Desde la venida de Jesús, el movimiento de educación renovadora hacia el bien es de los más impresionantes en el seno de la Humanidad.
En todas partes, se irguieron templos, se divulgaron libros portadores de principios sagrados.
Se percibe en toda esa actividad la actuación sutil y magnánima del Maestro que no pierde ocasión de atraer las criaturas de Dios hacia el Infinito Amor. De ese cuadro bendito del trabajo se destaca, sin embargo, la cooperación fraternal que Cristo nos dejo, como norma imprescindible al desdoblamiento de la iluminación eterna del mundo.
Nadie guarde la presunción de elevarse sin auxilio de los demás, aunque no deba buscar la condición parasitaria para la ascensión. Nos referimos a la solidaridad, al amparo provechoso, al concurso edificante. Los que aprenden alguna cosa siempre se valen de los hombres que ya pasaron, y no siguen más allá si les falta el interés de los contemporáneos, aunque ese interés sea mínimo.
Los apóstoles necesitaron de Cristo que, a su vez hizo cuestión de prender las enseñanzas, de que era el divino emisario, a las antiguas leyes.
Pablo de Tarso necesito de Ananás para entender la propia situación.
Observemos el versículo arriba, extraído de los Hechos de los Apóstoles. Felipe se hallaba despreocupado, cuando un ángel del Señor lo mando para el camino que descendía de Jerusalén hacia Gaza. El discípulo atiende y encuentra ahí a un hombre que leía la Ley sin comprenderla. Y entran ambos en santificado esfuerzo de cooperación.
Nadie permanece abandonado. Los mensajeros de Cristo socorren siempre en los caminos más desérticos. Es necesario, sin embargo, que el alma acepte su condición de necesidad y no desprecie el hecho de aprender con humildad, pues, no debemos olvidar, a través del texto evangélico, que el mendigo de entendimiento era el mayordomo mayor de la reina de los etíopes, superintendente de todos sus tesoros. Además
En todas partes, se irguieron templos, se divulgaron libros portadores de principios sagrados.
Se percibe en toda esa actividad la actuación sutil y magnánima del Maestro que no pierde ocasión de atraer las criaturas de Dios hacia el Infinito Amor. De ese cuadro bendito del trabajo se destaca, sin embargo, la cooperación fraternal que Cristo nos dejo, como norma imprescindible al desdoblamiento de la iluminación eterna del mundo.
Nadie guarde la presunción de elevarse sin auxilio de los demás, aunque no deba buscar la condición parasitaria para la ascensión. Nos referimos a la solidaridad, al amparo provechoso, al concurso edificante. Los que aprenden alguna cosa siempre se valen de los hombres que ya pasaron, y no siguen más allá si les falta el interés de los contemporáneos, aunque ese interés sea mínimo.
Los apóstoles necesitaron de Cristo que, a su vez hizo cuestión de prender las enseñanzas, de que era el divino emisario, a las antiguas leyes.
Pablo de Tarso necesito de Ananás para entender la propia situación.
Observemos el versículo arriba, extraído de los Hechos de los Apóstoles. Felipe se hallaba despreocupado, cuando un ángel del Señor lo mando para el camino que descendía de Jerusalén hacia Gaza. El discípulo atiende y encuentra ahí a un hombre que leía la Ley sin comprenderla. Y entran ambos en santificado esfuerzo de cooperación.
Nadie permanece abandonado. Los mensajeros de Cristo socorren siempre en los caminos más desérticos. Es necesario, sin embargo, que el alma acepte su condición de necesidad y no desprecie el hecho de aprender con humildad, pues, no debemos olvidar, a través del texto evangélico, que el mendigo de entendimiento era el mayordomo mayor de la reina de los etíopes, superintendente de todos sus tesoros. Además
No hay comentarios:
Publicar un comentario