lunes, 13 de junio de 2016

CRISTO Y NOSOTROS


 




“Vivía en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor llamó en una visión: “¡Ananías!” El respondió: “Aquí estoy, Señor.”(Hechos, 9:10)
 






“Los hombres esperan por Jesús y Jesús espera igualmente por los hombres. 

Nadie crea que el mundo logre redimirse, sin almas redimidas.
El Maestro, para extender la sublimidad de su programa salvador, pide brazos humanos que lo realicen e intensifiquen. Inició el apostolado, buscando el concurso de Pedro y André, formando, en seguida, una asamblea de doce compañeros para hacer frente al servicio de regeneración planetaria.
Y, desde el primer día de la Buena Nueva, invita,, insiste y apela, junto a las almas, para que se conviertan en instrumentos de su Divina Voluntad, dándonos a percibir que la redención procede de lo Alto, pero no se concretizará entre las criaturas sin la colaboración activa de los corazones de buena voluntad.
Aún cuando surge, personalmente, buscando alguien para su siembra de luz, como ocurrió en la conversión de Pablo, el Maestro no dispensa la cooperación de los servidores encarnados. Luego de visitar al doctor de Tarso, directamente, busca a Ananías, enviándolo en auxilio del nuevo discípulo.
¿Por qué razón Jesús se preocupó en acompañar al recién convertido, asistiéndolo en persona? Es que, si la Humanidad no puede iluminarse y progresar sin el Cristo, el Cristo no dispensa a los hombres en la obra de levantamiento y de sublimación del mundo.
‘Id y pregonad.’
‘Es que vos mando’
‘Resplandezca vuestra luz delante de los hombres.’
‘La Mies es realmente grande, pero pocos son los segadores.’
Semejantes afirmativas del Señor prueban la importancia dada por Él a la contribución humana.
Amemos y trabajemos, purificando y sirviendo siempre.
Dónde estuviere un seguidor del Evangelio allí se encuentra un mensajero del Amigo Celestial para la obra incesante del bien.
Cristianismo significa Cristo en nosotros.”


Emmanuel

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