"Mas ahora despojaos también de todas estas cosas: de la ira, de la cólera, de la malicia, de la maledicencia, de las palabras torpes de vuestra boca." – Pablo. (Colo-senses, 3:8.)
En la actividad religiosa, mucha gente cree en la reforma de la personalidad, desde que el discípulo de la fe se desligue de ciertos bienes materiales.
Un hombre que distribuye gran cantidad de ropa y alimento entre los necesitados es tenido en cuenta de renovado en el Señor, con todo, esto constituye una modalidad de la verdadera transformación, sin re-presentar el conjunto de las características correspondientes.
Hay criaturas que se despojan de dinero en favor de la beneficen-cia, pero no ceden en el terreno de la opinión personal, en el esfuerzo sublime de la renuncia.
Enormes filas de aprendices se proclaman dispuestas a la práctica del bien; no obstante, exigen que los servicios de beneficencia sean eje-cutados por otros. En todas partes, se oyen fervorosas promesas de fidelidad a Cris-to; sin embargo, nadie conseguirá realización sin observar el conjunto de las obligaciones necesarias.
Pequeño error de cálculo puede traicionar el equilibrio de un edi-ficio entero. Es que al despojarse alguien de algún patrimonio material, a beneficio de los demás no se olvide también de desintegrar, al-rededor de sus propios pasos, los viejos envoltorios del rencor, del ca-pricho enfermizo, del juicio apresurado o de la liviandad criminal, dentro de los cuales sujetamos pesada máscara al rostro, para parecer lo que no somos.
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