La misión del Espiritismo no es destruir, no es derribar nada de lo
existente, no viene a seguir las sangrientas huellas de las demás
religiones, que todas, absolutamente todas, han derramado en la Tierra
torrentes de sangre que se han convertido más tarde en ríos de lágrimas.
El Espiritismo viene ha decir que Dios es Dios, y el Progreso es su profeta. Ni destruye los templos, ni viene a levantar nuevos altares. Jesús luchó entre la lógica y el sofisma de su tiempo, esa lucha aún sigue empeñada; y el Espiritismo toma parte en ella como la toman las demás filosofías, pero no se empeña en derribar ni ésta, ni aquella institución.
Jesús fue la encarnación del amor y del progreso, y está por encima
de todas las teogonías y de todas las filosofías de la Tierra; y el
Espiritismo enseña la ley que Él promulgó en el Monte de las Calaveras.
Nuestra moral es la de Jesús, y si todos los hombres de este planeta
hubieran comprendido las enseñanzas del divino maestro, como tratan de
comprenderlas los verdaderos espiritistas, no se hubiera derramado tanta
sangre inocente, no se hubiese atormentado a millones y millones de
hombres, ni habrían profanado la memoria del que murió, perdonando a sus
verdugos.
Si algo queda de aquella moral sublime, que era el patrimonio divino
de aquel que sanaba a los enfermos, si algo se recuerda aún de su
doctrina evangélica, sus comentarios se encuentran en las obras
espiritistas.
Los espiritistas aman a Jesús, porque ven en Él la reencarnación de
un Espíritu elevadísimo, luz de la verdadera religión, luz que iluminó a
la India, luz que más tarde irradió en Judea, luz que brillará sobre
este planeta mientras la Tierra tenga condiciones de habitabilidad para
albergar a la especie humana.
Acusan al Espiritismo de que éste no respeta la personalidad de Jesús.
No es nuestro ánimo tratar ahora de esa cuestión capital, y
únicamente diremos que el Espiritismo ve en Jesús no a un redentor, sino
a uno de los muchos redentores que ha tenido la humanidad.
¿Pierde Jesús por esto el respeto, el amor, la admiración, la
adoración suprema que mereció por su sacrificio? No; ¿Ha habido algún
hombre de su época que se le asemeje? No; ¿Mas, por qué hemos de negar
lo que la historia atestigua? ¿Lo que los libros sagrados nos dicen? Si
doce mil años antes de la era cristiana establecían los brahmanes de la
India el dogma de la trimurtí, o trinidad de Dios, y uno de los
redentores indios tiene una historia parecidísima a la de Jesucristo
¿Por qué se han de desfigurar los hechos?
Porque haya existido Cristna ¿Deja de ser Jesús la personificación de
la civilización moderna? ¿La encarnación del progreso? ¿La síntesis del
amor?
Mas, veamos lo que sobre Cristna dice el vizconde de Torres Solanot en su obra “El Catolicismo antes del Cristo” página 73:
“La leyenda del Génesis indio dice que Brahma había anunciado a Heva
la venida de un salvador, que nacería en la pequeña ciudad de Madura, y
recibiría el nombre de Cristna (en sanscrito, sagrado). Su nacimiento
tuvo lugar unos cuatro mil ochocientos años antes de nuestra era”.
“Ese niño, Vischnú, la segunda persona de la Trinidad india, el hijo
de Dios encarnado en el seno de la virgen Devanaguy (en sanscrito,
formado por Dios), para borrar la falta original y llevar a la humanidad
al camino del bien”.
“Devanaguy permanece virgen aunque madre, porque había concebido sin
conocer hombre, envuelta por los rayos de Vischnú, y da a luz un niño
divino en una torre, donde la había hecho encerrar su tío Rausa, tirano
de Madura, quien había visto en sueños que el niño que naciera de
aquélla debía destronarle”.
“La noche del parto, al primer gemido de Cristna, un fuerte viento
derribó las puertas de la prisión, mató a los centinelas, y Davanaguy
fue conducida con su hijo recién nacido a la casa del pastor Nauda,
donde le festejaron los pastores de la comarca, por un enviado de
Vischnú”.
“Al saber la libertad de Davanaguy y su huída maravillosa, el tirano
Rausa, ciego de furor, y para que no se le escapase Cristna, ordenó la
degollación, en todos los estados, de los niños de sexo masculino,
nacidos en la misma noche de aquel que quería matar”.
“Cristna escapó por milagro, pasando su infancia en medio de los
peligros suscitados por los que tenían interés en su muerte; pero salió
victorioso de todas las asechanzas, de todos los lazos que se le
tendieron”.
“Llegado a la edad de hombre, se rodeó de algunos fervientes
discípulos, y comenzó a predicar una moral que la India no conocía ya
desde la dominación brahmánica; atacando valerosamente las castas,
enseñó la igualdad de todos los hombres ante Dios, y puso de manifiesto
la hipocresía y el charlatanismo de los sacerdotes. Recorrió la India
entera, perseguido por los brahmanes y los reyes, atrayéndose a los
pueblos por su singular belleza, su elocuencia dulce y persuasiva, llena
de imágenes y por la sublimidad de su doctrina: ayudarse los unos a los
otros, proteger, sobre todo, a la debilidad; amar a su semejante como a
sí mismo; devolver bien por mal; practicar la caridad y todas las
virtudes”.
“Un día que Cristna oraba recostado contra un árbol, una tropa de
esbirros enviados por los sacerdotes, cuyos vicios habían descubierto,
le asaeteó y colgó su cuerpo en las ramas para que fuese presa de las
aves inmundas”.
“La noticia de esta muerte llegó a los oídos de Ardjima, el más
querido de los discípulos de Cristna, y corrió aquél, acompañado de una
gran muchedumbre del pueblo, para recoger los restos sagrados. Pero el
cuerpo del hombre Dios había desaparecido; sin duda había vuelto a las
celestes moradas, y el árbol en cuyas ramas fue colgado, apareció
repentinamente cubierto de grandes flores rojas, esparciendo a distancia
el más suave de los perfumes”.
“Los sacerdotes, que habían mandado asesinar a Cristna, fueron los
primeros en sentir su influencia; pero sea por habilidad, sea por
convicción, la aceptaron como la grande encarnación de Vischnú,
prometida por Brahma al primer hombre, y colocaron su estatua en todos
los templos”.
Ahora bien: ¿No se asemeja esta historia a la historia de Jesús? ¿No
hay grandes puntos de contacto en su nacimiento, en su vida, en su
muerte y en su resurrección? ¿Por qué ese empeño total en no querer
conceder a la Tierra más que un redentor? Cuando la humanidad terrena
formada de “espíritus en turbación”, como dice un joven pensador,
olvidadiza por costumbre, ingrata por hábito, rebelde por condición,
ignorante por pereza, necesita si fuera posible, un redentor por cada
siglo.
Tres mil años antes de la era cristiana, estaban codificadas las
leyes indias, y Cristna dijo en aquellas remotas edades lo que más tarde
repitió Jesús, y sabe Dios, si Cristna de qué otro Redentor lo
repetiría. No es de hoy la moral de Jesús, no; escuchemos algunos
versículos del Evangelio indio, que sus máximas sublimes alientan y
fortifican, y hace más de cinco mil años que las almas enfermas beben el
agua fuera de los textos védicos. Leamos:
“Los hombres que no tienen el dominio de sus sentidos, no son capaces de cumplir con sus deberes”.
“Es preciso renunciar a la riqueza y a los placeres, cuando éstos no son aprobados por la conciencia”.
“Los males que causamos a nuestro prójimo nos persiguen como nuestra sombra a nuestro cuerpo”.
“La ciencia del hombre no es más que vanidad, todas sus buenas acciones son ilusorias cuando no sabe referirlas a Dios”.
“Las obras que tienen por principio el amor de su semejante, deben
ser ambicionadas por el justo, porque serán las que pesen más en la
balanza celeste”.
“Por las buenas acciones en sí mismas, y no por la cantidad, es por lo que seréis juzgados”.
“A cada uno según sus fuerzas y sus obras”.
“No se puede pedir a la hormiga el mismo trabajo que al elefante”.
“A la tortuga, la misma agilidad que a la cierva”.
“Al pájaro que nade, al pez que se eleve en los aires”.
“No se puede exigir al niño la prudencia del padre”.
“Pero todas esas criaturas viven para un fin, y aquellas que cumplen
en su esfera lo que ha sido prescrito, se transforman y se elevan según
todas las series de emigración de los seres. La gota de agua, que
encierra un principio de vida que el calor fecunda, puede llegar a ser
un dios”.
“Pero sabedlo todos; ninguno de vosotros llegará a absorberse en el
seno de Brahma por la oración solemne, y el misterio monosílabo no
borrará vuestras últimas manchas, sino cuando lleguéis al umbral de la
vida futura, cargados de buenas obras, y las más meritorias entre esas
obras serán aquellas que tengan por móvil el amor al prójimo y la
caridad”.
“El que es humilde de corazón y de espíritu, es amado por Dios; no tiene necesidad de otra cosa”.
“Lo mismo que el cuerpo es fortificado por los músculos, el alma es fortificada por la virtud”.
“Así como la tierra sostiene a los que la pisan con los pies, y le
desgarran su seno trabajándola, así debemos volver el bien por el mal”.
“Los servicios que se prestan a los espíritus perversos, el bien que
se les hace, parecen caracteres escritos sobre el agua, que se borran a
medida que se les traza. Pero el bien debe cumplirse por el bien, porque
no es sobre la Tierra donde hay que esperar recompensa”.
“Cuando morimos, nuestras riquezas quedan en la casa; nuestros
parientes, nuestros amigos no nos acompañan más que hasta la tumba; pero
nuestras virtudes y nuestros vicios, nuestras buenas obras y nuestras
faltas, nos siguen en la otra vida”.
“El infinito y el espacio, pueden solos comprender al espacio y al infinito. Dios sólo puede comprender a Dios”.
“El hombre honrado, debe caer bajo los golpes de los malos, como el
árbol sándalo, que cuando se le derriba, perfuma el hacha que le ha
herido”.
“El justo que no se haga jamás culpable de maledicencia, de
imposturas y de calumnias; que no busque querellas; que tenga
constantemente la mano derecha abierta para los desgraciados, que no se
vanaglorie jamás de los beneficios que haga”.
“Cuando un pobre venga a llamar a su puerta, que lo reciba, le lave
los pies, le sirva él mismo y coma de sus restos, porque los pobres son
los elegidos del Señor. Pero, sobre todo, que evite, durante el curso de
su vida, dañar en lo más mínimo a otro: amar a su semejante, protegerle
y asistirle, de ahí derivan las virtudes más agradables a Dios”.
Sobre esta moral sublime está calcado el Evangelio de Jesús, su
historia, con pequeñas variantes, es la misma de Cristna; así es que la
regeneración social que realizó Jesús no es debida a un episodio de su
historia; que si bien pudo servir de base para un gran misterio
religioso, no es debido a la creación de ese misterio el
desenvolvimiento progresivo de la humanidad. Este movimiento ascendente
obedece al exacto cumplimiento de las leyes universales que rigen en la
creación.
Justo es que digamos que los espiritistas ni hacen descender al
hombre a la triste condición del bruto, ni son tan osados y tan ilógicos
que lo elevan a la suprema categoría de un Dios.
Para nosotros no hay más que un Dios, ¡Ese Dios que se siente y no se define!
¡Esa inteligencia suprema! ¡Ese algo misterioso que constituye un todo incomprensible, universal y eterno!…
¡Ese aliento divino!…
¡Esta savia generosa que alimenta a los lirios y a las cordilleras de
los Andes! ¡A los infusorios de la Tierra, y a los mundos que en
vertiginosa carrera se precipitan afanosos para sorprender los secretos
de la eternidad!
Somos deístas racionalistas, y no le concedemos al hombre más que el
fruto de su trabajo; por esta razón no podemos mirar en él, ni al bruto,
ni a un Dios. Bruto no puede ser porque en su frente irradia un
destello de la inteligencia divina; y a ser Dios no puede llegar, porque
en el Universo no hay más que un Dios. ¡Luz más luz, produce sombra!
Esto dijo un sabio y es la verdad.
Creemos, sí, que los hombres pueden llegar a ser grandes y buenos si
quieren utilizar su inteligencia y su sentimiento, trabajando
asiduamente en su mejoramiento moral e intelectual.
¡Pueden llegar a ser enviados providenciales!
Creemos que la moral de Jesús, es la moral de Dios; es la ley eterna
promulgada desde los primeros tiempos por legisladores divinos, que le
han hablado a las humanidades en un lenguaje apropiado a su respectivo
adelanto.
Las humanidades no han sido creadas para odiarse, no. Los hombres no
han nacido para destruirse unos a otros como fieras sanguinarias. Su
destino es más humanitario, su misión es más grande, su tendencia más
armónica, por esto de vez en cuando, cuando la fiebre enloquece a los
hombres, cuando las instituciones de este mundo flaquean, vienen
enviados providenciales, preceptores divinos que sirven de catedráticos a
las multitudes, y les enseña la moral de todos los siglos, les leen el
Código de todos los tiempos, les hablan de ese Dios desconocido que está
en la mente de todos los hombres.
Jesús fue uno de esos profetas del Espiritualismo, y como su gran
misión es regenerar a los pueblos, como había sonado la hora en el reloj
eterno, para que comenzara a espiritualizarse el sentimiento de la
humanidad terrestre; por esto su voz generosa resonó en la Tierra,
resuena todavía y resonará eternamente, y esto aconteció, acontece y
acontecerá: no porque el cuerpo de Jesús resucitase, o fuese fluídico,
sino porque Jesús resucitó al cuerpo social; y le dijo al viejo mundo
(inmenso cadáver encerrado en la sepultura del más grosero
materialismo), ¡Levántate y anda, humanidad hipócrita y descreída, y
busca a Dios por medio de las buenas obras, que harto tiempo has estado
aletargada con el opio fatal de tus pasiones!
El mayor de los milagros que Jesús ha hecho y que acredita
verdaderamente su superioridad, es la revolución que sus enseñanzas han
hecho en el mundo a pesar de la exigüidad de sus medios de acción.
En efecto, Jesús, pobre, nacido en la más humilde condición, en un
pueblo casi ignorado y sin preponderancia política, artística, ni
literaria, sólo predica durante tres años. En este corto periodo de
tiempo es conocido y perseguido por sus conciudadanos, calumniado y
tratado de impostor: se ve obligado a huir para no ser apedreado; es
vendido por uno de sus apóstoles, negado por otro y abandonado por todos
en el momento que cae en manos de sus enemigos.
¿Hay mayor injusticia que la que los hombres le han hecho a Jesús y a su sagrada religión?…
¡Pobres seres los que envueltos en la luz del presente, cierran los
ojos ofuscados por la claridad, y suspiran recordando las sombras del
pasado; no queriendo comprender que los dogmas de la fe ciega han
desaparecido ante la ciencia, como la niebla desaparece ante los rayos
del Sol!.
No tenemos la arrogancia estúpida de creer que la escuela filosófica
espiritista ha pronunciado su última palabra, y que tras de esta
creencia no haya más problemas que descifrar. No lo creemos nosotros
así, no; vemos en el Espiritismo un gran adelanto; porque su
desenvolvimiento hoy se adapta al gusto dominante de nuestra época, que
es la investigación y el análisis: por esto la doctrina espirita nos
encamina por la senda del progreso, sin que por esto creamos que
poseemos la perfección absoluta, porque esa sólo la posee Dios.
Nosotros creíamos ayer, y creemos hoy: en un solo Dios, inteligencia
suprema causa primera de todas las cosas, infinita, incomprensible en su
esencia, inmutable, inmaterial, omnipotente, soberanamente justo, bueno
y misericordioso.
Creemos que el hombre, una de sus criaturas, debe a Dios una adoración infinita.
¡Las hermosas palabras del evangelio han resonado siempre en el
mundo! ¡El eco ha repetido en todos los tiempos la voz de Dios! Mas, ¿De
qué sirvió la predicación de Cristna? Se obtuvo el mismo resultado que
con la de Jesús; los sacerdotes crearon las castas, los privilegios, y
en nombre de éste o de aquel Redentor, la humanidad antropófaga por
instinto ha devorado en el voraz apetito de su soberbia, cuando ha
tenido la debilidad de dejarse destruir.
La historia del progreso es tan antigua como el mundo. El Espíritu de
Dios ha flotado sobre todas las humanidades, y ha irradiado en todas
las épocas. El cristianismo no es de hoy, es de ayer, es de siempre, y
será de toda eternidad, porque su moral sublime es el compendido de
todas las virtudes.
Jesús vino a la Tierra llamando la atención del pasado, del presente y
del porvenir, planteó en su aparición un problema científico, la
teología se apoderó de este problema y le cubrió con un velo misterioso;
pero mientras el misterio exista la luz no puede alumbrar a la
humanidad.
Jesús vino a la Tierra para dar una lección a los tiempos de los tiempos.
¡Pobres teólogos de todas las edades! ¡Cuán ignorantes habéis sido siempre!
¡Para vosotros no ha habido más que tiempo presente! ¡No habéis
presentido el pasado! ¡No habéis adivinado el mañana! ¡Toda la vida la
habéis encerrado en la gota de agua que habéis tenido delante!
¿Merecen llamarse cristianos los que miran en Jesús un enviado
divino, y tratan de imitar en lo poco que pueden, y lo que su escaso
entendimiento les permite, la humildad, la paciencia, la tolerancia, y
la caridad del mártir del Calvario?.
Los espiritistas, pueden llamarse cristianos porque reconocen en
Jesús, al primer legislador del mundo. Porque creen que la oración del
Padre Nuestro fue su código universal; porque ven en Jesús, el Sol de la
Tierra, y venerando sus divinas enseñanzas, siguen la senda que trazó
su evangelio, bendiciendo su nombre, y tratando de perdonar a sus
enemigos, como Jesús perdonó a los fariseos que le crucificaron.
Poco nos importa el nombre, lo que nosotros queremos son las buenas
obras; pero es nuestro deber dejar consignado que los espiritistas
tienen derecho a llamarse cristianos.
Si el llamarse cristianos quisiera significar que el que llevase ese
nombre era un fiel traslado de Jesús, no habría en la Tierra ningún
hombre que fuera digno de llamarse cristiano; pero siendo únicamente el
nombre de su doctrina podemos llamarnos cristianos todos aquellos que
tratamos de creer en ella.
¡Jesús ha vivido siempre! Desde el momento que el hombre,
contemplando la bóveda estrellada en una noche de primavera cruzó las
manos en señal de adoración, y su alma se puso de rodillas (como dice
Víctor Hugo), el alma de Jesús murmuró en su oído: ¡Ama a Dios!
Cuando el hombre, más tarde, trató de leer en las profundidades del
cielo, el Espíritu del Jesús de todos los tiempos le dijo a su razón:
¡Busca a Dios! ¡Llámale, que Él te contestará!
Cuando los hombres como San Vicente de Paúl recogen a los niños
huérfanos, Jesús les estrecha entre sus brazos y les dice: ¡Venid
conmigo, benditos de mi padre, venid para recibir la sonrisa inefable de
Dios!
Si los católicos creen que Jesús vino a la Tierra hace diecinueve
siglos, los espiritistas creemos que cuantos redentores ha tenido la
humanidad, todos han sido destellos de Él, rayos de ese foco de amor que
vivifica a la humanidad.
¡Oh! Sí; nosotros vemos a Jesús en la noche del tiempo lanzando una
mirada melancólica sobre la Tierra, lamentando los desaciertos de las
generaciones que vendrían a poblar este planeta, y como padre amoroso
perdonando de antemano las locuras y los extravíos de sus hijos;
escribiendo con su sangre en distintas épocas, el código de amor que
había de regenerar a las humanidades del porvenir.
¡Mientras más se contempla la gran figura de Jesús, más se aleja de
nosotros! Y su origen se pierde en el infinito del tiempo. Los
espiritistas tienen su culto, escuchemos a Torres Solanot en su libro
“El Catolicismo antes del Cristo ” página 255:
“Contra esos dos inmensos males, es preciso hacer tremolar a los
cuatro aires una sola bandera, con un solo lema: Ins trucción, Ins
trucción, Ins trucción”.
“Ésta es la Trinidad una, la trinidad que no riñe con la razón, tres
unidades que claramente son la misma unidad, la que únicamente puede
destruir las trinidades teológicas, y con ellas las religiones y el
culto, la máscara de todas las dominaciones y misterios, invención de
los sacerdotes. Debemos establecer la “adoración al Padre en Espíritu y
verdad” en el templo edificado por Dios; la Naturaleza, con el director
espiritual que Él nos ha dado, la Conciencia, con el único culto que Él
nos ha prescrito; el Amor, templo, ministro y culto que no tiene más que
una consagración: las buenas obras, mejores cuanto más trascienden a
las criaturas, a los seres de todo orden que pueblan el Universo”.
“Dentro de esas condiciones, dentro de estas leyes que se imponen al
Espíritu como las leyes físicas a la materia, llevando en sí mismas el
castigo de su transgresión, dejad a la creencia manifestarse
tranquilamente, que el error no anida más que donde se comprime la idea,
la fealdad del vicio no resiste jamás a la belleza de la virtud, la
nube del mal es derribada por las corrientes del bien, el sol de la
verdad brilla al fin de todas las tormentas en el cielo humano. Negar
esto, es negar a Dios. El ateismo no es obra del Espíritu que piensa, es
la obra de las religiones que tuercen la conciencia y el pensamiento
humano. Sería desconocer la sabiduría divina, pretender que la miserable
criatura, el gusano habitante de este planeta, inferior a muchos de los
mundos que nos rodean, ha venido a corregir la obra del Creador de lo
infinito, entre cuyos pliegues el hombre realiza un destino, que es el
progreso, a condición de contribuir en su microscópico alcance a la
armonía universal.
Por eso cuando nos contemplamos a nosotros mismos en la pequeñez que
representamos, volvemos a Dios el pensamiento para hallar en su grandeza
un ideal de aspiración constante que nos llama a Él, tipo sublime de
donde todo parte y a donde todo tiende; y cuando con los ojos del alma
divisamos esos horizontes hasta el infinito dilatados, donde se
presiente un progreso al fin de cada progreso, el ánimo se esparce y
cobra alientos para remontarse a aquellos ideales de tanta realidad como
la existencia que los concibe. La ciencia y el bien: he ahí los dos
caminos paralelos que es preciso recorrer en pos de aquel ideal.
La razón ilustrada con la fe en Dios, esto es, la fe racional que
brota espontáneamente en la conciencia; no hay otro guía más seguro en
esta peregrinación que llamamos vida terrena”.
Es una gran verdad; la fe sin la razón es un absurdo, la razón sin la
fe una locura, y unidos son los dos grandes principios de todas las
grandes cosas.
El Espiritismo aspira a unir esas dos primeras unidades de la cantidad universal.
¡La razón, es el yo del raciocinio! ¡La fe, es el yo del sentimiento!
Cuando la humanidad llegue a saber sentir, y a saber pensar, la armonía universal será un hecho.
Cada hora tiene su trabajo, cada día tiene su afán, y cada época su
aspiración. El bello ideal de nuestros días es la disensión; se discute
en todas partes, y todas las escuelas se apresuran a poner de relieve
las excelencias del ideal religioso que defienden; ¿Cuál de ellas
alcanzará la victoria? – Todas y ninguna; porque en todas las creencias
hay un fondo de verdad, y ninguna posee la verdad absoluta, porque la
sabiduría suprema sólo la posee Dios.
La vida de todos los hombres de la Tierra es una debilidad
continuada; el hombre condena hoy el crimen que cometió ayer. A los que
mandan no les gustan las reformas de los profetas; por esto lucharon
nuestros padres, lucharemos nosotros, y lucharán nuestros hijos por
llevar adelante la reforma universal. ¿Llegará ésta a conseguirse? Sí:
se conseguirá con el transcurso de los siglos; llegará un día que
repetirán las multitudes, lo que dicen hoy algunos grandes pensadores,
“que como Dios no condena, no tiene que perdonar”. Éste es un principio
absurdo para los ignorantes; pero esencialmente lógico para aquellos que
aman a Dios sobre todas las cosas. Dios podrá compadecer a los
culpables, pero condenarlos, jamás.
¡La misión de las religiones cuán distinta debía ser! ¡Todas quieren
ser las primeras! ¡Todas quieren ser las únicas! ¡Todas quieren ser las
poseedoras de la verdad! Y el que cree tener más sabiduría, es el que
está más lejos de ella.
Las religiones no son otra cosa que el credo filosófico de las
civilizaciones sucesivas que han ido engrandeciendo a la humanidad.
¡Las generaciones de ayer se alejan y se llevan consigo sus dogmas y
sus ritos; y tal vez con ellos, vayan a otros planetas más inferiores a
difundir la luz!
Nosotros las saludamos al pasar, y les decimos:
¡Adiós! ¡Adiós, religiones misteriosas! ¡Con vuestros templos sombríos!
¡Con vuestros primitivos sacrificios! ¡Con vuestros profetas y
grandes sacerdotes! Habéis terminado vuestra misión en la Tierra; ¡Id en
paz! La dejáis como la debíais dejar, en un estado de fermentación. El
pasado no quiere irse, el presente titubea, y el porvenir nos dice
presentándonos el telescopio y el microscopio: ¡Avanza Humanidad! Que
los planetas y los infusorios te dirán donde está Dios.
Las muchedumbres son como las olas del mar, que murmuran siempre,
empujadas las unas por las otras; y aun cuando esa creencia haya
existido, y exista aún, tiene su razón de ser, es un torpe cálculo. Los
sacerdotes para hacerse grandes tuvieron que imponerla, y los pueblos
ignorantes lo aceptaron; porque la ignorancia lo acepta todo.
El sacerdote se convierte en mediador entre Dios y Satanás, el
pecador descansa en el padre de almas, paga con sus preces y queda
tranquilo. Esto indudablemente es una ventaja, porque el sacerdote vive
de su trabajo, y el creyente va pagando su rescate; después, la creencia
en el diablo tiene otra utilidad. El amor propio del hombre, o mejor
dicho, la conciencia, queda más libre; pues cuando el individuo comete
un desacierto, dice queriendo creer lo que pronuncia: Caí en la
tentación, seguí la inspiración de Luzbel, y es muy cómodo poder echar
las culpas a otro.
Nadie cuando comete un crimen suele decir: abusé de mi albedrío
porque quise. No; todos exclaman: fulano me aconsejó, yo por mí solo no
lo hubiera hecho. Me tentaron, me engañaron, me sedujeron, y siempre el
hombre trata de aparecer como instrumento de otra voluntad; por esto la
fábula del diablo es tan antigua como el mundo, porque es útil para las
religiones, y un editor responsable para la humanidad; que toda la
iniquidad de sus obras se las ha dado en patrimonio a un ser imaginario.
Afortunadamente ya hemos dado un gran paso; hoy se discute, mañana no
se discutirá porque no será necesario; los hombres se habrán convencido
que la religión obligatoria es un absurdo, porque no hay dos espíritus
que tengan igual adelanto, el culto religioso que engrandece a uno,
estaciona al otro, y cuando se convenzan de esta innegable verdad, cada
cual será libre para adorar a Dios a su manera; los unos en una cueva en
las entrañas de la tierra, y los otros en la cumbre de las montañas,
disputando su nido a las águilas; pero mientras no llegue ese mañana,
tenemos que seguir labrando la tierra, preparando el terreno para los
colonizadores del porvenir.
El Espiritismo no viene a reformar ninguna religión, porque todos los
formalismos de las religiones nos parecen innecesarios para el
porvenir.
El Espiritismo no viene a destruir los templos de hoy, ni piensa
levantar los del mañana; escuela puramente filosófica, escuela puramente
científica, escuela puramente racionalista, que sólo se ocupa por medio
del estudio en descubrir las relaciones que existen entre los que nos
llamamos vivos, y los que apellidamos muertos. Y tanto nos importa que
la humanidad se refugie en las góticas catedrales, como que se postre en
las mezquitas, o se siente en las sinagogas, nos es del todo
indiferente, porque el Espiritismo nada tiene que ver con el formalismo
de ninguna religión. No es un nuevo fanatismo, no es un nuevo
misticismo, no; es únicamente uno de los muchos desenvolvimientos de la
ciencia, y de la explicación científica de muchos actos que hasta ahora
han parecido sobrenaturales, y que no son en realidad más que las
evoluciones de la vida: esto es el Espiritismo.
Un estudio razonado de la continuidad de la vida; que en este mundo,
como todo, se empequeñece, y todo se amolda al pequeño criterio del
hombre, muchos llamados espíritas, le han querido dar un cierto sabor
místico al Espiritismo, y en realidad no lo necesita; porque una cosa es
el noble recogimiento del Espíritu, y la meditación natural a que debe
entregarse el alma ante lo desconocido, y otra cosa es el amaneramiento
de una oración continuada, lo que sí sigue el Espiritismo es la moral de
Jesús, porque ésta la siguen todos los hombres de bien, llámense
católicos o materialistas; y el Espiritismo como nos evidencia la eterna
vida del Espíritu, y su eterna individualidad, naturalmente, cada cual
trata de mejorar sus costumbres por la cuenta que le tiene, porque ve
que de su presente depende su mañana, y por esto se ve, que muchos
espiritistas modifican su carácter y progresan lo poco que aquí se puede
progresar, pero esto no lo hacemos para darle santidad a la escuela y
crearnos atmósfera, ni tampoco queremos derribar viejos altares para
levantarlos mañana con distinta forma, no.
Las religiones no nos estorban, así es que no tenemos que reformar
ninguna; lo que nosotros deseamos, eso sí, es la verdadera, es la
completa libertad de cultos, porque ésta es la base de la civilización,
porque la conciencia humana debe ser completamente libre para buscar a
Dios en la creación, porque el hombre debe tener ¡Un infinito para amar!
¡Un infinito para estudiar, y un infinito para creer!
Si nosotros quisiéramos reformar las religiones, seríamos una nueva
imposición, y el Espiritismo vería entonces la mota en el ojo ajeno, y
no vería la viga en el suyo.
Si nosotros hoy estamos, plenamente convencidos que ciertas
religiones vivirán el tiempo que sea necesario, y cuando llegue la hora
que sus templos pasen a ser monumentos históricos, se apagarán sus
lámparas, se evaporarán las nubes de su incienso, enmudecerán los aromas
y otros perfumes le ofrecerán los hombres a Dios; pero esta reforma la
hará el tiempo, que es el gran reformador de la humanidad; ¿Se puede
concebir en el mundo un solo hombre que no venere la memoria de Jesús,
que no admire sus virtudes y no reconozca, en Él al Redentor de las
edades modernas?
¡Ah! Cuánta razón tiene Allan Kardec cuando dice que hemos perdido muchos siglos en inútiles disensiones.
Es de notar que, durante, esta interminable polémica que ha
apasionado a los hombres por espacio de una larga serie de siglos, y aún
dura, que ha encendido las hogueras y hecho derramar torrentes de
sangre, se ha disputado
sobre una abstracción; la naturaleza de Jesús, polémica que aún se
discute, aunque Él nada haya hablado de ella, y que se ha olvidado una
cosa, la que Él ha dicho ser toda la ley y los profetas, es a saber: el
amor a Dios y al prójimo, y la caridad, de la que hizo condición expresa
para la salvación. Se han aferrado a la cuestión de afinidad de Jesús
con Dios, y se han tenido en completo silencio las virtudes que
recomendó y de que dio ejemplo.
Después de XIX siglos de luchas y disputas vanas, durante las cuales
se ha dado completamente de mano a la parte más esencial de la enseñanza
de Jesús, la única que podía asegurar la paz de la humanidad, se siente
uno cansado de esas estériles discusiones, que sólo perturbaciones han
producido, engendrando la incredulidad, y cuyo objeto no satisface ya la
razón.
Ya era hora que se comprendiera que la verdadera cuestión religiosa
estriba y depende de la moral universal; sin moralidad no hay religión.
Mucho blasonan todos los que quieren reconocer en Jesús a Dios; y si a
Jesús pudieran entristecerle los desaciertos de los hombres, ¡Cuántas
horas de angustia indescriptible habrá sufrido ante el crimen continuado
de la humanidad! Que en nombre de un Dios de amor ha quemado y
destruido todo aquello que no se sometía a sus ideas.
No es nuestro ánimo discutir sobre la divinidad de Jesús y la
naturaleza de su cuerpo; avaros del tiempo, creemos que lo
aprovecharíamos mejor si pudiéramos imitar sus virtudes. Ya se han
perdido muchos siglos discutiendo
sobre ésta o aquella palabra, controversia del todo inútil, puesto que sólo se ha conseguido que en los gloriosos tiempos del engrandecimiento de la fe católica, las naciones se empobrecieran, la industria se paralizara, la ciencia enmudeciera, la ignorancia dominara, como sucedió en el reinado de Carlos II en España, que según dice Garrido en su “Restauración teocrática” Página
sobre ésta o aquella palabra, controversia del todo inútil, puesto que sólo se ha conseguido que en los gloriosos tiempos del engrandecimiento de la fe católica, las naciones se empobrecieran, la industria se paralizara, la ciencia enmudeciera, la ignorancia dominara, como sucedió en el reinado de Carlos II en España, que según dice Garrido en su “Restauración teocrática” Página
En tiempo de Carlos II, propuso un hombre inteligente la construcción
de canales que unieran el Manzanares y el Tajo, y el Rey consultó el
caso, no con ingenieros, profesión desconocida en aquellos felices
tiempos, sino con teólogos, que le dieron en su informe la siguiente
respuesta:
“Si Dios quisiera que estos dos ríos fuesen navegables, no sería
necesario que los hombres se tomaran el trabajo de hacerlo, porque con
una sola palabra que hubiera salido de su boca, la obra estaría hecha.
Cuando Dios no lo ha
pronunciado, será porque no lo ha creído conveniente, y sería atentar contra los designios de la Providencia querer mejorar lo que ha dejado imperfecto, por causas que su sabiduría se reserva”.
pronunciado, será porque no lo ha creído conveniente, y sería atentar contra los designios de la Providencia querer mejorar lo que ha dejado imperfecto, por causas que su sabiduría se reserva”.
¿Necesita esto comentarios? No; ello sólo se recomienda; como se
recomienda también la determinación que tomó Felipe II en 1558, “cuando
mandó desmontar las prensas de imprimir, excepto las que imprimían
misales y
breviarios, amenazando con pena de muerte y confiscación de bienes, no sólo al que se atreviese a imprimir otra clase de libros, sino al que osara tener comunicación con los manuscritos”.
breviarios, amenazando con pena de muerte y confiscación de bienes, no sólo al que se atreviese a imprimir otra clase de libros, sino al que osara tener comunicación con los manuscritos”.
Estas han sido las inmensas ventajas que ha reportado a los pueblos
un feroz fanatismo, ¡La muerte del cuerpo en las hogueras, y la asfixia
del alma en el embrutecimiento!
No hay institución que no tenga sus errores, y puede llamarse doctora
del error a la que, siempre que ha podido, ha rechazado a la ciencia;
en cambio el Espiritismo racional funda en la ciencia su consoladora
religión.
Los espiritistas racionalistas; los que son verdaderamente
esencialistas, no se afilian a ninguna religión que tenga en su culto
formalismo alguno; pero sí pueden llamarse cristianos, porque aceptan el
cristianismo primitivo, el de los
primeros años de la Iglesia, que era la ley de amor puesta en acción, la fraternidad en su más sublime sencillez.
primeros años de la Iglesia, que era la ley de amor puesta en acción, la fraternidad en su más sublime sencillez.
Las sociedades espiritistas pueden llamarse cristianas, porque reconocen en Jesús, el Profeta del progreso universal.
¿Quiere acaso el Espiritismo levantar una nueva iglesia?
¿Quiere arrastrar a las masas ignorantes al desconcierto de no saber dónde postrarse para orar?
No, el Espiritismo no aspira a destruir lo existente, lo que anhela es moralizar a la humanidad.
A los pueblos que viven estacionados no se les puede quitar sus
altares, porque no sabrían dónde guarecerse las multitudes atribuladas.
No se deben destruir las iglesias; lo que se debe hacer es levantar
escuelas y abrir grandes centros de instrucción gratuita y obligatoria.
Al hombre no se le debe obligar a que deje sus dioses; pero sí se le
debe obligar a instruirse y a moralizarse; y cuando las humanidades
estén más instruidas, y por lo tanto más adelantadas, no necesitarán
entonces ir a un
paraje determinado para rezar; porque cada cual rezará fervorosamente en el templo sagrado de su conciencia.
paraje determinado para rezar; porque cada cual rezará fervorosamente en el templo sagrado de su conciencia.
Los buenos espíritus ni se imponen ni coartan la voluntad de nadie;
si se impusieran, si nos dominaran, entonces sería el Espiritismo una
nueva secta, con su formalismo, una nueva imposición, tan pequeña como
las demás religiones; pero el Espiritismo es más grande, es más
racional, más armónico, él, nos dice “que fuera de la Caridad no hay
salvación”; aconsejando al hombre que estudie, que no se conforme con la
muerte aparente del cuerpo; que hay algo que vive más allá de la tumba;
que el Espíritu siente, piensa y quiere sin perder con el transcurso de
los siglos su eterna individualidad.
Una larga experiencia nos viene demostrando que la libertad de
conciencia le cuesta a los pueblos un parto tan difícil y tan laborioso,
que las naciones sudan sangre para obtener después de mil penalidades
sus legítimos
derechos.
derechos.
¡Qué anomalía! El hombre tiene el infinito por patrimonio; y las
instituciones humanas le han negado hasta lo más íntimo, lo más sagrado,
lo más espiritual, lo que constituye la grandeza suprema del ser, ¡La
libertad divina de pensar! ¡El derecho de adorar a Dios en el valle o en
el monte, en la humilde ermita o en la artística y grandiosa catedral!
Todo esto le ha sido negado, y las multitudes encadenadas por el poder
teocrático han sido las siervas de la ignorancia muchos y muchos siglos.
Muchas almas inteligentes han comprendido el abuso, se han quejado en
el silencio, pero su queja ahogada por el temor no ha producido ningún
buen resultado; y leyes anormales han seguido rigiendo a la perezosa
humanidad.
Decía Solón, “que la injusticia desaparecería en breve, si el que
tiene conocimiento de ella, se quejase tanto como el que la sufre”. Mas,
¡Ay! En este oscuro planeta, los hombres ignorantes no han encontrado
bastante pesada la carga de sus cadenas; y los más entendidos que con su
inteligente mirada, han visto a las masas populares agobiadas bajo el
peso de un estúpido fanatismo, han dejado correr el tiempo esperando que
la casualidad los aligere de su carga; y por la pasiva obediencia de
unos, y la indiferencia calculada de otros, el poder teocrático fue
engrandeciendo sus dominios y llegó a ser un día el soberano del mundo
civilizado; pero como los hombres no han nacido para ser esclavos, la
fuerza de las cosas, el poder de las circunstancias, la corriente nunca
paralizada de los acontecimientos, han producido crisis nerviosas a las
sociedades, y sacudimientos convulsivos han trastornado a los pueblos;
mas, en medio de las luchas fratricidas no han faltado apóstoles del
progreso que hayan dicho a las humanidades:
¡Despertad! ¡Despertad! ¡Daos cuenta de que vivís!
¡Aprended a pensar por vosotros mismos!
¡Educad vuestra inteligencia con vuestro propio raciocinio!
¡Aprended a pensar por vosotros mismos!
¡Educad vuestra inteligencia con vuestro propio raciocinio!
¡No saciar vuestra sed religiosa, con el agua estancada de la fe ciega!
¡Buscad otro manantial más purificado!
¡Acudid a la fuente del Monte de las Calaveras!
¡Buscad otro manantial más purificado!
¡Acudid a la fuente del Monte de las Calaveras!
¡Aprended a tener sed de infinito! Que el moderno Redentor del
progreso, vino a la Tierra para calmar la sed de justicia, que fatigaba y
atribulaba a la humanidad!
Esto dijeron últimamente los apóstoles del Crucificado. Mas ¡Ay! Su
predicación no fue escuchada; los abusos siguieron, y como dice muy bien
Amigó en el libro “Nicodemo” en sus consideraciones sobre el
Cristianismo:
“Vinieron las guerras religiosas, y los espíritus rectos se
preguntaban: ¿Será posible que la religión arme el brazo del hombre
contra el hombre, del hermano contra el hermano, de un pueblo contra
otro pueblo? ¿Puede el sentimiento de caridad compadecerse con el
derramamiento de sangre? ¿Es ni siquiera concebible que Dios se agrade
de que su nombre sea invocado en lo más recio de la pelea, cuando la
rabia hierve en las entrañas de los inhumanos combatientes? ¿Será la
guerra otra cosa que el fratricidio organizado? ¿No mandó Jesús a Pedro
que envainase la homicida espada? ¿Habrá religión donde no hay paz?… Y
las guerras religiosas agrandaban el vacío en torno de la ortodoxia”.
Es muy cierto, que el progreso se enseñorea del mundo, y se declara
pontífice del Universo, sí; sumo pontífice universal, sin preferir ésta o
aquella iglesia, que el progreso no tiene más iglesia que el infinito;
pero como ese genio de los siglos, ese redentor de todos los tiempos,
ese encantador de las edades llamado “Progreso”, es tan viejo, es como
todos los abuelos complacientes con sus nietos, y deja a los hombres que
siga cada cual el culto apropiado a su adelanto y a su razón; y lo que
únicamente exige al hombre es amor y caridad, porque con estos dos
grandes elementos se puede realizar algún día la unión de los pueblos, y
la gran familia humana podrá elevar en la Basílica de la Creación el
aleluya y el hosanna universal.
Esto hace el Espiritismo, su misión es ensanchar los horizontes de la
vida. Testamentario del progreso es el encargado de entregar a la
humanidad el gran legado del trabajo, y ya de muy antiguo dijo un sabio
“que el trabajo es el centinela de la virtud”.
Amalia Domingo Soler
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