miércoles, 16 de julio de 2014

CONCIENCIA ESPIRITA


Manifiestas que no comprendes el motivo por el cual los espíritas que ya no están encarnados, se censuran cuando se comunican. Fulano, que dejó la mejor forja de servicios, vuelve y escribe, para declarar que no obró entre los hombres como hubiera debido; mengano, conocido por su elevado padrón de virtudes, regresa a través de diferentes médium a quejarse del tiempo perdido... Y tú agregas, después de interesantes observaciones: “Tengo la impresión de que nuestros cofrades regresan del Más Allá atormentados por terribles complejos de culpa. ¿Cómo se puede explicar este fenómeno?”

Cree, mi estimado, que en lo personal, cultivo por los espíritas la más enternecida admiración.

Los considero infatigables constructores del progreso, obreros del Cristianismo Redivivo. Sin embargo, tanta libertad se les ha concedido para la interpretación de las enseñanzas de Jesús que, sinceramente, no conozco en este mundo personas de fe más favorecidas por el razonamiento, ante los problemas de la vida y del Universo. Como son portadores de amplios recursos de conocimiento, es justificable que se preocupen por realizar mucho y siempre más, a favor de tantos hermanos de la Tierra, trabados por ilusiones e inhibiciones en el capítulo de la creencia.

Se cuenta que cuando Allan Kardec estaba recopilando los textos de donde habría de nacer «El Libro de los Espíritus», se fue a acostar cierta noche, impresionado por un sueño que, según noticias, habría tenido Lutero. El gran reformador abrigaba, en su tiempo, la convicción de haber estado en el paraíso, donde recogió informaciones acerca de la felicidad celestial.

Conmovido, el codificador de la Doctrina Espírita, descubrió durante su reposo que también él estaba fuera del cuerpo, en un singular desdoblamiento... Identificó en su acompañente a un enviado de Esferas Sublimes, que lo transportó repentinamente a una región brumosa. Había allí millares de entidades que con sus lamentos denotaban un sufrimiento aterrador. Sollozos de aflicción se mezclaban con gritos de cólera; a las blasfemias sucedían carcajadas de locura.

Atónito, Kardec se acordó de los tiranos de la Historia e inquirió, asombrado:

- ¿Acaso yacen aquí los que crucificaron a Jesús?

- No, no son estos - informó el guía solícitamente. – Si bien eran responsables, ignoraban en esencia el mal que praticaban. El propio Maestro los auxilió a que se desembarazaran del remordimiento y obtuvo, en beneficio de ellos, benditas reencarnaciones en las que se rehabilitaron ante la Ley.

- ¿Y los emperadores romanos? Seguramente padecerán en estos sitios los mismos suplicios que impusieron a la Humanidad.

- Nada de eso. Hombres de la categoría de Tiberio o Calígula no tenían la más mínima noción de espiritualidad. Algunos, después de regeneradoras estadías en la Tierra, ya se han elevado a esferas superiores, mientras que otros permanecen hasta hoy internados en el campo físico, al margen de la remisión.

- ¿Acaso, estarán presos en estos valles sombríos - insistió el visitante - los verdugos de los

cristianos, en los primeros siglos del Evangelio?

- De ningún modo - replicó el lúcido acompañante -, quienes se encargaron de dar muerte a los seguidores de Jesús, en los días apostólicos, eran hombres y mujeres poco menos que salvajes, a pesar del barniz de civilización que ostentaban... Todos ellos fueron encaminados hacia la reencarnación, para que adquirieran instrucción y entendimiento.

El codificador del Espiritismo pensó en los conquistadores de la Antigüedad: Atila, Aníbal, Alarico

I, Gengis Khan... Sin embargo, antes de que enunciara una nueva pregunta, el mensajero agregó, en respuesta a su consulta mental:

- No deambulan por aquí los guerreros que recuerdas... Ellos nada sabían de las realidades del espíritu y, por eso, conducidos hacia el renacimiento carnal, recibieron un piadoso amparo y accedieron a lides expiatorias, conforme con los débitos contraídos...

- Entonces, dime - rogó Kardec, emocionado -, ¿qué clase de sufridores son estos, cuyos gemidos e imprecaciones me atraviesan el alma?

Y el orientador aclaró, imperturbable:

- Tenemos junto a nosotros a los que, en el mundo, estaban plenamente educados acerca de las obligaciones para con el Bien y la Verdad, pero que huyeron deliberadamente de la Verdad y del Bien; en especial los cristianos infieles de todas las épocas, perfectos conocedores de las lecciones y del ejemplo de Cristo, que se entregaron al mal por libre elección... Para ellos, la oportunidad de recibir una nueva cuna en la Tierra resulta muy poco probable...

Sacudido por la inesperada observación, Kardec regresó al cuerpo y, de inmediato, se levantó de la cama para redactar la pregunta que, a la noche siguiente, habría de presentar al análisis de los mentores de la obra que estaba preparando, que figura con el número 642 de «El Libro de los Espíritus»: «Para agradar a Dios y asegurar su posición futura, ¿será suficiente con que el hombre no practique el mal?», indagación a la cual los instructores respondieron: «No; le corresponde hacer el bien dentro del límite de sus propias fuerzas, pues deberá responder por todo el mal que resulte del bien que no haya practicado. »Es fácil percibir, amigo mío, que con principios tan claros y tan lógicos, naturalmente la conciencia espírita, situada en confrontación con respecto a las ideas predominantes en la mayoría de las religiones, sea muy diferente.

ESPÍRITU HERMANO X

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