No se puede concebir, enfrente a las palabras del Señor, en la “oración de
los discípulos”, de que puedan los hombres aislarse del mundo, bajo pretexto
de mejor servir a Dios.
Es de suponerse, todavía, que los cenobitas modernos, no hayan
reflexionado aún en torno al razonamiento citado por el Evangelista.
Si sorprende, en la actualidad, tal conducta, encontramos un cierto
justificativo en la conducta de los eremitas del pasado, venerables y santas
figuras que buscaban el aislamiento en grutas desiertas.
Los anacoretas, cuyos nombres aún hoy son reverenciados, adoptaban una
vida de entera renuncia, con el propósito de despertar al hombre a los
problemas del alma, cuya excelsitud y valía podían ya experimentar.
Sin embargo, todo tiene su tiempo y su época.
En la actualidad, el aislamiento en monasterios o cavernas, sin una
finalidad práctica, sin provecho para los semejantes, expresaría egoísmo y
acomodamiento a la buena vida.
Significa escapar al trabajo.
Cuando alguien huye, del torbellino de las metrópolis, por lo general es
para ejercitarse en la confraternización. Para edificar escuelas que instruyan y
eduquen a la infancia y a la juventud, para construir hospitales que socorran a
enfermos pobres o para erguir abrigos que aseguren a los viejos una existencia
más tranquila en el declinar de su experiencia terrena.
Las palabras del Maestro, en la llamada “oración sacerdotal”, traducen
cautela, revelan prudencia.
El pensamiento de Jesús, “No os pido que os separéis del mundo y sí que
os alejéis del mal”, era el de impedir que los discípulos fuesen a empañar el
fulgor de la Buena Nueva, el Universalismo de la Doctrina Cristiana, con un
posible retroceso hacia las luchas mundanas.
La fuga al trabajo, a los deberes inmediatos podría crear un precedente
peligroso para las futuras realizaciones del Evangelio.
Los discípulos, en aquella época, tanto cuanto nosotros en la actualidad,
no prescindían del fogoso clima de las luchas terrestres, por cuanto las luchas
corrigen, perfeccionan e iluminan.
La oración del Señor, proferida en voz alta, habría de causarles una
impresión duradera. Repercutiría, profundamente, en los siglos que se
avecinaban.
los discípulos”, de que puedan los hombres aislarse del mundo, bajo pretexto
de mejor servir a Dios.
Es de suponerse, todavía, que los cenobitas modernos, no hayan
reflexionado aún en torno al razonamiento citado por el Evangelista.
Si sorprende, en la actualidad, tal conducta, encontramos un cierto
justificativo en la conducta de los eremitas del pasado, venerables y santas
figuras que buscaban el aislamiento en grutas desiertas.
Los anacoretas, cuyos nombres aún hoy son reverenciados, adoptaban una
vida de entera renuncia, con el propósito de despertar al hombre a los
problemas del alma, cuya excelsitud y valía podían ya experimentar.
Sin embargo, todo tiene su tiempo y su época.
En la actualidad, el aislamiento en monasterios o cavernas, sin una
finalidad práctica, sin provecho para los semejantes, expresaría egoísmo y
acomodamiento a la buena vida.
Significa escapar al trabajo.
Cuando alguien huye, del torbellino de las metrópolis, por lo general es
para ejercitarse en la confraternización. Para edificar escuelas que instruyan y
eduquen a la infancia y a la juventud, para construir hospitales que socorran a
enfermos pobres o para erguir abrigos que aseguren a los viejos una existencia
más tranquila en el declinar de su experiencia terrena.
Las palabras del Maestro, en la llamada “oración sacerdotal”, traducen
cautela, revelan prudencia.
El pensamiento de Jesús, “No os pido que os separéis del mundo y sí que
os alejéis del mal”, era el de impedir que los discípulos fuesen a empañar el
fulgor de la Buena Nueva, el Universalismo de la Doctrina Cristiana, con un
posible retroceso hacia las luchas mundanas.
La fuga al trabajo, a los deberes inmediatos podría crear un precedente
peligroso para las futuras realizaciones del Evangelio.
Los discípulos, en aquella época, tanto cuanto nosotros en la actualidad,
no prescindían del fogoso clima de las luchas terrestres, por cuanto las luchas
corrigen, perfeccionan e iluminan.
La oración del Señor, proferida en voz alta, habría de causarles una
impresión duradera. Repercutiría, profundamente, en los siglos que se
avecinaban.
Es así que, en la hora de la partida, cuando se preparaba para el retorno a
las esferas de luz de desconocidas regiones, les fija definitivamente, el
procedimiento a seguir en el mundo, de manera que, permaneciendo ellos en el
mundo, diesen al mundo testimonio de lucha y trabajo, comprensión y amor.
Es por eso que los compañeros del Maestro fundaron la “Casa del
Camino”, en donde el hambriento recibía alimento, el desnudo encontraba
vestido y en donde el enfermo encontraba amparo.
Nadie puede dar testimonio de valor espiritual si no vivió pruebas
difíciles, dramas intensos, complicados problemas, si no viajó sobre aguas
borrascosas.
Tampoco ninguno puede dar testimonio de resistencia moral si no sintió el
impacto de fuertes tentaciones, sobreponiéndose, no obstante a todas ellas, con
la firme determinación de vencer, en el deseo de realizarse.
En un convento, en una caverna, en la soledad, tales oportunidades
difícilmente se presentarán
Vivir en el mundo – sin adherirse al mundo.
Vivir en el mundo – sin participar de sus pasiones.
Vivir en el mundo – sin entregarse al mundo.
Vivir en el mundo – mas librarse del mal.
Transitar por la Tierra – sin zambullirse en el lodazal de los vicios, es
prueba difícil, sin embargo no imposible.
Pide decisión, esfuerzo, persistencia.
Conociendo la posibilidad de crecimiento espiritual, que era una constante
en la vida de los discípulos, mas reconociéndoles no obstante, la fragilidad
humana, rogaba Jesús al Padre; “No pido que los apartes del mundo y sí, que
los guardes del mal.”
Se nota en el pedido del Maestro una amorosa exhortación a la vigilancia,
para que no fuesen ellos a sucumbir ante el mal, en sus más diversas
manifestaciones.
El mundo, con sus conflictos y tentaciones, les significaba, sin duda un
clima propicio para las experiencias renovadoras. Con todo, fortalecidos por
las inmortales lecciones de Jesús, se habrían de convertir, como de hecho así
sucedió, en ejemplos vivos y actuantes de amor y trabajo.
El heroísmo de los primeros cristianos regó el árbol del Cristianismo.
La abnegación y el sacrificio de los hombres de la “Casa del Camino”, a
las afueras de Jerusalén, prepararon, para todos los siglos y milenios a seguir,
la siembra del Evangelio.
las esferas de luz de desconocidas regiones, les fija definitivamente, el
procedimiento a seguir en el mundo, de manera que, permaneciendo ellos en el
mundo, diesen al mundo testimonio de lucha y trabajo, comprensión y amor.
Es por eso que los compañeros del Maestro fundaron la “Casa del
Camino”, en donde el hambriento recibía alimento, el desnudo encontraba
vestido y en donde el enfermo encontraba amparo.
Nadie puede dar testimonio de valor espiritual si no vivió pruebas
difíciles, dramas intensos, complicados problemas, si no viajó sobre aguas
borrascosas.
Tampoco ninguno puede dar testimonio de resistencia moral si no sintió el
impacto de fuertes tentaciones, sobreponiéndose, no obstante a todas ellas, con
la firme determinación de vencer, en el deseo de realizarse.
En un convento, en una caverna, en la soledad, tales oportunidades
difícilmente se presentarán
Vivir en el mundo – sin adherirse al mundo.
Vivir en el mundo – sin participar de sus pasiones.
Vivir en el mundo – sin entregarse al mundo.
Vivir en el mundo – mas librarse del mal.
Transitar por la Tierra – sin zambullirse en el lodazal de los vicios, es
prueba difícil, sin embargo no imposible.
Pide decisión, esfuerzo, persistencia.
Conociendo la posibilidad de crecimiento espiritual, que era una constante
en la vida de los discípulos, mas reconociéndoles no obstante, la fragilidad
humana, rogaba Jesús al Padre; “No pido que los apartes del mundo y sí, que
los guardes del mal.”
Se nota en el pedido del Maestro una amorosa exhortación a la vigilancia,
para que no fuesen ellos a sucumbir ante el mal, en sus más diversas
manifestaciones.
El mundo, con sus conflictos y tentaciones, les significaba, sin duda un
clima propicio para las experiencias renovadoras. Con todo, fortalecidos por
las inmortales lecciones de Jesús, se habrían de convertir, como de hecho así
sucedió, en ejemplos vivos y actuantes de amor y trabajo.
El heroísmo de los primeros cristianos regó el árbol del Cristianismo.
La abnegación y el sacrificio de los hombres de la “Casa del Camino”, a
las afueras de Jerusalén, prepararon, para todos los siglos y milenios a seguir,
la siembra del Evangelio.
Martins Peralva
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