domingo, 19 de junio de 2016

LOS PADRES COMO RESPONSABLES DE LA PRACTICA DE LA MORAL ENSEÑADA.



El libro “Para instruir al niño” (La educación de un Niño), de autoría del pastor Michael Pearl y su esposa Debbie, es una especie “manual de punición” que defiende “sovas”  para la corrección de los hijos de mal comportamiento. Los contenidos versan  sobre “palizas” con la utilización de cinturones, varas y otras parafernalias relacionadas, describiendo en detalles los castigos considerados ideales en cada caso. (1)La pareja  Pearl y Debbie propone el métodos de la  “pica” a fin de condicionar la mente del niño antes que surja una crisis; es una preparación  para la obediencia futura, instantánea y sin cuestionamientos” (todavía, cara a la muerte de tres niños, hijos de padres supuestamente influenciados por el libro, ha habido fuertes reacciones de represalia contra los autores a través de campañas populares, visando hacer desaparecer  tal libro de las librerías americanas.
Recientemente una brasileña fue condenada a nueve meses de prisión en España, por expulsar de casa, por un día, a su hijo de 15 años. La sentencia recibió destaque en los principales periódicos y Tvs Españolas.  Nuestra coterránea alegó que actuó así, porque pretendía dar una lección más “fuerte” en el hijo, que es problemático, desobediente y muy agresivo. Su intención era enseñarle reglas sociales y respeto por la madre. Para la jueza, del Tribunal Penal de Málaga, la actitud  de la brasileña representa una negligencia y un delito de abandono temporal, motivo por el cual la condenó,  explicando que, aunque  el menor se encuentre en plena adolescencia, con los conflictos comunes de la edad, eso no es razón para colocarlo fuera de casa, dejándolos a la intemperie en la calle, por una noche, porque esa decisión crea una situación de riesgo para el menor.
Toda y cualquier violencia doméstica es trágica bajo cualquier análisis. Las relaciones entre hijos y padres deberían ser, por encima de todo, de orden ético. Más, se observa, en esa relación una deterioración emocional profunda y una compleja red de desestabilidades morales, que merece comentarios. Los padres deben estar siempre atentos e, incansablemente, buscando un dialogo franco con los hijos, sobre todo, amándolos, independientemente, de cómo se sitúan en la escala evolutiva.
Se sabe que los jóvenes hostiles y violentos son poco amados por los padres, se sienten dislocados en el grupo familiar o se consideran poco atrayentes, etc. Por estas y otras muchas razones, los padres deben transmitir seguridad a los hijos a través del afecto y del cariño constantes. Al final, todo ser humano necesita ser amado, atraído, aun mismo teniendo conciencia de sus defectos, dificultades y de sus reales diferencias.
Los padres son responsables por el desenvolvimiento de los valores de los hijos y no deben apostar en la escuela para ejercer esa tarea. Un legítimo padre es aquel que cultiva en casa la ciudadanía familiar. O sea, nadie en casa puede hacer aquello que no se pueda hacer en la sociedad. es preciso imponer la obligación de que el hijo haga eso, así, se rea la noción de que el tiene que participar de la vida comunitaria.  No hay duda, que ante las balizas del buen sentido y moderación los padres precisan  establecer límites. Sin embargo esa exigencia es más aun acompañarlo a los limites, de aquello que el hijo es capaz de hacer.
La fase infantil, en su primera etapa, es la más importante para la educación, y no podemos relajarnos en la orientación de los hijos, en las grandes revelaciones de la vida. Bajo ninguna hipótesis, esa primera etapa reencarnatoria debe ser enfrentada con insensibilidad. Hasta aproximadamente los siete años de edad, es el periodo infantil más accesible a las impresiones que recibe de los padres, razón por la cual no podemos olvidar nuestro deber de orientar a los hijos en cuanto a los contenidos morales. “El pretexto de que la criatura debe desenvolverse con la máxima noción de libertad puede dar acceso a graves peligros (…) pues el niño libre es la simiente del sinvergüenza.” Si no observamos esas reglas, permitimos encender al que yerra de entonces la misma llama de los excesos de todos los matices, que acarrean el exterminio y el delito.  Los padres espiritistas deben comprender esa característica de sus obligaciones sagradas, entendiendo que el hogar no se hizo para la contemplación egoistica de la especie, más si para santuario donde, a veces, se exige la renuncia y el sacrificio de una existencia entera.”
Principalmente la madre debe ser el padrón de todas las renuncias por la serenidad familiar. Debe comprender, que sus hijos, primeramente, son hijos de Dios. “Desde los primeros años, debe enseñar a la criatura a huir del abismo de la libertad, controlando sus actitudes y centrándole  las posiciones mentales, pues esa es la ocasión más propicia para la edificación  de las bases de una vida. Enseñará la tolerancia  más pura, no desdeñará la energía cuando sea necesaria  en el proceso de la educación, reconocida para la heterogeneidad de las tendencias y la diversidad de los temperamentos.”
La madre “no debe dar la razón a cualquier queja de los hijos, sin examen  desapasionado  y meticuloso de las cuestiones, despertando en el los sentimientos para Dios, sin permitir que se estacionen en la dificultades  o en los prejuicios morales de las situaciones transitorias del mundo. En la hipótesis de fracasar  todas sus dedicaciones y renuncias, compete  a las madres incomprendidas entregar  el fruto de sus labores a Dios, prescindiendo de cualquier juzgamiento del mundo, pues el Padre  todo Misericordioso sabrá apreciar sus sacrificios y bendecirá sus penas, en el instituto sagrado de la vida familiar.”
Los hijos difíciles son el reflejo de nuestras propias acciones, en el pasado, cuya Benevolencia de Dios, hoy, otorga la posibilidad de unirse a nosotros por los lazos de la consanguinidad, dándonos la estupenda oportunidad de rescate, reparación y los servicios arduos de la educación. “De esa forma, ante los hijos insurrectos e indisciplinados, impenetrables  a todos los procesos educativos, “los padres después de tratar  todos los procesos  de amor y de energía en el trabajo de orientación con ellos, es justo esperen la manifestación de la Providencia Divina para el esclarecimiento de los hijos incorregibles, comprendiendo que esa manifestación debe llegar a través de dolores y de acerbas pruebas, de manera de sembrar en ellos con éxito, el campo de la comprensión y del sentimiento.”
Agotados todos los recursos para el bien de los hijos y después de la práctica sincera de todos los procesos amorosos y enérgicos para su formación  espiritual,  sin éxito alguno, los  padres, deben entregarlos a Dios, de modo que sean naturalmente trabajados  por los procesos tristes y  violentos de la educación del mundo. El dolor tiene posibilidades desconocidas para penetrar los espíritus, donde la linfa del amor no consiguió brotar, no obstante el servicio inestimable del afecto paternal, humano. Es razón por la cual, en ciertas circunstancias de la vida, se hace menester que los padres estén revestidos de suprema resignación, reconociendo en el sufrimiento que persigue  a los hijos la manifestación de una bondad superior, cuyo buril oculto, constituido por sufrimientos, remodela y perfecciona con  vistas al futuro espiritual. “
Como se observa el Espiritismo adentra con mucha profundidad, al encarar la educación desde el punto de vista moral. Hasta porque el periodo infantil  es propicio para dejar el Espíritu   más accesible a los buenos consejos y ejemplos de los padres y educadores, pues el espíritu es más flexible   cara a la debilidad física, de ahí  la tarea de reformar el carácter y corregir sus malas tendencias. Cuando los Espíritus Superiores hablan de reformar el carácter está implícito el refuerzo a las buenas tendencias conquistadas por el espíritu reencarnado en vidas pasadas.
  En la cuestión 629 de El Libro de los Espíritus, al definir lo que es moral, los espíritus indican dos reglas básicas de procedimiento para el ser humano.   Primero hacer todo teniendo en vista el bien, segundo hacer todo teniendo en vista el bien de todos. Eso porque el bien no puede ser unilateral, o sea, la acción no puede generar beneficios solamente para un individuo, y si para todos. Solo es bueno aquello que es bueno para todos. Es por eso que varios discursos claman por las acciones solidarias humanas, tan necesarias y que deben ser desenvueltas desde  la infancia, para que  la criatura  haga de eso un hábito.
Aun en esa temática  de la educación desde el punto de vista moral, Allan Kardec advierte en el comentario  a la cuestión 685-A de El Libro de los Espíritus: “Hay un elemento que no se ponderó bastante, y sin el cual la ciencia económica no pasa de teoría: la educación.  No la educación intelectual, más si la moral, y ni aun la educación moral  por los libros, más si la que consiste en el arte de formar  los caracteres, aquella que crea los hábitos adquiridos.”
No proponemos soluciones particulares, reprimiendo o reglamentando cada actitud, ni especificamos formulas mágicas de buen comportamiento a los hijos. Elegimos por acatar, en toda su amplitud, los dispositivos de la Ley de Dios, que aseguran a todos el derecho de elección (el libre albedrio)  y la responsabilidad consecuente de los actos de cada uno.

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