La conciencia Divina me irriga con paz.
Mis equivocaciones son esclarecidas, y me calmo al considerar las inmensas
posibilidades de equilibrio que están a mi alcance.
Delante de mí está el presente, que elabora el futuro. El pasado se compone de las
lecciones aprendidas y las ventajas del conocimiento que me sirven de soporte para el
crecimiento interior.
Confío y me renuevo, encuentro tranquilidad en el Bien.
Entre los flagelos íntimos que hieren al ser humano y le provocan innombrables
aflicciones, la conciencia de culpa ocupa un lugar destacado.
Se instala insidiosamente y, cual ácido destructor, corroe los engranajes de la emoción,
facilitando la irrupción de conflictos enloquecedores.
Como consecuencia de la inseguridad psicológica en el juicio de las propias acciones, la
culpa abre un abismo entre lo que se hace y lo que no se debería haber hecho,
sometiendo a un suplicio cruel a quien sufre su pertinaz persecución.
En consideración a su propia fragilidad, el individuo se permite comportamientos
incorrectos que satisfacen sus sensaciones, para entregarse, tan pronto como éstas
cesaron, al arrepentimiento autopunitivo con el cual pretende corregir su insensatez. De
inmediato se asoma la conciencia de culpa que le produce perturbación.
Con perversidad, ella castiga al infractor ante sí mismo, aunque sin alterar el rumbo de
la acción desencadenada ni corregir a aquel a quien hiere. Por el contrario, aunque es
una cobradora inclemente, desarrolla mecanismos inconscientes de nuevos deseos,
repetidas prácticas y siempre más rigurosas penalidades...
Atavismo de comportamientos religiosos, morales y sociales hipócritas, que no dudaban
en acompañar una cierta recomendación con una acción diferente, la culpa debe ser
eliminada con rigor e inmediatamente.
No puedes impedir o evitar lo que ya hiciste.
Una vez disparado, el dardo sigue su rumbo.
Evalúa, pues, sus efectos y repáralos cuando sean negativos.
Si tu acción fue reprochable, corrígela en cuanto puedas mediante nuevas actividades
constructivas.
Si tu actitud derivó en un conflicto personal, que no corresponde a lo que crees o a cómo
eres, entrena tu equilibrio y ponte a vigilar.
Débil es todo aquel que así se considera, que no realiza el esfuerzo de fortalecerse.
Cuando justificas tu error con la autoflagelación reparadora, pronto habrás de retornar a
él.
Proponte encarar tu existencia tal como es, y de acuerdo a las circunstancias que se te
presentan.
Erradica de tu mente las ideas que consideras inadecuadas, perjudiciales, conflictivas.
Sustitúyelas vigorosamente por otras saludables, equilibradas, dignificantes. Cuando no
dispones de un acervo de pensamientos superiores para la reflexión, eres atrapado por
los de carácter venal, pueriles y perniciosos, que se te hacen familiares y te impulsan a la
acción correspondiente.
Cada realización se inicia en la mente. Diseñada en el plano mental, se materializa en la
primera oportunidad.
Por lo tanto, piensa con corrección, y así te liberarás de las ideas malsanas que te
generarán conciencia de culpa.
Siempre que cometas un error, vuelve a empezar con el entusiasmo inicial. La dignidad,
la armonía, el equilibrio entre conciencia y conducta tienen un precio: la perseverancia
en el deber. No obstante, si tuvieres dificultades para actuar correctamente, porque la
actitud viciosa se encuentra arraigada en ti, recurre a la oración con sinceridad, y la
Conciencia Divina te elevará hacia la paz.
Joanna de Angelis
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