La caridad y el amor cristiano ejemplificado. No
existe otro camino para la redención de las criaturas humanas que no sean las
labores fraternas, destinadas a el esclarecimiento y el bienestar de nuestro
semejante.
La vida
misionera de Jesus no da margen a dudas. Y su voluntad era beneficiar a los
hombres,en el sentido que cada uno se libertase definitivament de las amarras
del materialismo esclavizador.
La verdadera
caridad es paciente e indulgente. No humilla ni desdeña a nadie; es tolerante,
y si trata de disuadir es con dulzura, sin violentar las ideas adquiridas. Sin
embargo, esta virtud es escasa. Un cierto fondo de egoísmo nos lleva más bien a
observar, a criticar los defectos del prójimo, en tanto que permanecemos ciegos
para nosotros mismos. Cuando en nosotros existen tantos errores, ejercitamos de
buen grado nuestra sagacidad en hacer resaltar los de nuestros semejantes. Así
pues, la verdadera superioridad moral no existe sin la caridad y sin la
modestia.
Existen
pocos hombres que no tengan malas costumbres que corregir y enojosas
inclinaciones que reformar. Acordémonos de que seremos juzgados con la misma
medida que nos haya servido para juzgar a nuestros semejantes. Las opiniones
que nos formamos acerca de ellos son casi siempre un reflejo de nuestra propia
naturaleza.
Estemos más dispuestos a disculpar que a condenar. Nada hay más
funesto para el porvenir del alma que las malas conversaciones, qué esa
maledicencia incesante que alimenta la mayor parte de las reuniones. El eco de
nuestras palabras resuena en la vida futura; el humo de nuestros pensamientos
malévolos forma como una espesa nube en la que el Espíritu queda envuelto y
oscurecido.
Hay males
para los que una amistad sincera, una ardiente simpatía, una efusión del alma
harán más que todas las riqueza. Se hace necesario, aún, juzgarnos a nosotros
mismos, ignorar los defectos ajenos, emplear el perdón, aniquilar a la
maledicencia, ejercitar la caridad, anular las ofensas.
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