sábado, 15 de agosto de 2015

ESPERANZA


 

 
Porque todo lo que antes fue escrito, para nuestra enseñanza fue escrito, para que por la paciencia y consolación de las Escrituras tengamos esperanza.” – Pablo (Romanos, 15:4)

 

La esperanza es la luz del cristiano.

No todos consiguen, por el momento, el vuelo sublime de la fe, mas la fuerza de la esperanza es tesoro común.

No todos pueden ofrecer, cuando quieren, el pan del cuerpo y la lección espiritual, pero nadie en la Tierra está impedido de esparcir los beneficios de la esperanza.

El dolor acostumbra agitar a los que se encuentran en el “valle de la sombra y de la muerte”, donde el miedo establece atrición y donde la aflicción percibe el “rugir de dientes”, en las “tinieblas exteriores”, pero existe la luz interior que es la esperanza.

La negación humana declara falencias, labra atestados de imposibilidad, traza inextricables laberintos, no obstante, la esperanza viene de arriba, a la manera del Sol que ilumina desde lo alto y alimenta las simientes nuevas, despierta propósitos diferentes, crea modificaciones redentoras y abre visiones más altas.

La noche espera el día, la flor el fruto, el gusano el porvenir... El hombre, aunque se sumerja en la incredulidad o en la duda, en la lágrima o en la dilaceración, será socorrido por Dios con la indicación del futuro.

Jesús, en la condición del Maestro Divino, sabe que los aprendices no siempre podrán acertar enteramente, que los errores son propios de la escuela evolutiva y, por esto mismo, la esperanza es uno de los cánticos sublimes de su Evangelio de Amor.

Inmensas han sido, hasta hoy, nuestras caídas, pero la con fianza de Cristo es siempre mayor. No nos perdamos en lamentaciones. Todo momento es instante para oír a Aquél que pronunció el “Venid a mí”...

Levantémonos y prosigamos, convencidos de que el Señor nos ofreció la luz de la esperanza, a fin de que encendamos en nosotros mismos la luz de la santificación espiritual.

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