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“Pero muchos de los que creen
en las manifestaciones,
No comprenden
ni sus consecuencias,
ni su objeto moral;
ni su objeto moral;
O si
lo comprenden,
no los aplica a sí mismos.”
no los aplica a sí mismos.”
Evangelio según el Espiritismo. Cap XVII,
Item 4.
Dentro del Cristianismo puedes ocupar dos
posiciones: la del cristiano y la del crístico.
Cristiano es todo aquel que sigue a Jesús.
Crístico es todo aquel que vive a Jesús.
Hay muchos cristianos que siguen al Señor a
distancia, sin vivir al Cristo en sus actitudes.
Hay muchos crísticos que al no seguir al Señor de
acuerdo con las convenciones del mundo, nunca se apartan de Él.
*
En el Cristianismo, puedes mantener la posición de
creyente y de consciente.
El creyente sólo oye noticias referentes al Señor.
El consciente, por el contrario, mantiene la
oportunidad de vivir con el Señor.
El creyente, casi siempre deserta en la hora del
testimonio.
El consciente, silencia en el dolor, y edificando
el Reino de los Cielos en su propia alma, confía hasta el fin.
*
En el Cristianismo puedes escoger la posición de
adepto o de servidor.
El adepto, mantiene compromisos con el rótulo de su
fe.
El servidor, está ligado al trabajo.
El adepto, guarda en su alma un entusiasmo que el
tiempo extingue.
El servidor ofrece contribución de sacrificio
personal, y preserva siempre, infatigablemente.
*
Derivado naturalmente del Cristianismo, el
Espiritismo es el sol de la actualidad. En él pues ser alguien que se beneficia
con su dadiva sin beneficiar a nadie, pero también puedes beneficiarte
esparciendo tu claridad por el mundo entero, con la vitalización de tu amor.
Por eso, hay espiritistas sin Espiritismo y
Espiritismo sin espiritistas.
*
En la Doctrina Espírita, encontrarás adeptos y
practicantes. Los primeros escuchan y pasan; los segundos, realizan y quedan.
Algunos viven escuchando, aguardando
indefinidamente la oportunidad de realizar. Otros, sin embargo, producen en
cuanto oyen el mensaje de la Fe Viva.
*
Registra en lo más profundo de tu mente, la posición
en la cual te encuentras dentro del campo de la fe y, cuanto antes, fija con
tus actos, la dirección hacia donde sigues, cómo la sigues, con quien la sigues
y para quién la sigues, “aprendiendo las consecuencias y el alcance moral de las
manifestaciones, y aplicándolas a ti mismo”, conforme con la directriz de la
Doctrina Espírita.
Marco Prisco
***
Caracteres de la perfección
“Amad a vuestros enemigos; haced el bien a los
que os odian, y orad por los que os persiguen y calumnian; porque si sólo amáis
a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los
publicanos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis con eso
más que los otros? ¿No hacen lo mismo los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos,
como vuestro Padre celestial es perfecto.” (San
Mateo, 5:44, 46 a
48.)
Evangelio según el Espiritismo. Cap XVII, Item 4.
Los buenos espíritas.
El espiritismo bien comprendido,
pero sobre todo bien sentido, conduce forzosamente a los resultados expuestos
más arriba, que caracterizan al verdadero espírita tanto como al verdadero
cristiano, pues ambos son lo mismo. El espiritismo no crea una moral nueva: simplemente
facilita a los hombres la comprensión y la práctica de la moral de Cristo, al
ofrecerles una fe sólida e ilustrada a los que dudan o vacilan.
Sin embargo, muchos de los que
creen en los hechos de las manifestaciones no comprenden sus consecuencias ni
su alcance moral, o, en caso de que los comprendan, no los aplican a sí mismos.
¿A qué se debe eso? ¿A una falta de precisión de la doctrina? No, pues no
contiene alegorías ni figuras que puedan dar lugar a falsas interpretaciones. La
claridad está en su esencia, y en eso reside su fuerza, porque va directo a la
inteligencia. Nada tiene de misteriosa, y sus iniciados no están en posesión de
ningún secreto oculto para el vulgo.
Así pues, para comprenderla, ¿se
requiere una inteligencia fuera de lo común? No, porque hay hombres de una
capacidad notoria que no la comprenden, mientras que inteligencias vulgares, e
incluso jóvenes apenas salidos de la adolescencia, comprenden sus matices más
sutiles con admirable precisión. Eso es consecuencia de que la parte, por así
decirlo, material de la ciencia, sólo requiere la
vista para observar, mientras que la parte esencial precisa
cierto grado de sensibilidad, al que se puede denominar madurez del sentido moral, madurez independiente de la edad
y del grado de instrucción, porque es inherente al desarrollo, en un sentido
especial, del Espíritu encarnado.
En algunas personas, los lazos de
la materia son aún muy tenaces para permitir que el Espíritu se desprenda de
las cosas de la Tierra. La niebla que las envuelve los priva de la visión de lo
infinito, razón por la cual no cortan fácilmente con sus gustos ni con sus
costumbres, como tampoco comprenden que exista algo mejor que aquello de lo que
están dotados. La creencia en los Espíritus es para ellos un simple hecho, que
modifica poco o nada sus tendencias instintivas. En una palabra, no perciben
más que un rayo de luz, que es insuficiente para guiarlos y proporcionarles una
aspiración poderosa, capaz de vencer a sus inclinaciones. Se atienen más a los
fenómenos que a la moral, que les parece banal y monótona. Solicitan sin cesar
a los Espíritus que los inicien en nuevos misterios, pero no intentan saber si
ya son dignos de penetrar los secretos del Creador. Se trata de los espíritas
imperfectos, algunos de los cuales se quedan a mitad del camino o se apartan de
sus hermanos en creencia, porque retroceden ante la obligación de reformarse, o
bien reservan sus simpatías para los que comparten sus debilidades o sus prejuicios.
No obstante, la aceptación del principio de la doctrina constituye el primer
paso que hará que el segundo les resulte más fácil, en otra existencia.
Aquel que puede, con razón,
recibir la calificación de verdadero y sincero espírita, se encuentra en un
grado superior de adelanto moral. El Espíritu, que en él domina de modo más
completo la materia, le confiere una percepción más clara del porvenir. Los
principios de la doctrina hacen vibrar en él las fibras que permanecen inertes
en los demás. En una palabra: le
han tocado el corazón.
Por eso su fe es inquebrantable. Uno es como el músico al que le alcanzan unos
pocos acordes para conmoverse, mientras que el otro sólo oye sonidos. Se reconoce al verdadero espírita por
su transformación moral y por los esfuerzos que hace para dominar sus malas
inclinaciones.
Mientras que uno se conforma con su horizonte limitado, el otro, que capta algo
mejor, se esfuerza en superar sus límites, y siempre lo consigue, cuando tiene
firmeza de voluntad.
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