domingo, 9 de agosto de 2015

INMORTALIDAD

“Pienso, luego existo”, decía Descartes. Es preciso ahondar en estas tres palabras, porque ellas nos dicen que somos una “realidad”. El ser humano piensa, medita, obra, por tanto es “algo”, es vida. Una vida palpable, auténtica, una vida capaz de amar u odiar, de alcanzar elevadas cumbres o caer en hondos abismos, pero, por encima de todo, nadie puede negar que existimos, que vivimos, que sentimos. Y de ahí arranca la incógnita: ¿Qué es la vida? ¿Existe el alma? ¿Viviremos después de la muerte?.
Resulta indispensable analizar ahora si nuestra vida es puramente orgánica o bien existe una parte inmaterial, no destructible. Tal vez la prueba resida en nosotros mismos. El ser humano experimenta el deseo de vivir, es un anhelo innato, vehemente, y acaso más que esto, una intuición reveladora de su verdadera naturaleza. La idea de la muerte con el silencio, su inmovilidad,
nos deprime, nos repugna, llega a desesperarnos y nuestro yo se
alza en protesta... No queremos morir, caer en la nada para desaparecer definitivamente. ¡No!, queremos vivir, movernos, existir. Los incrédulos dicen que de ese deseo han nacido centenares de religiones, cosa muy probable porque el ser humano jamás se ha resignado a morir.
Los humanos debemos llevar a cabo la ingrata tarea de enterrar a los muertos, y al contemplar a nuestros seres queridos espantosamente fríos, mudos e inmóviles, tratamos de dulcificar esta visión diciendo que duermen el último sueño. Dormir, nos parece más esperanzador que morir, porque en el sueño cabe la posibilidad de un despertar. Si en alguna ocasión hemos podido presenciar el espectáculo, por cierto nada grato, de exhumar los restos de una persona conocida, nos parece increíble que aquella descarnada calavera sea lo único que queda de aquel ser lleno de energía y vitalidad que en otra época estuviera a nuestro lado. ¿Dónde han ido a parar la inteligencia y los sentimientos que un día animara lo que ahora no son más que míseros despojos? ¿Se han corrompido también al compás del cuerpo inerte?.
No, de ningún modo. Inteligencia y sentimientos son la parte inmortal del ser humano, llamadle alma, espíritu, o ego, lo mismo da. Esto es inmortal, tiene, en efecto, un principio, pero no un final, nuestra vida espiritual es eterna. Hoy en día resulta ya muy aventurado situar los sentimientos en el corazón, cuando se ha demostrado, con los reiterados trasplantes de éste último, que es un simple órgano encargado de cumplir una función biológica,y no tiene absolutamente nada que ver con los diversos sentimientos que agitan a una persona.
Así como nadie puede persuadirnos, con pruebas convincentes y palpables de la inexistencia del Creador, tampoco nadie puede sostener que estamos en un error los que afirmamos que la muerte no existe, porque a nuestro lado tenemos a la Ciencia. Ella nos dice que los cuerpos sometidos a la ley del gran laboratorio del Universo, se corrompen, se transforman y hacen que la tierra que los cubre, cobre nuevos bríos y de ella broten plantas, flores, frutos, pero la Ciencia no nos habla de cómo la inteligencia, el amor, las virtudes o defectos caigan un día inertes y se reduzcan a cenizas para prestar, después, una savia fugaz al verde césped que crece en torno a una tumba. Por el contrario, la Ciencia Espírita, siempre prudente, apoyada en hechos veraces, a todas luces admisibles por estar aceptados y rubricados por largos años de estudio y comprobación, nos señala que el alma humana no sólo sobrevive a la muerte del cuerpo, sino que puede ponerseen contacto mediúmnicamente, con aquellos seres, aún sin ser deudos o amigos, que viven en la tierra, y a quienes dan pruebas irrefutables de su inmortalidad. Por otra parte, la razón nos dicta que si hemos sido creadospor amor, ese amor que además de Paternal es Divino, ha de salvarnos de la muerte, porque Dios jamás hace nada destinado a destruirse. Su Previsión,muy por encima de la comprensión humana, es también Infinita, y sería inconciliable con su Bondad y su Justicia que el ser humano naciera, sufriera, tratara de dominar sus debilidades y se esforzara en adquirir virtudes, para perderse finalmente en la nada. La vida sin un previo objeto no se concibe.
Negando la inmortalidad del alma, resultarían un absurdo mayúsculo, la entereza y serenidad de Sócrates frente al vaso de cicuta, la bondad y el tesón infatigable de Buda durante cuarenta y cinco años de generosa predicación, y el amor inmenso de Cristo, ejemplo vivo de caridad y perfección, que conocía y profetizaba, sin arredrarse, hasta que punto se ensañaría la ignorancia contra su persona, que sólo repartía amor fraterno,paz y libertad de espíritu. Un ser perfecto, todo luz, sin mancha alguna de flaqueza humana, descendió hasta nosotros para zarandearnos con su palabra, y obligarnos a despertar del profundo letargo a que estamos sumidos; por eso nos dice que no somos de este mundo, y por eso también, su último suspiro es
una enseñanza llena de una esperanza cierta que él no ignoraba, y con la que estaba plenamente identificado: “Padre, en tus manos encomiendo miespíritu”.(Lucas 23: 46).

Maria Dolores Figueiras

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