar y le imploró:
– Hermano Chico, pare, deseo pedirle perdón.
– Perdón de que, hermano mío.
– Fui yo quien le robo las ropas… Y, cuando fui a ver lo que robe,
encontré su nota que me toco el corazón, pues me decía: ¡Vaya con Dios! Y
hasta hoy siento que estoy con Dios y Dios está conmigo y no puedo
robar más.
Chico lo abrazó conmovido, le perdonó la falta y, satisfecho por verlo reformado, volvió a decirle:
– ¡Vaya con Dios, hermano mío
Lindos casos de Chico Xavier
No hay comentarios:
Publicar un comentario