Manifiestas que no comprendes el motivo por el cual los espíritas que ya no están encarnados, se censuran cuando se comunican. Fulano, que dejó la mejor forja de servicios, vuelve y escribe, para declarar que no obró entre los hombres como hubiera debido; mengano, conocido por su elevado padrón de virtudes, regresa a través de diferentes médium a quejarse del tiempo perdido... Y tú agregas, después de interesantes observaciones: “Tengo la impresión de que nuestros cofrades regresan del Más Allá atormentados por terribles complejos de culpa. ¿Cómo se puede explicar este fenómeno?”
Cree, mi estimado, que en lo personal, cultivo por los
espíritas la más enternecida admiración.
Los considero infatigables constructores del progreso, obreros
del Cristianismo Redivivo. Sin embargo, tanta libertad se les ha concedido para
la interpretación de las enseñanzas de Jesús que, sinceramente, no conozco en
este mundo personas de fe más favorecidas por el razonamiento, ante los
problemas de la vida y del Universo. Como son portadores de amplios recursos de
conocimiento, es justificable que se preocupen por realizar mucho y siempre
más, a favor de tantos hermanos de la Tierra, trabados por ilusiones e
inhibiciones en el capítulo de la creencia.
Se cuenta que cuando Allan Kardec estaba recopilando los textos
de donde habría de nacer «El Libro de los Espíritus», se fue a acostar cierta
noche, impresionado por un sueño que, según noticias, habría tenido Lutero. El
gran reformador abrigaba, en su tiempo, la convicción de haber estado en el paraíso,
donde recogió informaciones acerca de la felicidad celestial.
Conmovido, el codificador de la Doctrina Espírita, descubrió durante
su reposo que también él estaba fuera del cuerpo, en un singular
desdoblamiento... Identificó en su acompañente a un enviado de Esferas
Sublimes, que lo transportó repentinamente a una región brumosa. Había allí
millares de entidades que con sus lamentos denotaban un sufrimiento aterrador.
Sollozos de aflicción se mezclaban con gritos de cólera; a las blasfemias
sucedían carcajadas de locura.
Atónito, Kardec se acordó de los tiranos de la Historia e
inquirió, asombrado:
- ¿Acaso yacen aquí los que crucificaron a Jesús?
- No, no son estos - informó el guía solícitamente. – Si bien
eran responsables, ignoraban en esencia el mal que praticaban. El propio Maestro los auxilió a
que se desembarazaran del remordimiento y obtuvo, en beneficio de ellos,
benditas reencarnaciones en las que se rehabilitaron ante la Ley.
- ¿Y los emperadores romanos? Seguramente padecerán en estos sitios
los mismos suplicios que impusieron a la Humanidad.
- Nada de eso. Hombres de la categoría de Tiberio o Calígula no
tenían la más mínima noción de espiritualidad. Algunos, después de
regeneradoras estadías en la Tierra, ya se han elevado a esferas superiores,
mientras que otros permanecen hasta hoy internados en el campo físico, al
margen de la remisión.
- ¿Acaso, estarán presos en estos valles sombríos - insistió el
visitante - los verdugos de los
cristianos, en los primeros siglos del Evangelio?
- De ningún modo - replicó el lúcido acompañante -, quienes se
encargaron de dar muerte a los seguidores de Jesús, en los días apostólicos,
eran hombres y mujeres poco menos que salvajes, a pesar del barniz de
civilización que ostentaban... Todos ellos fueron encaminados hacia la
reencarnación, para que adquirieran instrucción y entendimiento.
El codificador del Espiritismo pensó en los conquistadores de
la Antigüedad: Atila, Aníbal, Alarico
I, Gengis Khan... Sin embargo, antes de que enunciara una nueva
pregunta, el mensajero agregó, en respuesta a su consulta mental:
- No deambulan por aquí los guerreros que recuerdas... Ellos
nada sabían de las realidades del espíritu y, por eso, conducidos hacia el
renacimiento carnal, recibieron un piadoso amparo y accedieron a lides
expiatorias, conforme con los débitos contraídos...
- Entonces, dime - rogó Kardec, emocionado -, ¿qué clase de
sufridores son estos, cuyos gemidos e imprecaciones me atraviesan el alma?
Y el orientador aclaró, imperturbable:
- Tenemos junto a nosotros a los que, en el mundo, estaban plenamente
educados acerca de las obligaciones para con el Bien y la Verdad, pero que
huyeron deliberadamente de la Verdad y del Bien; en especial los cristianos
infieles de todas las épocas, perfectos conocedores de las lecciones y del
ejemplo de Cristo, que se entregaron al mal por libre elección... Para ellos,
la oportunidad de recibir una nueva cuna en la Tierra resulta muy poco
probable...
Sacudido por la inesperada observación, Kardec regresó al
cuerpo y, de inmediato, se levantó de la cama para redactar la pregunta que, a
la noche siguiente, habría de presentar al análisis de los mentores de la obra
que estaba preparando, que figura con el número 642 de «El Libro de los
Espíritus»: «Para agradar a Dios y asegurar su posición futura, ¿será
suficiente con que el hombre no practique el mal?», indagación a la cual los
instructores respondieron: «No; le corresponde hacer el bien dentro del límite
de sus propias fuerzas, pues deberá responder por todo el mal que resulte del
bien que no haya practicado. »Es fácil percibir, amigo mío, que con principios
tan claros y tan lógicos, naturalmente la conciencia espírita, situada en
confrontación con respecto a las ideas predominantes en la mayoría de las
religiones, sea muy diferente.
ESPÍRITU HERMANO X
No hay comentarios:
Publicar un comentario