El libro “Para instruir al niño” (La
educación de un Niño), de autoría del pastor Michael Pearl y su esposa Debbie,
es una especie “manual de punición” que defiende “sovas” para la
corrección de los hijos de mal comportamiento. Los contenidos versan
sobre “palizas” con la utilización de cinturones, varas y otras parafernalias
relacionadas, describiendo en detalles los castigos considerados ideales en
cada caso. (1)La pareja Pearl y Debbie propone el métodos de la
“pica” a fin de condicionar la mente del niño antes que surja una crisis;
es una preparación para la obediencia futura, instantánea y sin
cuestionamientos” (todavía, cara a la muerte de tres niños, hijos de padres
supuestamente influenciados por el libro, ha habido fuertes reacciones de
represalia contra los autores a través de campañas populares, visando hacer desaparecer
tal libro de las librerías americanas.
Recientemente una brasileña fue
condenada a nueve meses de prisión en España, por expulsar de casa, por un día,
a su hijo de 15 años. La sentencia recibió destaque en los principales
periódicos y Tvs Españolas. Nuestra coterránea alegó que actuó así,
porque pretendía dar una lección más “fuerte” en el hijo, que es problemático,
desobediente y muy agresivo. Su intención era enseñarle reglas sociales y
respeto por la madre. Para la jueza, del Tribunal Penal de Málaga, la actitud
de la brasileña representa una negligencia y un delito de abandono
temporal, motivo por el cual la condenó, explicando que, aunque el
menor se encuentre en plena adolescencia, con los conflictos comunes de la edad,
eso no es razón para colocarlo fuera de casa, dejándolos a la intemperie en la
calle, por una noche, porque esa decisión crea una situación de riesgo para el
menor.
Toda y cualquier violencia doméstica es
trágica bajo cualquier análisis. Las relaciones entre hijos y padres deberían
ser, por encima de todo, de orden ético. Más, se observa, en esa relación una
deterioración emocional profunda y una compleja red de desestabilidades
morales, que merece comentarios. Los padres deben estar siempre atentos e,
incansablemente, buscando un dialogo franco con los hijos, sobre todo,
amándolos, independientemente, de cómo se sitúan en la escala evolutiva.
Se sabe que los jóvenes hostiles y
violentos son poco amados por los padres, se sienten dislocados en el grupo
familiar o se consideran poco atrayentes, etc. Por estas y otras muchas
razones, los padres deben transmitir seguridad a los hijos a través del afecto
y del cariño constantes. Al final, todo ser humano necesita ser amado, atraído,
aun mismo teniendo conciencia de sus defectos, dificultades y de sus reales
diferencias.
Los padres son responsables por el
desenvolvimiento de los valores de los hijos y no deben apostar en la escuela
para ejercer esa tarea. Un legítimo padre es aquel que cultiva en casa la
ciudadanía familiar. O sea, nadie en casa puede hacer aquello que no se pueda
hacer en la sociedad. es preciso imponer la obligación de que el hijo haga eso,
así, se rea la noción de que el tiene que participar de la vida comunitaria.
No hay duda, que ante las balizas del buen sentido y moderación los
padres precisan establecer límites. Sin embargo esa exigencia es más aun
acompañarlo a los limites, de aquello que el hijo es capaz de hacer.
La fase infantil, en su primera etapa,
es la más importante para la educación, y no podemos relajarnos en la
orientación de los hijos, en las grandes revelaciones de la vida. Bajo ninguna
hipótesis, esa primera etapa reencarnatoria debe ser enfrentada con
insensibilidad. Hasta aproximadamente los siete años de edad, es el periodo
infantil más accesible a las impresiones que recibe de los padres, razón por la
cual no podemos olvidar nuestro deber de orientar a los hijos en cuanto a los
contenidos morales. “El pretexto de que la criatura debe desenvolverse con la
máxima noción de libertad puede dar acceso a graves peligros (…) pues el niño
libre es la simiente del sinvergüenza.” Si no observamos esas reglas,
permitimos encender al que yerra de entonces la misma llama de los excesos de
todos los matices, que acarrean el exterminio y el delito. Los padres
espiritistas deben comprender esa característica de sus obligaciones sagradas,
entendiendo que el hogar no se hizo para la contemplación egoistica de la
especie, más si para santuario donde, a veces, se exige la renuncia y el sacrificio
de una existencia entera.”
Principalmente la madre debe ser el
padrón de todas las renuncias por la serenidad familiar. Debe comprender, que
sus hijos, primeramente, son hijos de Dios. “Desde los primeros años, debe
enseñar a la criatura a huir del abismo de la libertad, controlando sus actitudes
y centrándole las posiciones mentales, pues esa es la ocasión más
propicia para la edificación de las bases de una vida. Enseñará la
tolerancia más pura, no desdeñará la energía cuando sea necesaria
en el proceso de la educación, reconocida para la heterogeneidad de las
tendencias y la diversidad de los temperamentos.”
La madre “no debe dar la razón a
cualquier queja de los hijos, sin examen desapasionado y meticuloso
de las cuestiones, despertando en el los sentimientos para Dios, sin permitir
que se estacionen en la dificultades o en los prejuicios morales de las
situaciones transitorias del mundo. En la hipótesis de fracasar todas sus
dedicaciones y renuncias, compete a las madres incomprendidas entregar
el fruto de sus labores a Dios, prescindiendo de cualquier juzgamiento
del mundo, pues el Padre todo Misericordioso sabrá apreciar sus
sacrificios y bendecirá sus penas, en el instituto sagrado de la vida
familiar.”
Los hijos difíciles son el reflejo de
nuestras propias acciones, en el pasado, cuya Benevolencia de Dios, hoy, otorga
la posibilidad de unirse a nosotros por los lazos de la consanguinidad,
dándonos la estupenda oportunidad de rescate, reparación y los servicios arduos
de la educación. “De esa forma, ante los hijos insurrectos e indisciplinados,
impenetrables a todos los procesos educativos, “los padres después de
tratar todos los procesos de amor y de energía en el trabajo de
orientación con ellos, es justo esperen la manifestación de la Providencia
Divina para el esclarecimiento de los hijos incorregibles, comprendiendo que
esa manifestación debe llegar a través de dolores y de acerbas pruebas, de
manera de sembrar en ellos con éxito, el campo de la comprensión y del sentimiento.”
Agotados todos los recursos para el
bien de los hijos y después de la práctica sincera de todos los procesos
amorosos y enérgicos para su formación espiritual, sin éxito
alguno, los padres, deben entregarlos a Dios, de modo que sean naturalmente
trabajados por los procesos tristes y violentos de la educación del
mundo. El dolor tiene posibilidades desconocidas para penetrar los espíritus,
donde la linfa del amor no consiguió brotar, no obstante el servicio
inestimable del afecto paternal, humano. Es razón por la cual, en ciertas
circunstancias de la vida, se hace menester que los padres estén revestidos de
suprema resignación, reconociendo en el sufrimiento que persigue a los
hijos la manifestación de una bondad superior, cuyo buril oculto, constituido
por sufrimientos, remodela y perfecciona con vistas al futuro espiritual.
“
Como se observa el Espiritismo adentra
con mucha profundidad, al encarar la educación desde el punto de vista moral.
Hasta porque el periodo infantil es propicio para dejar el Espíritu
más accesible a los buenos consejos y ejemplos de los padres y
educadores, pues el espíritu es más flexible cara a la debilidad física,
de ahí la tarea de reformar el carácter y corregir sus malas tendencias.
Cuando los Espíritus Superiores hablan de reformar el carácter está implícito
el refuerzo a las buenas tendencias conquistadas por el espíritu reencarnado en
vidas pasadas.
En la cuestión 629 de El Libro
de los Espíritus, al definir lo que es moral, los espíritus indican dos reglas
básicas de procedimiento para el ser humano. Primero hacer todo teniendo
en vista el bien, segundo hacer todo teniendo en vista el bien de todos. Eso
porque el bien no puede ser unilateral, o sea, la acción no puede generar
beneficios solamente para un individuo, y si para todos. Solo es bueno aquello
que es bueno para todos. Es por eso que varios discursos claman por las
acciones solidarias humanas, tan necesarias y que deben ser desenvueltas desde
la infancia, para que la criatura haga de eso un hábito.
Aun en esa temática de la
educación desde el punto de vista moral, Allan Kardec advierte en el comentario
a la cuestión 685-A de El Libro de los Espíritus: “Hay un elemento que no
se ponderó bastante, y sin el cual la ciencia económica no pasa de teoría: la
educación. No la educación intelectual, más si la moral, y ni aun la
educación moral por los libros, más si la que consiste en el arte de
formar los caracteres, aquella que crea los hábitos adquiridos.”
No proponemos soluciones particulares,
reprimiendo o reglamentando cada actitud, ni especificamos formulas mágicas de
buen comportamiento a los hijos. Elegimos por acatar, en toda su amplitud, los
dispositivos de la Ley de Dios, que aseguran a todos el derecho de elección (el
libre albedrio) y la responsabilidad consecuente de los actos de cada
uno.
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